¿De qué iba a escribir?, ¿de qué? Ah, sí, del olvido. ¿Y qué iba a decir?, algo iba a decir, pero no me acuerdo. Cosa curiosa, ¿no?, recuerdo que algo se me olvidó, pero no qué cosa se me olvidó. Es decir, recuerdo un hueco, un nicho vacío. Tengo lo que San Agustín llamó “memoria del olvido”, eso que nos sucede cuando decimos, por ejemplo, “¿qué tenía que hacer?, yo algo tenía que hacer…”. Está el marco, pero no hay cuadro, en su lugar hay un signo de interrogación, una nada. ¿De qué estábamos hablando? Sí, a veces no me acuerdo ni de qué no me acuerdo; el olvido, cuyo apetito es omnívoro e insaciable, ha incurrido en un acto de canibalismo y se tragó también la noticia del olvido.
Ausencia quiere decir olvido
Decir tinieblas, decir jamás…
De pronto vino a mi memoria esta canción y empecé a canturrearla para mis adentros. Vino porque quiso, yo no la invité, y llegó fragmentaria: no me acuerdo de nada más y como está parece un torpe haikú. Creo que es cubana, pero no me acuerdo. ¿Me acuerdo de algo cuando digo esto? Cuando digo “creo que es cubana”, ¿estoy diciendo “creo que me acuerdo de que es cubana”? Me acuerdo o no me acuerdo. Me acuerdo, pero mal, la memoria es sumamente falible, en extremo incierta. Es perfectamente posible que crea honestamente que me estoy acordando de algo que, en realidad, estoy inventando de principio a fin, ¿cómo es esto posible?
Lo que imagino y lo que recuerdo no tienen ninguna marca de fábrica y no es posible distinguirlos sin recurrir a cosas exteriores. Recuerdo la primera vez que vi el mar, pero puedo estar inventándolo. Necesito preguntar a mis tías (mis abuelos ya murieron) y me dicen que sí, que tenía como seis años y que mi reacción al ver el mar fue tal y cual. El recuerdo tiene que probar que de verdad, que realmente sucedió eso que nos está contando. Esa prueba solo puede venir del libreto exterior que comparto con los demás. Tan historiador es Michelet escribiendo sobre la Revolución francesa como tú que aseguras que ya te dio el sarampión.
¿De qué estábamos hablando? Perdí el hilo… Sí, hablábamos de que a veces olvido lo que quiero traer a la memoria y recuerdo lo que no viene al caso. No me acuerdo de cómo se llama el animal ese que está delante de mí y me acuerdo con nitidez del mapa de Australia que iluminé para la escuela. ¿Por qué recuerdo eso? ¿Será por la novela El continente misterioso, de Salgari, que leí en cama, enfermo, y que tanto me gustó? Pero mi recuerdo del contenido de la novela es, otra vez, extraño: recuerdo que la leí y que me gustó, casi todo lo demás está olvidado. Vuelve la agustiniana memoria del olvido, pero en otro contexto. No, no es posible que no me pueda acordar de nada más de la novela. A ver, voy a escarbar (observen que la metáfora de lo enterrado es muy usual cuando hablamos de memoria). El relato es acerca de dos personas que tienen que cruzar Australia. ¿Van huyendo?, no me acuerdo. Estoy seguro (?) de que no eran ni deportistas ni exploradores. Que sean dos es muy probable, dado que a Salgari le conviene que haya diálogos, pero, ¿por qué no tres? No me acuerdo si son dos o tres.
Cuando queremos recordar, razonamos mucho. El hilo del recuerdo se ramifica automáticamente con razonamientos. No puede presentarse solo y desnudo, se viste con razonamientos. Y es muy adhesivo, se pega a todo lo que puede. Quiere construir una estructura. Por eso se equivoca tanto. Dicho de otro modo, no se recuerdan datos, cosas aisladas, se recuerdan estructuras. Y, por lo tanto, podemos olvidar pedazos de esa estructura. Un recuerdo es como una ruina arqueológica donde faltan pedazos, pero algo se reconoce, por ejemplo, una estatua sin cabeza ni brazos, pero estatua al fin, donde cabeza y extremidades son deducibles a partir del tronco que sobrevive.
Entonces, no solo puede, sino tiene que haber memoria del olvido, porque no se recuerdan cosas aisladas sino organizaciones de cosas. Un ejemplo famoso de esta verdad es este: si te pido que retengas en tu memoria doce palabras sueltas, te va a costar mucho trabajo, es mucho más fácil recordar la organización “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, que tiene también doce palabras, pero estructuradas. Y a propósito, ¿puedes olvidar a voluntad? ¿Tiene sentido el “no quiero” antes del “acordarme”?
¿Qué más iba a decir? ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.