Una cultura diversa y libre

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I. Un nuevo consenso ha ido formándose en el tema de la Cultura: debemos transitar a una democracia cultural. Es decir, a una Cultura en la que participen los muchos; y no los muy pocos, como ahora.

Es decir, debemos proponernos que muchos más intervengan en la creación cultural; que se multipliquen y diversifiquen los caminos para distribuir la Cultura; y que la Cultura llegue a la vida cotidiana de la mayoría de la población.

Ésta es una visión que, para impaciencia de los artistas y los productores civiles que la comparten, no se concretará sin un proyecto de Estado que así se lo proponga. Son demasiadas las reglas y leyes que mantienen las cosas como son; y el cambio sólo puede ocurrir estimulado por nuevas reglas, leyes, fomentos fiscales y demás acciones estatales que procuren las condiciones para que suceda.

Permítame el lector una grandísima perogrullada: mientras la meta de la intervención del Estado en la Cultura no sea claramente la democracia cultural, seguiremos en nuestro país sin una democracia cultural.

II. Bajo el signo de tal ambición, conviene redefinir lo que llamamos en México Cultura. No podemos seguir definiendo la Cultura como lo hizo Vasconcelos en los años veinte del siglo pasado, definición que hasta ahora –increíblemente– es la que aún opera para el Estado mexicano. En aquellos lejanos años postrevolucionarios, Vasconcelos pensó que la Cultura eran las bellas artes y los libros, porque eso era en su tiempo, en efecto, la Cultura. Desde entonces han nacido y crecido la industria discográfica, el cine, la radio, la televisión. Esos gigantes. Y por supuesto un territorio inimaginable para Vasconcelos, la Cultura cibernética, que seguramente definirá el siglo XXI.

Un proyecto para el siglo XXI debería aprovechar el tamaño real de nuestra Cultura.

Pero además debería revalorar otro sector, el de las empresas y organizaciones culturales civiles. Un sector que en los tiempos de la dictablanda del PRI el Estado consideró mercenario, o rival, y en el fondo peligroso, porque no era controlable como lo fue la Cultura pagada con dineros públicos.

De cierto y salvo excepciones, estas iniciativas civiles han sobrevivido –y sobreviven– gracias al puro entusiasmo y hasta ahora en condiciones enemigas.

En una democracia, por el contrario, los esfuerzos civiles por hacer Cultura son cruciales. Como Gabriel Zaid lo viene diciendo desde los años setenta, es el sector ciudadano el que debe ser el principal encargado de distribuir y promover la Cultura no masiva. Un sector cuyas iniciativas deben fomentarse para que se multipliquen incomparablemente en número y en actitud.

En nuestro país debe ser posible el éxito de las empresas culturales que buscan el lucro. Y también debe ser posible el éxito de los grupos independientes que buscan sacudir las conciencias. Permítanme una segunda grandísima perogrullada: en nuestra Cultura debe ser posible el éxito de las iniciativas ciudadanas.

Cito a Deborah Holtz, editora de libros de arte contemporáneo y de poesía: “Lo que [las empresas civiles] necesitamos del Estado es el fomento de nuestra independencia.” Agrego: ¿Y por qué no también el fomento de la bonanza?

III. Igualmente, en una democracia cultural, el lugar del Estado se debe repensar.

Venimos de un siglo –o casi– de autoritarismo. Sintónicamente, en la ecuación de la Cultura, el Estado se colocó a sí mismo como el Gran Productor. Es decir, el gran subsidiador, curador, censor, distribuidor y promotor de la Cultura mexicana. Por supuesto, este esquema autoritario habría funcionado mil veces mejor si en efecto el Estado hubiera cumplido todas estas funciones. De cierto, desde el momento en que José Vasconcelos abandonó el edificio de la Secretaria de Educación Pública, donde diseñó esta ecuación, el Estado autoritario ha venido trasladando estas obligaciones de la realidad a la pura retórica.

En una democracia el Estado debería recolocarse como el Gran Facilitador de la Cultura ciudadana, papel en el que de hecho tendría funciones más amplias.

Para democratizar, agrandar y volver bonancible el territorio de la Cultura, el Estado tendría que ocuparse en construir las condiciones legales y fiscales propicias; aplicar subsidios estratégicos; mantener las piezas clave en las cadenas productivas de la creación; y sobre todo dedicarse a vincular: vincular los esfuerzos civiles entre sí y vincularlos también con otras áreas exteriores a la Cultura.

IV. Quisiera mencionar cuatro vinculaciones –cuatro articulaciones, cuatro enlaces– que son indispensables en una democracia cultural.

