InfografĆ­a: Jonathan LĆ³pez

Trabajar desde niƱos

A principios del siglo XX, la sociedad mexicana veĆ­a con buenos ojos que los menores laboraran. Hoy dĆ­a no es asĆ­. Con la legislaciĆ³n actual, sin embargo, poco se ha podido hacer para transformar la realidad de los niƱos trabajadores.
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Antes yo no podĆ­a trabajar, solamente pedĆ­a limosna,

luego ya me enseƱƩ a limpiar y a maromear.

EmpecƩ a trabajar cuando tenƭa cinco o siete aƱos.

Ahora trabajo en maromear, pedir o limpiar

y mis hermanas en pedir… y la bebĆ© maromea conmigo.

Testimonio oral de un niƱo trabajador

de 8 aƱos, ciudad de MƩxico, 1997.

El trabajo de los niƱos tiene antecedentes lejanos y continuidades que llegan a nuestro presente, con caracterĆ­sticas paternales, morales, jurĆ­dicas, formativas y hasta las mĆ”s inicuas formas de explotaciĆ³n y degradaciĆ³n. Nos hemos habituado a ver a estos niƱos en la vĆ­a pĆŗblica y en los hogares, lo mismo que a escuchar noticias de su actividad en los ejidos, las plantaciones agrĆ­colas de exportaciĆ³n, los comercios, los talleres, las fĆ”bricas y las maquiladoras. Instituciones de gobierno, organismos internacionales, agrupaciones civiles y medios de comunicaciĆ³n han mostrado casos, tanto admisibles como reprobables, de niƱos que trabajan, ya sea para contribuir con el gasto familiar o en calidad de participantes y vĆ­ctimas de sistemas de explotaciĆ³n abierta o disfrazada. En ocasiones, hemos contribuido a su subsistencia con la compra de mercancĆ­a, el pago por sus servicios o el obsequio de una moneda; en otras, nos hemos limitado a observarlos, siempre que la indiferencia, el hastĆ­o, la negaciĆ³n o la preocupaciĆ³n por un asunto distinto no dirijan nuestra atenciĆ³n hacia otra parte.

Entre los factores que explican el trabajo infantil destaca la situaciĆ³n de pobreza de numerosas familias, unida a los bajos niveles de escolaridad, la falta de capacitaciĆ³n para el trabajo, el desempleo, las intermitentes crisis econĆ³micas, la emigraciĆ³n a las ciudades, a las plantaciones agrĆ­colas y a las zonas fronterizas, la prohibiciĆ³n legal del trabajo infantil frente a la prĆ”ctica inveterada y la aceptaciĆ³n social de los menores de edad en actividades econĆ³micas y productivas. AdemĆ”s, resulta indispensable ver el trabajo como un aspecto entre muchos otros de la vida de los niƱos. De manera que debemos entender su desempeƱo en relaciĆ³n con la familia, la pobreza, el medio social, la educaciĆ³n, el marco jurĆ­dico, la salud, el juego, el esparcimiento y las experiencias de cada Ć©poca.

El trabajo de los niƱos presenta mĆŗltiples rostros. En primera instancia constituye un mecanismo de socializaciĆ³n. Este es su lado positivo. El niƱo aprende a desempeƱar actividades, a realizar faenas y encomiendas. A menudo acompaƱa a sus padres o familiares en las actividades diarias, y a manera de juego e imitaciĆ³n empieza a asumir responsabilidades, que varĆ­an segĆŗn la edad y el gĆ©nero. De este modo aprende que hay que trabajar para satisfacer necesidades, generar recursos, obtener dinero y salir avante. El niƱo pobre ha de cooperar como todos los demĆ”s en la subsistencia diaria. En ocasiones recibe una retribuciĆ³n y, en otras, su esfuerzo se considera una aportaciĆ³n natural. El trabajo del niƱo suele ser visto como aprendizaje, como iniciaciĆ³n, como ayuda menor y obligada. Por lo general, se inscribe en las actividades de un grupo domĆ©stico, pero tambiĆ©n llega a desarrollarse fuera de casa. Como la relaciĆ³n de trabajo se establece predominantemente entre adultos y niƱos, en la modulaciĆ³n de este proceso influye la comprensiĆ³n que el adulto tiene de las necesidades del menor. Una combinaciĆ³n de aprendizaje escolarizado, ratos de juego y actividad laboral. Pero este equilibrio puede perderse si el trabajo impide la educaciĆ³n bĆ”sica del niƱo, se prolonga mĆ”s de la cuenta o el ritmo laboral y las actividades resultan inconvenientes y hasta perjudiciales para el desarrollo fĆ­sico, cognitivo y psicolĆ³gico del menor. Los niƱos contribuyen al sostenimiento de sus familias, pero muchos resultan explotados por personas que los sustraen de las mismas.

