Jordi Doce
En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019
Prรณlogo de Vicente Luis Mora
Oviedo, Ars Poรฉtica, 2019, 256 pp.
Es un error muy comรบn pensar que el poeta es alguien que escribe. Eso, si sucede, viene despuรฉs. Antes, y sobre todo, el poeta es alguien que mira, que sabe mirar; alguien que, al mirar, crea lo que ve y crea a quien ve. Jordi Doce (Gijรณn, 1967) enfila el mundo con la proa de una mirada prensil, que aspira a aprehender la delicada maraรฑa de fenรณmenos y contradicciones que componen la realidad, pero tambiรฉn a trascenderla para acceder a ese otro lugar que persiguen desde siempre los artistas: la dimensiรณn oculta, el otro lado de las cosas: lo que estรก mรกs allรก de lo visible, lo que elude lo discernible: โAl otro lado el tiempo, el mundo, lo real. / Al otro lado cuerpos, extraรฑezas. / ยฟSabes por fin de lo que hablas?โ, escribe en el poema 10 de โMonรณsticosโ. Doce mira para ver โpara verseโ mรกs allรก de lo mirado. Sus poemas buscan el asombro en lo ordinario, lo extraรฑo bajo lo domรฉstico. Se trata de despertar a lo que se ignora. Se trata de que, con tiempo en las pupilas, el ojo se sumerja en la rueda de las apariciones.
La mirada se proyecta, asรญ, en el espacio. El poeta camina y ve. Jordi Doce es un poeta ambulante, como el Claudio Rodrรญguez de Don de la ebriedad (pero la de Doce es una ebriedad sobria, una borrachera de contenciรณn), un poeta paseador, como Baudelaire, el flรขneur por excelencia, que describe los paisajes urbanos de las ciudades en las que ha vivido โen cuyas calles no solo hay personas, sino tambiรฉn perros y algunos gatosโ, los paisajes rurales que conoce โentre los que destacan los verdes y sosegados de una Inglaterra en la que pasรณ ocho aรฑosโ, los paisajes domรฉsticos, acaso los mรกs exรณticos de todos (sus poemas abundan en cuartos donde todo estรก quieto, excepto los ojos y la conciencia, afanosos), y hasta los paisajes marinos, tanto ingleses como asturianos. Pero Jordi Doce no solo camina por los lugares: tambiรฉn lo hace por el tiempo. Los trayectos de hoy se conectan con los de ayer, y en โOtros inviernosโ, por ejemplo, el vagabundeo por las calles de Sheffield remite a โuna geometrรญa / de aristas y vacรญosโ similar a la que percibรญa โel niรฑo que fui, que soy aรบn, / rumbo a no sรฉ quรฉ escuela / de la que nadie nunca me avisaraโ. Vicente Luis Mora ha resumido estas conjunciones en su clarificador prรณlogo al volumen: โUn espacio, un sujeto y una amalgama de tiempos distintos, anudados por la sensibilidad cognitiva de ese sujeto.โ
Para que la mirada pinte el mundo, son necesarios los colores de la luz. Pocos poemas hay en la obra de Jordi Doce que no impregnen la luz y su ilimitada paleta de matices, cuya intensidad hace que, a veces, se personifique: โRespira una luz parda / que pesa lo que el tiempo, / lo que el miedoโ, escribe en โLa deudaโ. La luz es la materia con la que se tallan las palabras. Los versos de Doce brillan como puรฑados de cristales, que configuran tanto una mรบltiple masa de resplandores como un solo y radiante espejo. La luz abunda en los poemas de En la rueda de las apariciones, pero tambiรฉn su contraparte: la sombra, la oscuridad, la noche (y con esta, la luna, hรญbrida conjunciรณn de esplendor y negrura). La luz vela y desvela, afirma Doce en โCine-clubโ. Y en el paรญs de la luz โel cielo, el aireโ habitan los muchos pรกjaros que pueblan estas pรกginas: palomas, gorriones, รกguilas, grajos, urracas y, sobre todo, cuervos. En Inglaterra, los cuervos son omnipresentes.
