1
Estabas allá
hundida en la espesura
y yo te miraba desde lejos…
Te soltaste de mi mano,
de mí, de este sendero
donde a menudo venimos
a ver el mundo.
Yo escuchaba tu voz, y cómo
también ella iba a soltarse poco a poco
como una gota de miel
que morosamente adelgaza su tallo
y se desprende del panal…
Te acogió entonces un limbo de silencio…
Crujían las hojas a tu paso es cierto
y zumbaban los insectos en el aire,
pero tú ibas en la tibieza de un halo
sin palabras…
2
Ajena y alejada ¿sólo tu imagen
te entregaba entera y plena
a la comunión de las cosas
de este mundo o era también
tu silencio solitario de mujer
lo que ponía en ellas esa aura
de emoción y dicha?
3
Tú estabas allá, hundida
en la salvaje espesura
(pero ¿qué bosque encantado
no es un bosque salvaje?)
y yo te miraba desde el sendero…
4
Todo se vuelve salvaje
si tu voz no suena, todo
viene a mí con su tumulto,
a mostrarme la maraña que es
si tu voz no suena
desconsoladamente
si tu voz no suena.
5
¡Vuelve, abeja reina, a tu panal!
y te miraba como miran quizá
los árboles y el agua
a las ninfas, a los duendes y a las hadas
¡Vuelve, abeja reina, a tu panal!
6
¡Qué voz me pide el bosque para sí!
Qué voz para decirte a ti ¡a ti!
que eres su miel y su agua y su deleite,
su moho, su musgo y la humedad que necesita
para modelar el barro de sus cosas,
su paraje sombrío y su ámbito encantado,
pero sobre todo el silencio
con que también él quiere callarse.
¡Qué voz me pide el bosque para ti!
7
Te soltaste de mi mano,
de mí, de este sendero
que a menudo recorremos.
Y otra vez busqué la voz salvaje
con que te busca el bosque
sin hallar…
sino estas pocas palabras silvestres.
Estas pocas palabras silvestres
que sin embargo bastan. –