¿Es el diálogo de saberes una amenaza para el conocimiento científico?

Los científicos, en teoría entrenados para ver objetivamente cualquier pieza de evidencia que conduzca a una hipótesis, tienen mucho que aprender de la psicología, la cooperación, la diplomacia y la filosofía de la ciencia.
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El pasado 8 de mayo se publicó en el Diario Oficial de la Federación la nueva Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación (LGHCTI). Inmediatamente después de su publicación un sector de la comunidad académica expresó su molestia por considerar que el proceso había sido unilateral y autoritario y que la ley no se consultó adecuadamente con el resto de la comunidad académica. Al margen de que efectivamente aún nos cuesta entender la diferencia entre comunicar y co-construir conocimiento y políticas públicas consensuadas, me impactó la desestimación de uno de los atributos más virtuosos de esta nueva ley: la incorporación de la diversidad de saberes a la creación de conocimiento.

Uno de los principales detractores de esta perspectiva comentó que si una persona fuera diagnosticada con cáncer iría de inmediato al oncólogo y no con un chamán. Sin embargo, con el paso de los años la medicina moderna ha podido verificar que el cáncer, como muchas enfermedades del sistema inmune, no siempre puede ser tratado con el enfoque lineal que solían tener los oncólogos, sino con un enfoque mucho más holístico y sistémico,

{{Aunque poco citada, precisamente por el circuito de retroalimentación que menciono en el texto, esta referencia me pareció centrada y objetiva sobre la importancia de mantener miradas abiertas en el estudio de cómo tratar el cáncer: Holger Cramer, Lorenzo Cohen, Gustav Dobos y Claudia M. Witt, “Integrative oncology: Best of both worlds –theoretical, practical, and research issues”, Evidence-Based Complementary and Alternative Medicine, 2013, artículo 383142.}}

 que incluye la salud mental, la dieta y otros aspectos mucho más allá de la terapia oncológica, incluidas las terapias alternativas. Los médicos chinos entendieron esto hace cientos de años, pero carecían de los recursos y del interés para probar las hipótesis y publicarlas en las revistas internacionales donde los científicos modernos damos a conocer nuestros hallazgos. En el caso de la medicina, la producción del conocimiento desde los enfoques convencionales en hospitales con tratamientos, muchas veces pagados por las propias farmacéuticas, produce un circuito de retroalimentación en el que casi solo se estudia lo que las grandes compañías desean que se estudie.

A lo largo de mi carrera como bióloga marina he tenido la fortuna de trabajar con pescadores de diferentes partes de México y del mundo. Desde muy joven, me impresionó su conocimiento sistémico sobre las dinámicas de las especies que habitan las costas donde trabajan, pero sobre todo que sabían cosas profundamente importantes que no estaban documentadas por la ciencia moderna, principalmente porque las ciencias marinas en nuestro país y en el mundo son demasiado jóvenes para dar cuenta del impacto histórico de las actividades humanas en los ecosistemas marinos. Por ejemplo, mientras realizaba mi trabajo doctoral, los libros de ecología modernos habían descrito a la garropa, un pez gigante carnívoro y endémico de los arrecifes del golfo de California, como un “solitario, depredador del arrecife”. Dada su forma de reproducción –la fertilización externa– ningún pez puede ser solitario, y el que lo parezca debe disparar señales de alarma sobre su posible extinción o extirpación a causa de nuestra reciente pero poderosa presencia como cazadores de los ecosistemas marinos. Al preguntarles a los pescadores sobre sus recuerdos de los días de gloria en las costas y contrastándolos con trabajo de archivo, caímos en cuenta de que este depredador no era solitario, sino que estaba al borde de la extinción.

((Andrea Sáenz-Arroyo, Callum M. Roberts, Jorge Torre y Micheline Cariño-Olvera, “Using fishers’ anecdotes, naturalists’ observations and grey literature to reassess marine species at risk: the case of the Gulf grouper in the Gulf of California, Mexico”, Fish and Fisheries, vol. 6, núm. 2, 2005, pp. 121-133.))

Por muchos años he utilizado el conocimiento ecológico de los pescadores y las comunidades aledañas a los humedales para comprender problemas profundamente complejos que, de carecer de esta mirada, retrasarían por mucho nuestro conocimiento de la realidad. Desde la dimensión del impacto humano en los ecosistemas marinos, las dinámicas oceanográficas y su influencia en las especies de interés pesquero hasta laboratorios in situ para entender el papel de las reservas marinas como amortiguadores del cambio climático son solo algunos ejemplos de los temas que hemos abordado en conjunto con el sector pesquero de México y que han derivado en publicaciones científicas revisadas por pares y publicadas en revistas internacionales de notable impacto.

