Rossi a la vista
¿Y usted conociรณ de veras a Manuel Josรฉ Othรณn?", le preguntรณ Jorge Luis Borges a Alfonso Reyes cuando lo conociรณ en Buenos Aires, en el departamento de Pedro Henrรญquez Ureรฑa. Al autor de Reloj de sol le brillaron con malicia los ojillos rasgados de mandarรญn criollo y le replicรณ en inglรฉs: "Did you ever see Shelley plain?", citando unos versos de "Memorabilia" de Robert Browning que de algรบn modo reiteraban la pregunta del argentino: "¿Acaso alguna vez vio a Shelley cara a cara?" Este tipo de preguntas zumbaban a mi alrededor durante mis primeros encuentros con Alejandro Rossi, en el verano de 1975, en la redacciรณn de la revista Plural, dirigida por Octavio Paz y publicada por el diario mexicano Excรฉlsior animado por Julio Scherer.
"¿Y tรบ conociste a Josรฉ Gaos? ¿Y cรณmo era Martin Heidegger? ¿Y Gilbert Ryle? ¿Y Raymundo Lida? ¿Y Rรณmulo Gallegos?" Las preguntas me quemaban la lengua pero me mordรญa los labios y no las soltaba, pues al fin y al cabo eso no era lo importante, me decรญa a mรญ mismo, mientras corregรญa alguno de los textos del Manual del distraรญdo, por ejemplo el titulado "Puros huesos", ayudado por la coordinadora Ana Marรญa Cรกmara, quien leรญa en voz alta como apuntador: "…me vino a la memoria la voz de Ortega y Gasset, escuchada en un disco hace aรฑos, en aquel departamento que tuvo Josรฉ Gaos frente a la calle de Melchor Ocampo. Esa voz gruesa y como dejada caer, arrastrada en los finales de las frases, y que en esa รฉpoca me sorprendiรณ por el tono tan de tertulia, tan de cafรฉ. Un empleado canoso pontificando a las seis de la tarde ante sus vรญctimas de siempre".1 En realidad, no sรฉ quรฉ tanto importa para conocer la vida del espรญritu cuรกles han sido los autores con que un escritor ha tenido comercio o trato, y Alejandro Rossi no es tampoco muy proclive al tosco ejercicio de andar por el mundo soltando nombres como un niรฑo que reconoce a todos los habitantes de la tienda de muรฑecos. Eso no ha impedido desde luego que, en el curso de viajes y andanzas, se me plante alguien, con sombra de precursor y cuerpo de epรญgono, y me pregunte: ¿Y tรบ: conoces a Alejandro Rossi? ¿Y cรณmo es?
La pregunta roza a la persona, pero en realidad quisiera dar en el blanco de un mito: el acertijo intelectual que representa la inteligencia en movimiento continuo de un escritor que ha sabido transitar, con limpieza y entrega, de la filosofรญa, la cรกtedra y el seminario al ensayo literario y de รฉste a la narraciรณn fulgurante; la adivinanza viva que encarna una inteligencia capaz de reconstruir los argumentos conceptuales mรกs complejos —como en Lenguaje y significado— y de salvar y comprehender, casi con fervor, los hechos y pasiones mรกs bochornosos e inquietantes de nuestra hispanoamericana historia (como en La fรกbula de las regiones), siempre con una lengua diamantina, un oรญdo de afinador de pianos y un corazรณn intacto y bien nacido. He tenido la fortuna de leer y de oรญr leer a su autor no pocas de esas pรกginas suyas, que parecen venir del paรญs de los diamantes y donde cada rayo de luz semรกntica se arquea en sucesivos prismas y cadenas asociativas. El nombre del escritor hispanoamericano, nacido en Florencia en 1932 de una rancia familia italiana y descendiente de un ilustre libertador e insurgente hispanoamericano —de ahรญ la vivacidad de su sabidurรญa criolla—, ha significado para un puรฑado de lectores americanos una contraseรฑa, un argentino shiboleth que declara que, luego de las รณrbitas trazadas por el sistema estelar de la Triple B (Borges, Bioy, Bianco), mรกs allรก de donde las rocas sueรฑan, su breve obra abismal salva un espacio por venir para las fรกbulas de la inteligencia, y es posible ver convivir en ella el baluarte y el jardรญn.
