Fotografía: Ariana Cubillos / AP

La teología salvaje

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¿Cómo se fabrica un dios? Llevamos casi catorce años observando cómo se desarrolla la respuesta a esta pregunta. Al principio, todo era más sutil. Pero, a medida que ha ido pasando el tiempo, hemos visto cómo, de manera contundente y eficaz, llegamos incluso a tener un Estado publicitario, un aparato público que es también una gran industria de producción de culto. La variable de la enfermedad del presidente, administrada como una radionovela de suspenso, solo ha hecho que este proceso aumente. Casi hasta el delirio. Toma tu estampita y repite conmigo: el Mesías nació en Sabaneta.

Me he dedicado al ejercicio espiritual de sentarme frente a la televisión, entregado únicamente a mirar los canales de señal abierta. No sé si existe ya un estudio, pero sería muy saludable para el país saber cuánta publicidad oficial –en cualquiera de sus versiones o formatos– se transmite a diario en la televisión nacional. Después de varias horas frente a la pantalla, me sentí intoxicado. Como si me hubiera metido varios pases de chavismo de alta pureza.

Por un lado, están los canales públicos, que al menos a nivel nacional son mayoría. Por otro, está la regulación que obliga a los canales privados a difundir de manera gratuita los mensajes gubernamentales. Aparte, están por supuesto las cadenas. Esa dimensión de la publicidad que navega con el himno nacional y que puede durar varias horas seguidas. Todo esto, además, en el contexto de una legislación que promueve la autocensura y logra que algunos medios particulares tengan una agenda informativa y editorial que parece redactada en el Ministerio de Comunicación. No hay forma de escapar. Incluso, se puede sentir que hay canales públicos dedicados exclusivamente a los infomerciales, a la publicidad subliminal, a la propaganda redaccional. No hay diferencia entre la programación y las cuñas. Todo es parte de la misma sobredosis.

A mediados del mes de junio, en el contexto de la reunión de la OEA, el diputado Roy Chaderton volvió a denunciar la existencia de “una dictadura mediática” en Venezuela. Por un momento me confundí. No entendía por qué, de pronto, el excanciller había decidido dar la vuelta en u y había comenzado a cuestionar al gobierno. Luego me di cuenta de que se trata de la misma actitud devocional. Repiten dogmas sin necesidad de saber qué ocurre, cómo va cambiando o no la realidad. Probablemente, eso es lo que les impide constatar que, cada vez más, por diferentes vías, el gobierno es quien controla el espacio comunicacional en el país. Quien denuncia un absolutismo mediático en Venezuela se pone de inmediato en el lugar de la oposición.

Los jerarcas bolivarianos se declaran enemigos del capitalismo pero, en lo que a publicidad se refiere, practican de forma feroz todos sus métodos. Son los bárbaros del marketing. Con ellos, Marx habría gozado un imperio. Habría podido escribir hoy mucho más sobre la noción religiosa del mercado, sobre la mercancía como fetiche. Cualquiera de las muchas series de propaganda oficial puede ser un ejemplo extraordinario de sacralización del producto. Chávez como héroe. Chávez como deidad. Chávez como milagro. Nunca antes, en la historia venezolana, se había desarrollado un culto a la personalidad de manera industrial, pornográfica.

Bajo el concepto de “testimonio”, una pieza presenta a un hombre que cuenta su vida en código de melodrama: desde la muerte de su madre y una infancia pobre, hasta la entrega de un apartamento –que casualmente describe como un “paraíso”– por parte del gobierno. En un momento, en su vivienda nueva, aparece junto a un retrato del presidente. Mientras le narra a su hijo su vida, el hombre toca la foto y dice: “hasta que llegó el Bolívar este”, otorgándole a Chávez, de una vez y sin anestesia, el mismo rango que tiene el libertador. Como si esto no fuera suficiente, al final de la cuña, mirando a cámara, con una sonrisa conmovedora, el hombre afirma “Primero Dios, segundo mi Comandante”. En la liga de los eternos, Chávez no es Jesucristo. Pero está ahí, cerquita.

En el acto de inscripción de su candidatura a la reelección, hace unas semanas, José Vicente Rangel, hombre de confianza del presidente, lo presentó a la multitud diciendo: “Chávez no es un hombre. Chávez es el pueblo, es la patria. Es la encarnación de las mejores virtudes de este país”. Esa es la doctrina. La teología salvaje que predice el poder. Esto no es una revolución. Esto solo es la iglesia mediática de Hugo Chávez Frías. ~

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(Caracas, 1960) es narrador, poeta y guionista de televisión. La novela Rating es su libro más reciente (Anagrama, 2011).


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