El propรณsito deliberado de mi viaje a Chile era muy sencillo: habรญa sido testigo del triunfo electoral de Salvador Allende en 1970, y querรญa serlo del triunfo de Michelle Bachelet, y escribir un testimonio muy personal de dos hechos de la vida de este paรญs, separados por nada menos que 35 aรฑos.
Pero yo querรญa y creรญa que la campaรฑa de la Bachelet (como le dice todo mundo aquรญ a las mujeres, echando por delante el artรญculo) serรญa, en el aรฑo de 2005, una reactualizaciรณn de lo vivido en 1970: que el propio estilo de hacer polรญtica no habรญa sufrido cambios. De hecho querรญa recuperar a un Chile, y mรกs exactamente a un Santiago de Chile, que se me habรญa quedado prendido a la memoria, el de las grandes concentraciones โalgunas en el espacio cerrado del Teatro Caupolicรกn, que se encontraba en un sector muy popular del antiguo Santiago.
Mi afรกn era por supuesto inรบtil, nacido de una fantasรญa pueril: que la vida de la capital de Chile se habรญa detenido y que ahora, en diciembre de 2005, se trataba simplemente de retomarla. ยกPero cuรกnto viviรณ este querido paรญs desde entonces! Tres aรฑos tan sรณlo del gobierno de Unidad Popular, no exento para nada de contradicciones, en el que algunos impacientes, al querer llegar al socialismo por segunda ocasiรณn en Amรฉrica Latina, colaboraron a que se tensara la cuerda hasta que se rompiรณ, dejando a la izquierda aislada y cada vez mรกs dรฉbil frente a una de las mรกs extraรฑas, rancias y prepotentes oligarquรญas del continente. Los resultados son de todos conocidos: el contundente golpe militar de Augusto Pinochet, que, auxiliado por la Fuerza Aรฉrea con un par de aviones, incendiรณ el 11 de septiembre el palacio presidencial de La Moneda. El mundo contemplรณ azorado, indignado e impotente cรณmo un generalote acababa con un gobierno que habรญa suscitado tantas esperanzas, pero que no habรญa alcanzado a โtomarโ el poder, es decir, a alterar la estructura politicoeconรณmica de Chile, para instaurar un socialismo democrรกtico que podรญa ser un ejemplo, si no por imitar, sรญ por seguir en lรญneas generales a cargo de otros paรญses de Amรฉrica Latina.
Aรฑos atrรกs, 35 aรฑos, las campaรฑas fueron muy diferentes. Grandes multitudes en La Alameda, la calle mรกs prolongada y emblemรกtica de Santiago, detrรกs de sus respectivos candidatos: Jorge Alessandri, ex presidente, representando a la derecha, del Partido Nacional; Radomiro Tomic, candidato centrista del Partido de la Democracia Cristiana, el partido en el poder, y Salvador Allende Gossens, del Partido Socialista de Chile, a quien, tras algunas negociaciones, creo que no muy complicadas, finalmente mencionรณ el secretario general del Partido Comunista, Luis (Lucho) Corvalรกn, una tarde soleada, como el candidato definitivo a la Presidencia por parte de la Unidad Popular. Ocurriรณ al fondo de la calle Bulnes, que comienza detrรกs de La Moneda. Allรญ se encontraban Neruda y Tarud. Me parece que Salvador Allende llegรณ un poco despuรฉs, como culminaciรณn del momento climรกtico que anunciรณ Lucho Corvalรกn, con un sรญmil papal: โYa hay humo blanco, el candidato de la Unidad Popular se llama Salvador Allende.โ
En ese momento estallaron el entusiasmo y la algarabรญa, y los gritos inolvidables de la multitud: โAllende, el pueblo te defiendeโ, โNeruda, el pueblo te saludaโ. Para corresponder como corresponde a un poeta, Neruda, con una boina vasca que raramente se quitaba en los actos de campaรฑa, se sacaba de una de las bolsas de su saco un paรฑuelo blanco y lo agitaba frente al pueblo.
El proceso electoral tambiรฉn se convirtiรณ en un torneo de oratoria entre Tomic y Allende. Jorge Alessandri no se rebajรณ a participar en รฉl, no era muy amigo de andar entre multitudes, pero en la televisiรณn se le veรญa, ascรฉtico y aristocrรกtico โaunque sin fortuna personalโ, advertir, con mano aquejada por el mal de Parkinson, โno me temblarรก la mano para gobernarโ, en una actitud que despuรฉs de todo no era patรฉtica.
