En Mรฉxico han muerto segรบn cifras del gobierno entre treinta y cinco mil y cuarenta mil personas en los รบltimos cinco o seis aรฑos. Poco puedo ir mรกs allรก en la descripciรณn de esas vรญctimas. Que no pueda yo no tiene demasiada importancia: es realmente llamativo que no pueda el gobierno ni la prensa. ¿Lo que estรก pasando en Mรฉxico es el fruto de una acciรณn terrorista? El desconocimiento de los nombres, es decir, la falta de informaciรณn absoluta que revela la inexistencia de los nombres, impide en estos momentos dar una respuesta clara y contundente a la posibilidad de llamar a esto una ofensiva terrorista.
Ahora bien, que en Mรฉxico hayan muerto cuarenta mil personas y no sepamos quรฉ nombre ponerle a todo eso es una situaciรณn completamente insรณlita. En Ruanda, en tres meses, unos cuantos miles de hutus asesinaron a casi ochocientos mil tutsis a machetazos y le pusimos un nombre: genocidio. En Italia, entre los ochenta y los noventa, murieron asesinadas alrededor de diez mil personas al aรฑo y rรกpidamente se le puso nombre: era obra de la mafia. En esa circunstancia habรญa un objetivo polรญtico que era el control del Estado por parte de una organizaciรณn determinada. Nada de eso estรก en el caso mexicano. Podemos sospechar que hay una organizaciรณn que pretende poner al Estado en jaque para pactar con รฉl exactamente igual que en el caso mafioso, pero no llega nรญtidamente este mensaje a los ciudadanos. Y no puede llegar porque desconocemos los nombres de los cuarenta mil muertos, para empezar.
Tuve la fortuna de hablar la noche de mi llegada con altos funcionarios de la seguridad del Estado, a los cuales les hice una pregunta muy concreta: ¿dรณnde estรก, y a disposiciรณn de quiรฉn, la lista completa de las personas asesinadas en estos aรฑos? La cuestiรณn tiene un indudable carรกcter moral: en una democracia como la mexicana se puede morir sin estar en una lista de muertos. Y ese es el asunto fundamental a la hora de definir lo que estรก pasando en el paรญs: la inexistencia de una palabra para seรฑalar, para aislar, para entender y, finalmente, para combatir. Porque el crimen no solo se combate con ametralladoras, sino, principalmente y antes de cualquier cosa, identificando a las vรญctimas y a los asesinos. Se dice en Mรฉxico “violencia”: ¡a quรฉ รบltimo eslabรณn semรกntico tan frรกgil nos hemos tenido que acoger! Violencia sin mรกs, como nacida espontรกneamente. ¿Hay algรบn otro lugar en el mundo donde el sustantivo “violencia” quede colgado de la brocha sin un adjetivo como en Mรฉxico?
La BBC igual que la agencia Reuters, tiene prohibido el uso de la palabra terrorismo en sus cables, y sobre ello dice en su manual de estilo:
Deberemos informar sobre los actos terroristas con rapidez, exactitud, precisiรณn, de forma completa y con responsabilidad. Nuestra credibilidad se ve socavada por el uso descuidado de palabras que conlleven juicios emocionales o de valor. La palabra terrorista en sรญ misma puede ser un obstรกculo mรกs que servir de ayuda para entender lo que pasa.
La BBC considera que la palabra terrorista incluye un juicio moral y, por lo tanto, sujeto a especulaciรณn. Pero podemos pensar en el sustantivo terrorista como podrรญamos pensar en el sustantivo carpintero. No parece que haya ninguna diferencia: el carpintero utiliza la madera para su trabajo y el terrorista utiliza el terror. La situaciรณn adjetival del tรฉrmino terrorista o terrorismo tiene poco sentido. Lo que sรญ tiene sentido es acotar las caracterรญsticas de la acciรณn terrorista para que podamos identificarla como distinta de la guerra, del crimen familiar o incluso del crimen polรญtico.
