Malos tiempos (cuento)

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Hubo un tiempo en el que mi hermano estuvo en la cรกrcel. Fue una historia triste que ensombreciรณ la vida de mi familia. Mi padre nunca pudo soportar que un hijo suyo tuviera que estar entre rejas por un delito que le fue montado; o eso es lo que siempre pensamos todos. Durante los primeros dos aรฑos que mi hermano estuvo encerrado, la salud de mi padre empeorรณ considerablemente. Despuรฉs de un infarto, aquello terminรณ por arruinarlo. Lo despidieron y luego se vino abajo. Pudo haber sido al revรฉs, con el mismo resultado: se vino abajo y luego lo despidieron. Se sumaron las dificultades, se concatenaron todos los problemas posibles que acabaron con su vida.

A mi hermano no le permitieron salir de la cรกrcel para su funeral. Un carcelero se le acercรณ el dรญa de su muerte y le dijo: โ€œEh, tรบ, Enrรญquez, tu viejo la ha palmado. ยกCuรกnto lo sentimos!โ€ Asรญ fue como se enterรณ mi hermano de la muerte de mi padre. Lo enterramos en un cementerio al suroeste de Dallas, a medio camino entre la carretera interestatal que conecta con Fort Worth, en Texas, la ciudad en la que habรญa terminado su vida despuรฉs de salir de Mรฉxico a principios de los aรฑos setenta rumbo a Estados Unidos, para sacarnos adelante a mi madre, a mi hermano y a mรญ. Pasados dos aรฑos, nosotros pudimos reunirnos con รฉl en El Paso, pero luego mi padre consiguiรณ algo mejor cerca de Dallas, y unos cuantos meses despuรฉs, otra vez, nos volvimos a reunir con รฉl. Terminamos todos en Fort Worth. Para entonces yo tenรญa seis aรฑos y mi hermano tenรญa diez. Asรญ que los dos crecimos en el ambiente hostil y marginal del duro Texas, el estado con el sistema penitenciario mรกs grande de la uniรณn americana, donde yo sin embargo pude estudiar una carrera, aunque mi hermano despuรฉs de cumplir condena saliรณ huyendo a Mรฉxico definitivamente. ร‰ramos mexicanos e รญbamos a escuelas de chicanos en las que no habรญa un solo estudiante americano. Para salir adelante, mi madre tuvo que hacer labores de todo tipo; mientras, mi padre trabajaba en un taller mecรกnico. Mi madre me llevaba al colegio en aquel entonces, y una amiga suya, tambiรฉn de Mรฉxico, solรญa recogerme al mediodรญa. Luego mi madre volvรญa a casa hacia las seis de la tarde y mi padre no aparecรญa hasta pasadas las nueve o las nueve y media. Eran tiempos duros, pero aun entonces no eran malos tiempos. La gente suele decir que vive malos tiempos cuando en realidad quiere referirse a tiempos duros. Los malos tiempos siempre estรกn hermanados con la desgracia. Los tiempos duros, en cambio, son algo inherente a la vida y eludirlos es casi imposible.

A los quince aรฑos, mi hermano comenzรณ a salir con un grupo de personas que se hacรญan llamar Los Lobos. A la salida del colegio se solรญa reunir con ellos. Se juntaban a beber cerveza y a fumar tabaco; tambiรฉn a veces iban en busca de mujeres. Habรญa en Fort Worth una zona muy conocida que frecuentaban los chulos, dominada por proxenetas. Los Lobos comenzaron a buscar negocios turbios con gente de aquella zona. Asรญ se hicieron un hueco en el mercado negro y en el trapicheo; de paso, tambiรฉn se acostaban con las putas. Si bien mi hermano nunca terminรณ por integrarse en el grupo โ€“entre otras cosas porque le llevaban hasta seis aรฑos y porque ninguno de ellos habรญa estudiado nada, ni siquiera la primariaโ€“, sรญ comenzรณ a salir con relativa frecuencia por los sitios que ellos frecuentaban. Unos dรญas despuรฉs de que dejara la penitenciarรญa de Hunstsville le preguntรฉ a mi hermano algo que nunca me habรญa quedado claro: cรณmo habรญa conocido a Los Lobos. Me clavรณ la mirada y dijo: โ€œEran los que nos proporcionaban la droga; ellos dominaban el mercado de los estudiantes, sรณlo que por alguna razรณn a mรญ me fueron integrando en su mundo.โ€ Yo no dije nada. Incluso encontrรฉ lรณgico que mi hermano cayera tan fรกcilmente en lo que รฉl llamรณ โ€œsu mundoโ€, un mundo que luego tambiรฉn fue el suyo. ร‰l estaba fuera de รณrbita en Fort Worth y desafortunadamente terminรณ conectando con lo peor de la ciudad. Todo lo demรกs siempre le resultรณ ajeno.