El mejor orador era sin duda Tomic โpero con un partido mucho mรกs debilitado de lo que se creรญa en ese momentoโ, que transformaba la voz, la modulaba fascinando a sus adherentes.
Salvador Allende era otra cosa. Por ejemplo, en el acto al que fueron convocadas nada mรกs las mujeres de la Unidad Popular, quizรก el acto mรกs conmovedor que recuerdo โmirรกndolo aparte, desde la acera, como muchos otros hombresโ, iniciรณ su discurso asรญ: โMujeres de Chile, hermanas en el dolor y la esperanzaโ, de una manera mรกs bien convencional, pero sonaba bien y era convincente. El acto fue en el gran espacio detrรกs de La Moneda, frente a la mencionada calle Bulnes, y hasta allรญ iban llegando los contingentes de mujeres, pasaban y pasaban hasta que se llenรณ el รกrea, ordenadas, disciplinadas, combativas, con rostros de satisfacciรณn y orgullo: รฉsa era su marcha, iban a su mitin. Soledad Alvear, que dejรณ el Ministerio de Relaciones Exteriores para postularse a la Presidencia como precandidata de la Concertaciรณn por la Democracia, declinรณ ante Michelle Bachelet. Mujer inteligente, democristiana, siempre sonriente, siempre agradable, afirmรณ a un diario chileno, por razones obvias: โLa onda es mujerโ, algo que finalmente se hizo mรกs efectivo el 15 de enero, dรญa que ganรณ Michelle Bachelet las elecciones.
Pero 35 aรฑos antes, ese dรญa de la marcha de las mujeres, la onda (palabra que circulaba en Mรฉxico y supongo que aquรญ tambiรฉn) fue mujer, el dรญa fue mujer, y todas llegaron al encuentro conscientes y altivas. Recuerdo โo inventoโ que las รบnicas en llegar como tromba al lugar del encuentro fueron las mujeres del famoso barrio obrero de San Miguel. Asรญ llegaban a todas las marchas, con los maridos, encabezados por los hermanos Palestra, socialistas. Pero ese dรญa llegaron solas.
Antes de cada marcha, los obreros solรญan concentrarse en jardines y en bosquecillos de Santiago, inconfundibles y dignos, con sus mejores sacos y muchos de ellos con gorritas a la europea. Extendรญan sus mantas, muchas de ellas aludiendo a la Confederaciรณn Unida de Trabajadores de Chile (la CUTCH), otras con consignas, y al rato las canciones, algunas estrofas acerca de los mineros, los del carbรณn de Lota y Coronel, los del cobre del Teniente… El trabajo de los mineros, el mรกs desgastante del mundo:
Los seรฑores de la mina
Se han comprado una romana
Para pesar el dinero
Que todita la semana
Le roban al pobre obrero.
Y algunas otras mรกs expresivas:
Cuando querrรก el Dios del cielo,
Que la tortilla se vuelva,
Que los pobre coman pan
Y los ricos mierda mierda.
Al fin llegรณ el dรญa de las elecciones, 4 de septiembre de 1970. Santiago y todo Chile estaban en vilo, la campaรฑa habรญa sido ardua y crispada, y ese mismo dรญa (sรญ, ese mismo dรญa) se conocerรญa al nuevo presidente de Chile. Jorge Alessandri ya lo habรญa sido, รฉl habรญa entregado la Presidencia a Eduardo Frei Montalvo (cuyo gobierno demรณcrata cristiano, por cierto, es el que me otorgรณ el asilo), quien desde luego habrรญa querido entregรกrsela al imponente โpor su voz y elocuenciaโ Radomiro Tomic; y Salvador Allende, mucho antes que Lula y Mitterand, era la cuarta ocasiรณn que se postulaba. Y de hecho, en la segunda ocasiรณn, en 1958, pudo haber ganado, pero a la derecha se le ocurriรณ, no inopinadamente, sino con una intenciรณn de obvio sabotaje, enviar a las elecciones a un oscuro personaje que en adelante dejarรญa de serlo, aunque de triste memoria, hasta el dรญa de hoy conocido como โel cura de Catapilcoโ, un lugar remoto en el que oficiaba en las tinieblas, y cuyo nombre, Antonio Zamorano Herrera, me fue proporcionado por Ricardo Yocelevsky, allรก en Mรฉxico. Este cura, usando un lenguaje radical y exaltado, con una evidente intenciรณn provocadora, quitรณ a Allende la cantidad suficiente de votos para que no llegara a la Presidencia.
