Supermán, el héroe que usaba los calzones encima de las mallas

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Hace unas semanas la realidad aventajó de nuevo a la ficción e hizo lo que ningún autor de cómics se había atrevido a hacer: mató a Supermán.
     O bueno, a Christopher Reeve. ¿O a Supermán?
     Christopher Reeve murió luego de estar nueve años cuadrapléjico. ¿Supermán en silla de ruedas? ¿Cómo separar al actor del personaje? Hablemos del personaje.
     Supermán posee la bondad de Jesucristo, tiene más fuerza que la campeona olímpica Soraya Jiménez, cuenta con toda la humildad que no le tocó a María Félix y con la servicialidad con que Baden Powell —fundador de los boy scouts— mojaba sus sábanas, además de ostentar la escultural belleza física con la que soñaba Vittorino.
     Supermán es el héroe dotado de las capacidades hiperbolizadas del hombre común. Sus poderes son la realización de las limitaciones de nosotros los habitantes al otro lado del cómic. La rapidez, el poder de observación a través de los objetos, la percepción auditiva sobrenatural, la construcción corporal indestructible, la inteligencia, la lucha contra el mal en todas sus representaciones, el desafío de la gravedad que le permite volar, la respiración fuera de la atmósfera terrestre son las virtudes que Supermán ofrece al servicio de la justicia.
     Algo en su origen diferencia a Supermán del resto de los superhéroes. En palabras de otro personaje, esta vez Bill, de Quentin Tarantino: “Supermán nació siendo Supermán. Cuando se despierta en la mañana es Supermán. Su álter ego es Clark Kent. Su traje con la ‘S’ roja es la ropa con la que lo encuentran los Kent, ésa es su ropa. Lo que Kent usa, los lentes, el traje, ése es el disfraz. Clark Kent es el modo en que Supermán nos mira. Y ¿cuáles son las características de Clark Kent? Es débil, inseguro, es un cobarde. Clark Kent es la crítica que hace Supermán de la humanidad.”
     En su llegada a la tierra, no se trata de ninguna coincidencia que el vehículo que lo transportaba desde el planeta Kriptón se haya estrellado justamente en Kansas; es decir, pudo haber caído en Pachuca, o en Lima, sin embargo fue un viaje directo desde los confines del universo al centro de Estados Unidos. Tampoco es casualidad que haya nacido en el periodo de entreguerras; recordemos las líneas que dan inicio a la primera película de Supermán, estrenada en el 78: “En la década de los años treinta, hasta la gran ciudad de Metrópolis sufrió los estragos de la depresión mundial. En una época de miedo y confusión, el trabajo de informar al público era responsabilidad del Daily Planet, cuya reputación por la claridad y la veracidad se había convertido en un símbolo de esperanza para Metrópolis.” Éste es el marco de ficción con el que cuenta el espectador para establecer una relación de verosimilitud con las hazañas del héroe. No hay que olvidar que el papel que representa el periódico es protagónico, pues es donde Supermán recibe su nombre y también la vía por la que Lex Luthor, el adversario, conoce los puntos débiles del héroe. La carga de una sociedad necesitada de un salvador es el génesis de Supermán. Así como el infierno es el espacio en donde se representan los males de la condición humana, el bien necesita una pantalla donde se puedan proyectar las aspiraciones y los deseos de una comunidad particular. Supermán es uno de los protagonistas de la cultura popular, el punto donde convergen los anhelos de una época.
     Y en Christopher Reeve se proyectaban otro tipo de anhelos: los del chico guapo, famoso y millonario, y además tan bueno como para dudar de su perfección.
     Existe toda una generación que creció tarareando el tema de John Williams al mismo tiempo que brincaba desde la cima del clóset con esperanzas de volar, o tratando de convencer a su madre de que le permitiera salir a la escuela con la pijama de Supermán, o jugando con los monos de plástico a la hora del recreo.
     ¿Pues cómo no iba a tener tantos fans? Si estamos hablando del superhéroe que salvaba hasta al gato Frisky, trepado en la copa de un árbol; el mismo que giraba alrededor del mundo alterando el curso cronológico de la causalidad.
     Sin embargo, al paso del tiempo, esa misma generación poco a poco fue haciéndose preguntas que desmitificaban al héroe: ¿Por qué Supermán era tan bueno, tan ñoño? ¿Cómo era posible que Darth Vader (o bueno, el actor David Prowse, pero en esas confusiones andamos) entrenara a Supermán (Christopher Reeve) en su propio gimnasio? ¿Por qué nunca llevó a Louis Lane metafóricamente a las nubes? ¿Por qué si Supermán era tan inteligente usaba los calzones encima de las mallas?
     Aún recuerdo el día que escuché la nota que anunciaba la cuadraplejia de Reeve. Somos la misma generación que vio volar a Supermán, la misma que lo vio morir. ¿Será que finalmente nos hemos hecho adultos?
     Se podría separar, como es evidente, al personaje de Supermán de entre la labor actoral de Reeve, pero, lejos de los planteamientos sobre la representación que los dividen, hay quienes pueden toparse en un centro comercial con el antagonista de una serie televisiva y escupirle recriminándole su maldad. El traslape de la ficción a la vida cotidiana es una de las licencias que uno tiene como espectador.
     La muerte de nuestro Supermán ha traído consigo repercusiones en varios niveles: seguidores devastados, la feroz culpa del compositor del tema “Adiós Supermán, bye, bye, bye, bye”, y una incipiente angustia en George W. Bush, quien se negó a la experimentación con células madre. Y sobre todo conclusiones acerca de la inutilidad de hacer el bien, pues Lex Luthor (Gene Hackman) está completamente sano y hasta acaba de estrenar una película. –

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