Orígenes ignorados

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Cuando los liberales mexicanos del siglo XIX quisieron modernizar el país, sintieron como lastres la cultura indígena, la cultura hispánica, la cultura católica. Querían ver hacia adelante, no hacia atrás. Sus modelos fueron la Francia jacobina y, sobre todo, los Estados Unidos. Eran mestizos y católicos, pero no esperaban mucho de sus raíces, sino de sus alas: el progreso, la modernidad universal.
En cambio, los conservadores afirmaban sus raíces. Desde luego, las hispánicas y católicas. Pero también las indígenas, desde una perspectiva misionera y universalista, que veía en estas culturas una especie de pasado clásico, coronado por el cristianismo, como sucedió en la cultura grecolatina. Para ellos, el progreso universal era el cristianismo.
     Desgraciadamente, liberales y conservadores prefirieron matarse que escucharse. El resultado fue una calamidad, cuyas secuelas no han desaparecido. La convivencia política no pudo organizarse en un régimen plural. Los conservadores no sólo fueron derrotados por las armas: el Partido Conservador des-apareció y el pensamiento conservador fue (supuestamente) exterminado. Supuestamente, porque no era posible matar a todos los conservadores, ni exterminar todas sus ideas. Lo que sucedió, a partir de Porfirio Díaz, fue que la única manera decente de que las ideas conservadoras fueran aceptables consistió en declararlas progresistas. La mentira oficial fue (y sigue siendo) la “solución” para la unidad nacional. En vez de que liberales y conservadores debatieran, se sometieran al voto y alternaran en el poder (la unidad plural, en vez de monocrática), el poder quedó a cargo exclusivo de los liberales (después revolucionarios y tecnócratas), aunque sus programas incorporaran de hecho ideas y personas conservadoras. El proyecto conservador de Lucas Alamán (autocracia y desarrollismo) se volvió el programa progresista de los liberales y Científicos en el poder hasta 1910, de los revolucionarios y tecnócratas en el poder hasta hoy.
     Este subdesarrollo político ha tenido efectos culturales, porque un régimen construido sobre la mentira cuida la buena administración de la verdad. Y la verdad bien administrada no es sólo cuestión de tribunales, leyes, policías, peritajes, prensa; también de escuelas, libros de texto, museos, universidades, cultura. Con la sofocación de los vencidos, zonas enteras de la realidad y de la historia desaparecieron de la atención pública. La conciencia nacional sufrió una mutilación.
     Afortunadamente para el tema (no la realidad) indígena, el discurso oficial recuperó el indigenismo. El tópico de las culturas previas como pasado clásico, que en el siglo XVIII sirvió para legitimar a los criollos aspirantes a los puestos de poder (frente a los advenedizos que enviaba la Corona española), acabó sirviendo para legitimar al Estado nacionalista. Los temas conservadores (indigenismo, nacionalismo) se volvieron progresistas.
     En 1825, el primer presidente de México, Guadalupe Victoria, inaugura el Museo Nacional, organizado por su ministro de relaciones interiores y exteriores, Lucas Alamán. De aquella buena idea conservadora (en los dos sentidos de la palabra) viene el actual Museo de Antropología, donde puede verse el fósil de una mazorca del maíz diminuto que existía hace miles de años, cuando los agrónomos indígenas todavía no lo domesticaban ni desarrollaban. Y es que la revolución agrícola (seamos nacionalistas) empezó en México antes que en las islas británicas (donde empezó la revolución industrial antes que en México). Ver estas maravillas, salir del museo donde se glorifican las culturas indígenas y toparse con indios emprendedores que venden sabrosísimos elotes, pero ganan muy poco, es un contraste brutal entre lo indígena como tema exaltante de la falsa conciencia y como realidad humillante de un país consciente de sus raíces indígenas. Pero al menos existe la recuperación temática, que vuelve manifiesto el contraste. En otros países, las culturas indígenas han sido borradas de la conciencia moderna, cuando no de la realidad.
