La enfermedad produce ruido. Cuando el cuerpo es víctima de alguna patología, el silencio y la inconsciencia acerca del cuerpo sano desaparecen. Pocas inconsciencias son tan gozosas como la del esqueleto que camina, la de los ojos cuya mirada acerca o aleja el mundo, la del olfato cuya percepción distingue el aroma de la amada en medio de un piélago de mujeres, o la del corazón cuyo latido nos acompaña todos los días, sesenta o setenta veces por minuto sin siquiera percatarnos de ello. Ese no saber de la casa que nos alberga se erosiona cuando la enfermedad altera la marcha, modifica la figura, distorsiona el olor o disminuye el flujo de sangre.
Cuando esas anomalías distorsionan la salud aparece la enfermedad y llega el tiempo de la vida herida. Así como hay una poética de la vida, la enfermedad tiene su lenguaje. La literatura y las imágenes acerca de la enfermedad son vastas y ricas. Pedro Tzontémoc, víctima de un mal sin nombre, de una enfermedad que lo ha acompañado durante diez años, ha enriquecido el lenguaje de la enfermedad a través de su periplo por incontables lugares en cuyas paredes estaba inscrita la palabra “cura”. En Locuralocúralocura Tzontémoc escribe y retrata el mundo de su enfermedad con una mirada sui géneris. Locuralocúralocura (Artes de México, 2010) no devino alienación. Al contrario: su caminar es un homenaje a la fe.
A partir de 1999 la vida del autor cambia. Pedro comienza un retrato involuntario de su cuerpo. La primera consulta se lleva a cabo en la ciudad de México. “Un dolor agudo –cuenta el autor– en la zona lumbar me detiene. Dolor puntual y preciso en el eje de gravedad; pierdo la verticalidad y cualquier movimiento, incluso el respirar, duele en el mismo punto. Me inyectan vitamina B12 y su efecto mágico me permite llegar con el médico.”
La última consulta, la número 55, se efectuó en 2010, en París. Es atendido por una doctora cuya función es interpretar un estudio radiológico de la circulación venosa de la cabeza. La doctora concluye que el estudio es normal. Nada puede ofrecerle. La esperanza se esfuma: “Recibo el diagnóstico sin haber despertado del todo: la insuficiencia venosa tampoco sería la causa de mi enfermedad. Mientras recuperaba la conciencia, una pregunta se me imponía como un sueño reiterativo, una y otra vez. Comparto el desconcierto con mi padre y mi mujer. Luego se diluye, pero la pregunta seguiría repitiéndose: ¿y ahora qué?”
Entre 1999 y 2010 Tzontémoc visitó al menos a 55 personas con la esperanza de restaurar su salud. Las personas en las cuales se depositaba –eso hacen los enfermos, depositarse, entregarse– ejercían oficios diferentes. Pedro recorrió todos los caminos posibles. Visitó los de la ciencia de la calle y los de la ciencia médica. Acudió a terapias científicas y se entregó a las no científicas.
Desesperanza, derrota y depresión fueron, sin duda, palabras compañeras pero nunca ejes en el recorrido del autor. Todo lo que parecía asequible se intentó. La esperanza nunca se marchitó. Rendirse ante la enfermedad no es parte del léxico de Tzontémoc. Esa vitalidad provoca admiración. La “no rendición” ante el mal, la no aceptación de los destrozos provocados por las células enfermas es un homenaje a la vida. Las enfermedades no solo son “un mal celular”, son también “un mal del alma”. El tratamiento de cualquier patología, sobre todo las “graves” o las crónicas, debe atender ambos aspectos. La lección de Pedro debería ser leída y compartida por médicos y enfermos; las reflexiones rezuman dignidad. Los médicos y las escuelas de medicina se nutren cuando se ejerce la “buena medicina”, la que aprecia la clínica sobre la tecnología. Pedro reivindica la escucha, la palpación y el tiempo compartido como ejes de la medicina.
El libro de Pedro retrata algunos rincones de la filosofía de la enfermedad. La doctora Greiner, última (aunque nunca la última) protagonista del caso Tzontémoc, lo expresa bien: “Raros, muy raros son aquellos quienes resisten y buscan la verdad en el fondo de ellos mismos. Entonces Pedro, le admiro; admiro su búsqueda algunas veces irracional pero siempre razonada, su resistencia y su equilibrio. La inmensidad del mundo está en nosotros.” Pedro tocó puertas, abrió ventanas, se entregó; aplazó el desasosiego producto de su invalidez y cimentó su pulsión por la vida. Nada quedó afuera.
El libro es diferente por la desnudez con la cual el fotógrafo enfermo fotografía la enfermedad y es diferente porque sus cavilaciones escritas retratan su enfermedad. Diferente también por el formato y la construcción del libro. Entre el magnífico prólogo de José Luis Díaz y las lúcidas reflexiones finales de José Luis Trueba se encuentra Pedro retratado y desmenuzado. Retratado y retratando a los protagonistas de su historia. Desmenuzado por medio de las reflexiones que acompañan su propia historia clínica y su sensibilidad para fotografiar su enfermedad.
En las páginas pares se muestra alguna referencia o la fotografía del médico-curandero-chaman-limpiador-vidente-sanador tradicional-sanador huichol-experto en botox y un larguísimo etcétera de terapias alternativas dedicadas a atender la vida. En las nones se exponen las interpretaciones médicas de Pedro. Al lado del nombre del médico o del sanador, aparece una ficha con cuatro incisos: “Terapia. Diagnóstico. Pronóstico. Frecuencia.” Debajo de la ficha, aparece el rubro “La experiencia”, donde, en unos párrafos, Pedro interpreta la sesión. Salvo por utilizar erróneamente el término pronóstico –no habla de lo que sucederá, sino de la utilidad de la consulta– su autoanálisis invita a reflexionar sobre los múltiples significados de la enfermedad y el valor de la esperanza. Pedro se adentra en Pedro para construir un santuario a la fe.
Artes de México, como es su buena costumbre, nos ofrece en Locuralocúralocura un regalo: la impresión, las fotografías y el contenido son excelentes.
La enfermedad generó en Tzontémoc ruido, palabras y fotografías. Las fotografías, retocadas por reflexiones, trascienden los blancos y los negros. Su viaje contiene dolor y fuerza poética. Retrata la devastación producida por una enfermedad neurológica no definida. Contiene la fuerza de la fe laica. ~
(ciudad de México, 1951) es médico clínico, escritor y profesor de la UNAM. Sus libros más recientes son Apología del lápiz (con Vicente Rojo) y Cuando la muerte se aproxima.