Tres estampas de la historia contemporĆ”nea de nuestro paĆ­s ilustran la continuidad del trabajo de los niƱos. A principios del siglo XX, la opiniĆ³n pĆŗblica no solo no reprochaba su existencia sino que la veĆ­a como algo positivo y natural. ArtĆ­culos de prensa que refieren el adelanto, la fama o el progreso de fĆ”bricas y talleres, acompaƱaban sus optimistas descripciones con fotografĆ­as de niƱos trabajando. El trabajo llegĆ³ a ser equiparado con la escuela en mĆ”s de una ocasiĆ³n; se hablaba de Ć©l como una actividad que favorecĆ­a el desarrollo del niƱo frente al ocio, la ignorancia y el vicio. Las siguientes palabras de Laura MĆ©ndez de Cuenca ejemplifican el discurso dominante de la Ć©poca:

Desde que el niƱo tiene fuerzas para trabajar, debe hacerlo. La pereza no es vicio de la infancia, sino de la edad madura; se mueren de gusto las criaturitas por desempeƱar, y desempeƱar bien, cualquier labor que se les confƭe; su entusiasmo se enciende, su energƭa se multiplica y se sienten como si empezara a despuntar en ellos el concepto de la individualidad. Pero es preciso que aprendan a trabajar manteniƩndose aseados, y que vean el fin utilitario de sus labores, asƭ como el resultado benƩfico de su propio desarrollo muscular y de la cultura del espƭritu. [El hogar mexicano, 1907]

A mediados del siglo XX hubo un incremento acelerado de la poblaciĆ³n, con predominio de la poblaciĆ³n urbana sobre la rural, lo cual significĆ³ un acontecimiento inĆ©dito con consecuencias sustanciales en la manifestaciĆ³n de la pobreza y en la visualizaciĆ³n crĆ­tica del trabajo infantil. Los olvidados, de Luis BuƱuel, ilustra con nitidez esa prevalencia del trabajo infantil. Filmada en locaciones de Nonoalco, plaza Romita y Tacubaya, la pelĆ­cula retrata un MĆ©xico miserable que no elude ni disfraza la pobreza palpable en los asentamientos marginales de una ciudad capital embebida en el esplendor del progreso material. Para BuƱuel, los olvidados son seres cuya infancia transcurre entre hogares pobres y desintegrados y el escenario mayor de la calle, con su despliegue cotidiano de solidaridad, violencia, desintegraciĆ³n social y delincuencia. En numerosas escenas de la pelĆ­cula el trabajo constituye una parte sustantiva de las relaciones entre niƱos y adultos: asĆ­, el adolescente JuliĆ”n frĆ­e chicharrĆ³n para la venta, el niƱo Pedro aprende herrerĆ­a, la niƱa Meche se ocupa de las labores domĆ©sticas y el cuidado del corral, el Cacarizo limpia envases de leche. Vemos tambiĆ©n al Ojitos –un niƱo de campo abandonado por su padre– como “criado” y lazarillo de Carmelo –un mĆŗsico ambulante–, a menores de edad que hacen girar el carrusel de una feria, a un chiquillo con un cajĆ³n para el aseo de calzado y a otro que bate el tambor en un espectĆ”culo callejero de perros bailarines. El trabajo infantil figura en todos los casos como una actividad cotidiana que permite la subsistencia en un ambiente de pobreza, caracterizado por la hostilidad y la necesidad apremiante de obtener recursos econĆ³micos.

