Se oye decir, con demasiada frecuencia, que el Crack es un pujante grupo literario. Algunos celebran sus éxitos editoriales mientras otros, más mesurados, denuncian sus resultados narrativos. Pocos, no obstante, se detienen en un punto anterior: el Crack, como grupo literario, no existe. Dos premios y una campaña publicitaria no hacen un grupo narrativo, menos una vanguardia. No hay vínculos estéticos entre sus integrantes ni una visión literaria compartida. Lejos de ellos está la sistemática inteligencia de otros grupos, como el Nouveau Roman o el Oulipo, y más lejos sus resultados. Ni siquiera personalmente son dueños de proyectos narrativos claros; cambian libro a libro y no tienen principios teóricos que los guíen. Acaso un rasgo los une: su tino editorial, su habilidad para escuchar las cambiantes necesidades del mercado. Son un fenómeno comercial, no literario.
El caso de Pedro Ángel Palou, uno de ellos, es transparente. A la manera de sus compañeros, no tiene un estilo personal y menos un proyecto literario. Dueño de un oficio probado, escribe cada libro de modo distinto y nunca apunta en un mismo sentido. Inútil buscar en su obra la coherencia literaria de, digamos, Mario Bellatin o cierta fidelidad a una voz íntimamente decantada. Es un autor tornadizo: va de aquí para allá sin alejarse nunca de los requisitos editoriales inmediatos. Desde luego es violenta, previsiblemente disparejo. Tiene obras relevantes, como Demasiadas vidas o En la alcoba de un mundo, y otras francamente insostenibles. Con la muerte en los puños, su novela más reciente, es un triste ejemplo de lo último: un libro inocuo, malogrado, quizá trabajado apresuradamente. No sirve para afianzar su obra sino para dispersarla. No avanza en la construcción de un estilo, sino en la destrucción de los pilares anteriores. Es uno de esos raros libros vueltos contra su propio autor.
El interés del libro reside, casi exclusivamente, en el tema abordado. Palou apenas si tiene otro objetivo que el de escribir sobre un asunto poco trabajado, el boxeo y la caída de sus campeones. No lo mueve un ánimo formal sino anecdótico: tiene un tema, y a su alrededor dispone, forzadamente, personajes, imágenes, atmósferas. El resultado es obvio: el asunto, carente de los recursos apropiados, permanece en tinieblas. La historia, por ejemplo, se construye a través de meros lugares comunes. Baby Cifuentes, ex campeón de peso welter, atraviesa una a una las escalas del calvario típico: la pobreza, las mujeres, las drogas y, una vez más, la miseria. Nada sorprende y nada cobra intensidad en los 15 rounds que dura el itinerario. El libro se mantiene, deliberadamente, a nivel de suelo. Palou no apunta alto: sus modelos son las películas de Juan Orol o de los hermanos Almada. Curiosamente, busca su justificación en una estética de la fealdad, y desgraciadamente la encuentra: no la justificación sino la fealdad, el añorado mal gusto. Encanto dudoso: un libro que se dilapida a sí mismo.
La novela también fracasa en el punto más sensible: en la recreación del lenguaje popular. Palou entrega la voz a Baby Cifuentes, y éste narra no en español sino en chilango, esa calamidad. El tono es coloquial y los giros, de barrio. El discurso se arma desorganizadamente y nada apunta hacia una estilización del habla popular. El objetivo es la autenticidad: plasmar con realismo la voz de un pugilista emanado de la miseria. Al principio, la tarea se cumple medianamente; después, todo se torna fácil y mecánico. Palou abusa de un método bárbaro: salpicar groserías aquí y allá. Dice su protagonista: “Me encanta el mar, me pone pendejo. Puedo pasarme toda la noche viendo las olas; pinches necias: vienen, van, no se cansan. Estallan, madres, pinche espuma, y luego se regresan por donde vinieron las hijas de su chingada madre y vuelven.” La letanía, como las olas, no se detiene; acumula insolencias para arrojarlas, un segundo después, a las playas del lector desprevenido. No hay siquiera el intento de llevar esos restos a las aguas de la literatura; prevalece lo contrario: el afán de arrastrar la literatura hacia las costas más populares. Lo literario se somete a lo popular, como el agua a su oleaje.
Ese populismo lastra todo el libro. Cada página parece escrita para satisfacer a un público poco exigente, menos interesado en la literatura que en el pugilismo. Casi todo está allí para consentir los gustos de un lector mayoritario: la sordidez de dos o tres escenas sexuales, la tosquedad de algunos juicios políticos, el alegre intelectualismo. Una y otra vez, Baby Cifuentes advierte que no escribe para sus amigos intelectuales sino para sí mismo, tan popular como sus lugares comunes. Disculpa pobre: escribir literatura dudosa bajo el pretexto del populismo. Palou comparte, de este modo, un equívoco corriente: creer que la literatura, para ser popular, debe ser menos fina. Este libro argumenta en favor de la tesis: sacrifica los valores literarios a cambio de un impacto comercial mayor. No es tanto una obra literaria como un producto editorial. Dice más de él el número de ejemplares vendidos que cualquier juicio literario. Pertenece menos a nuestro librero que a la librería. ~
es escritor y crítico literario. En 2008 publicó 'Informe' (Tusquets) y 'Contra la vida activa' (Tumbona).