Mi padre nunca vio con buenos ojos aquella compaรฑรญa, pero entonces estaba demasiado ocupado como para atender  otra cosa que no fuera el taller mecรกnico. Con el tiempo se habรญa hecho imprescindible y habรญa terminado por regentarlo solo. El dueรฑo era un cowboy extravagante con el que mi padre habรญa hecho buenas migas. Luego vino lo del asesinato de Fort Worth en el que implicaron a mi hermano. Toda la ciudad se enterรณ. Mi padre perdiรณ el trabajo. Fue cuando comenzaron los malos tiempos.

La historia es mรกs o menos รฉsta: una noche de verano, en julio de 1987, una pareja de jรณvenes, Linda S. Baker y Samuel Johnson, de diecinueve y veintidรณs aรฑos, respectivamente, aparecieron asesinados dentro del coche del segundo, en un sendero muy estrecho cercano al Fort Worth Midtown Park, un conocido camping al que acudรญan muchos norteamericanos que bajaban hasta Dallas. Johnson habรญa muerto de un disparo en la cabeza y Baker de uno en el corazรณn. En el cuerpo de Baker fue encontrado semen de Johnson (las pesquisas determinaron que habรญa habido penetraciรณn. Se difundiรณ, gracias a la dictadura del morbo, que muy probablemente los asesinos habรญan obligado a sus vรญctimas a copular delante de ellos, dado que Baker tenรญa un desgarre anal con semen del miembro de Johnson). Nadie les habรญa robado nada y, al parecer, tampoco habรญa sรญntomas de violencia ni de lucha, si acaso un ligero tirรณn en el cuello del occiso. Un โ€œasesinato limpioโ€, se dijo. La prensa, como siempre sucede en estos casos, amplificรณ toda la informaciรณn, apoyada por una campaรฑa del padre de Johnson. Un testigo, que conducรญa en direcciรณn a Dallas, dijo haber visto un Camaro blanco salir pitando de una carreterita muy angosta, a un costado de la carretera principal, a eso de las dos de la madrugada, a unos quinientos metros del sitio donde fue encontrado el Corvette rojo en el que aparecieron los cuerpos de Baker y de Johnson โ€“el coche estaba a nombre de su padre. La policรญa encontrรณ tambiรฉn dos casquetes de una pistola de calibre 22 y varias colillas de tabaco muy cerca del coche. Enseguida las autoridades del condado orientaron su investigaciรณn hacia Los Lobos: uno de ellos tenรญa un Camaro del aรฑo 79 color azul cielo. Si bien mi hermano no era parte โ€œoficialโ€ del grupo, acabรณ involucrado en los hechos. La policรญa nunca ofreciรณ datos sรณlidos que culparan a Los Lobos, pero el padre de Johnson era un hombre influyente, respetado y querido en la comunidad de Fort Worth โ€“el tรญpico hombre de โ€œconducta intachableโ€ al que la historia, luego, vinculรณ con una presunta red de pederastas: el negรณ todo. Saliรณ limpio, por supuesto. Incluso pasรณ de puntillas ante el jurado el hecho de que la noche del asesinato Baker y Johnson habรญan acudido a una fiesta en casa de un amigo de ella, en la que Johnson habรญa tenido un altercado con un tipo que habรญa estado cortejando a Linda y con quien, ademรกs, ella habรญa salido en un par de ocasiones. A mi hermano lo procesaron por obstrucciรณn de la justicia. Se dijo que lo habรญa visto y oรญdo todo. Dos miembros de Los Lobos fueron condenados a cadena perpetua por asesinato en primer grado. Otros tres alcanzaron penas de hasta 49 aรฑos, por complicidad. A mi hermano le cayeron cuatro aรฑos y nueve meses de condena por su presunta obstrucciรณn. La cumpliรณ รญntegra.

Mi hermano era otro cuando lo vi salir de la penitenciarรญa aquella maรฑana extraรฑa de enero. Naturalmente, se le veรญa mรกs delgado. El dรญa anterior a su liberaciรณn, yo viajรฉ hasta Hunstsville en un viejo Mustang rojo que habรญa comprado de segunda mano โ€“de mi padre heredamos el gusto por los cochesโ€“ y me hospedรฉ en un motel en las afueras. Al dรญa siguiente volverรญamos los dos a Fort Worth, donde mi madre nos esperaba: su sueรฑo era vernos juntos otra vez.

