Al habla con Ricardo Darín

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El teatro es su pasión y su examen diario. El cum laude lo ha alcanzado con Arte, la obra de Yasmina Reza que lleva cinco años de éxito en Argentina, y que interpreta junto a Óscar Martínez y Germán Palacios. Su estreno en Madrid, en el teatro Infanta Isabel, ha sido un regalo para el público español, que desde hace dos años vive un romance a distancia con Ricardo Darín. Vinieron para tres semanas y ya llevan tres meses de lleno absoluto y prórrogas.
     Darín debutó en la televisión a los cinco años y desde entonces no ha parado de trabajar, aunque al público español lo haya conquistado en los últimos dos años gracias a películas como Nueve reinas, El hijo de la novia, El mismo amor, la misma lluvia y Kamchatka. Una extensa carrera en teatro y cine consiguieron acabar con su imagen de galán de telenovelas para convertirlo en un sólido actor.

Desde la primera función de Arte han colgado el cartel de “no hay entradas” y las críticas han sido inmejorables. Sin embargo, usted al principio tenía ciertos temores, como que no se entendiera “la argentinidad” de la obra, sus giros idiomáticos, y las comparaciones con el montaje que realizó Josep María Flotats. ¿Qué reflexión hace después de estos meses?
     Cada vez que uno tiene que estrenar ante una nueva audiencia hay una tensión. A eso se le suma el alto nivel que había dejado el montaje de Flotats. Esto para nosotros significaba una exigencia mayor. Pero afortunadamente la respuesta de la gente ha sido contundente y todo ha salido muy bien. La reflexión que hago es que no hay que tener miedo a nada, hay que ser atrevido, corajudo. Es mejor morir de pie que vivir arrodillado.
     Teníamos claro que debíamos mantener nuestra identidad en la forma de hacer el espectáculo, porque eso es lo único que hacía lícito el desafío: hacer nuestra versión aquí con todo lo que eso implica. A eso me refiero con “argentinidad”.
      La idea de traer Arte a España surgió de usted, que por otro lado era quien más se arriesgaba, puesto que aquí ya era conocido. ¿Por qué tomó esa decisión?
Porque creo que no hay que tener miedo a nada aunque la vida nos indique lo contrario. Yo sabía que me arriesgaba, pero no era un salto al vacío porque confiaba en nuestro espectáculo. Me animó mucho que la versión de Flotats pusiera el listón tan alto. De lo contrario, ¿qué gracia hubiera tenido venir? También me estimuló la idea de que tanto Oscar Martínez como Germán Palacios pudieran dar a conocer su trabajo aquí.
 
Y respecto a su carrera, ¿Arte ha sido el proyecto más determinante?
Es difícil contestar a eso, porque en su momento cada trabajo significó un paso adelante. Cuando me propusieron hacer comedia musical sentí realmente vértigo: hasta entonces yo no había dado un paso ni cantado una nota. Fue una gran prueba de la que salí airoso y que me demostró que de eso se trata este oficio, de no creer nunca que sabes nada porque entonces te conviertes en un aburrido. En la Argentina, durante muchos años, fui conceptuado como un comediante que apenas había encarado trabajos dramáticos. Después de aquel musical me llegó una obra hiperdramática, Algo en común, que ojalá algún día pueda dirigir aquí —de hecho ya he tentado a algunos actores, aunque no se han animado a contestarme. Esa obra significó un desafío muy grande. También salí airoso: gané el premio al mejor actor dramático en Argentina por primera vez en mi vida. Desde el punto de vista cinematográfico, Nueve reinas fue mi presentación en España. Cuando asumo riesgos como actor e interpreto personajes muy distintos le encuentro el verdadero sentido a este oficio.
 
¿Y cuáles son los retos que usted ha asumido aquí?
El reto inicial es saber si uno va a poder con el personaje o el personaje con uno. Una vez superado eso, mis desafíos van por otro camino: son cotidianos. ¿Que cómo se hace para enfrentarse al mismo espectáculo durante tanto tiempo? Hay dos caminos posibles: creer que no hay nada para modificar o creer que, a pesar de la cotidianeidad, uno puede tratar todos los días de hacerlo mejor. La única forma de encarar una función durante tanto tiempo y que no pierda frescura es tener la libertad de poder introducir todos los días variaciones sutiles, para que uno tenga la sensación necesaria de que lo está haciendo por primera vez.
 
