Señor director:
Cuando, hace algunos meses, Letras Libres dedicó un número a las relaciones entre sexo y poder, eché de menos que se abordara el cariz económico y, por lo tanto, apremiante en la actualidad de este oscuro binomio. Curiosamente, fue en el número más reciente de su revista donde vi satisfecho mi deseo a través de dos textos que, aunque seguramente no se planearon complementarios, analizan el mismo fenómeno en direcciones distintas.
Tanto Juan Villoro "El cuerpo uniformado" como Bernardo Esquinca "El fin del cuerpo (como lo conocemos)" delatan el mecanismo por el cual es posible convertir el cuerpo en un objeto de consumo. Villoro desde la metáfora, y Esquinca desde la literalidad, encuentran que un cuerpo humano despojado de atributos psicológicos (y de todo aquello que lo sugiera, como la vestimenta no erótica que menciona Villoro) es aquello que le da al sexo su carácter de rentabilidad. Las muñecas inflables de las que habla Esquinca son ideales porque, a través de su hiperrealismo, alcanzan la paradoja deseable para el consumidor: la ilusión de personalidad sin sus posibles desventajas.
Celebro que su revista conceda espacios a analizar nuestra nueva condición, bien definida por Villoro y Esquinca: "postpersonas" que, a fuerza de intentarlo, logramos aniquilar del cuerpo cualquier rastro de complicada e incómoda humanidad. –