Rafael Sรกnchez Ferlosio, hablando de la guerra y el terror, planteaba una consideraciรณn de gran interรฉs semรกntico que puede ayudarnos a desglosar el camino conceptual. Decรญa que el muerto por la acciรณn del terrorismo no podรญa ser en modo alguno un muerto fortuito, dรกndole a fortuito la siguiente explicaciรณn: imagรญnense dos ejรฉrcitos que luchan y de repente hay una tempestad y un rayo cae sobre uno de los ejรฉrcitos y aniquila a cien o ciento cincuenta soldados. Esto serรญa vivido con placer por el ejรฉrcito contrario, que de repente se ha deshecho de ciento cincuenta enemigos. Esa es la muerte habitual de la guerra. Dos ejรฉrcitos luchan y cualquier circunstancia que perjudica al ejรฉrcito contrario beneficia al propio. Si en cambio cae el rayo sobre un enemigo de la patria vasca, difรญcilmente verรญamos al dรญa siguiente un comunicado de la organizaciรณn terrorista ETA celebrando esa muerte. No imaginamos tampoco al IRA celebrando la caรญda del rayo sobre la cabeza de Ian Paisley, por ejemplo. Por lo tanto, hay una nรญtida lรญnea de diferencia entre lo que es la guerra convencional, donde se celebra la muerte del enemigo por cualquier medio –porque uno menos es una forma de avance–, y la muerte por un acto terrorista.
¿Quรฉ es lo que estรก obligatoriamente presente en el acto terrorista, y lo que en cambio no forma parte del azar proyectado sobre la guerra? ¿Por quรฉ el rayo parte la cabeza de un enemigo y la guerra lo celebra y el terrorismo reacciona con indiferencia? La palabra clave es propaganda. Todo acto terrorista lleva un rayo, pero tambiรฉn un relรกmpago y un trueno. No se puede concebir la muerte terrorista sin el eco que la multiplica. No se trata solamente de la liquidaciรณn fรญsica del enemigo, sino de la expansiรณn de esta liquidaciรณn en tรฉrminos de amenaza a los vivos. El eco es inseparable de la muerte terrorista. Una muerte terrorista en secreto no sirve, como no hubiera servido que Al Qaeda matase a todas las personas que matรณ en las Torres Gemelas sin que ese suceso fuera retransmitido a todo el mundo.
Hay otra condiciรณn algo mรกs complicada: el daรฑo colateral, algo que estรก al margen del objetivo militar, casi siempre una matanza de civiles. Practiquemos un salto de pรฉrtiga intelectual y pongamos el concepto daรฑo colateral en el centro mismo de la conducta terrorista. En 1987 el grupo terrorista eta puso una bomba en el estacionamiento del supermercado Hipercor en la ciudad de Barcelona y matรณ a decenas de personas. Una de las caracterรญsticas sutiles y complejas de la diferencia entre un acto de guerra y un acto terrorista es que el acto terrorista implica per se la inexistencia de un daรฑo colateral, porque, en realidad, todo รฉl es un daรฑo colateral.
Otro rasgo del terrorismo es lo que podrรญamos llamar la “despersonalizaciรณn necesaria del acto terrorista”. Hace muchos aรฑos, en un artรญculo memorable en el diario El Paรญs, Ferlosio recogรญa las declaraciones de un miembro de la banda terrorista ETA que, en un intento de justificar su crimen, decรญa: “Yo no tenรญa nada personal en contra de la vรญctima.” El terrorista lo decรญa como atenuante. Ferlosio le contestaba: “Precisamente lo grave es que usted no tenga nada personal contra la vรญctima.” Con independencia del ajuste de cuentas moral, el criminal no dejaba de tener razรณn. Muchos aรฑos despuรฉs, en otro juicio, a la pregunta del fiscal, “¿No es verdad que usted disparรณ?”, el terrorista contestรณ: “No: disparรณ ETA.” Nada personal. Tercer ejemplo: el que era un alto funcionario espaรฑol del Ministerio de Ciencia y Tecnologรญa hace diez aรฑos fue objeto de un atentado del que saliรณ milagrosamente vivo. Al pasar su coche oficial por una esquina de Madrid un coche bomba explotรณ. Al cabo de pocas horas y gracias a un ciudadano anรณnimo que siguiรณ a los terroristas, pudieron detenerlos y llevarlos ante el juez. En sus primeras declaraciones les preguntaron: “¿Por quรฉ atentaron contra Juan Junquera?”, y la terrorista –era mujer– contestรณ: “Yo no sรฉ quiรฉn era; ni lo sรฉ, ni me importa.”