Pero ese dรญa, con Santiago y el paรญs a la expectativa, se asistรญa a la culminaciรณn de una campaรฑa en la que todos se habรญan involucrado. Por la televisiรณn pronto se supo, mientras se iban ofreciendo los datos preliminares, que la pelea final era entre Alessandri y Allende, las figuras mรกs extremas del proceso electoral. Los atribulados representantes de la Democracia Cristiana dijeron en la televisiรณn, con voces apagadas, que sus receptores de datos se habรญan descompuesto.
Finalmente, y por un mรญnimo de diferencia, se supo que Salvador Allende Gossens habรญa sido elegido presidente por los ciudadanos de Chile. Asรญ lo reconocieron esa noche sus dos contendientes.
La noche santiaguina se empezรณ a poblar nuevamente de personas y voces, y al rato eran multitudes y voces que se dirigรญan โยฟadรณnde si no?โ a la Alameda, al local de la Federaciรณn Estudiantil de Chile, en cuyo balcรณn aparecerรญa Allende, ademรกs de varios de los lรญderes de los partidos que constituรญan la Unidad Popular.
Yo me encontraba viviendo en una buhardilla que me habรญan prestado los estudiantes de economรญa en una casa en la que vivรญan, enfrente de su propia escuela; con ellos estuve viendo el desarrollo del conteo. Cuando se dio a Salvador Allende como ganador de la contienda yo no lo podรญa creer. Ese mismo dรญa tanto Alessandri como Tomic reconocieron el triunfo de Allende. Ventajas de un paรญs civilizado al que aprendรญ a respetar y a querer. Salimos del local que se encontraba en la avenida Repรบblica, arbolada y hermosa, y enfilamos rumbo a la Alameda unas cuantas cuadras, allรญ doblamos hacia la derecha para alcanzar el local de la FECH; pero antes fui testigo de un hecho que recordarรฉ para siempre.
Un buen nรบmero de jรณvenes democristianos delante de nosotros obstruรญa la Alameda; preguntรฉ y se me dijo que ahรญ estaba el edificio de la Juventud de la Democracia Cristiana, los grandes perdedores de esa jornada, pero โseguimos nomรกsโ, como se dice en Chile.
En previsiรณn de la bronca que me esperaba, me anudรฉ con fuerza las agujetas de los zapatos. Pero cuรกl no serรญa mi sorpresa cuando observรฉ que, al llegar nuestro contingente a unos metros de los jรณvenes democristianos que obstruรญan el paso, dejaron franca la vรญa de la Alameda y desde la banqueta de su recinto gritaron fuerte: โยกTomic presente, Allende presidente!โ No es que no lo creyera, es que ese acto de verdadera nobleza no encajaba de ningรบn modo en mi conciencia, que se encontraba todavรญa conformada por las arbitrariedades y la violencia, por la intolerancia de la desproporcionada rudeza del gobierno en el 68 mexicano, y tambiรฉn por las noticias y a veces los periรณdicos que me llegaban de Mรฉxico. Comparaba lo que vivรญa en Chile con las insulsas elecciones mexicanas โque ese aรฑo de 1970 coincidieron por ciertoโ, las de Luis Echeverrรญa รlvarez, con las de tres candidatos de veras… Y todavรญa me faltaba lo peor en Mรฉxico, al regreso mรญo y de los mรกs importantes presos polรญticos mexicanos que llegaron a Chile prรกcticamente desterrados por Echeverrรญa: encontrarme en San Cosme con otros muchachos extraรฑa e intencionalmente ostentรกndose jรณvenes. Era el 10 de junio de 1971, y ellos eran Los Halcones. Y luego vรฉnganme a decir que la โdemocracia puramente formalโ que vivรญ en Chile no sirve para nada.
Cuando llegamos al local de la FECH la multitud ya era enorme, y llegaban cada vez mรกs militantes y simpatizantes de la Unidad Popular que esa noche habรญan derrotado a โlos momiosโ (palabra muy ilustrativa y hasta plรกstica que se endilga a la derecha chilena), y desde luego, ese acto medio adolescente y medio naรฏf que todos, exultantes, representรกbamos: โยกEl que no salte es momio!โ En el balcรณn de la FECH recuerdo a Josรฉ Tohรก y su figura alta, delgada, quijotesca, junto con varios otros dirigentes de la Unidad Popular. Tohรก, tres aรฑos mรกs tarde, morirรญa en la isla Dawson, como casi todos los que ese dรญa, desde el balcรณn, se presentaban victoriosos; ellos morirรกn en la siniestra isla o en alguna otra de las mazmorras de Augusto Pinochet y secuaces.