โ€“Asรญ que no te van mal las cosas โ€“dijo mi hermano cuando vio el coche, despuรฉs de habernos abrazado fuera de la penitenciarรญa.

Le di una cajetilla de cigarrillos Lucky Strike a manera de bienvenida y bromeamos sobre nuestro aspecto. Le festejรฉ su perilla y รฉl aludiรณ a mi corte de pelo. Yo sabรญa que las cosas serรญan diferentes a partir de entonces. Sabรญa que la vida de mi hermano estarรญa tocada en adelante, como lo estuvo para mi padre y, en cierta forma โ€“si bien diferenteโ€“, como lo ha estado para mi madre y para mรญ. La cรกrcel es un sitio que puede acabar con cualquiera, un pozo oscuro del que casi nadie sale bien parado. A pesar de ello, en aquel instante, a mi hermano se le veรญa contento.

No respondรญ a su alusiรณn al Mustang; en cambio, dije:

โ€“En un par de horas estaremos en Fort Worth.

โ€“ยกEstupendo! โ€“dijo mi hermano.

Encendรญ el motor del coche y nos fuimos de allรญ.

Antes, รฉl habรญa dicho:

โ€“Este es un sitio que espero no volver a ver nunca.

Allรก รญbamos, mi hermano y yo, dos personas que lo habรญamos compartido todo. Dos hermanos de sangre que nos conocรญamos y nos querรญamos. Dos hermanos en busca del reencuentro con nuestra madre. Se dice pronto y se dice fรกcil, pero aquello, para una madre, justifica toda una vida.

Encendiรณ un cigarrillo y permanecimos en silencio por espacio de un cuarto de hora.

Despuรฉs, รฉl dijo:

โ€“ยฟQuรฉ tal la vieja?

โ€“Bien… No se ha querido creer que estรกs fuera. Repite: โ€œHasta que no lo vea no lo creo.โ€ Asรญ que รฉste serรก un gran dรญa para ella… Lo es para todos โ€“dije, y me girรฉ a verlo.

Dio varias caladas a su cigarrillo.

โ€“Asรญ es โ€“dijo.

โ€“Puedes poner lo que quieras โ€“dije, y abrรญ la guantera para que viera los CD.

Tenรญa como quince discos desordenados, metidos en cajas distintas. Se lo dije. Le dije: โ€œNo te fรญes de las cajas.โ€ Estuvo mirรกndolos detenidamente, abriendo una y otra, mientras yo conducรญa a travรฉs de un horizonte que mi hermano no habรญa visto en mรกs de cuatro aรฑos. Cogiรณ uno y encendiรณ el estรฉreo. Era L.A. Woman. Nos quedamos escuchando โ€œThe Changelingโ€, โ€œCars hiss by my windowโ€, โ€œRiders on the stormโ€…

Encendiรณ otro cigarrillo.

โ€“Esto suena bien โ€“dijo al cabo de un rato, contemplativo.

De la voz de Morrison salรญa โ€œthere is a killer on the roadโ€, al compรกs de las gotas de su tormenta, de su guitarra elรฉctrica.

โ€“Sin duda โ€“dije.

โ€“Era un genio โ€“dijoโ€“. Era el mejor.

โ€“Sรญ que lo era โ€“dije.

El trayecto de Hunstsville a Fort Worth, unos doscientos sesenta kilรณmetros, es bastante desรฉrtico, como todo el sur de Estados Unidos. Sin embargo, el cielo allรญ suele tener una luminosidad que no he visto en muchos otros lugares. Aquella maรฑana el sol salรญa y desaparecรญa. Habรญa jirones de nubes que prometรญan lluvia, pero luego se abrรญa un hueco por el que entraba el sol y lo iluminaba todo, un rayo de luz fortuito y azaroso que se enredaba en nuestras cabezas mientras en el aire flotaba la voz de Morrison. Mi hermano estaba ensimismado.

Conducรญa a ciento treinta kilรณmetros por hora. En un momento dado, mi hermano dijo:

โ€“Sabes que voy a desaparecer, ยฟno es cierto?

โ€“ยฟQuรฉ quieres decir? โ€“dije.

Escuchando a los Doors, aquello podรญa significar cualquier cosa.

โ€“Que no me voy a quedar en Texas โ€“dijo.

Por un instante callรฉ, pero enseguida dije:

โ€“Eres libre. Puedes hacer a partir de ahora lo que te dรฉ la gana. ยฟNo te das cuenta?