En un tercer corte, al finalizar el siglo XX, el trabajo de los menores de edad sigue siendo una constante. En una de las entrevistas orales que recopila Lydia Feldman en el libro Voces en la calle (1997), una niƱa de doce aƱos que cursa sexto de primaria comenta que ella, su mamĆ” y su hermanito se ponen a “maromear” en los cruceros viales, mientras el papĆ” vende chicles a los transeĆŗntes. Trabaja entre semana, pero sobre todo de viernes a domingo, entre siete u ocho horas. Cuando la jornada es mala gana entre veinte y treinta pesos, pero cuando le va bien reĆŗne hasta cincuenta, equivalente al salario mĆ­nimo de ese entonces. Los automovilistas a veces la tratan bien, pero en ocasiones se dirigen a ella de manera despectiva: “…algunas muchachas me dicen cosas bonitas, me dicen que cĆ³mo estoy, que ‘para la otra te doy dinero’, porque ‘ahorita no traigo, mi reina’ y asĆ­… [En cambio, otros] me dicen que me vaya para allĆ”, ‘¡Escuincla mugrosa!’, que por quĆ© ando vendiendo, que mejor me vaya a la escuela… yo nada mĆ”s me doy la vuelta y me voy.”

En 1990 MĆ©xico ratificĆ³ la ConvenciĆ³n sobre los Derechos del NiƱo con el compromiso de crear un cĆ³digo para garantizar su cumplimiento. En mayo de 2000 fue promulgada la Ley de ProtecciĆ³n de los Derechos de NiƱas, NiƱos y Adolescentes, que consideraba como principios rectores el interĆ©s superior de la infancia, la no discriminaciĆ³n, la igualdad sin distinciĆ³n alguna, el vivir en una familia como espacio primordial de desarrollo, el disfrute de una vida libre de violencia, la responsabilidad compartida de la familia, el Estado y la sociedad respecto al niƱo y el adolescente, asĆ­ como la tutela plena e igualitaria de los derechos humanos y de las garantĆ­as constitucionales. Esta legislaciĆ³n permaneciĆ³ vigente durante catorce aƱos, hasta su abrogaciĆ³n en diciembre de 2014, cuando, el 5 de diciembre de 2014, entrĆ³ en vigor la Ley General de los Derechos de NiƱas, NiƱos y Adolescentes, que busca garantizar el pleno ejercicio, respeto, protecciĆ³n y promociĆ³n de los derechos humanos de los menores de edad, conforme a la ConstituciĆ³n y a los tratados internacionales que MĆ©xico ha suscrito.

De manera especĆ­fica, el artĆ­culo 123 constitucional prohĆ­be el trabajo de los menores de quince aƱos de edad y prescribe una jornada laboral mĆ”xima de seis horas diarias para los mayores de esta edad y menores de dieciocho. Derivado del mismo, la Ley Federal del Trabajo, en su Ćŗltima modificaciĆ³n expedida el 30 de noviembre de 2012, reglamenta el trabajo de los menores de edad. En tĆ©rminos generales, ademĆ”s de las restricciones antes mencionadas, prohĆ­be el trabajo nocturno, industrial, peligroso e insalubre por parte de menores, establece el derecho al descanso y al disfrute de vacaciones; la inspecciĆ³n laboral; el desarrollo de programas para identificar y erradicar el trabajo infantil; las excepciones relacionadas con la participaciĆ³n en actividades artĆ­sticas, culturales, cientĆ­ficas o deportivas; el derecho de comparecencia ante la Junta de ConciliaciĆ³n y Arbitraje y la ProcuradurĆ­a de la Defensa del Trabajo; asĆ­ como las sanciones a las que se harĆ”n acreedores los patrones, empleadores y contratistas que infrinjan la ley.

