Bellas Artes presenta una magna exposición de Pani, el arquitecto mexicano que más contribuyó a perfilar la moderna Ciudad de México. Su obra abarca, entre otras construcciones señeras, la planeación de Ciudad Satélite, Ciudad Universitaria y Tlatelolco.
Dentro del panorama arquitectónico del México contemporáneo, la importancia del legado de Mario Pani (1911-1993) trasciende el ámbito de su disciplina para proyectarse en el contexto de la vida social del país. Pocos arquitectos han intervenido el espacio urbano con tanta contundencia, a partir de una visión que aúna la creatividad y la fe en el mito de la modernidad.
La exposición antológica sobre la trayectoria humana y profesional de Pani, inaugurada el pasado 4 de mayo en el
Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, da muestras de ello a lo largo de cinco salas del segundo piso y en el balcón del Museo de Arquitectura.
Las ideas y propuestas realizadas durante más de medio siglo de actividad ponen de manifiesto su inconfundible personalidad como proyectista junto con su capacidad para encauzar las voluntades políticas y el desarrollo empresarial de la época. Pani intuyó que el ideario del movimiento moderno podía, además de configurar un modelo de renovación estético-funcional, paliar las necesidades sociales de la emergente economía mexicana.
Hombre de acción pero también de ideas, durante casi cuarenta años se abocó paralelamente a la tarea de divulgar la nueva arquitectura, fundando en 1938 la revista Arquitectura-México. A través de sus páginas logró integrar la arquitectura mexicana dentro del panorama mundial, propugnando la renovación de la arquitectura, entendida como "obra" y no como mera "construcción". Los 119 números de la revista atestiguan su visión cosmopolita y lúcida en defensa de los postulados del movimiento moderno, dando cabida a una amplia gama temática y a la expresión plural de ideas.
Así, en plena guerra mundial invitó —pasaje en barco incluido— a su antiguo compañero de Beaux Arts Vladimir Kaspé (judío en la Francia del gobierno pronazi de Vichy) a dirigir la revista, hasta que años más tarde éste consiguió labrarse una reputación profesional, que dejaría una huella inconfundible en nuestra modernidad. La misma convicción llevaría a Pani a fundar, en 1978, la Academia Nacional de Arquitectura, de la que sería presidente hasta el fin de su vida.
Digno representante de la segunda generación moderna, Pani adoptó los preceptos racionalistas no como dogmas sino como instrumentos para dar respuestas acordes con los cambios sociales y culturales de la época. Su intervención abarcó todos los ámbitos, desde residencias y condominios hasta hospitales y escuelas, hoteles y planes de urbanización.
Su interés por la vivienda popular, o de interés social, responde a su preocupación ante el vertiginoso crecimiento demográfico del país y a la consiguiente búsqueda de soluciones para racionalizar el incipiente caos urbano. Dentro de su enfoque, la inevitable densificación del tejido metropolitano debía ir acompañada de una mejora en la calidad de vida del usuario y de espacios comunes acordes con las nuevas formas de relación.
Así, sus proyectos de bloques aislados rompen el esquema de la ciudad de calles-corredor, impulsando a la vez la idea higienista del Movimiento Moderno, basada en la buena ventilación y asoleamiento de las viviendas, que cuentan con circulaciones verticales, amplias vistas y una mejor calidad de servicios. Estos conceptos, que hoy resultan obvios, constituyeron en su momento una auténtica revolución. La manera en que Pani resolvió la tipología racional de la vivienda para familias de escasos recursos representa un logro de trascendencia social, ya que sus programas domésticos lograron dignificar la calidad de vida dentro de una notable economía espacial.
