La apariciĆ³n del espĆ­ritu

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QuizĆ” nunca sepamos si JosĆ© Juan Tablada estuvo en JapĆ³n. Su nombre no figura en los registros aduanales ni en las listas de pasajeros de los barcos en que pudo haber llegado a Yokohama, ni hay noticia consular de su estancia, de la que tampoco da cuenta su diario, en un sospechoso parĆ©ntesis exacto. To- da su vida fue parco y esquivo respecto al viaje, y no serĆ­a imposible que las crĆ³nicas y los dibujos y acuarelas del periodo, supuestamente datadas y firmadas in situ, fueran obra de segunda mano, como sus traducciones, que fanfarronamente declaraba directas, cuando las hacĆ­a del inglĆ©s y el francĆ©s, y estĆ©n acreditadas o no como tales entre el puƱado de poemas suyos escritos siglos antes en japonĆ©s.

And yet, and yet… cuando en noches de BogotĆ” y Cuernavaca Tablada le decĆ­a a su esposa Nina –quien lo cuenta en sus memorias– que ese cielo estrellado le recordaba el de Yokohama, ¿extremaba la supercherĆ­a o rompĆ­a un silencio que, de haberse realizado el viaje, no serĆ­a menos extraordinario?

Hay quien cree encontrar un testimonio de la estancia de Tablada en sus poemas sintĆ©ticos, resultado de una compenetraciĆ³n tan profunda con el espĆ­ritu japonĆ©s que aun lo alejarĆ­a de los lectores de su lengua. Lo dice, por ejemplo, la profesora Seiko Ota: “es difĆ­cil de entender el haiku tabladiano para el hispanohablante que no tiene la costumbre de leer lo que el lector japonĆ©s ve detrĆ”s de lo escrito”. ObservaciĆ³n curiosa, que a Tablada le habrĆ­a encantado, desde luego, pero descaminada. Lo que Tablada aprendiĆ³ de la poesĆ­a japonesa tradicional, a travĆ©s de versiones inglesas y francesas, y quizĆ” tambiĆ©n de los ecos de esa poesĆ­a en el imagism anglosajĆ³n y en Apollinaire, fue sobre todo de orden retĆ³rico.

Uno de los poemas mƔs conocidos de Tablada, que hace aƱos se divulgaba por la radio y en algunos muros de la ciudad de MƩxico, es este:

El saĆŗz

Tierno saĆŗz

Casi oro, casi Ɣmbar

Casi luz…

               (Un dĆ­a…, Caracas, 1919)

Tiene rasgos de haiku: la referencia estacional del Ć”rbol mismo, que corresponde al principio de la primavera; la ausencia de verbo y predicado, la imagen Ćŗnica. La audacia de repetir tres veces una palabra en las diecisiete sĆ­labas canĆ³nicas, aunque distribuidas de un modo inusual, recuerda la del celebĆ©rrimo haiku de BashĆ“:

ę¾å³¶ć‚„ ć‚ć‚ę¾å³¶ć‚„ ę¾å³¶ć‚„

¡Ah, Matsushima!

¡Ah, Matsushima, ah!

¡Ah, Matsushima!

Pero, en su brevedad, el poema de Tablada no es una exclamaciĆ³n sino una reflexiĆ³n: un juego especular. Del oro al Ć”mbar a la luz, el Ć”rbol se desmaterializa hasta quedar casi en espĆ­ritu. Octavio Paz vio en el poema “un paisaje verde lĆ­quido” (Las peras del olmo). ¿Pensaba, quizĆ”, en el agua a la que suelen asomarse los sauces? Seiko Ota lo ha relacionado con poemas japoneses y con este pasaje, en el que subrayo, de Las sombras largas:

AmĆ© tanto aquel saĆŗz, con tan ciega fe franciscana lo dotĆ© de una alma, lo personifiquĆ© de tal modo, que fue para mĆ­ como un genio rĆŗstico y amigo, una especie de buen sylvano que a no ser inmĆ³vil y mudo me hubiera hablado cordialmente…

SĆ­, aquel saĆŗz, genio rĆŗstico, era para mĆ­ una alma y entre Ć©l y mi persona habĆ­anse establecido silenciosas vibraciones que eran mĆ”s que un lenguaje, puesto que eran un idioma en la cuarta dimensiĆ³n que como tal solo hablaba de cosas eternas…

Por eso, lo dirĆ© aun a riesgo de parecer excĆ©ntrico o pueril, una tarde, en vĆ­speras de abandonar mi hogar y de alejarme hacia un exilio oscuro e intimidante, tras de despedirme de los seres queridos, me dirigĆ­ al jardĆ­n penumbroso y al borde del lago lleno de estrellas y de temblores, abracĆ© al saĆŗz y aun creo que oprimĆ­ con mis labios la rugosa corteza.

SĆ­: una alma. O casi. El poemita hace pensar en otro de Tablada, tambiĆ©n muy conocido (en el “Bestiario” de El jarro de flores, Nueva York, 1922):

Un mono

El pequeƱo mono me mira…

¡Quisiera decirme

Algo que se le olvida!

La experiencia es comĆŗn. La registrĆ³ GĆ³mez de la Serna, en una greguerĆ­a: “Hay tanta gente alrededor de la jaula de los monos que parece que dan conferencias.” Pero lo que al espaƱol le hace gracia al mexicano le causa perplejidad. No es difĆ­cil imaginarlo rascĆ”ndose como el mono la cabeza, ante el espejo imperfecto. Tampoco es difĆ­cil ver los dos poemas de Tablada fundidos en este de Octavio Paz (al que Manuel Ɓlvarez Bravo me remitiĆ³ una vez citando magistralmente solo la palabra final):

PrĆ³jimo lejano

Anoche un fresno

a punto de decirme algo

–callĆ³se.

En Tablada el mono es pequeƱo, como el saĆŗz tierno. El Ć”rbol es casi oro, casi Ć”mbar, casi luz; el mono casi recuerda, casi habla, casi tiene un alma. En los dos poemas hay una inminencia: la del espĆ­ritu, la del alma, la de la luz.

Lo cual es, desde luego, muy poco japonƩs. ~

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