Trece rosas

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El 5 de agosto de 1939, acabada la Guerra Civil Espaรฑola, derrotado por completo el gobierno legรญtimo de la Repรบblica Espaรฑola, Franco hizo fusilar, asistido de secuaces suyos, a trece mujeres inocentes, siete de ellas menores de edad โ€“menores de 21 aรฑos. Con ellas fusilรณ a otros 43 jรณvenes, varones. Casi todos pertenecรญan a la Juventud Socialista Unificada, la JSU, una de las muchas organizaciones en que se atomizรณ la Espaรฑa republicana. Buscaba el flamante dictador hacer un escarmiento โ€œejemplarโ€ contra esa instituciรณn, por los miembros que todavรญa tuviera y que aรบn quisieran mantenerse en actividad clandestina, y tambiรฉn vengarse de ella por la oposiciรณn โ€“simbรณlicaโ€“ que le hizo a sus ejรฉrcitos, con las modestas armas que se allegรณ la organizaciรณn, y con su trabajo propagandรญstico.

Ademรกs, hacรญa poco, un alto funcionario de la policรญa polรญtica del nuevo gobierno โ€œnacionalโ€ habรญa sido asesinado en una carretera, en un atentado que nunca se aclarรณ โ€“y que probablemente provino de sus propios correligionarios, que รฉl mismo (furibundo antimasรณn) amenazaba. En el hecho murieron ademรกs el conductor y una hija del mรญlite. A las jรณvenes de la jsu se las inculpรณ del suceso. Habรญan estado presas desde semanas antes, pero los fiscales y los jueces las encontraron culpables y les cargaron, en juicio desde luego que โ€œsumarรญsimoโ€, la pena capital. Asรญ se las gastaba la justicia fascista de esa Espaรฑa โ€œvictoriosaโ€.

En el otro bando, los llamados โ€œdescontroladosโ€ de los grupos anarquistas y comunistas republicanos habรญan perpetrado barbaridades comparables, aunque sin la ceremonia del juicio. Atentar contra el Estado de derecho, suspenderlo, da lugar a eso y mรกs.

Desde luego que no todos los comunistas y anarquistas habรญan actuado asรญ, ni muchรญsimo menos.

Una noche, poco antes de amanecer, pero aรบn a oscuras, las reclusas de la prisiรณn de Ventas se despertaron con los pasos de las carceleras, las โ€œgobernantasโ€. Venรญan con linternas โ€“en la devastada Madrid no se disponรญa de muchas horas de electricidad cada dรญa, ni en todos los barrios. Las levantaron de las esteras o petates en que las tenรญan echadas, les dieron apenas el tiempo de ponerse los pobres vestidos y las fueron sacando al patio, donde ya se podรญan distinguir malamente entre ellas. Todas llevaban mucho miedo. Y allรญ les fueron diciendo:

โ€“Tรบ, apรกrtate a esa pared, que pronto vienen por ti, para llevarte. Hoy te toca… Y tรบ tambiรฉn. Sin lloriqueos… Y tรบ. Y tรบ lo mismo. Y รฉsas dos.

Era una de las llamadas โ€œsacasโ€, en que sacaban a fusilar a los reos de muerte. Y como sabรญan que tenรญan echada la pena capital, las jovencitas se abrazaban rรกpido para despedirse de sus compaรฑeras y se iban formando. No les habรญan dicho el dรญa en que habรญan de ejecutarlas. Era รฉse.

โ€“Adiรณs, Doloritas. Haz que tus padres arreglen pronto tu asunto, o te matarรกn como a mรญ.

Las llevaron a la capilla de la prisiรณn. Les dieron una hoja de papel y un lรกpiz. Podรญan escribir doce renglones de despedida para su familia, si querรญan. Y rezar. Rezaron. Y escribieron. Una de ellas, de diecinueve aรฑos, Julia Conesa, cobradora del tranvรญa, redactรณ este adiรณs a los suyos:

 

Madre, hermanos, con todo el cariรฑo y entusiasmo os pido que no me llorรฉis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papรก al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiรณs, madre querida, adiรณs para siempre. Tu hija, que ya jamรกs te podrรก besar ni abrazar.

Que mi nombre no se borre en la historia.

 

Las devolvieron junto a la entrada general. Habรญa amanecido.

Las demรกs, casi todas, aรบn las esperaban algo aparte en ese patio, con un hondo espanto. Con una lรกstima inmensa.

No acababan de formarse junto al portรณn cuando se oyeron motores. Entraron guardias armados y las presas que habรญan de vivir las vieron desaparecer por la alta rendija. Afuera habรญa un camiรณn de campaรฑa, grande, de techo de lona, donde las metieron, y otro detrรกs con gente armada. Las llevaban al Cementerio del Este o de la Almudena. Antes de echar a andar, una de ellas, desde el camiรณn, arrancรณ sola con el Himno de la Juventud Socialista. Las demรกs se le unieron luego. No las hicieron callar.

Se las llevaron. Tenรญan la esperanza de encontrarse, aunque fuera para morir, con sus hermanos, con sus novios.

Junto a uno de los muros del cementerio, no muy largo, las hicieron bajar. Habรญa otros camiones mรกs allรก. Y sรญ: habรญa muchos otros reos, 43, pero todos muertos, fusilados, tendidos en el piso, ensangrentados del cuerpo y las cabezas. Y muchos mรกs guardias armados.