La pugna, o quizรก la simbiosis, entre la claridad y las tinieblas simboliza la del poeta por traspasar lo visible y construirse con la mirada. Este es otro de los rasgos fundamentales de la poesรญa de Doce. Sus poemas atienden a lo externo, pero caminan hacia adentro, se vuelcan hacia el interior, como un berbiquรญ. El autor de Gran angular โun tรญtulo que es tambiรฉn un aserto moralโ es un fino descriptor, pero no solo de lo que encuentra fuera de sรญ, sino tambiรฉn de que รฉl mismo descubre โo creaโ al enfrentarse al mundo: el adentro y el afuera dialogan, intercambian posiciones, mudan uno en otro. Asรญ, en โMayoโ, la lluvia y el viento que desordenan las calles y los รกrboles hacen que โotro รกrbol se [meza] en mรญ, plegado / al incierto engranaje del asombro, / con su aire que empuja y desordena / las ramas de mi sangre, de esta sangre / elocuente que vuelve a desgranar / para el รบnico espectador que soy / su recuento indecibleโ: lluvia, viento, mundo, sangre y yo se funden en una sola realidad observable, cuya observaciรณn la trae a la vida. La poesรญa de Jordi Doce, de la que esta antologรญa recoge una amplia muestra โdesde La anatomรญa del miedo, de 1990, hasta No estรกbamos allรญ, publicado en 2016, mรกs algunos poemas inรฉditos posterioresโ, es una poesรญa de la conciencia, del yo siendo consciente de su hacerse en un mundo cambiante y a menudo incomprensible. Mirar es, pues, construir la conciencia, el yo, ese yo que somos, lรกbil, lรญquido y aguijoneado por la perplejidad y el miedo, como ya hiciera Wordsworth con su monumental El preludio. En โLectura de Marguerite Yourcenarโ se reivindica la necesidad de esa introspecciรณn fabril: โLo que resuena en estas pรกginas / con un tenue chasquido de hojarasca / […] / es la necesidad de la conciencia / y la conciencia de lo necesario, / el peso de los hechos que nos hacen.โ En el extraordinario poema โEl paseoโ, la trabazรณn entre el estรญmulo exterior y la factura interior, encauzada por una mirada atirantada, bajo una luz que ya empieza a ensombrecerse, se hace luminosamente patente. El espacio apacienta el pensamiento, y el poeta siente la imposibilidad de hurtarse a la conciencia que lo piensa. Duda, incluso padece, entre โel gozo de vivirโ โla percepciรณn descarnada de las cosas: su inmediatez supuranteโ y โla seca lucidez que me consumeโ: esa certeza de que no somos sino lo que nos representamos, de que, al transformar en conocimiento lo aprehendido, lo creamos y nos creamos. En el poema, el yo poรฉtico se asoma a un pantano y comprende que โmi rostro no es mi rostro, / sino el de alguien, mudo, / que al mirarse me piensaโ. Esta comprensiรณn, sin embargo โque, para que sea verdadera, ha de preservar una zona de sombraโ, no vuelve lapidario el poema: la anagnรณrisis es aquรญ, como todo en este libro, sutil y restricta. Los poemas de Doce son siempre felizmente dubitativos. De esa duda nace su solidez.
La versatilidad formal de Jordi Doce es destacable: cultiva todas las formas, y todas eficazmente. Predomina el verso blanco, coincidente con los metros clรกsicos de la tradiciรณn hispana, pero tambiรฉn practica formas de otras tradiciones, como la oriental โde la que nos ofrece haikus y tankasโ, y modalidades arraigadas en la contemporaneidad, como el poema en prosa โlos de Estaciรณn tรฉrmino se inclinan por un suave irracionalismoโ o las composiciones de estructura singular, y lรบdica, como โNotas a pie de vidaโ, una sucesiรณn de 33 notas a pie de pรกgina sin el texto del que provienen, o โMonรณsticosโ, en los que las estrofas conforman una pirรกmide: del primer poema, de un solo verso, se pasa sucesivamente al undรฉcimo, de once, y de este se desciende hasta el vigรฉsimo primero, de nuevo de un solo verso. Con diversos envoltorios, la poesรญa de Jordi Doce, narrativa pero metafรณrica โen โTarde de rondaโ se reconoce โtocado por el demonio de la analogรญaโโ, reflexiva pero musical โy generosa en aliteraciones: โla luz y sus tenazas tenuesโโ, figurativa pero hospitalaria con lo irracional, irรณnica pero no malhumorada, se erige en testimonio privilegiado de la construcciรณn de la conciencia, en el permanente y erizado diรกlogo que mantienen el yo y el mundo. ~
(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crรญtico literario. En 2011 publicรณ el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).