A pesar de haberlo leรญdo y releรญdo, de haberme embarcado en su compaรฑรญa en conversaciones concรฉntricas que saben volver matemรกticamente al puerto de partida, para mรญ Alejandro Rossi sigue siendo un misterio. No creo dominar las claves de su prosodia y a veces pienso que no sรฉ si lo he conocido realmente. En todo caso, espero haberlo reconocido. ~
Ulalume a contrasentido
¿Ulalume tiene setenta? Cualquiera que la conozca sabe que puede tener cinco aรฑos, o veinte o ciento treinta, pero no esas edades de la gente mayor y comรบn. ¿Setenta? Pero si hace apenas semanas caminaba por la pared, descalza, para no dejar huellas. Yo mismo la vi beber un vaso de agua, asรญ, en esa perpendicularidad solamente suya. Pero, pensรกndolo bien, con ella todo parece poder girar noventa grados sin derramarse. Eso le pasรณ por andar traduciendo a Carroll. O antes, cuando decidiรณ que era poeta sin todavรญa saber leer ni escribir: "Yo tambiรฉn soy poeta", le dijo a Jules Supervielle, en 1936, y todavรญa recuerda unos que ella llama versitos de entonces:
Yo lo veo a Dios,
lo veo en pensamiento;
Ay, que habla en el mar,
Ay, que habla en el viento.
Difรญcil de creer, pero posible porque a Ulalume el tiempo le corre distinto de como nos sucede a los seres grรกvidos y, ay, vasallos del sentido comรบn. Su historia es otra. "Ya era experta en adulterios y en incestos desde los cinco aรฑos", dice, porque desde niรฑa recuerda a su padre, Roberto Ibรกรฑez, y a su madre, Sara de Ibรกรฑez, leyendo poemas en voz alta. ¿Quรฉ se puede esperar de una cabeza que, antes de las nanas y las rondas, desde antes de los juegos infantiles y de las necedades glosolรกlicas, estaba ya marcada en versos cultos? Y eso va quedando claro por toda su obra: nada mรกs lejano de la ingenua inmediatez emotiva de que se surte tanta poesรญa simplona. La inteligencia de Ulalume es cosa rara: incluso en los juguetes verbales, esos que en la tradiciรณn de la lengua espaรฑola se convierten en jitanjรกforas, en ella surgen como autรฉntico nonsense; es decir, antes que acomodos deleitables de palabras incoadas, los juegos de Ulalume provocan la imaginaciรณn y retan al sentido comรบn: "El paรญs de los Huecos / Sin Nada Alrededor." Un poco de geรณmetra, de topรณloga, de perpleja. Abreviemos: en el siglo xvii —Pascal, por ejemplo; Spinoza, por ejemplo— se hablaba de dos espรญritus complementarios: el de fineza y el de geometrรญa. La imaginaciรณn era la loca de la casa. Y Ulalume es la loca de la geometrรญa. Uno puede disfrutar sus pomas por la maestrรญa tรฉcnica, por la delicadeza de su oรญdo, por su rara imaginerรญa, por la ausencia de cursiladas, o la intensa inteligencia, o… pero, al fin, lo que permanece es una sensaciรณn peculiar: uno ha visto cosas abstractas surgir de los objetos mostrencos; uno ha escuchado los sonidos cotidianos descoyuntarse —y no sรฉ si eso pueda ser disfrute demรณtico o se trata solamente de un goce de adeptos— y uno acaba en la certeza de que algo muy extraรฑo ha sucedido con el lenguaje.
Pero, en resumen, Ulalume es una parรกfrasis de Ulalume de Poe:
She rolls through an ether of signs—
She revels in a region of signs. ~
Un cumpleaรฑos de Juan Vicente
Fue quizรก a finales de los aรฑos ochenta. Tienes que irte inmediatamente a Veracruz, me dijo Juan Garcรญa Ponce, hay que traer aquรญ a Juan Vicente, hay que hospitalizarlo, si sigue bebiendo se muere. Por un momento pensรฉ que Melo habrรญa vuelto a caerse y romperse la cadera, o que en algรบn bar un marinero rubio, molesto con su acoso homosexual, habrรญa vuelto a darle una paliza. Pero no va a querer venir, ya otras veces… Trรกetelo amarrado, cloroformado, a chingadazos, pero trรกetelo, vamos a desalcoholizarlo quiera o no quiera, Beatriz y Guillermo (los hermanos) estรกn desesperados, Huberto no puede ir por รฉl, tienes que ser tรบ.