En el acto terrorista hay una despersonalizaciรณn, pero no solo de la vรญctima, a la que se referรญa Ferlosio, sino tambiรฉn del criminal. Muchas veces nos preguntamos cรณmo es posible que un ser humano dispare contra la nuca de una persona indefensa que va caminando por la calle. Aunque es una pregunta imposible de responder, sรญ hay una aproximaciรณn, y la aproximaciรณn la da el “disparรณ ETA”. De alguna manera, el que dispara tambiรฉn se siente despersonalizado. En el fenรณmeno del terrorismo tiene que coincidir ese doble nรบcleo de deshumanizaciรณn. Todo es el reino simbรณlico. Ficciรณn, al fin.
Simbรณlica es la vรญctima, simbรณlico es el asesino. Nada humano parece estar ahรญ en juego. Quizรก eso es lo que explica que una madre de familia se coloque un sujetador bomba y entre en un autobรบs de judรญos, o que mande a su hijo a hacerlo, deficiente mental o no, y tantas enormidades que solo se justifican por esa deshumanizaciรณn.
Teniendo deslindada la naturaleza del acto terrorista, examinemos cรณmo funciona la instalaciรณn de la palabra terrorismo dentro del discurso mediรกtico. Una de las grandes incรณgnitas no resueltas todavรญa sobre el acto terrorista es por quรฉ alguien se convierte en terrorista. Ideas infecciosas hay muchas, como la religiรณn o el comunismo, pero naturalmente no todas esas ideas llevan a las personas a matar. El ansia de dinero es quizรก compartida por todos, pero no por todos es compartido matar por dinero. Sin duda, la pobreza es un mal asunto, pero la inmensa mayorรญa de los pobres son pacรญficos. Cuando tengamos este tipo de pruebas conceptuales yo recomiendo ser anglosajรณn e intentar ver la luz de la teorรญa en los hechos. En el acto terrorista hay algunos hechos que se repiten. Por ejemplo: los terroristas son jรณvenes (de pronto hay alguno que envejece por ahรญ en las selvas, pero la mayorรญa son jรณvenes). Son jรณvenes y son machos (sรญ, hay mujeres terroristas, cada vez mรกs, pero por lo general son hombres jรณvenes). Son hombres jรณvenes que, ademรกs, actรบan en grupo (no existe el terrorista aislado, a excepciรณn de los viejos anarquistas, cavaliers seuls, que actuaban en el albor del fenรณmeno). Siempre habrรก un relato –la justicia universal, la superioridad de la raza, una religiรณn mejor que otra–, pero la cuestiรณn es por quรฉ en determinadas personas prenden esos relatos, esas ideas malignas. Es una pregunta que no tiene respuesta. Podemos hacer aproximaciones segรบn los sujetos protagonistas: varones, jรณvenes y en grupo.