     Sucede lo mismo con otros orígenes ignorados. En particular, los orígenes cristianos de la modernidad. Aunque no es imposible que el budismo desembocara en la conciencia crítica moderna, este hecho histórico en la evolución humana se dio en el cristianismo. Pero es un hecho del que la conciencia moderna no tiene tanta conciencia (paradójicamente). No menos paradójico es que la Iglesia hoy vea la cultura con indiferencia y, en el mejor de los casos, como tierra de misión. Entre las pocas autoridades religiosas interesadas, predomina el concepto de “evangelizar la cultura”. Lo cual es decir (con lamentable exactitud): la cultura son los otros.
     Haydée Santamaría, que fue directora de la Casa de las Américas (y simbólicamente se suicidó un 26 de julio), se defendía de las presiones de su propio partido diciendo: No se puede convertir a un dedicado comunista en gran pintor; es mejor para la causa que un gran pintor se convierta en comunista, o en simpatizante, o cuando menos en invitado que se deja agasajar, en vez de combatirnos. Pero el verdadero problema de estas tácticas de penetración (en las cuales parecen creer los evangelizadores de la cultura) está en la fe que no produce gran pintura. ¿Por qué la creatividad está afuera más que adentro? ¿Por qué el marxismo creador se dio en Francia, más que en la Unión Soviética? ¿Por qué hay más inquietudes religiosas en los medios culturales que inquietudes culturales en los medios religiosos? ¿Por qué la Iglesia, que hasta hace unos cuantos siglos era la cultura misma: el lugar central de la creatividad en la música, las artes plásticas, el teatro, la literatura, la filosofía, la ciencia, ya no lo es?
     Si los miembros de una comunidad (comunista, católica) no pueden afrontar creadoramente las situaciones nuevas, dentro del marco de referencia disponible para situarlas, ni pueden creadoramente reformarlo, acaban sumergidos en la rutina o abandonándolo, para adoptar alguno que les sirva mejor, aunque resulte postizo; aunque haya sido creado por otros y para otros: para sus necesidades, situación, tradición. La falta de creatividad tiene costos que nadie se imagina para las personas, las instituciones, la sociedad. El liderazgo no es sólo voluntad y carisma. Depende de imágenes, metáforas y símbolos; de construcciones teóricas; de la creación de formas originales de ver las cosas, sentirlas, hacerlas, vivirlas. Muchas conversiones del catolicismo al marxismo, del marxismo al capitalismo, del capitalismo al psicoanálisis o al orientalismo, se explican por la conciencia de una realidad innegable, frente a la cual tienen poco que decir las ideas, sentimientos y creencias disponibles. Se explican, finalmente, por la falta de creatividad artística e intelectual del mundo católico, comunista, capitalista. Una fe que no produce cultura acaba subordinada a las creencias de quienes sí la producen. Si, frente a ciertas realidades psíquicas o sociales, no hay más explicación disponible que las teorías freudianas, marxistas, capitalistas, orientalistas, hasta los que combaten estas teorías acaban utilizando sus planteamientos, sus imágenes, su terminología. Así se paga la falta de creatividad.
     También se paga la memoria perdida. Hay muchas realidades, obras y personas de México que se volvieron invisibles para la conciencia nacional porque quedaron en la zona políticamente incorrecta. Estudiarlas parecía una pérdida de tiempo, cuando no una curiosidad sospechosa. Pero el no escucharse unos a otros acaba en no entender la realidad. Si la verdad oficial es que en México nunca hubo persecución religiosa (una persecución dogmática y sangrienta que superó a la Inquisición), no se entiende la rebelión cristera. Tuvo que venir de Francia un historiador (Jean Meyer) para que la memoria histórica mexicana recuperara otra “visión de los vencidos” que estaba igualmente soterrada que la indígena (recuperada por Miguel León-Portilla); para revelarnos lo que todos sus entrevistados sabían: que tomaron las armas porque no veían otra salida en defensa de su fe. Así la Guerra de Tres Años (1857-1860) entre liberales y conservadores reapareció como estallido y represión de tres años (1926-1929) entre el poder revolucionario y los campesinos conservadores. Pero si la verdad oficial es que los campesinos eran revolucionarios, que el poder era suyo y la Revolución les había hecho justicia, ¿cómo entender la rebelión? Negarse al entendimiento y reprimirlo, no sólo por las armas, sino en la memoria, mutila la inteligencia.