Sรณlo serรญa posible engaรฑรกndolo, y puesto que en un par de dรญas serรญa su cumpleaรฑos, tramamos una traiciรณn "genial": los viejos amigos le ofrecerรญamos a nuestro jarochรณn un festรญn monstruo, de amistad, nostalgias, ebriedades, chismes…
Volรฉ a Veracruz. Por horas Juan Vicente y yo entretejimos recuerdos y me leyรณ, como reciรฉn escritas, pรกginas que aรฑos antes ya me habรญa leรญdo de su tela de Penรฉlope: La rueca de Onfalia, y me dijo que iban a traducirle al francรฉs La obediencia nocturna, esa gran novela gรณtica y lรญrica, rara avis en las letras mexicanas. Tambiรฉn en francรฉs serรญa un bello tรญtulo: L'obรฉissance de la nuit. Logrรฉ engatusarlo con la oferta de la celebraciรณn de cumpleaรฑos y tomamos el vuelo a Smรณgico City. Durante el vuelo yo, culpable, me escondรญa en un esforzado parloteo, y, de pronto: Pepet, ya sรฉ. ¿Quรฉ, Juan Vicente? Ya sรฉ que Inรฉs y Juan y Huberto y tรบ andan diciendo que el maricรณn borracho Melo ya no puede escribir, que estรก acabado como escritor. Nadie dice eso, Juan Vicente. Pero lo piensan, y tรบ tambiรฉn, Pepet. ¿Lees los pensamientos, Juan Vicente? Ya sabes que desde niรฑo por la noche yo adivinaba desde mi cama hasta quรฉ tranvรญas oรญa pasar allรก fuera, tengo la seconde vue, ustedes, papacitos, son trasparentes para mรญ, piensan que yo como escritor ya me acabรฉ. Quรฉ tonterรญa, Juan Vicente. Sรญ, Pepet, no te hagas el pandesh (pendejo). No me hago, Juan Vicente, eres el mejor de todos nosotros, es genial lo que me has leรญdo de La rueca de Onfalia. Se encerrรณ en un mayor y ceรฑudo silencio, pero cuando ya sobrevolรกbamos la ciudad de Smรณgico me mirรณ de reojo desde su resentido perfil y: Ya sรฉ, me van a encerrar en Nutriologรญa, cabrones. Traguรฉ saliva, me desenmascarรฉ: Sรญ, Juan Vicente, no nos dejas de otra. Pues no me van a encerrar, primero muerto, dijo, y callรณ y se oscureciรณ mรกs. Pero cuando el aviรณn descendรญa, de pronto, ya vencido, susurrรณ: Estรก bien, cabrones, pero mi fiesta de todos modos me la hacen. Desviรฉ la mirada, traguรฉ saliva, me sentรญa un canalla.
Como la primera vez que vio a Juan en silla de ruedas, llorรณ, y Juan se reรญa de esos "aspavientos". Allรญ lo celebramos con todos los amigos y amigas disponibles en el momento, y mientras se charlaba y se bailaba, estuvo tumbado en un sofรก, siempre horizontal, bebiendo hipotรฉticos รบltimos tragos, chismoso, gracioso, querendรณn, casi el jarochรณn de siempre, se dirรญa que a punto de levantarse a danzar su celebrada parodia de La consagraciรณn de la primavera, y a veces gritaba dizque gozosamente el nombre de alguno de nosotros para, cuando mirรกbamos hacia รฉl, dedicarnos una sonrisa ladeada, la sonrisa de Melo sintiรฉndose querido y agraviado: Ya sรฉ, papacitos, cabrones… ~
Julieta Campos o el duelo con la ambigรผedad
"Hoy siento que puedo reconciliarme, al fin, con mi identidad escindida" —escribe Julieta Campos en la presentaciรณn de Reuniรณn de familia, libro que recoge, en 1997, su obra narrativa y una รบnica pieza teatral. La confesiรณn alude, concretamente, a la convivencia —que ahora se descubre pacรญfica, sin colisiones— de su vocaciรณn por la literatura y su vocaciรณn por la "realidad real". El descubrimiento de un pacto acaso precario pero posible entre "la taumaturgia de la escritura" y "la tentaciรณn de modificar" lo existente parece haber obrado, en efecto, como un lenitivo que allanรณ el camino para la conciliaciรณn de dos vertientes de la humana experiencia tenidas desde larga data por contradictorias, quizรกs por enemigas. Por una parte, la de un ejercicio literario que, en el caso, y a travรฉs de unos tรญtulos circulares muy fechados (1965: Muerte por agua, 1968: Celina o los gatos, 1974: Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, 1979: El miedo de perder a Eurรญdice), exalta con sobrecarga deliberada la indagaciรณn interior y dramatiza y pone en escena, como un juego de espejos sin tasa, los misterios de la memoria y el olvido, de la ventura y la fatalidad, y, por otra parte, el afincamiento en la holgura concreta de la historia, "en el tiempo que marcan los relojes", ese que solicita su manifestaciรณn y su anclaje en la congestionada prรกctica terrena. No es improbable que tal convergencia de lo que se entiende como diverso y hasta contrario contribuyera a reconciliar, a su vez, otro aspecto no menos urgente de aquella "identidad escindida", de lo que se denomina "el duelo de mi ambivalencia": nacida en Cuba, el itinerario intelectual y vital de Julieta Campos la conduce a reconocer a Mรฉxico, casa de elecciรณn, como definitivo "espacio de vida".