A las trece muchachas, incluso las siete menores de edad, las formaron ante ese muro no muy largo, entre los muertos โ€“tal vez en tres grupos de cuatro, quizรก mientras las otras esperaban y miraban.

Y las mataron tambiรฉn. Y les dieron el tiro de gracia โ€“no morirรญan todas con la primera descarga mรบltiple, de cinco, de siete fusiles.

A todas, a todos, los enterraron en zanjas y fosas colectivas. En la Almudena. Allรญ estรกn, indiferenciados, irreconocibles. Hermanados.

Los padres y hermanos, cuando mรกs adelante, esa maรฑana, fueron a la prisiรณn para preguntar por ellas, por cada una de las trece, para llevarle alguna colaciรณn, alguna ropa, los preciados jaboncitos, fueron informados, asรญ como se oye, de โ€œque ya se pueden llevar eso, ya no lo necesita, ya no estรก aquรญโ€. Ante la angustiada pregunta que por fuerza habรญa de seguir a esa cruel revelaciรณn (a esa burla, a esa venganza adicional por haber criado a โ€œuna hija asรญโ€), les espetaba el guardia o la gobernanta que a su hija, a su hermana la habรญan fusilado esa madrugada. Y si la hermana o la madre, desolada, enloquecida, se ponรญa a negar, a llorar a gritos, a maldecir, la amenazaban con que โ€œlargo de aquรญ, que la prรณxima puede ser ustedโ€.

No se les permitiรณ saber dรณnde habรญa quedado ninguna.

Esto lo han contado los que lo vieron y oyeron, los que lo vivieron. Los que lo sufrieron.

El suceso trascendiรณ a la prensa extranjera. En Parรญs, en Londres, en Nueva York se ventilรณ que Franco hacรญa fusilar a mujeres menores de edad tras juicios sumarios. Para obsequiar sus conveniencias, para abonar su larga, larguรญsima sobrevivencia antidemocrรกtica, el rรฉgimen se abstuvo de fusilar a menores de edad otra vez. Pero siguiรณ fusilando a espaรฑoles republicanos, acabadรญsima la guerra: cientos y miles, hasta la dรฉcada de 1950.

El dictador tomรณ la costumbre de avalar con su firma todas las condenas de muerte. Lo hacรญa despuรฉs de comer. Mientras tomaba el cafรฉ en su despacho, iba leyendo los expedientes y el acta final. Firmรณ miles de veces. Se bebiรณ miles de tacitas de cafรฉ. De รฉsas.

Las trece jรณvenes mujeres se conocieron pronto como las Trece Rosas.

Despuรฉs cayeron en el olvido.

Hace poco, el Ayuntamiento de Madrid puso ese nombre, โ€œde las Trece Rosasโ€ โ€“pero sin especificar los trece nombres en la placa conmemorativa, como si costara tantoโ€“, a la calle en que todavรญa se alza el muro donde las fusilรณ el dictador, con la asistencia de sus secuaces โ€“los que seleccionaron a las vรญctimas inocentes, y los fiscales, los jueces, los supuestos defensores, las carceleras, los guardias armados que se las llevaron, los que les dispararon, los que les dieron tierra sin tomar nota โ€“para esconder sus cadรกveresโ€“, los que ocultaron el hecho allรญ y en los expedientes y en su conciencia, los que elogiaron al dictador y su sistema entonces, los que lo avalaron diplomรกticamente y en lo eclesiรกstico… y los que lo elogian todavรญa ahora y quieren exaltar su memoria.

Muchas otras placas luctuosas, es cierto, se podrรญan develar con los nombres de las vรญctimas inocentes de la barbarie de los โ€œdescontroladosโ€ del bando republicano. Es verdad. Muchas.

Pero los que echaron abajo el Estado de derecho fueron los alzados, los traidores. El gobierno legรญtimo de la Repรบblica Espaรฑola era eso: legรญtimo. Merecรญa todo el respeto, todo el apoyo, mรกs que de nadie del ejรฉrcito, cuya misiรณn era sostenerlo. Era una instituciรณn con los mecanismos para sortear los vaivenes que la amenazaban. Los militares habรญan jurado mantenerla, defenderla. Cada aรฑo lo juraron, incluso en 1936, en que gran cantidad de ellos โ€“salvo unos pocosโ€“ se pronunciaron contra su propia โ€œpalabra de honorโ€.

Las Trece Rosas han merecido ahora, 67 aรฑos despuรฉs de su martirio, que se las recuerde. Con un documental de la directora asturiana Verรณnica Gil (Que mi nombre no se borre de la historia), con un libro del periodista Carlos Fonseca (Trece Rosas Rojas, Madrid, Temas de Hoy, 2005), con un artรญculo de Lola Huete Machado en El Paรญs (โ€œLa corta vida de trece rosasโ€, 11-XII-05), con una novela de Jesรบs Ferrero (Las trece rosas, Siruela, 2003).

Sus nombres:

Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso Garcรญa, Blanca Brissac Vรกzquez, Pilar Bueno Ibรกรฑez, Julia Conesa Conesa, Adelina Garcรญa Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes Gonzรกlez Garcรญa, Ana Lรณpez Gallego, Joaquina Lรณpez Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muรฑoz Garcรญa y Luisa Rodrรญguez de la Fuente. ~

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