Vivรญ la experiencia de la democracia, la รบnica que hay, y estoy dispuesto a aceptar incluso la mala leche de los que le dicen โla democracia realmente existenteโ, aunque con matices en Chile, que ya entonces la hacรญan una de las mรกs vigorosas del planeta. Esa democracia sobre la que tanto el izquierdista Bobbio (el mayor de todos, creo yo) como el conservador Giovanni Sartori han escrito pรกginas sin desperdicio, fue para mรญ, y cosa mรกs importante, para los chilenos, una vivencia, un estado de รกnimo, un clima espiritual civil. En suma, una actitud que hacรญa a los chilenos declarar su filiaciรณn polรญtica prรกcticamente antes de que les preguntaras: โDe todas maneras, yo, Alessandriโ; โLรณgico, Allendeโ; โTomic, pu, ยฟy quiรฉn mรกs?โ Aquรญ nada del embozado y falaz, โel voto es secretoโ, sino discusiones por fortuna interminables: la gente de una calle seรฑalando, mรกs en broma que en serio: โAhรญ viven comunistasโ, โรฉsa es una casa de momiosโ. Todos con su bandera, su color, su elecciรณn, finalmente libre y soberana.
Lleguรฉ a Santiago de Chile el 2 de octubre de 1969 (un aรฑo exacto despuรฉs de nuestra fecha trรกgica), protegido por los canales diplomรกticos que se usaban en muchas partes del mundo, pero por primera vez por un mexicano: mi salvoconducto, entregado por la Secretarรญa de Relaciones Exteriores de Mรฉxico, a peticiรณn de su par chilena, era el nรบmero uno. El caso es que ya en Santiago de Chile, y desde algรบn telรฉfono pรบblico cercano al hotel Albiรณn, me comuniquรฉ con el escritor refugiado espaรฑol don Francisco Giner de los Rรญos, cuyo telรฉfono me habรญa dado el inolvidable Bernardo, hijo mayor del escritor y amigo mรญo, desgraciadamente ya fallecido.
Don Francisco, que en esos momentos trabajaba para la CEPAL, a las รณrdenes directas de Raรบl Prebitch, fue mi mecenas durante mucho tiempo despuรฉs de que se agotara el dinero que me entregรณ el ilustre y querido Javier Barros Sierra, en su propia oficina, en el piso sexto de Rectorรญa. El caso es que don Paco ideรณ una pequeรฑa estratagema para que yo no resistiera mal. Previendo que se acabarรญan los recursos antes de que pudiera trabajar en algo, me pidiรณ que le diera a guardar el dinero y que รฉl me lo irรญa soltando conforme lo fuera necesitando. Calculo que me dio varias veces el dinero que llevaba, pero no como mecenas sino por pura generosidad, porque no entreguรฉ a cambio obra artรญstica alguna. Ademรกs รฉl y su esposa, Marรญa Luisa Dรญez Canedo, tambiรฉn refugiada y de familia de intelectuales, como la de don Paco, me abrieron su casa para comer o cenar ahรญ prรกcticamente todos los dรญas y durante varios meses. Con ellos vivรญa su hijo menor Francisco, a quien apodaban familiarmente โel Chaparroโ, no sรฉ por quรฉ, puesto que ya en aquel entonces era un jovencito muy alto.
Una de las primeras gestiones que don Paco hizo por mรญ fue la de hablar con el propio Salvador Allende, amigo suyo, para que yo pudiera sostener una entrevista con el ya entonces legendario militante socialista, y precandidato a la Presidencia de la Repรบblica. Calculo que fue a fines de 1969 o principios de 1970. Allende me citรณ en sus propias oficinas del Senado; me presentรฉ terriblemente cohibido, pero me recibiรณ afectuosamente. Apenas intercambiรกbamos las frases iniciales cuando me invitรณ a comer a su aรบn no tan famosa casa de la calle de Guardia Vieja. Salimos del edificio del Senado y abordamos su auto, un Mercedes Benz que no era del aรฑo (me recordรณ al Jaguar, tampoco del aรฑo, de Manuel Marcuรฉ Pardiรฑas cuando trabajaba con รฉl en la revista Polรญtica, en las calles de Bucareli… pero eso es otra historia). En Santiago yo iba de sorpresa en sorpresa: รฉl mismo manejรณ el auto hasta su casa, y no habรญa ya no digamos guaruras, sino ni edecanes, infaltables en Mรฉxico para cuidar a cualquier funcionario de medio pelo de nuestra mรกs bien gruesa y laberรญntica burocracia.