Ya se sabe que a menudo conviven, en el ser del hombre, simultรกneas aspiraciones opuestas: la que se desdobla en lo individual y en lo social, en el ensueรฑo y en la materialidad, en el parentesco y la soledad, la que querrรญa remontarse a lo aรฉreo y la que pretende arraigar en lo contiguo… Fue el segundo romanticismo, tan oscilante entre la escuela de la melancolรญa y el llamamiento de lo real, entre la polรญtica, arte "tout d'exรฉcution", y la literatura, arte "qui parle ร I'รขme", el que porfiรณ en la ingรฉnita antagonรญa de esas esferas, fruto sin duda de una conciencia persuadida de no poder satisfacer en la nueva sociedad creada por la burguesรญa postrevolucionaria las apetencias de un "yo" en busca de un absoluto —de un deseo— insaciable.
Asรญ, sin discrepancia alarmante, la misma humana intenciรณn que es capaz de engendrar una mirada que nace de adentro de un texto y que adopta la andadura abstracta de un recoleto monรณlogo puntilloso, como ocurre en las obras antes enumeradas de Julieta Campos, esa misma humana intenciรณn hace un ademรกn expansivo y se adentra en la vasta realidad prรณxima con la esperanza —tambiรฉn ella excitada y romรกntica, partera de nutridas tentativas enmendadoras— de infligir modificaciones y direcciรณn a lo dado, de eventualmente enderezar lo torcido y redimir lo condenado. Peregrino itinerario que transita de una prosa sensible, tersa, susurradora, que mucho fรญa en la calidad de los matices, y que tanto se empeรฑa en escuchar la voz del fuero interno, a los sรญntomas confusos y las convulsiones ruidosas de la historia hecha carne y hueso. No sorprende, en este contexto, que la propia Julieta Campos asegure que las piezas de Reuniรณn de familia conforman "un trayecto concluso" y que, a partir de entonces, publique algunos ensayos (1995: ¿Quรฉ hacemos con los pobres?, 1996: Tabasco: un jaguar despertado) que ponen por escrito sus fogueos con el Mรฉxico a la intemperie, con "el otro Mรฉxico". Es, por supuesto, una forma de dar testimonio, de alegar y refrendar sus mudanzas a lo empรญrico; es, tambiรฉn, un desvelo por juntar lo discordante, un pasmo que ansiarรญa hermanar, sin claudicaciones onerosas para ninguna de las partes, sin remilgos dogmรกticos, el verbo y la acciรณn. Y, muy en el fondo, y como extrema consecuencia efectiva, estos cruzamientos acaso entraรฑen un anhelo mayor, donde presumiblemente se agazapa una exigencia por igual existencial y literaria: hacer coincidir las palabras de la tribu, las palabras que nos son ajenas, con las palabras que nos pertenecen, que nos son propias por provenir de nuestro interior. Este teorema que concreta lo general y lo singular, el lugar comรบn extranjero y el fondo del corazรณn propio, es lo que construye no sรณlo al escritor sino al ser humano de bien. Ambos atributos —quien firma lo sabe hace tiempo— son parte medular de Julieta Campos. ~
— Danubio Torres Fierro
Elogio de Montes de Oca
El siglo veinte se inicia en la poesรญa mexicana con Lascas de Salvador Dรญaz Mirรณn y Poemas rรบsticos de Manuel Josรฉ Othรณn. Termina con Delante de la luz cantan los pรกjaros de Marco Antonio Montes de Oca y El traje que vestรญ maรฑana de Juan Baรฑuelos. El tomo de Montes de Oca no es un volumen sino una biblioteca: 1,110 pรกginas contienen 32 libros, veintisiete publicados y cinco inรฉditos antes de su apariciรณn en esta Poesรญa 1953-2000 (Letras mexicanas, Fondo de Cultura Econรณmica). La impresiรณn de exceso se borra al reparar en que el promedio es de veinticuatro pรกginas por aรฑo, dos pรกginas al mes.