El Estado debería enlazar entre sí los tres sectores en que se genera hoy nuestra Cultura, a decir: la Cultura masiva, las artes y el sector de empresas y organizaciones civiles.

Éstos son sectores que ahora viven inconexos, aislados, y a veces incluso enemistados. Volverlos vasos comunicantes llevaría a una ebullición creativa. El sector de las empresas y organizaciones civiles necesita, para prosperar, publicidad masiva e inversión de los grandes capitalistas. Por su parte la Cultura masiva, para poder competir en el mundo globalizado, necesita mayor arte: es decir, una mayor conexión con los artistas y las escuelas de arte revolucionaría sus contenidos; y también se beneficiaría económicamente invirtiendo en el cine y las artes escénicas. Por su parte los creadores necesitan salir del cerco aislante del subsidio: necesitan productores (muchos, fuertes y muy variados) que lleven su obra artística al resto de la población.

2. El segundo enlace que el Estado, y sólo el Estado puede asumir, es crucial. Sin este enlace todo esfuerzo dedicado a la Cultura tiene asegurado despeñarse en la irrelevancia. Hay que enlazar la Cultura con la educación. Regresar a la idea de Vasconcelos de que la educación se prolonga en la Cultura.

Hay que reinsertar la educación artística en las escuelas y en las casas de cultura del país. Y también llevar a los alumnos a los lugares de la Cultura, y la Cultura llevarla a las escuelas.

Jugamos al fracaso cuando suponemos que una población hecha de personas que nunca se han detenido cinco minutos frente a un cuadro, o que nunca han dibujado cinco horas; que nunca han oído una orquesta sinfónica, pero tampoco han tenido entre las manos una guitarra; que nunca han leído una novela ni han intentado escribir un cuento; que estas personas absolutamente ajenas a la experiencia expresiva, y que son hoy día la mayoría de nuestros conciudadanos; que estos millones de mexicanos que hoy sólo conocen la Cultura de la radio o la televisión, un domingo despertarán –mágicamente– con sed de otra Cultura.

Una democracia cultural –por contraste con una Cultura elitista (como ahora lo es nuestra Cultura de las artes) o por contraste con una Cultura tiránicamente masiva (como en la que ahora la mayoría entretiene su espíritu)– debe pasar por la educación.

Tercera grandísima perogrullada en este texto: una democracia cultural pasará por la educación; o no pasará.

3. Francia vive del turismo cultural. Italia vive del turismo cultural. La industria del teatro y los museos de Nueva York dependen al setenta por ciento del turismo. En general los grandes museos del mundo dependen del turismo.

Bueno (cuarta grandísima perogrullada), la Cultura mexicana contemporánea debe vincularse con el turismo.

4. Y por fin, el cuarto enlace que el Estado debe realizar es el de nuestra Cultura con la globalización.

En el siglo xxi hay tres posibilidades para un país. Puede cerrarse a la globalización, para mantener su Cultura inmaculada, como Saudi Arabia. Puede abrirse a la globalización, como México, y ver cómo su propia Cultura es arrinconada en el propio país por los cuantiosos bienes culturales que importa. O puede impulsar la exportación de Cultura para participar en la globalización en un intenso toma y daca.

Ya tomamos mucho del exterior. México es uno de los grandes consumidores de cultura mundial. Como resultado previsible, nuestras contadas industrias culturales están encogiéndose hacia dentro mientras no están creciendo hacia el mundo.

Nuestra industria discográfica ve impotente cómo la música hispana se produce cada vez más en Miami. Hace dos décadas nuestra industrial editorial empezó a perder la delantera como exportadora de libros. Nuestra industria cinematográfica no logra establecerse siquiera como industria. Nuestros generadores de contenidos y hardware cibernéticos viven la pesadilla de lo imposible. Y nuestras televisoras, que parecen vivir dentro del país tiempos de jauja, no están invadiendo nuevos territorios al ritmo en que lo han hecho televisoras más pequeñas de otros países.

Es absurdo que en tiempos de globalización el Estado mexicano no represente en el mundo los intereses de los que hacen nuestra Cultura. Por supuesto debe estimular la coordinación de artistas y empresarios que se propongan conquistar nuevos horizontes y por supuesto debe impulsarlos en cada embajada y consulado; en sus tratados de comercio internacional; y en negociaciones específicas.

El crecimiento hacia fuera de la Cultura mexicana llevaría sin duda a su crecimiento hacia dentro.

Para terminar vuelvo al principio. Para lograr una Cultura donde los muchos participen –y no los pocos, como ahora–, es necesario reformar las formas de producción de la Cultura –las que heredamos del México autoritario. El resultado previsible bien vale el esfuerzo: una Cultura más diversa, más libre, que llegue a los muchos: una Cultura más viva. ~

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