Mientras charlรกbamos animadamente, es decir, cuando abandonรฉ mi cuasimutismo inicial, el Mercedes de Salvador Allende se deslizaba a la orilla del rรญo Mapocho, y al abordar el inevitable tema de las comparaciones entre Chile y Mรฉxico, me dijo unas palabras que no he olvidado; la esencia es รฉsta: โPolรญticamente, la รบnica gran diferencia entre su paรญs y el mรญo โsiempre me tratรณ de ustedโ consiste en que en Mรฉxico no hay democracia, y en Chile sรญ.โ Me lo dijo directamente, sin las complicadas disquisiciones que acompaรฑan el discurso de los cientistas sociales. Y segรบn me he esforzado en relatar, era cierto, la democracia en Chile era y es, recuperada tras la larga noche de Pinochet, un ejemplo digno de encomio en cualquier parte del mundo.
Quizรก valga la pena que relate un hecho que no tiene que ver con un gran polรญtico chileno, sino con un poeta mayor, Pablo Neruda. Redactรฉ, en el transcurso de 1971, un texto en el que se pedรญa la libertad de los presos polรญticos mexicanos; busquรฉ a varios intelectuales, todos firmaron, entre ellos el economista Paul Sweezy y Julio Cortรกzar. Tal vez el รบltimo que lo firmรณ fue el poeta del Canto general.
Me encontraba en Viรฑa del Mar, adonde habรญa sido invitado por mi amigo Rodrigo Alvayay, tambiรฉn desgraciadamente fallecido. Iba tambiรฉn otro gran amigo, en aquel entonces todavรญa estudiante de economรญa, Ricardo Infante. Casualmente, nos enteramos de que uno de esos dรญas Neruda iba a ofrecer un recital con su poesรญa en la Universidad de Santa Marรญa, en Valparaรญso, el hermoso puerto chileno casi conurbado con el balneario de Viรฑa. El caso es que el hermano de Rodrigo Alvayay, que era al que menos conocรญa y del que desgraciadamente he olvidado el nombre, fue el que me acompaรฑรณ al recital de la Santa Marรญa.
El recinto era grande y se encontraba semivacรญo, siendo que Neruda llenaba con creces cualquier auditorio de cualquier parte del mundo. Pero la escasa asistencia poco le importรณ al poeta, que se presentรณ en el escenario vestido con un terno (una combinaciรณn, decimos aquรญ) de saco azul marino y pantalรณn azul claro, y sin mayor preรกmbulo empezรณ a decir su poesรญa con esa voz cansina y como arrastrada, algo nasal, que todos conocemos en sus grabaciones. Muchos de los poemas me los sabรญa de memoria. Yo estaba interesado en los poemas, pero sobre todo querรญa pedirle la firma, si he de ser sincero. Pronto, sin embargo, lleguรฉ a la convicciรณn โno desmentida hasta el dรญa de hoyโ de que me encontraba ante el ser mรกs impresionante y entraรฑable que habรญa visto en mi vida. Su propia voz, que para nada lo favorece en las grabaciones, adquirรญa una profundidad y unas tonalidades que la hacรญan รบnica y magnรญfica.
Al terminar el recital subรญ en compaรฑรญa de Alvayay a acercarme al poeta, que por fortuna no estaba muy solicitado. Cerca de รฉl, muy discreta, estaba su esposa Matilde Urrutia. Le expliquรฉ el motivo de mi presencia, extendiรฉndole el texto, que firmรณ sin leer. Y me dijo: โDuro para sus compaรฑeros, pero sรฉ que Echeverrรญa los va a dejar en libertad.โ Y tal como lo expuso ocurriรณ unos meses despuรฉs, cuando tras varias vicisitudes y escalas desafortunadas, llegaron doce presos polรญticos al buen puerto de Chile… Pero รฉsa es otra historia. ~