Sin embargo, muchos colegas demeritan este conocimiento etiquetándolo de anecdótico sin ningún valor científico. ¿Acaso se piensa que los campesinos o los pescadores no verifican, prueban, analizan y vuelven a poner a prueba sus hipótesis? Lo hacen. Todos los días. La diferencia entre ellos y nosotros es que ellos viven en el territorio, no en el laboratorio, y no tienen que contrastar sus evidencias con lo que se produce en el resto del mundo. Ese es nuestro trabajo. Pero la complementariedad de perspectivas resulta fenomenal.

¿Pero qué es ciencia y qué no? ¿Cuál tipo de conocimiento es válido y cuál no? Personalmente encuentro en el marco teórico popperiano

{{Karl Popper, “Science as falsification”, Conjectures and refutations, Londres, Routledge, 1963, pp. 33-39.}}

 las pistas más claras para entender qué califica como conocimiento científico: nuestra capacidad de describir un fenómeno con pruebas de manera tal que pueda ser refutado en el futuro. A muchos colegas esta manera de enmarcar los descubrimientos no les parece la adecuada pues buscan, de modo incluso compulsivo, evidencias que comprueben y no refuten sus teorías. Lo cual me parece una aproximación que se acerca más al dogma que al proceso de construcción de conocimiento que está en continua evolución.

Friedemann Schulz von Thun es un psicólogo alemán experto en comunicación interpersonal que desarrolló, entre otras muchas herramientas, la noción de que en un intento de comunicación humana hay al menos cuatro oídos que están dándole forma a la conversación: la forma en la que el emisor del mensaje revela lo que intenta decir, el contenido del mensaje, la forma en la que el interlocutor recibe el mensaje y que está influenciado por la relación que hay entre el emisor y el receptor.

Es evidente que la historia ríspida entre el oficialismo con un grupo de notables académicos influyera para que el mensaje sobre la importancia de incluir los saberes de campesinos, pescadores y de todas las personas que trabajan día con día en los territorios pasara con mucha interferencia. Y no es para menos. La terrible acusación y acoso que recibieron 31 científicos que habían formado parte del Foro Consultivo Científico y Tecnológico fue un golpe artero que demostraba que la actual administración percibe como corruptas las políticas públicas del pasado. Basta leer la exposición de motivos de la propuesta de la LGHCTI para dimensionar el juicio que hay sobre las políticas científicas “neoliberales” del pasado.

Figura 1. La comunicación de al menos cuatro orejas tendría que contemplar la relación entre el emisor y el receptor para comprender que el mensaje que emite el primero, no necesariamente es lo que escucha el segundo.

Es impactante, al menos para mí, que quien clama incluir la diversidad de los saberes comunitarios no pueda ver que hay perspectivas totalmente diferentes para fomentar la creación de conocimiento y una de ellas puede ser, sin que esto sea corrupción o mal manejo de fondos, la transferencia de fondos al sector privado para catalizar procesos creativos. En el mismo saco cae el hecho de que las autoridades científicas mexicanas decidieron eliminar la biotecnología como un área de conocimiento del Sistema Nacional de Investigadores, cuyos métodos muy particulares y velocidad de descubrimientos distan de lo que podemos generar en otras áreas. Son estos, desde mi punto de vista, prejuicios.

Incluir la diversidad de visiones científicas de nuestros colegas que difieren con la política científica actual mandaría una muy buena señal para invitarlos a pensar en la diversidad de saberes transdisciplinarios como una fuente de conocimiento más, pero no al revés. Si las autoridades ignoran las perspectivas de algunos colegas, cualquier mensaje será interpretado de una manera muy distinta de la que el emisor hubiera esperado que fuera recibido.

Es un hecho que los científicos, que en teoría estamos entrenados para ver objetivamente cualquier pieza de evidencia que conduzca a una hipótesis, tenemos mucho que aprender del campo de la psicología, la cooperación, la diplomacia y la filosofía de la ciencia. Es una insuficiencia que parece que compartimos con los políticos en estos momentos, aunque tiene remedio: aprender a escuchar con genuino interés las preocupaciones, posturas, hipótesis y conclusiones a las que llegan nuestros colegas. De otra manera estaremos cayendo en los mismos pantanos de la religión compuestos principalmente por dogmas y fe. ~

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es bióloga marina con un doctorado en economía ambiental, profesora investigadora en el Colegio de la
Frontera Sur (Ecosur) e investigadora invitada del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3-UNAM)


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