Hay una vieja discusiรณn en la cultura universal entre la naturaleza y la cultura. Es decir, en quรฉ medida nuestros actos son fruto de nuestro hardware genรฉtico-biolรณgico o de nuestro software cultural. Estamos programados perfectamente desde el punto de vista cultural para aceptar que un hombre puede matar a otro por la libertad del pueblo vasco. Nos parece mal, pero lo aceptamos. En cambio, si se atribuyera a especiales patrones biolรณgicos el hecho de que un hombre decida matar a otro a causa de un relato, nos mostrarรญamos escรฉpticos. Evidentemente no hay, que se sepa, un gen terrorista. No hay un patrรณn especรญfico de personas que se dediquen al terrorismo y que biolรณgicamente presenten unas caracterรญsticas similares desde el punto de vista neurocientรญfico. Pero esto que encontrarรญan tan ridรญculo empieza a serlo menos cuando los crecientes estudios sobre la neurociencia sรญ que parecen cercanos a encontrar determinados patrones genรฉticos en personas violentas en tรฉrminos generales; es decir, en personas que pueden rozar la psicopatรญa, o en personas cuyo nivel de testosterona es muy superior al de la mayorรญa. Por lo tanto, no es descabellado suponer que en la naturaleza del terrorista hay, aparte de las cuestiones de edad y sexo, una cierta programaciรณn biolรณgica.
Judith Rich Harris, una psicรณloga estadounidense, autora del libro El mito de la educaciรณn, dice con una claridad consoladora que la educaciรณn no sirve de nada, y que los padres pueden respirar tranquilos porque si les sale un hijo futbolista ellos no han tenido la culpa. Rich Harris atribuye la conducta futura de los hijos, lo que sean en la vida, a dos factores: los genes y el grupo. Del choque de esas dos magnitudes surge el individuo adulto. Es una teorรญa muy plausible, sostenida por Rich Harris con firmes argumentos estadรญsticos, estudios de gemelos, etcรฉtera. La menciono aquรญ porque ella fue la primera en destacar la importancia del grupo en la conducta. Que no les quepa duda de que la importancia del grupo en la conducta terrorista es fundamental. La teorรญa del grupo mezclada con alguna adherencia biolรณgica es la tesis central del quizรก mejor libro que se haya publicado hasta ahora sobre la naturaleza del terrorista, no traducido al espaรฑol, obra de Scott Atran [Talking to the enemy: Faith, brotherhood, and the (un)making of terrorists, 2010].
Susan Sontag, en Sobre la fotografรญa, advertรญa contra el efecto anestesiador de la proliferaciรณn de imรกgenes violentas. Antes de morir, en una รบltima lecciรณn, Sontag abjurรณ de esa teorรญa. Ella ponรญa de ejemplo la iconografรญa de Jesรบs, con imรกgenes muy violentas que sostenidamente han seguido impresionando a los fieles. Es una discusiรณn aรบn abierta. El hecho de que el periodismo acuda a las fotografรญas de cadรกveres en principio podrรญa responder a la representaciรณn de la realidad en el sentido mรกs estricto. ¿Quรฉ representaciรณn mรกs exacta, mรกs nรญtida, hay de la muerte que el cuerpo? Pocas objeciones pueden ponerse a la exhibiciรณn del cuerpo –en la medida en que esto suponga un aรฑadido a la informaciรณn y no su suplantaciรณn–, y no deberรญamos tratar el tema con tantos aspavientos de damisela del XVIII, con el frasco de sales a cada momento: es un cuerpo muerto, que muerto sigue conservando su nobleza, y que la pierde no por el hecho de haber sido triturado por el Mal.
Una de las hipocresรญas moralistas a las que nos tiene acostumbrados una determinada prensa de referencia en cualquier lugar del mundo consiste en el siguiente panorama: no hemos visto una fotografรญa de cadรกveres del II-s. Lo mรกximo, casi una representaciรณn pictรณrica de alguien que va a ser un cadรกver, o quizรก ya lo es, que va cayendo por la ventana con el telรณn de fondo del rascacielos. Y quizรก alguna otra imagen mucho menos nรญtida entre las cenizas. Pero en cambio hemos visto muchas fotografรญas –publicadas en The New York Times, en The Washington Post, en Los Angeles Times o en cualquier gran periรณdico estadounidense– de alguna calle africana, desconchados, charcos y un negro con la cabeza abierta en primer plano. Naturalmente, eso no es nada mรกs que un รกspero doble lenguaje. Nuestros muertos no pueden exhibirse, pero los muertos de la tribu pueden salir en primera plana.