Montes de Oca ha dedicado su vida a la poesรญa, ha escrito cada dรญa de su existencia. El libro final de este conjunto revive mรกs que repite un tรญtulo de 1973: Soy todo lo que miro. El mundo existe para que Montes de Oca lo contemple y por obra de la imaginaciรณn lo transforme en lenguaje. No emplea un vocabulario: escribe con todo el idioma y despliega con la mayor naturalidad el lรฉxico de todas las actividades imaginables. El caos de lo real se transforma en un cosmos de incesantes imรกgenes y correspondencias que sin su poesรญa jamรกs hubiรฉramos imaginado. Leer a Montes de Oca significa encontrarnos con los seres y las cosas bajo la luz del dรญa en que empezรณ el tiempo.
Nada queda en 1953 excepto Ruina de la infame Babilonia, el poema asombroso con que un joven de veintiรบn aรฑos imprimiรณ su voz irrepetible y รบnica en la poesรญa de la lengua espaรฑola. "La sal, estatua que nace demolida" es tan brillante como estos versos del poema final, medio siglo despuรฉs: "La mรบsica sube como un vapor incoloro / El silencio baja como un tornillo de agua en arenas movedizas." Pero entre unos y otros hay una riqueza y variedad que desafรญan toda descripciรณn.
La mejor manera de leer y disfrutar Delante de la luz cantan los pรกjaros es leerlo despacio, de principio a fin, como un solo gran poema de la totalidad que nunca deja de asombrar ni de encantar. Nuestra vida de lectores serรญa impensable sin Marco Antonio Montes de Oca. ~
Elizondo o el vuelo de la alondra
Desde hace algunos aรฑos la relectura de Salvador Elizondo se ha convertido en una de mis costumbres menos censurables. A estas alturas de la vida, en las que siguiendo el mรฉtodo propuesto por รฉl mismo en su Autobiografรญa, yo mismo oscilo entre hablar con los muertos y parlotear con los vivos, me siento mejor dispuesto hacia su obra. Quizรก ya sean cuatro las ocasiones en que leo Farabeuf o la crรณnica de un instante (1965) y de cada encuentro salgo con una alegrรญa mayor, la suscitada por visitar al doctor Farabeuf, quien contra el silencio que parecรญa exigir como forma de posteridad, me parece uno de los grandes personajes de nuestra literatura. Farabeuf es un ser que, por su peculiar ubicaciรณn en el tiempo y en el espacio, mucho tiene de proteico, forma fantasmal siempre bien dispuesta, en tanto que muerta, a charlar con un vivo. Su conversaciรณn sรณlo es monotemรกtica en apariencia y yo saco provecho de sus manรญas.
Pero para festejar los setenta aรฑos de Elizondo quisiera hablar de su Autobiografรญa precoz (Aldus, 2000), dignamente reeditada hace un par de aรฑos. Ese texto, cuya relaciรณn con la "vida" de Salvador Elizondo es secundaria, es una de las piezas mรกs hondas de la literatura contemporรกnea en nuestra lengua.
A lo largo de sus 79 pรกginas, la Autobiografรญa precoz ofrece cuatro o cinco parpadeos en que el vuelo de la alondra resulta inolvidable. Gracias a cada una de esas brevรญsimas visiones, Elizondo transforma a su lector en un sonรกmbulo capaz de seguirlo sin ninguna tregua, mediante ese pacto suicida que sรณlo algunos creadores logran establecer con sus vรญctimas. Un primer parpadeo nos coloca ante esa imagen del narrador y su Schwester Anne Marie, evocaciรณn del nazismo como pocas se han escrito entre nosotros, pรกgina distinguida por su helada economรญa de medios. Mรกs adelante, dejando atrรกs su infancia berlinesa y narrando escuetamente su regreso a Mรฉxico, Elizondo predica con el ejemplo y se retrata: "Al final de cuentas como escritor, me he convertido en fotรณgrafo; impresiono ciertas placas en el aspecto de esa interioridad y las distribuyo entre los aficionados anรณnimos. Mi bรบsqueda se encamina, tal vez, a conseguir una impresiรณn extremadamente fiel de ese recinto que a todos, por principio, estรก vedado."