Y entonces me girรฉ a verlo, otra vez. Tenรญa la mirada clavada en el parabrisas, como quien especula con el futuro y quiere ver en รฉl algo correcto, una lรญnea recta en el horizonte, una seรฑal entre el cielo y el asfalto, el rastro de una vida, su propio rastro, su propia vida.

Luego dijo:

โ€“Me gustarรญa ir a ver al viejo. Es lo primero que quiero hacer. Lo sabes.

Lo sabรญa. En una de mis รบltimas visitas a la cรกrcel me habรญa dicho: โ€œCuando salga de aquรญ, lo primero que quiero hacer es ver la tumba de nuestro padre.โ€ Esa vez yo dije: โ€œLa verรกs. Mamรก la visita cada mes con una puntualidad religiosa; estarรญa muy bien que la acompaรฑaras pronto.โ€

Asรญ que dije:

โ€“Habrรก tiempo para eso. Ahora hay tiempo para todo โ€“no era cierto, pero en aquel momento lo creรญa. Me habรญa colmado de un entusiasmo inesperado.

Mi hermano se quedรณ callado. No paraba de fumar. Tuve curiosidad. Quise preguntarle sobre la cรกrcel, indagar sobre los mitos, sobre su veracidad, sobre las historias que cuenta el cine, esas cosas que uno desconoce de los sitios que cree que jamรกs va a pisar, pero preferรญ guardar silencio.

Fue en aquel momento cuando sucediรณ.

Dijo:

โ€“Tรบ sabes que yo no tuve nada que ver , ยฟverdad?

Me sorprendiรณ.

Balbucรญ:

โ€“Claro que lo sรฉ.

ร‰l miraba por la ventana. Lo vi de reojo. Fumaba y observaba las montaรฑas, como si estuviera pensando en palabras adecuadas o precisas.

โ€“Ellos me recogieron sin advertirme nada โ€“dijoโ€“. โ€œVamos a una fiestaโ€, dijeron.

Seguรญ conduciendo, mirando el desierto. El cielo se estaba tornando gris. Pensรฉ que iba a llover, que se precipitarรญa una tormenta.

โ€“El tipo les debรญa medio kilo, pero a mรญ no me habรญan dicho nada. Sรณlo me dijeron: โ€œVamos a una fiesta. Queremos que vengas con nosotrosโ€ โ€“dijo.

Sin darme cuenta, fui reduciendo la velocidad.

โ€“Dijeron: โ€œEs sรณlo una fiesta de unos amigosโ€, aunque yo les dije: โ€œLos Lobos no tienen amigos.โ€ Lo dije porque รฉse era su lema o porque lo decรญan cada vez que habรญa ocasiรณn para decirlo: โ€œLos Lobos no tienen amigos.โ€

Desviรฉ el Mustang hacia el terraplรฉn, lentamente, pero no lo detuve.

โ€“No me lo pidieron; me lo ordenaron. No dijeron โ€œยฟVamos?โ€ Dijeron โ€œยกVamos!โ€ Y yo fui โ€“dijo.

Dejรฉ el motor en marcha, la velocidad en punto muerto, pero el coche continuรณ avanzando. Me habรญa desviado como un conductor borracho que duda. Es asรญ como ocurren las desgracias. Un despiste, la bifurcaciรณn de un camino que se cree que es un atajo, una revelaciรณn, un animal salido de no se sabe dรณnde que se atraviesa a nuestro paso, el coqueteo con una banda llamada Los Lobos… Me le quedรฉ mirando y, a bocajarro, le preguntรฉ:

โ€“ยฟEstabas tรบ allรญ?

Mi hermano se girรณ, y yo le sostuve la mirada varios segundos, mientras le volvรญa a preguntar, con la voz a punto de quebrarse:

โ€“ยฟLo viste? ยฟLo viste tรบ?

Sus ojos enrojecieron. Respirรฉ hondo y dejรฉ vagar la vista en la nubes negras que ensombrecรญan el horizonte. Tenรญa las manos sobre el volante. Sudaban. Puse la segunda, hice rugir el Mustang y arranquรฉ. El coche derrapรณ sobre el arcรฉn. Vi por el retrovisor una polvareda. Salรญa una voz inverosรญmil de la garganta aguardentosa de Morrison.

Mi madre nos esperaba. ~

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Periodista y escritor, autor de la novela "La vida frรกgil de Annette Blanche", y del libro de relatos "Alguien se lo tiene que decir".


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