Como norma general, y para evitar esta sucia ilustraciรณn de la muerte, no su representaciรณn, yo creo que nunca puede aparecer la foto de un cadรกver en un periรณdico sin su nombre. Es decir, opongรกmonos a la exhibiciรณn meramente zoolรณgica, al cadรกver como ilustraciรณn, pero no nos opongamos a enterrar y dar cobijo metafรณrico a un muerto en las pรกginas de un periรณdico.
En el caso de Mรฉxico, si yo fuera director de un periรณdico, publicarรญa las imรกgenes de las vรญctimas una a una. Serรญa algo extraordinario desde el punto de vista moral, pero tambiรฉn desde el punto de vista periodรญstico. Una de las portadas mรกs maravillosas que yo he visto en mi vida es de The Independent: una portada completamente en blanco con un pequeรฑรญsimo retrato de cada una de las vรญctimas de los atentados de Londres de 2005.
En Espaรฑa hemos tenido cincuenta aรฑos de terrorismo y ha habido muchos debates sobre cadรกveres y asesinos. Uno de estos implicaba especรญficamente a las fotografรญas de las vรญctimas en los periรณdicos. Hace algunos aรฑos me tocรณ hablar en una mesa redonda que reunรญa especialistas en el terror y tambiรฉn algunos familiares de vรญctimas, concretamente el hermano del presidente socialista del Parlamento Vasco, que habรญa sido asesinado pocas semanas antes. Se enfocรณ la discusiรณn hacia un debate mรกs bien apasionado, a veces beligerante, sobre la manera como las vรญctimas de los atentados tenรญan que aparecer en los periรณdicos. Habรญa personas que lamentaban que los diarios publicaran en portada fotografรญas de sus deudos asesinados, despedazados, hechos a veces un amasijo informe. Yo sostuve la teorรญa de que una vรญctima del terrorismo es de algรบn modo un cadรกver pรบblico. ¿Por quรฉ? Si esa vรญctima hubiera muerto de un infarto en la calle, esa muerte no traspasarรญa el รกmbito de la privacidad y de la intimidad y, por lo tanto, nada habrรญa que hacer en los periรณdicos mรกs que asentir ante el deseo de las familias y de las vรญctimas colaterales. Pero el disparo contra un hombre en una calle es tambiรฉn un disparo contra todos. De ahรญ que siendo hasta entonces una persona anรณnima, salga en los periรณdicos.
No hay ninguna duda de que la muerte violenta de un hombre es noticia periodรญstica siempre: el pacto fundamental de convivencia se quiebra en su nivel mรกs grave. Y por supuesto el periodismo tiene toda la jurisdicciรณn para “apoderarse” de ese cadรกver, porque forma ya parte del discurso pรบblico. Es una necesidad social que ese cadรกver ejemplifique la barbarie: la barbarie hasta la que pueden llegar los asesinos. Bien, dije mรกs o menos esto. Inmediatamente intervenรญa esta otra vรญctima, el hermano del presidente del Parlamento Vasco, y, la verdad, me alegrรณ que reconociese pรบblicamente esta condiciรณn del cadรกver terrorista –finalmente el cadรกver de su hermano– como pรบblico.
A partir de aquel momento se zanjรณ para mรญ esa discusiรณn que hoy veo, por ejemplo en Mรฉxico, en torno a la conveniencia de no presentar a las vรญctimas del terrorismo en la primera pรกgina de los periรณdicos. Cierto es que, como en todo, hay grados, y que naturalmente no podemos convertir los periรณdicos en una suerte de tiendas de despojos, y que el respeto, el equilibrio, la ecuanimidad, la sensibilidad, son perfectamente compatibles con la exigencia de que el pรบblico sepa hasta dรณnde son capaces de llegar los criminales.