Las placas tomadas por Elizondo son una exposiciรณn sin cuyo seguimiento algunos escritores mexicanos no hubiรฉramos sido lo que somos o habrรญamos evolucionado de una manera muy distinta. Ejerciendo una mรญnima preceptiva, Elizondo ha sido un maestro no tan secreto, cuya influencia irradia desde las pรกginas de su Autobiografรญa precoz. Con una honradez extraรฑa en un autor con una mal ganada fama de formalista, Elizondo establece un dilema entre Bรฉcquer y Baudelaire, anunciando que "El tiempo llegarรก sin duda en que abandone este lirismo en aras del supremo menester, o mester poรฉtico, pero es que estoy comprometido, mรกs comprometido, con la mirada que me mira en el espejo que con el esplendor del cielo".
Si leer a Bรฉcquer es mirar el esplendor del cielo, examinar a Baudelaire (y a su corolario fatal, Mallarmรฉ) es mirarse en el espejo. Elizondo descubriรณ, en el dominio exhaustivo de las formas, que "la subsistencia de la poesรญa no son las meras palabras de que estรก hecho el poema sino el sentimiento vital que lo inspira." Esta declaraciรณn romรกntica, en la pluma de quien acababa de publicar Farabeuf, salvรณ a Elizondo del mecรกnico formalismo de otras escuelas que le eran contemporรกneas. Mรกs que escritura, Elizondo es รฉlan, voluntad de la forma por encarnarse, como en El hipogeo secreto, en El grafรณgrafo, en Museo poรฉtico —una de las mejores antologรญas de la poesรญa mexicana— o Elsinore, un sofisticado relato de formaciรณn.
La Autobiografรญa precoz de Elizondo habla del alcohol y de los manicomios; pero mรกs allรก de mis razones personales para elegir este libro, me importa dar por falsa la versiรณn que hace de esta autobiografรญa un fechado, pasajero o legendario gesto de poeta maldito, de lector de Swinburne, de coleccionista de chinoiseries. La existencia, antes que las curiosidades del esteta, es lo esencial, pues el escritor que bebe con William Burroughs en el Hotel Chelsea es, tambiรฉn, el hombre asombrado por la negaciรณn que implica el nacimiento de su hija. Un decadentista comercial habrรญa vendido su fotografรญa con el autor de El almuerzo desnudo y ocultado piadosamente la experiencia paternal.
Tras las aventuras con el cine y la pintura, una vez cumplidas sus temporadas en el infierno y en el paraรญso, Elizondo dejรณ atrรกs Nueva York y Parรญs, y encontrรณ, no del todo deplorable, la condiciรณn de escritor latinoamericano. En su Autobiografรญa precoz no explica lo que hoy sabemos fue una elecciรณn, pero es curioso seรฑalar que Elizondo, como otros de los grandes cosmopolitas mexicanos, desde los Contemporรกneos hasta Paz, Rossi y Garcรญa Ponce, haya decidido quedarse a vivir en Mรฉxico, haciendo del juego de las antรญpodas una garantรญa de universalidad. Sรณlo en Elizondo, viajero en el interior de su cuarto, he leรญdo que el problema de Roma es que los romanos son poco interesantes.
De Bรฉcquer a Mallarmรฉ, Elizondo decidiรณ consagrarse al culto del Libro, que para รฉl no puede ser otro que Ulysses, de Joyce. Otros de nuestros maestros han escogido el mismo Libro con distinto tรญtulo, pero lo que queda como enseรฑanza es el ejercicio cotidiano del arte de la lectura, manรญa del descifrador que no podรญa sino llevar a Elizondo, desde Pound y Fenollosa, al estudio de la escritura china. La letra manuscrita de Salvador Elizondo es letra gruesa, una compleja mancha de tinta y una indeleble marca caracterolรณgica, dispuesta en la habitaciรณn para que la alondra, tras perderse en la noche, vuelva a casa. ~
Poniatowska: la poรฉtica de la inconformidad
Desde hace tiempo Elena Poniatowska es una referencia indispensable de sus numerosos lectores, en especial de grandes sectores de mujeres, no sรณlo porque expresa en su obra dilemas y realidades femeninas, sino porque ella misma personifica un ideal: una mujer que da cauce productivo a su obsesiรณn por registrar y testimoniar. Asรญ, su oficio de periodista, su pasiรณn de cronista y su talento de narradora conjugan su solidaridad con las personas marginales, vulnerables y desposeรญdas, entre ellas las mujeres.
