Luis Sandoval y Zapata, el misterioso poeta novohispano del que pocos textos se conservan, fue una figura estudiada a conciencia por Enrique Serna en sus años universitarios, cuando dedicó tiempo y esfuerzo a analizar algunos aspectos de la obra de ese escritor del barroco para redactar una tesis, e incluso en su momento dio a conocer varios sonetos inéditos, a salvo de la rapiña o la destrucción negligente gracias a que los papeles permanecieron ocultos hasta entonces en el ex templo de San Agustín.
Después de varios años, lejos de los fines académicos, Serna ha vuelto los ojos de nuevo hacia Sandoval y Zapata y su siglo en Ángeles del abismo, una novela gruesa pero ligera, escrita luego de llevar a cabo una amplia investigación histórica. Sin embargo, Ángeles del abismo no es precisamente una novela histórica ni Sandoval y Zapata es el protagonista de ésta, sino sólo un personaje secundario a quien el narrador le crea una vida literaria paralela a la de la pareja protagónica: Tlacotzin, un indio apóstata, y Crisanta, una actriz que se finge mística para ganarse el pan aprovechándose de los espíritus crédulos, inspirada en Teresa Romero, la “falsa Teresa de Jesús, a quien la Inquisición le abrió un sonado proceso en su contra en el siglo XVII.
Escrita con prosa ágil, en esta narración de Serna los personajes nunca permanecen quietos. Ellos se mueven constantemente de un lado a otro y sus gestos y acciones están descritos con algo de exageración, o mejor, de teatralidad, como si fueran personajes dramáticos desplazándose por el escenario en una movida comedia del Siglo de Oro.
A esa sensación teatral también contribuye la estructura del libro, compuesto de 41 capítulos breves, que a veces parecen escenas (cada uno con cierres dramáticos magistrales), distribuidos en tres secciones, como en una obra en tres actos. Y por si esto fuera poco, las situaciones equívocas y la lógica de los personajes no hacen más que recordar una y otra vez las comedias de enredos. Sin duda, un acierto porque para recrear una época antigua, Serna no ha echado mano, por ejemplo, de descripciones minuciosas para retratar a detalle los brocados, los tapices, los afeites, los rincones de la ciudad colonial, el colorido de los bailes, etcétera, como sería el deber, hasta cierto punto, de quien pretende ofrecer una vasta novela histórica. Así, Serna no recrea sino evoca, con numerosos guiños, elementos esenciales de un género típico de aquel tiempo, y las escenas en las que andan y desandan sus personajes apenas si aparecen decoradas y amuebladas como en un escenario con los elementos justos para llevar a cabo, de manera verosímil, una representación de época.
Además de la comedia de enredos, otro género que resuena en Ángeles del abismo es el de la picaresca, sobre todo por la presencia de Crisanta, una heroína embustera y arribista que explora con temeridad los berenjenales de la superstición y de la fe para hallar una salida a su condición miserable; un tipo de personaje que sin embargo no es nuevo en la narrativa de Serna. En un contexto muy diferente pero con una personalidad parecida, ahí está, por ejemplo, la protagonista de Señorita México para comprobarlo.
Bien documentado o asesorado para no caer en anacronismos involuntarios, en su historia el narrador no se propuso resucitar el español novohispano. Prefirió inventarlo sin escatimar arcaísmos, mexicanismos, latinismos, nahuatlismos, etcétera, hasta conseguir un lenguaje curioso y expresivo, a tono con los personajes picarescos de esta novela. De esta forma Serna consiguió articular un lenguaje sui generis que se sostiene en todo momento, dándole un tono ligero a la historia para gusto de quienes busquen en este libro un relato entretenido con tema novohispano, pero quizá para disgusto de quienes crean que Ángeles del abismo es una obra escrita en el tono de las solemnes novelas colonialistas.
Tomando en cuenta que El seductor de la patria, la anterior novela del autor, ofrece una biografía novelada de un personaje histórico (Antonio López de Santa Anna), basada también en una exhaustiva investigación documental, pero publicada con menos licencias históricas y literarias y en un tono más serio que Ángeles del abismo, la nueva novela de Enrique Serna podría correr el riesgo de ser mal comprendida por lectores poco familiarizados con géneros del Siglo de Oro, que fácilmente repudiarán recursos literarios como el de la “justicia poética”, que el autor utiliza para dar fin al antipático fray Juan de Cárcamo, el cual hoy no tiene ningún lustre literario al identificársele más con los recursos narrativos de los melodramas televisivos.
Pero como parte de la ucrónica trama de Ángeles del abismo, ése y otros recursos viejos y descabellados y las licencias poéticas de las que echa mano el autor conviven dentro de una lógica aceptable, que por supuesto no es la de las novelas históricas, sino la de un entretenido ejercicio de ficción, ligero y caricaturesco. Y Serna parece disfrutar tanto el juego que a veces hace trampa tomándose licencias de más, como cuando el inquisidor Juan de Cárcamo deja ir tranquilamente a Sandoval y Zapata, recluido en un claustro, sin darse cuenta de que él podría ayudarle a desenmascarar las mentiras de Crisanta ante el Santo Oficio. Eso sin duda Serna se lo saca de la manga, como algunas otras cosas, para retorcer un poco más la historia sobre la beata Crisanta. –
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