En cambio, me parece totalmente desproporcionado el papel que tienen los discursos de los criminales en determinada prensa mexicana. El criminal tiene que estar en los periรณdicos. Es, se podrรญa decir sin forzar demasiado el cinismo, una figura de la actualidad. Pero atenciรณn: debe estar en los periรณdicos por aquello que lo trae a los periรณdicos, no por sus aficiones literarias, sus pujos teorรฉticos respecto a la organizaciรณn del mundo, sus delirios conspirativos; es decir, por sus declaraciones. Las รบnicas declaraciones de los asesinos que nos interesan a los demรณcratas son dos: uno, sus crรญmenes; dos, sus palabras cuando digan “nos rendimos”. Los pensamientos de los terroristas tienen escaso interรฉs o ningรบn interรฉs. Tienen, y mucho, sus acciones. Por lo tanto hay que mostrar necesariamente las grietas, los corazones caรญdos, los estรณmagos abiertos, sรญ, ¿por quรฉ no? Con toda dureza si es necesario. Pero en modo alguno hay que entrevistar a sujetos completamente alienados que viven en una realidad infantiloide y cruel y que nada tienen que aportar al mundo mรกs que sus balas.
Ahora bien, dar la palabra a los asesinos ni siquiera es un problema moral, sino tรฉcnico: las declaraciones de las personas tienen que tener un valor para ser publicadas, un valor objetivo, fijado naturalmente por los periodistas. Esa es una de sus responsabilidades. Si efectivamente el terrorista, gracias a sus disparos, goza del derecho a la palabra, es que el mundo estรก al revรฉs. No le neguemos la entrada al discurso mediรกtico, siempre y cuando no venga armado. Entre que el periodista examine la declaraciรณn de un narcotraficante y la coteje con la realidad, es decir, la ponga en asociaciรณn con otros datos del entorno que tenga, y ponerle el micrรณfono al narcotraficante en la boca para que se explaye, existe la misma diferencia que entre Twitter y el periodismo. El periodismo es una aduana moral insoslayable en una sociedad democrรกtica. Y por el momento el periรณdico, contra lo que pudiera parecer, no es una galerรญa donde desfilan los modelos: aquรญ el narco, aquรญ Messi, aquรญ la reina de Inglaterra, todos diciendo sus pendejadas. Lo primero que no deberรญa ser un periรณdico es una galerรญa donde todos los alucinados de este mundo van dejando caer sus deposiciones colombรณfilas.
Hay en esto algo mรกs: una relaciรณn terrible entre el crimen organizado y el mito. Estoy seguro de que del sostenido y brutal, perseverante y cruel papel de la mafia italiana tienen buena parte de culpa los productores de Hollywood, que han convertido, desde principios del siglo XX, a unos asesinos en sujetos de culto estรฉtico. De Hollywood pasamos sin soluciรณn de continuidad a los periรณdicos. Yo he visto en magazines de periรณdicos reputados reportajes en los cuales las dinastรญas mafiosas son tratadas exactamente con el mismo respeto y la misma lujuria de detalles que las dinastรญas borbรณnicas, por ejemplo. ¿Cรณmo juzgar el papel que desempeรฑa la ficciรณn en todo esto? ¿Hasta quรฉ punto los adolescentes que retrata Roberto Saviano en Gomorra han recibido la imagen del espejo hollywoodense y eso ha contribuido a provocar sus conductas? ¿Hasta quรฉ punto, la estรฉtica del narcocorrido en los narcos mexicanos? ¿Hasta quรฉ punto no es profundamente inmoral que alguien, los dรญas siguientes al II-S, dijera que la fotografรญa del aviรณn estrellรกndose contra el World Trade Center estaba llena de belleza? El prestigio de los asesinos no es nada mรกs que el tributo que paga nuestra normalidad. En realidad, la รบnica gente interesante son los normales. Quizรก tengamos que asumir como vรญa escapatoria de nuestra normalidad disfrutar de las atrocidades que un puรฑado de raros cometen, ¿pero por quรฉ tendrรญa un niรฑo que admirar a un delincuente? Ese es un tรณpico muy extendido. ¿Solamente porque ganรณ dinero fรกcilmente, en poco tiempo? Ocurre, sin duda, pero ese no es el รบnico valor que guรญa a las personas; hay mucha gente que, una vez conseguido el nivel de supervivencia normal y natural, se mueve por muchos otros valores que nada tienen que ver con el dinero, como el placer de descubrir, de saber, de entenderse con los otros, de ayudarles. El prestigio estรฉtico del crimen es el primer gran aliado de los criminales. Y esa historia de que, efectivamente, cรณmo no van a admirarles si ganan dinero tan rรกpido, no es nada mรกs que su correlato.
