Las confesiones de Maradona

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Debemos aceptar que, a pesar de lo que queramos los aficionados, el juego ha cambiado. Hoy hablar de futbol equivale a determinar, desde el marketing, cuántas camisetas puede vender Beckham o cómo hacen ciertos jugadores para engañar al árbitro y provocar, desde el delirio del juego y de la mercadotecnia, el deterioro del espectáculo. Comprobamos que algunos futbolistas festejan los goles desde la burla y pocas veces desde la emoción: todo parece mediático y planificado, todo parece demagógico y falto de respeto.
     En Argentina, en un programa de televisión, se resaltó la planificación desde la trampa. Así, se mencionó la importancia en la preparación de los recogebolas para manejar los tiempos, en estar atentos con el carrito de los lesionados, y el desconocimiento del juego para elaborar frases ignorantes que justifican la trampa. Hoy ganar no es más que el ejemplo de la mentira de un modelo que intenta sostener un mundo miserable.
     Dentro de esta lógica, resulta infinita la justificación para ganar, incluso si no es necesaria la trampa para tal fin. Que el engaño sustituya al talento puede llegar a parecer absurdo, y más cuando uno de los jugadores más talentosos de la historia justifica la trampa y la festeja obscenamente. Nos referimos a las confesiones de Maradona (¿cuándo no?), que hizo en una emisión televisiva, al hablar de asuntos que habían permanecido ocultos por muchos años. Todos vimos el gol con la mano y las posteriores justificaciones al hecho tramposo; pero la siguiente confesión —que indicaba que a Branco, lateral izquierdo de Brasil en Italia’90, le ofrecieron agua con somníferos, y que todo lo planearon desde la banca el entrenador y médico Carlos Salvador Bilardo y el masajista Miguel di Lorenzo, conocido como “Galíndez”— revela algo más que la simple voluntad de ganar a la mala.
     Por supuesto que la cosa es más candente cuando se trata de Argentina y de Brasil, pero esto no se refiere a un error del árbitro ni a una mala decisión en la cancha: se refiere a un acto más legal que deportivo. ¿Qué habría pasado si Branco reacciona de una manera más extrema, o si acude al examen antidoping y allí se revela todo el asunto? Julio Grondona, presidente de la AFA y vicepresidente de la FIFA, dijo, dando pruebas de una inteligencia suprema: “Si los brasileños abren un caso de denuncia, que abran también uno por el gol con la mano de Tulio en la Copa América de 1995”: como si drogar a un rival tuviera la misma implicación que un error arbitral que, mal que bien, es parte del juego.
     Es necesario no caer en necedades. Está claro que el partido no lo ganaron por drogar a Branco, sino por una genialidad de Maradona al final del juego, y que los brasileños fueron incapaces de meter un gol en todo el encuentro; está también claro que este hecho fue perpetrado por unas personas que continuamente han sido cuestionadas, principalmente el doctor Bilardo, alumno de Zubeldía, verdadero promotor de las triquiñuelas, y que no implica que los argentinos hagan cosas parecidas ni que todo el futbol argentino deba ser puesto en duda. Pero tampoco implica que todas las injusticias sufridas desde el nacimiento del futbol justifiquen actos que tienen implicaciones legales y hasta delictivas.
     Hay que tener cuidado. El futbol es muchas más cosas que el puro resultado, por lo menos para los que creemos en la fantasía de esperar cada fin de semana “para que el futbol nos dé la victoria que la vida nos niega en la semana”. Bien lo dijo Ángel Cappa: “El futbol es arte cuando dos tiran ‘una pared’ para que seis no los vean ni pasar.” Me parece que es necesario revisar esto y, si no es posible, por lo menos conservar la voz que diga que puede ser de otra manera. No olvidemos que hay mucho más que sólo dinero en una cancha de futbol.
     El doctor Bilardo tenía una frase que lo caracterizaba: “Al enemigo, ni agua.” Ahora nos damos cuenta de que hasta esos principios éticos tienen sus límites. –

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Como escritor, maestro, editor, siempre he sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.


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