I
Se alza la pregunta sin respuesta
como una polvareda en campo abierto
llevando el grito silencioso de siempre…
¿Podremos reencontrarnos algún día
en un sueño virtual que no divida
nuestra vida en dos partes desiguales
sin nada que atender más que el reclamo
de seguir fatigando este desierto?
Porque en el breve espacio de una vida
no se puede olvidar que el Dios del tiempo
también tiene sus cóleras y humores.
ii
Hemos venido a vivir en este mundo
con forma humana y corazón antiguo,
con aire de familia y en racimos individuales,
cuales frágiles flores que en su encanto
saben del viaje y del quedarse en casa
como si fueran una sola cosa.
Como si fuera lluvia de palabras
y mucho más que pálidas cenizas
el verbo vuelto tiempo a la intemperie.
Y ahora resulta que con uno
o dos avisos previos a lo sumo,
desde la orilla remota donde el cielo
vuelve iluminación su última hora,
vemos venir un círculo creciente
y añoramos el agua recién nacida.
Añoramos la suerte
de aquellos que nos precedieron
y que en la hora de la hora
supieron encontrar su valor y desapego.
iii
Pero es justamente por eso
que hemos venido a vivir a esta tierra:
para ver si en la casa ancestral
siguen abiertas las ventanas
batidas por el viento,
al abrigo de los deseos,
en un punto donde se decanta
la más alta probabilidad de reconocer
que podríamos llegar a ser hermanos…
Aceptando tal vez que esta estructura
es más que un andamiaje preparado
para cantar a las aves y su vuelo;
es más que una escalera y un camino
que se construye con cada nuevo paso.
Porque a pesar de las sombras y la luz
provenientes de oriente y occidente
sigue latiendo un solo corazón
y diez mil rostros multiplicados
por diez mil espejos.
Pero más allá de las preconcepciones y los juicios
que anteceden al sitio y a la espera
de un balance total, nosotros meditamos…
Y por el momento queda claro
que los vendedores de visiones
no tienen que rendir cuentas aún. ~