En un balance general de la legislaciĆ³n mexicana vigente sobre los derechos de niƱas, niƱos y adolescentes, advertimos derechos, obligaciones, competencias y facultades que involucran a todos los niveles de gobierno y los mĆ”s amplios sectores de la sociedad. Desafortunadamente, la realidad polĆ­tica y gubernamental harĆ” que estos esfuerzos se vean limitados si no se asigna el presupuesto necesario para su implementaciĆ³n. Recordemos que hace unos meses la diputada VerĆ³nica Beatriz JuĆ”rez PiƱa, presidenta de la ComisiĆ³n de Derechos de la NiƱez, seƱalĆ³ que para que los Congresos locales puedan homologar sus leyes de protecciĆ³n de la niƱez con la nueva ley federal aprobada y para poder poner en marcha las procuradurĆ­as estatales y el Sistema Nacional de ProtecciĆ³n Integral de los Derechos de NiƱas, NiƱos y Adolescentes, se requieren alrededor de 905 millones de pesos, cifra que no fue etiquetada en el presupuesto de este aƱo.

Si tomamos en cuenta las estadĆ­sticas disponibles de trabajo infantil en MĆ©xico y los avances jurĆ­dicos en el tema, nos enfrentamos a dos realidades contrastantes. Por un lado, se dispone de una legislaciĆ³n nacional e internacional extraordinariamente avanzada; pero, por otro, se avizora un problema de mĆŗltiples dimensiones, sumamente complejo y, en muchos aspectos, lacerante. Frente a los ideales subyacentes a la legislaciĆ³n que protege los derechos de los niƱos y adolescentes, en general, y de los que trabajan, en particular, vienen a la memoria las condiciones en las que se desempeƱan los niƱos jornaleros agrĆ­colas en diferentes entidades del paĆ­s; asimismo, la situaciĆ³n de pobreza –en algunos casos extrema– en la que se encuentra sumergida la mitad de la poblaciĆ³n nacional, que obliga a los menores de edad a incorporarse muy pronto en actividades econĆ³micas y productivas. TambiĆ©n recordamos las condiciones de trabajo imperantes en las maquiladoras que operan en la frontera norte del paĆ­s, donde se emplea a adultos y a adolescentes; o la odisea de aquellos que persiguen el sueƱo americano y padecen junto con los migrantes adultos las vejaciones que supone el traslado clandestino. No menos lastimosa es la pobreza, la exclusiĆ³n y la discriminaciĆ³n de los indĆ­genas que emigran a las ciudades en busca de oportunidades de trabajo; o las condiciones de vida y de trabajo de los niƱos que desarrollan actividades econĆ³micas en las calles de las grandes ciudades, expuestos a toda clase de peligros, sin garantĆ­as de seguridad social. Y quĆ© decir de las niƱas, niƱos y adolescentes atrapados en las redes de trata de personas, pornografĆ­a y prostituciĆ³n infantil, o de los que son reclutados por el crimen organizado para el ejercicio de la violencia armada, el trĆ”fico y el trasiego de estupefacientes.

Si bien es cierto que los problemas que rodean a las niƱas, niƱos y adolescentes que desempeƱan algĆŗn tipo de actividad laboral no van a resolverse en el corto y mediano plazo, es evidente que tenemos el deber Ć©tico, polĆ­tico, legislativo y social de sumar esfuerzos para que sus condiciones sean mucho mĆ”s benignas que las actuales, de manera que ser niƱo o adolescente trabajador y vivir en situaciĆ³n de pobreza deje de constituir una doble marginaciĆ³n en nuestra sociedad y en nuestra historia. ~

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(Ciudad de MĆ©xico, 1975) es historiador con estudios de doctorado por la UNAM. Se especializa en historia de la infancia. En la actualidad es director de difusiĆ³n INEHRM


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