Turnbull y su polémica diversidad de estilos

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La actual exposición de Roberto Turnbull en el Museo de Arte Moderno, Caza furtiva, se abre con un cuadro titulado Chac Mool dinámico (2000-2003) en el que una figura –alguien, algo o los residuos de aquello que se oculta detrás de esos vocablos– cruza en diagonal la tela. ¿El Chac Mool? Quién sabe; puede ser una arbitrariedad, una ocurrencia o la representación del antiguo dios que el artista perfila en su memoria, en la leve, cambiante, difusa sucesión de formas guardadas por la suma y resta del recuerdo. Pero el contraste entre la evocación del milenario guerrero prehispánico y el adjetivo que sugiere una especie de movimiento supersónico se desliza, bajo diversas formas, en otras pinturas.

Turnbull recoge en parte de su obra una estructuración de la imagen y de sus núcleos formales semejante a las articulaciones de la transvanguardia italiana y el neoexpresionismo alemán que dominaron, con distintas variantes, la escena neoyorquina e internacional durante los años ochenta y los primeros tramos de los noventa. Dicho sea de paso: durante aquel periodo la vertiginosa reaparición de la pintura, vinculada al sideral aumento de los precios en el mercado artístico, llegó a producir afirmaciones tan delirantes como la del conflictivo factótum de la transvanguardia, Achille Bonito Oliva, que comparó esa tendencia con el Renacimiento, nada menos.

Volvamos a Turnbull. Trabajos como Niño con tres piernas (1990), Composición con cámara y mortero (1991) y otros atestiguan una clara influencia de sus colegas italianos. Enfoquemos aquello que “vive” o “duerme” en el segundo de estos bastidores: ¿qué significa la cámara colocada en el primer plano de la tela, sola, abandonada ahí? ¿A quién mira? ¿Al espectador, al público o a nadie? Es posible que haya caído en desuso hace mucho tiempo y que, por lo tanto, su lente sea un objeto ciego, inútil. ¿Y qué hace el mortero colocado unos pasos atrás, sobre el espacio semivacío? Tal vez representa algo así como una denominación de origen respecto a las corrientes citadas en el párrafo anterior.

El mismo rol, pero con otros significados, juegan la cabeza de Juárez en Mínimo monumento (1990) y las figuras reunidas en Tres animales (1995), léase el águila, la serpiente y el escorpión. En el segundo cuadro hay, desde esta lectura, un giro, una deliberada estratagema: el emblema nacional y, abajo, el escorpión.

En 1984 el Museo de Arte Moderno presentó Origen y visión, nueva pintura alemana. Es posible que, al igual que otros artistas, Turnbull haya visto con mucha atención esa colectiva. Allí Markus Lüpertz incluía cuchillos en algunos cuadros y el artista mexicano coloca uno, a modo de guiño, en Composición con cámara y mortero, como si afirmara aquello que es incuestionable: la retroalimentación; que el intercambio icónico está implícito en el controvertido territorio de la acción estética.

Por otro lado, una característica de la obra de Turnbull es su apertura a una diversidad de estilos y su virtuosismo, que a veces se logra y otras se debilita. En tal contexto, Turnbull circula entre un espacio diáfano, abierto hacia una profundidad sin límites, habitable, y la superposición de planos anterior al Renacimiento. La multiplicidad de recursos está presente en todo: el espesor matérico y su adelgazamiento; las gradaciones y contrastes tonales, y el discurrir homogéneo de este elemento; el moderado despliegue de los signos y la síntesis; la pincelada gestual y la geometría. La síntesis se verifica en Familia (1992), cuya superficie rosa está resuelta de manera estupenda. No resulta fácil labrar con acierto ese color después de Tamayo; sin embargo, Turnbull lo consigue.

Otro rasgo a tener en cuenta es el humor: lúdico en Musa con ballenas (1984) y El piojo y la pulga (1984); corrosivo, casi amenazante, en La bella y la bestia (2007). Más: si la referencia sexual se insinúa leve en Musa con ballenas, en Escena ranchera (1985), con sus recortes de revistas pornográficas, se trasforma en un estallido chusco capaz de escandalizar a las buenas conciencias. Por otro lado, el tríptico Bandera (2007), si cabe llamarlo así, y la serie “Muestrarios” están hechos con un sinfín de materiales: trozos de alfombras, fotografías urbanas, maderas, plumas, piedra volcánica, mármol, etcétera. Algunas de estas obras poseen una acabada resolución; otras, en cambio, como la pieza en gran formato titulada Once (1999), no alcanzan un buen desenlace.

En suma, con su versatilidad, Roberto Turnbull camina por una cornisa. De pronto puede vacilar y caer. Ahí, en esa cuerda, está su riesgo y su polémica condición creadora. ~

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