En esta obra la interdependencia entre los actores es muy fuerte. ¿Cómo afrontan este trabajo tanto usted como Martínez y Palacios?
Como si fuera una partitura musical y nosotros tres instrumentos. La forma en que esa “melodía” fluya depende de nosotros y cualquier variación puede crear un efecto dominó. El escenario, afortunadamente, está plagado de posibilidades y de accidentes, mínimos como una tos sobre una palabra o importantes como que se descomponga una señora en plena función y tengamos que tirarnos desde el escenario para socorrerla. Acontecimientos como éste, que realmente nos sucedió, nos hermanan con la audiencia porque se produce una ruptura del juego teatral. El teatro es una convención en la que unos juegan a creer y otros a hacer creer. Ese juego es altamente vulnerable y la audiencia debe ser activa.

Nueve reinas, El hijo de la novia, Kamchatka, El mismo amor, la misma lluvia, etcétera. Muchas películas en poco tiempo…
El oficio de actor se demuestra encarando personajes distintos en un periodo corto. Y a mí eso me benefició muchísimo en términos de aceptación de la gente.

¿Se ha propuesto dirigir?
Sí, me apasiona. Ya he dirigido cinco espectáculos teatrales en Argentina y me encanta. Es algo a lo que seguramente pondré proa definitivamente, en algún momento. Pero hasta ahora me ha sido imposible por el cine.
 
¿Y no se plantea venir a rodar a España?
No es tan fácil, porque el rodaje de una película se realiza en otros parámetros. Por eso pensé que una buena forma de devolver tanta amabilidad era venir a trabajar sobre el escenario.
 
¿Cuál cree que es el papel del arte en estos tiempos tan convulsos?
Nos calienta el alma y nos abre la cabeza, nos permite reconciliarnos con prejuicios heredados. Es el vehículo hacia la máxima expresión del hombre.

¿Cómo vive un artista como usted la terrible situación en la que se encuentra Argentina, un país tan fértil pero que no consigue salir adelante?
El artista debe evitar que creamos que lo que está ocurriendo en África le está sucediendo a gente que no conocemos. En Argentina hay niños que se mueren de hambre pero también hay niños que están con los mocos hasta las rodillas pidiéndote limosna a las tres de la mañana. Hemos asistido a esa deformación de la sociedad de forma pacífica y eso es gravísimo. No basta con darle una moneda a ese niño, es mucho más grave porque afecta a generaciones y generaciones. Mi sufrimiento más profundo es saber que aunque hoy mismo se solucionara el problema económico argentino, en este momento ya hay por lo menos tres o cuatro generaciones de niños postergados. ¿Cómo se salda esa deuda? Eso es impagable. Y es un problema de todos, aunque no nos demos cuenta. Y para qué hablar ya de la guerra… Es una estupidez descomunal todo lo que se plantea hoy en términos económicos, es una locura la acumulación de riqueza por sectores minoritarios.
 
Ante situaciones como esa, ¿cuál es el papel del artista?
Alguien dijo que “cuando todo se termine siempre nos quedarán los artistas”. En Argentina la falta de confianza en los políticos y los representantes es cada vez mayor. Nosotros hicimos una gira con Arte que coincidió con los dos peores años de la historia de Argentina en mucho tiempo. Sin embargo, trabajamos siempre a teatro lleno. Eso demuestra que cuando se pierde la creencia en los intermediarios nos acercamos a los artistas, porque no los consideramos nuestros intermediarios, sino nuestros representantes directos.
 
Ha podido asistir en España a un fenómeno sorprendente: la protesta masiva de los actores españoles contra la guerra. Nos sorprende —para bien, pero nos sorprende— que el artista se haya convertido en representante del ciudadano.
A mí lo que me sorprende es que a los españoles les sorprenda que la punta de lanza de la manifestación hayan sido los actores, cuando realmente los artistas son la punta de lanza del clamor popular. Cuando veo Los lunes al sol estoy asistiendo a la representación de un problema que nos afecta a todos, pero hay que estar dispuesto a enterarse. Hay dos caminos: creer que todos estamos bajo el mismo techo o creer que somos guetos. Este último es el camino al que nos llevan ciertas políticas, a creer que nuestra seguridad depende de la inseguridad de los demás, cuando es exactamente al revés.
 
¿En qué situación se encuentra el teatro argentino actualmente?
Creo que goza de buen nivel. Es una de las pocas cosas de las que nos podemos sentir orgullosos, aparte del fútbol. El teatro, afortunadamente y por encima de las crisis económicas, siempre ha tenido buena salud. Argentina es una de las plazas teatrales más importantes, básicamente por su diversidad y cantidad. Mientras haya alguien que tenga algo para contar y alguien que lo quiera escuchar, siempre habrá teatro. ~

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