En 1948 recibió el encargo de su primer proyecto habitacional a gran escala: el conjunto multifamiliar Presidente Miguel Alemán. Se trata de un conjunto de edificios altos dispuestos en líneas paralelas y perpendiculares, insertos dentro de espacios ajardinados. En un principio, el encargo era de trescientas viviendas unifamiliares. Pani consiguió cuadriplicar el programa, aportando al lenguaje arquitectónico mexicano buena parte del vocabulario corbusiano. Así surgen la supermanzana —donde se diferencian las circulaciones rodadas de las peatonales—, el condominio —para el cual, merced a sus gestiones, se promulgó una ley que modificó el régimen de propiedad y, por lo tanto, la manera de planificar y habitar la ciudad— y el multifamiliar, dando paso a los conjuntos de vivienda en altura, con espacios abiertos para jardines comunes, servicios sociales, educativos y comerciales.
Tras realizar múltiples proyectos, en 1964 Pani concibió y construyó otro conjunto paradigmático: la Ciudad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, donde las enseñanzas de pioneros racionalistas como Ludwig Hilberseimer desembocaron en los patéticos extremismos de una modernidad deshumanizadora, común tanto en el Este comunista como en el Occidente capitalista de esos años. Un rasgo de su obra que, a menudo, se suele obviar, optando por privilegiar una visión monolítica de tinte hagiográfico.
Esta consideración tal vez confiera un equilibrio más ecuánime a su visión totalizadora del quehacer urbanístico, en el intento de aportar soluciones a la multiplicidad de problemas que plantea proyectar la ciudad del futuro, sin ignorar las necesidades del presente. En México, Pani constituyó un caso único de creatividad y espíritu empresarial ligados a una honda intuición histórica. A ello se debe la concepción de grandes proyectos de interés público, como los primeros planes reguladores, en los años cincuenta, entre los que destacan el Plan Regional de Acapulco, los Planes Maestros de Mérida, Matamoros y las ciudades fronterizas del norte, el estudio para la Planificación Henequenera de Yucatán, y el Plan Maestro para la reconstrucción de Managua (Nicaragua), en 1974.
Con ese mismo impulso nacieron sus proyectos de gran escala como la Ciudad Universitaria (1950-52), Ciudad Satélite (1954) y el Crucero Reforma-Insurgentes (1944), que en su visión orgánica del urbanismo expresan el espíritu de toda una época. Aun con funciones tan disímiles, dichas obras aspiraban a convertirse en centros autosuficientes, generadores de un profundo impacto sobre la comunidad: ya sea el proyecto colectivo de Ciudad Universitaria —realizado en coautoría con Enrique del Moral—, como institución cultural de alcance nacional; Ciudad Satélite, como polo habitacional ligado al desarrollo económico, con la incorporación de un modelo de vida y de urbanismo típicamente estadounidense; o el crucero Reforma-Insurgentes, como centro residencial, comercial y administrativo, que desde su contundencia monumental provoca una cierta nostalgia de lo que pudo haber sido, y no fue, el nuevo centro neurálgico de la Ciudad de México.
Su capacidad de vislumbrar un nuevo concepto de ciudad le permitió realizar secuencias o "paseos" arquitectónicos, que tenían en el nuevo dinamismo urbano su escenario privilegiado. Autor de auténticos hitos urbanos, que se convertirían en signos inconfundibles de la ciudad, Pani constituye una figura compleja y seductora, situada en el centro de una honda transformación del país, en la que supo intervenir proyectando, construyendo y divulgando en todos los ámbitos del quehacer arquitectónico.
Pero resultaría parcial ignorar que el espíritu de su actuación multifacética refleja asimismo una visión acrítica de la arquitectura, ligada a una confianza ciega en el mito del progreso y de la prosperidad alemanista, del que fue el propulsor más entusiasta. Es en este contexto que la obra de Pani, junto con la merecida revaloración propuesta en esta exposición, requiere una relectura crítica que permita ver las luces y sombras de una personalidad que encarna una de las máximas expresiones del arquitecto como hacedor de su tiempo y lugar, convencido, con una original mezcla de lucidez y eufórico protagonismo, de su papel en el curso de una historia: la de la arquitectura mexicana del siglo XX. –