     Otras realidades nacionales que salieron de las catacumbas fueron las multitudes que (ignorando las prohibiciones constitucionales) acudieron a celebrar la primera visita de un Papa a México. ¿No se suponía que el país había superado el oscurantismo, después de tantos años de educación gratuita? El México negado se volvió visible, y puso en ridículo la verdad oficial.
     Las inquietudes espirituales no son reliquias de un mundo folclórico, destinadas a desaparecer con el progreso. Millones de universitarios en los países desarrollados tienen creencias religiosas. Millones que dicen no tenerlas hacen prácticas de meditación, consultan gurús o le echan un vistazo a los horóscopos. El mercado mundial de la astrología, el esoterismo y la espiritualidad nunca fue tan grande como hoy. En vez de disminuir con el desarrollo científico y tecnológico, ha venido creciendo y se concentra en la población educada de los países desarrollados. Los que usan computadoras para calcular posiciones astrales y difundir información astrológica por Internet no son brujos tribales consultados por campesinos.
     Como preparándose a cumplir la profecía de André Malraux (el siglo xxi será religioso), el sentido religioso renace en la cultura occidental, fuera de las iglesias tradicionales. De manera muy obvia, en las prácticas de meditación, ceremonias y lecturas de origen más o menos oriental; en movimientos de adhesión a maestros espirituales; en terapias de realización personal. Pero también en la obra y en las declaraciones de escritores, artistas, investigadores, que se refieren al misterio del cosmos y de la existencia sin adoptar necesariamente una posición confesional.
     Parecería natural que, en esta situación, la conciencia moderna volviera con otros ojos a los clásicos cristianos: para saber de dónde viene, para recuperar la memoria, las raíces de la cultura occidental y hasta elementos útiles en el desarrollo de nuevas expresiones creadoras ante las nuevas inquietudes. Los clásicos cristianos tienen mucho que responder ante las preguntas de hoy, pero la conversación no existe. Tanto las iglesias tradicionales como la cultura moderna vienen de la cultura cristiana, pero la modernidad no está muy consciente de sus orígenes cristianos y las iglesias no están muy conscientes de la importancia espiritual de la cultura. Y ahora, tanto la cultura como las iglesias se enfrentan al vacío de sentido que se extiende por el mundo globalizado.
     Las diferencias que separaron a los cristianos orientales y occidentales, católicos y protestantes, conservadores y liberales, simpatizantes o contrarios al fascismo o el comunismo, las diferencias entre creyentes o no creyentes que se plantean el sentido de la vida, no han desaparecido (ni deben desaparecer, porque la indiferencia y el relativismo “posmodernos” son la negación del sentido), pero son hoy menores frente al vacío que avanza.
     La vacuidad global no puede producir una gran cultura porque todas las grandes culturas han sido encarnaciones de una fe. Después de la derrota y el derrumbe del nazismo y el comunismo, cuya esterilidad cultural fue la encarnación de su vacío, el enemigo hoy es el vacío mismo, que anda suelto por la cultura global.
     Por eso hay que volver a los clásicos: para que nos contagien su animación creadora, que es la mejor defensa contra el contagio del vacío. Más allá de sus creencias y de sus admirables resultados, lo importante son sus planteamientos: las inquietudes que toman en serio la vida, y la suben de nivel por este mismo hecho; las grandes preguntas de la especie humana en sus mejores momentos, que en el atrevimiento de plantearse desatan las respuestas, la animación creadora, el diálogo. Una y otra vez, las vidas personales y las épocas decaídas han renovado su vitalidad releyendo a los clásicos.