Si tuviera que elegir una obra de entre todas las que admiro de Elena Poniatowska, serรญa Hasta no verte Jesรบs mรญo, porque reivindica el amor propio de las mujeres en los tรฉrminos de Savater: amor propio como inspiraciรณn รฉtica que funda un sujeto responsable de sรญ mismo. Jesusa Palancares, esa mujer jodida y sola, capaz de mandar a todos a la chingada, incluyendo a la "catrina" latosa que la entrevista, es para Poniatowska un ejemplo de toma de posiciรณn frente al modelo hegemรณnico de mujer. La admiraciรณn con que Poniatowska describe la rebeldรญa de Jesusa, quien dice, por ejemplo, que las mujeres se tienen merecido el trato que los hombres les dan por "dejadas", habla tambiรฉn del deslumbramiento que le provocan quienes rompen los esquemas tradicionales, las que transgreden, las independientes. Poniatowska es una mujer inconforme y valiente, y por eso tambiรฉn critica. Ya desde un ensayo de 1982, titulado "La literatura de las mujeres es parte de la literatura de los oprimidos",1 Poniatowska se sale de la trampa autocomplaciente del mujerismo, y seรฑala:
No hay una condiciรณn femenina en abstracto ni es necesariamente la mujer la depositaria de todas aquellas virtudes que el hombre no tiene tiempo de ejercer.
Sus frases filosas —¿No son las mujeres hornos, estufas, bolsas desechables?— parecen hechas con la esperanza de que algo sacuda a esas conciencias temerosas y las salve del precipicio de la costumbre. De manera implacable seรฑala una de las llagas mรกs dolorosas:
¿No es la falta de respeto y el enfermizo espรญritu de competencia de las mujeres el que da al traste con su evoluciรณn? ¿No es el espรญritu competitivo el que contribuye a que las mujeres sean aรบn este rebaรฑo que (acepta) la cรณpula y pare y vuelve a copular, amamanta, copula y vuelve a parir hasta sentir que ya no sirve porque justamente sus entraรฑas ya no dan fruto?… ¿Quรฉ hace la mujer entonces, para dรณnde voltea, dรณnde estรก la mano amiga, mejor dicho, quรฉ mano amiga se le tiende? Si la solidaridad entre mujeres existiera, hace mucho que habrรญa comedores y guarderรญas pรบblicas… Sin embargo, cuando el puesto se lo permite, las mujeres suelen ser verdugas de "las otras". Tratar mal a una sirviente es una forma de tortura. Un ser desvalido que se ampara a la sombra de otro mรกs afortunado y es sujeto de explotaciรณn y humillaciones, es afrentado en su dignidad y en sus derechos que son los mismos: los derechos humanos.
Ademรกs de lo que la escritora tan leรญda le ofrece a sus lectores, Elena Poniatowska se ha vuelto una referencia indispensable entre grandes sectores de mujeres mexicanas no sรณlo por su obra, sino tambiรฉn porque en sus relaciones personales introduce el reconocimiento y la valoraciรณn entre mujeres. En su vida cotidiana ella ejerce una sรณlida y callada generosidad con los cientos de mujeres que la buscan y solicitan su apoyo, desde las estudiantes de secundaria que le siguen demandando entrevistas hasta sus amigas feministas a quienes acompaรฑa en sus causas perdidas, pasando por sus marchantas del mercado y las seรฑoras de sociedad.
Sin embargo, y para nuestra fortuna, la razรณn primordial por la cual Poniatowska trasciende su clientela "femenina" es su escritura. En su literatura, Mรฉxico no es una nociรณn utilizable como recurso mercadotรฉcnico, sino que es un horizonte especรญfico: a la vez un reclamo por las personas sometidas y una alabanza a aquellas que inauguran espacios y caminos de lucha.
