Si tuviera la oportunidad de entrevistar a Lhasa de Sela, antes de hacer cualquier pregunta le pediría que me dejara tomarle la mano. Hay discos que escucho y me hacen querer encender un cigarro, abrir un grifo o caminar debajo de un puente. El álbum más reciente de Lhasa, The living road, me lleva por otros caminos.
¿Qué le preguntaría durante la entrevista? Podría preguntarle sobre su infancia, sus influencias musicales, su primer amor, política, deportes, etcétera, pero ya muchos le habrán preguntado cosas igualmente inútiles.
Me preocuparía por no atosigarla. Mientras estoy junto a ella, su mano en la mía, mi grabadora dispuesta a recolectar cada palabra, esculcaría nerviosamente en busca de esa pregunta exclusiva.
Lhasa nació en 1972, en un lugar remoto del estado de Nueva York, muy cerca de Woodstock, ese paradigmático espacio donde una generación llegó a su apoteosis bajo una gran sombrilla de drogas y música.
Ella es fruto de una de esas parejas nómadas que se persignaba frente a la mota y el amor, soñando con ideales utópicos y un futuro matizado por los múltiples colores de la mescalina. Su papá, mexicano; su mamá, judía. Algo aprendió Lhasa de esa existencia errante, nada típica, donde la banca de un parque podía ser un hogar improvisado: la vida era una gran carpa donde hay que ser pregonero, actor o saltimbanqui. Sus tres hermanas decidieron entregarse a la vida circense; Lhasa decidió cantar.
The living road es una fina muestra de su talento. Producido con elegancia y candor por Françoise Lalonde & Jean Massicotte, más que superior a La llorona (su primer disco, 1997) es un siguiente paso lleno de dimensiones y colorido.
Desde los primeros compases, el disco establece su temperamento y personalidad. Nostalgia, pasión y búsqueda, temas que en versión de Lhasa a veces parecen oscuros himnos antes que dulces baladas. Y mientras que en La Llorona canta exclusivamente en español, ahora su realidad de mujer errante, multicultural, se abre ante nosotros con interpretaciones en español, francés e inglés.
El segundo track, Anywhere on this ground, de golpe muestra la totalidad del álbum. Su producción, basada en múltiples percusiones y teclados, escala lentamente sin opacar la voz gruesa, harto sensual, de esta mujer mexicano-canadiense. En el centro de la canción, un discreto instrumento de aire se convierte en un alucinante solo de trompeta con profundas raíces en Medio Oriente.
En cuanto a letras, Lhasa signa con elocuente agudeza: I love a man who’s afraid of me. He believes if he doesn’t stand guard with a knife, I’ll make him my slave for the rest of his life. El hombre disminuido por el amor, resistiéndose a ser víctima y posesión, pero finalmente entregándose a los grilletes. Más adelante, la cantante pronuncia su manifiesto, su secreto de supervivencia: If I can stand up to angels and men, I’ll never get swallowed in darkness again.
He notado que los comentaristas tienden a buscar puntos de comparación. Por alguna razón buscan compararla con Björk cuando ni siquiera habitan en el mismo mundo. No sólo nacieron en lugares opuestos, sino que sus visiones existenciales parten de mitos y realidades contrapuestos.
Si tuviera que comparar, no me iría tan lejos. Buscaría entre los viejos discos del papá de Lhasa. Sacaría uno de boleros interpretados por Elvira Ríos: quizás ahí encontraría algo de esta artista-cantante-ilustradora-cirquera. Elvira Ríos, Chavela Vargas, en un mundo totalmente ajeno, pero igualmente intenso.
Encuentro rastros de un solitario trovador en las canciones de Lhasa. La desesperación, el fuego, la pasión desmedida, la espiritualidad de Leonard Cohen inundan la atmósfera del disco. No hay como escuchar el track número seis, La frontera, acompañada de algo que bien podría ser un mariachi tradicional (pero que más bien se escucha como un supermariachi), para recordar The ballad of the absent mare, aquel intento de canción ranchera que apareció en Recent songs (1979).
Todavía tomando su mano, sin encontrar la pregunta perfecta, recuerdo que ella alguna vez contó que, después de su inesperado éxito con La llorona, la atención, la prensa, los conciertos la agotaron tanto que tuvo que esconderse. Se refugió en el circo itinerante de sus hermanas y recorrió Europa, cantando junto a malabaristas y payasos. Tardó años en volver a escribir canciones. Lhasa buscaba su lugar.
Quizás, antes de encontrar la pregunta perfecta para la entrevista, tendría que hacerle una confesión. Le diría, escondiendo mi pudor detrás de una falsa valentía, que ella no está sola, que en el mundo hay gente como ella. Le diría que he conocido a esa gente, que la he tenido cerca y que siempre la he perdido.
Pero mejor suelto su mano y acabo con este texto lo más pronto posible. Intento escribir la reseña de un disco… y no una tonta declaración de amor.~