      

Es una buena cosa que en México se publiquen colecciones populares de clásicos tan recomendables como la Biblioteca del Estudiante Universitario y Nuestros Clásicos (de la Universidad Nacional), Sepan Cuántos (de Porrúa), Fondo 2000 (del Fondo de Cultura Económica), Clásicos Universales y Biblioteca Contemporánea (de Losada/Océano), Clásicos para Hoy (de Conaculta). Es una buena cosa que la Editorial Jus empiece una colección de Clásicos Cristianos, que no se propone evangelizar la cultura, convertir a los incrédulos, ni predicar a los convencidos. Lo que realmente hace falta es una conversación con los orígenes de nuestra cultura, una acción reflexiva puramente cultural que profundice la autoconciencia moderna, creyente o no creyente. Los traductores y prologuistas no provienen de los medios religiosos, sino de los medios culturales. La colección fue presentada en la feria del Palacio de Minería por poetas, novelistas, críticos literarios y filósofos de aquí y de hoy: Julio Hubard, Javier Sicilia, Francisco Rebolledo, Christopher Domínguez Michael y Mauricio Beuchot. En el consejo editorial estamos Beuchot, Elsa Cecilia Frost, Hugo Hiriart, Hubard, Jean Meyer, Francisco Prieto, Sicilia, Ignacio Solares y yo. Los primeros títulos son los siguientes:
      
     1 Preparación para la muerte de Erasmo, en nueva traducción de Beuchot, que además muestra (en pasajes concretos de Juan de Zumárraga) la lectura de este libro en México desde el siglo XVI. En la presentación, Ramón Xirau subraya la especial importancia que da Erasmo a la conducta práctica, pero en el horizonte de los problemas últimos, donde vivir, filosofar y prepararse para aceptar la muerte convergen. El ensayo fue escrito en 1533, en circunstancias dramáticas, cuando los amigos ingleses de Erasmo veían venir lo peor de Enrique VIII. Y, en efecto, en 1536 fueron decapitados Tomás Boleno, su hija Ana Bolena y Tomás Moro. Ese año también murieron (de muerte natural) Catalina de Aragón y el mismo Erasmo. Según Marcel Bataillon (Erasmo y España), el libro no sólo responde a la petición de un amigo (Tomás Boleno), sino a la preocupación general por la inseguridad. ¿Qué pasa en caso de morir sin recibir los sacramentos? Erasmo tranquiliza al lector: lo importante es la conciencia. No hay que preocuparse de la muerte imprevista por asaltos, huracanes, terremotos, enfermedades, accidentes. Para los no preparados, toda muerte es imprevista, aunque llegue a los cien años. Si el lector piensa en las actuales circunstancias mexicanas y añade al cuadro las ejecuciones del cardenal Posadas, de Donaldo Colosio, de Francisco Ruiz Massieu, salta a la vista que Erasmo se pudo haber quedado en la chismografía o los análisis sociales y políticos, pero no: se remonta a las grandes preguntas sobre la existencia, como pudiera hacerlo un Shakespeare de la monarquía absoluta en México.
      
     2 La Navidad en las montañas de Ignacio Manuel Altamirano, que tomó las armas en la Guerra de Tres Años con un sectarismo feroz. Llegó a decir: “el gobierno desterró a los obispos, en vez de ahorcarlos, como lo merecían esos apóstoles de la iniquidad”; “tengo muchos conocidos reaccionarios; con algunos he cultivado, en otro tiempo, relaciones amistosas; pero protesto que el día en que cayeran en mis manos les haría cortar la cabeza”. Sin embargo, también los vencedores como Altamirano han padecido la sofocación que impusieron a los vencidos. Hoy, los lectores de la verdad oficial no se esperarían una declaración como la siguiente, del mismo Altamirano: “El partido liberal es el verdadero observador del evangelio […]. Los que creen que el progreso está reñido con el cristianismo tienen ojos, como decía Cristo, y no ven”. Sí: la Guerra de Tres Años fue una guerra de católicos contra católicos, aunque ningún libro de texto lo diga. Y ¿qué es lo que Altamirano quería imponer por las armas? Su ideal cristiano, plasmado en esta novela de science-fiction social, que (por todo lo dicho) no suele ser vista como un manifiesto religioso, sino como una novela sentimental (que lo es) y como la primera novela escrita en México artísticamente (que también lo es). La edición es de José Luis Martínez, cotejada con la última que revisó el autor. Incluye una presentación de José Emilio Pacheco y un prólogo mío.
