Un mantra

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Los jardines
     Tiempo en profundidad: está en
      jardines.
     Mira cómo se posa. Ya se ahonda.
     Ya es tuyo su interior. ¡Qué
      transparencia
     de muchas tardes, para siempre juntas!
     Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.
     No estoy seguro, creo que éste fue el primer poema que me aprendí de memoria. Quizás con la excepción de “Retrato” de Antonio Machado. En todo caso, este pequeño poema de Guillén, leído en la antología empastada en naranja de Gerardo Diego, que a mí me encantaba desde las tapas, fue el primero que saboreé por días, y que me dije en voz baja antes de dormirme con la seguridad de buenos sueños. Antes de comprenderlo, mucho antes, me lo aprendí. Es un poema en el cual los versos están fragmentados y, esto lo pienso ahora, se debe analizar por fragmentos de verso, más que por versos. Cuando me lo aprendí ya lo decía en fragmentos: “Tiempo en profundidad” descendía, grave y sereno; después, muy demorado por los dos puntos, este paraíso presente: “está en jardines” y, todavía, en otro verso, me esperaba: “Mira cómo se posa”, haciéndome ese tiempo en profundidad, que es el sujeto del poema, más cercano, más visible y estático. Y después de otro punto, aún más grave: “Ya se ahonda.” Con ese “Ya” en mayúscula, frenado, antes de esta palabra cóncava desde su sonido: “ahonda”, y el reflexivo “se”, en espiral, hundiéndola más, en plenitud contemplativa. Abajo, en otro verso, para hacer el placer más largo, más demorado, una vez más: “Ya”, “Ya es tuyo su interior”… Imagínense las noches iluminadas por estos versos, vespertinos para Guillén, para mí matutinos.
     Mi memoria literal nunca fue grande, y sí lo era y lo es mi memoria sentimental y afectiva, pero esos cinco versos, que son un poema, los llevaré para siempre, un siempre relativo: mientras tenga vida y recuerdos. Lo curioso es que yo no tenía edad para sentir cabalmente ese final afirmativo y añorante: “Sí, tu niñez: ya fábula de fuentes”, pero sentía el sabor del paraíso redoblado: presente en el verso y la memoria, ausente en una edad que no era la mía y que ahora sí lo es; pero independiente de mis diecisiete o de mis 55, decía estos versos como los digo ahora: como un ente salvador, como un mantra; algo más vinculado al sonido y al ritmo que al sentido, o con el sentido fundido en el sonido y el ritmo. Quizás entonces tenía una memoria sentimental menos poblada y diferentes opresiones de las cuales salir, quizás lo dijera con menos conciencia, no sólo formal sino de los estragos del tiempo, pero ya añoraba o empezaba a añorar mis jardines de infancia (el parque México y Cuernavaca) y sentía que haberlos tenido era, de alguna manera, mi fortaleza.
     Con los años he tenido otras oraciones, otras puertas, otros mantras que a mí, ateo, me han ayudado a salir de la fealdad o de la angustia. Siempre han sido fragmentos de poemas o poemas no mayores que un soneto. A posteriori, he tratado de saber por qué estos versos y no otros me llevan a mundos habitados únicamente y redundantemente, pero sin fatiga, por ellos mismos. Éstos de Guillén son una unidad mínima y deliciosa para la memoria. Son cinco endecasílabos, sin rima, de los que cuatro están cortados por un punto o por dos puntos. El único encabalgamiento está enmarcado por admiraciones: “¡Qué transparencia / de muchas tardes, para siempre juntas!”: unidas la respiración y la fantasía, lo disfrutan como una llanura donde trotar. Hay, en el resto del poema, una acumulación inusitada de signos de puntuación y una sobrepoblación de palabras contundentes: tres “ya” (no de hartazgo sino de hallazgo, de los cuales el último condensa un periodo que va desde la infancia hasta la edad adulta); un “sí”, a principio de verso, que es un sí que reconoce; un imperativo “Mira” después de punto y aparte. Y sin embargo, todos estos frenos nos impulsan, nos colman de energía, nos traen algo muy leve y muy aéreo: un tiempo profundo que se posa y no pasa, y que es el tiempo de la infancia convertido, por el tiempo que pasa, en una fábula. El poema está lleno de aliteraciones, pero la de “fábula de fuentes” nos deja para siempre encerrados en un paraíso del que nadie nos podrá expulsar. Y no podrá, entre otras cosas que lo hacen ideal para la lectura y para la memoria, porque es una pequeña lección de puntuación y de pausas acordadas con su tema: los jardines. Y, como dice Pessoa, todos tuvimos en la infancia un jardín, particular o público. ~

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