Elena Poniatowska es una escritora excepcional, y en muy buena medida su excepcionalidad depende de lo que Carlos Monsivรกis formulรณ como "el modo en que su presencia en los lectores se da siempre en forma de diรกlogo". ~
Garcรญa Ponce: la realidad y el deseo
De entre los narradores de la llamada Generaciรณn de la Casa del Lago, Juan Garcรญa Ponce es el que, de seguro sin proponรฉrselo, se ha hecho de un mayor nรบmero de lectores fieles. No importa aquรญ tanto la cantidad como aquella cualidad: los lectores de Garcรญa Ponce suelen entrar en una suerte de comuniones, de complicidades incluso, en una obra que seduce desde sus primeras incitaciones. Y no pueden luego rehusarse a seguir el viaje, tan a menudo ocurrido en una sola, cambiante atmรณsfera, compartiendo la presencia (cercana) de personajes extraรฑamente reconocibles. Puede emprenderse el viaje hacia varias regiones, pero seguramente hay algunas mรกs tentadoras que las demรกs: las relaciones de pareja, tan frecuentemente raras bajo sus capas de normalidad; la concreciรณn de la belleza fugaz y atrapable; la libertad de las mujeres, novedosa hasta la irrupciรณn de esta obra, una libertad que se extiende sobre zonas inexploradas, desde el sentido del humor hasta la asunciรณn del amor y el abandono; la presencia, en vivos claroscuros, de lo sagrado, acompaรฑada con frecuencia por la sombra de la transgresiรณn; los ires y venires de la amistad, puesta lejos de todo sesgo machista o sexista; y, en un primer tรฉrmino, concentrando a menudo todo lo anterior, la apariciรณn, la circulaciรณn del deseo —como la ha llamado Josรฉ de la Colina—, donde florecen el poder de la mirada, la disposiciรณn a la entrega y la certeza de que la entrega es la condiciรณn para poseer al Otro / la Otra.
Lejano al cultivo de una prosa lujosa, y al propio esmero formal en el empleo del lenguaje, el narrador ha preferido encauzar la amplia libertad de su aliento narrativo en la morosa construcciรณn de รกmbitos donde caben el registro de intenciones psicolรณgicas, los pliegues del azar y siempre la mirada abierta hacia una turbadora libertad. Desde sus primeros libros de ficciรณn —los volรบmenes de cuentos Imagen primera (1963, Universidad Veracruzana) y La noche (1963, Era) y la novela Figura de paja (1964, Joaquรญn Mortiz)—, Garcรญa Ponce estรก dispuesto a recuperar una visiรณn del mundo que consiste sobre todo en posibilidades latentes, los deseos ocultos y los circulantes en cuerpos florecidos, deseos que declinan sรณlo para renovarse una vez y otra a partir de una mirada que siempre crea significados. ¿Quiรฉn no recuerda las largas piernas de algunas de las mujeres de Juan Garcรญa Ponce entregadas a una inminencia dilatada ante los ojos que miran para siempre su belleza? Si buscar la belleza es el propรณsito central de todas las artes, para el narrador yucateco dar con la imagen autรฉntica de la realidad es el primer fin de la literatura. "La realidad", piensa al hacer un primer recuento autobiogrรกfico,
se nos presenta de pronto como un misterio, del que, simultรกneamente, somos actores y espectadores. Para mรญ la misiรณn del escritor consiste fundamentalmente en poner en movimiento ese misterio, hacerlo actuar, obligรกndolo a revelarse en toda su luminosa oscuridad. Una oscuridad que debe abrirse mediante el poder de la palabra, pero sin perder su carรกcter de misterio. Porque es evidente que el misterio no es aquello que estรก cerrado y nos revela su secreto al abrirse, sino lo que una vez abierto sigue siendo misterio, como las personas y el curso mismo de la vida. Sรณlo en ese sentido, la verdad de la literatura, de la poesรญa, puede hacerse mรกs real que la realidad llevรกndonos a ella.
Juan Garcรญa Ponce ha alcanzado esa verdad desde aquellos libros fundadores para seguir caminos que se cruzan en los mundos del pasado, el amor, la posesiรณn y la indiferencia, la contemplaciรณn, la bรบsqueda y el encuentro de imรกgenes, siempre con una pasiรณn distante y encendida. Nunca ha querido para รฉl la desdicha, y ha mantenido el No al dolor y la derrota en favor de la venturosa fuente de la literatura verdadera. ~
es doctora y maestra en Antropologรญa por la UNAM y licenciada en Etnologรญa por la Escuela Nacional de Antropologรญa e Historia. Forma parte del Centro de Investigaciones y Estudios de Gรฉnero (CIEG) de la UNAM. Su รบltimo libro es la compilaciรณn Deseo y conflicto. Polรญtica Sexual, prรกcticas violentas y victimizaciรณn (FCE, Mรฉxico, 2023), que coordinรณ con Mariana Palumbo.