Naturalmente, nadie se hace criminal por leer a Mario Puzo, pero el tratamiento moral que merece la mafia estรก mucho mรกs cerca de Sciascia que de Puzo.
En Mรฉxico estรก empezando a emerger en algunas manifestaciones, fundamentalmente en la manifestaciรณn despuรฉs del asesinato del hijo del poeta Javier Sicilia, el vocablo paz. La paz tiene su momento en este asunto: el gran momento en que el crimen empieza a relativizarse por obra y gracia de los hechos consumados y entonces aparece un ferviente, un anhelante, un desesperado deseo. Este deseo de paz tiene, desde el punto de vista de la moral, el inquietante propรณsito de equiparar contendientes. Es una urgencia muy histรฉrica: resuelvan esto de una vez por todas, no podemos permitir esta orgรญa de sangre, resuรฉlvanlo.
En ese momento de la paz se producen muchos malentendidos. Uno de ellos es la dialรฉctica entre guerra y paz, y terrorismo y ley. Lo que el terrorismo pervierte es la ley, y lo que el poder democrรกtico y la ciudadanรญa debe de preservar es la ley. No va la paz a cambio de la ley.
Un momento asรญ se produjo en Mรฉxico el aรฑo pasado con el editorial de El Diario de Ciudad Juรกrez, despuรฉs del asesinato de dos de sus periodistas. En el editorial se lee esta frase: “esta guerra en la que ustedes –refiriรฉndose a los criminales– y el gobierno federal se hallan…” Este es exactamente el peor papel que puede adoptar un periรณdico. En principio desdeรฑemos la utilizaciรณn de guerra –ya quedรณ claro que esto no es una guerra–, pero sobre todo desdeรฑemos esa equidistancia del periรณdico. Como si el fenรณmeno de treinta y cinco mil o cuarenta mil personas asesinadas en el paรญs no fuera un fenรณmeno que implicara a los periodistas y al conjunto de la sociedad, y, sobre todo, en el cual ese periรณdico no tuviera que optar. El periodismo no puede perder su objetividad hablando del terrorismo. El narcotrรกfico, el crimen, el terrorismo de eta, el terrorismo islรกmico son dictaduras. Esas dictaduras son incompatibles con el periodismo. Naturalmente, el periodismo debe combatirlo. La manera de combatirlo es doble: respetando el patrรณn de la objetividad, tambiรฉn ahรญ, y exponiendo la imposibilidad de que un demรณcrata ceda ante cualquier exposiciรณn dictatorial.
A veces ser periodista tiene un riesgo mortal, cuando toca serlo en la Ciudad Juรกrez de principios del siglo XXI, en el Paรญs Vasco de finales del XX, en la Alemania nazi de los aรฑos treinta, en la Colombia de Pablo Escobar. No es extraรฑo tener miedo. El miedo efectivamente es completamente legรญtimo y no se puede evitar, pero no se pueden escribir editoriales de renuncia. Lo que sรญ se debe es reclamar al poder polรญtico, y con dureza, que ponga tanques en la puerta de los periรณdicos. ~