      
     3 Judas de Lanza del Vasto es una novela fascinante, que hace verosímil la traición del apóstol, porque está escrita desde el punto de vista del traidor. Lanza del Vasto (nacido en Italia en 1901, muerto en España en 1981) resultó finalmente un apóstol del gandismo cristiano, pero cuando la escribió (en 1934, en francés) era un vagabundo, que eligió la pobreza y el ayuno, después de cursar un doctorado en filosofía, abandonarlo y convertirse al catolicismo. Escribirla fue una liberación del Judas que llevaba adentro: la inteligencia prometeica, antigua y moderna, que no se rinde al don y la gratitud, porque prefiere la conquista: robar el fuego de los dioses, no simplemente recibirlo y agradecerlo. Su catarsis desembocó en un movimiento espiritual, pacifista, ecológico y artesanal (El Arca), que tiene comunas actualmente en Francia, Italia, España, Argentina, México, Israel y Canadá. La traducción (admirable) es de Aurora Bernárdez, por encargo de Victoria Ocampo, que dio a conocer al autor, lo invitó a Argentina y en 1957 sondeó con Alfonso Reyes la posibilidad de que viniera a México, donde (según Reyes) Octavio Paz, Ramón Xirau y Elena Poniatowska ya sabían de él. Nunca vino, pero Javier Sicilia, que hace la presentación de la obra, fundó con otros amigos un Arca en México.
      
     4 Homilías de Voltaire. Un Voltaire desconocido predica en estas páginas la fe en Dios y la tolerancia. Aunque de él, como de Quevedo, pasó a la historia una caricatura que ignora la complejidad del escritor, el famoso comecuras dijo más de una vez que el cristianismo es la única religión verdadera, y en estas homilías arguye vigorosamente contra el ateísmo. La traducción es de Álvaro Uribe. Alfonso Reyes escribe sobre “La caridad de Voltaire” y la contrapone a “la supuesta caridad de Rousseau”: el bueno era Voltaire, que “pasa por ser un ente diabólico”. La semblanza general es de Francisco Rebolledo. Julio Hubard escribe sobre la fe de Voltaire: un creyente convencido de que los errores y los abusos de las autoridades religiosas, la intolerancia y la superstición resultan contraproducentes: provocan el ateísmo. Hubard, además, anotó las homilías y se tomó el trabajo de compilar un índice basado en otros textos de Voltaire; por ejemplo, la explicación sobre quién era Calmet, citado en la página 104, está tomada de El siglo de Luis xiv. Hasta como simple curiosidad, estos sermones son notables.
      
     Hay otros títulos en prensa: una antología de Cuentos de la fe cristiana, con un prólogo autobiográfico de Vicente Leñero y cuentos de Arreola, Graham Greene, Unamuno y otros; la novela cristera Rescoldo de Antonio Estrada, presentada por José Luis Martínez, Jean Meyer y Antonio Avitia Hernández; la Epístola: in carcere et vinculis (“De profundis“) de Oscar Wilde, traducida y presentada por José Emilio Pacheco; El jardín increíble de Manuel Ponce, presentado por Javier Sicilia y María Teresa Perdomo. Y en proyecto: una sorprendente traducción directa del hebreo del Cantar de los cantares de Jesús Díaz de León, publicada en 1891, en Aguascalientes; un Manual de meditación de Thomas Merton, traducido y prologado por Ignacio Solares; unos Sermones de San Juan Crisóstomo, traducidos del griego por Rafael Ramírez Torres y presentados por Jean Meyer; una autobiografía de José María Gallegos Rocafull presentada por Hugo Hiriart. De Chesterton, El candor del padre Brown traducido por Alfonso Reyes y Distribución de la propiedad traducido por Julio Hubard. Elsa Cecilia Frost prepara unos testimonios del exilio jesuita novohispano y las Ordenanzas de Vasco de Quiroga. Álvaro Mutis y Francisco Prieto, una selección y traducción de los diarios de Julien Green. Adolfo Castañón, una presentación de El revelador del globo, el libro insólito de Léon Bloy sobre la santidad de Cristóbal Colón (ampliamente aprovechado por Alejo Carpentier en El siglo de las luces).
     Contra las guerras de tres años que deberíamos terminar, contra el vacío global que avanza por el planeta, contra la desmemoria, hay que volver a los clásicos: rescatar los orígenes ignorados, profundizar la conciencia crítica. –

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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