Avatares de la recepción hispánica de Franz Kafka

La recepción de la obra de Kafka ha sido novelesca y a menudo misteriosa: desde traducciones falsamente atribuidas y títulos controvertidos a la influencia determinante en muchos autores. El tiempo ha permitido corregir algunas confusiones y visiones reduccionistas, pero también ha generado otras nuevas.
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Seis meses después de la publicación del primer relato de Kafka en catalán, traducido por Carles Riba (“Un fratricidi”, La Mà Trencada, diciembre de 1924), la Revista de Occidente inauguraba su recepción en lengua española. Hacía un año que el escritor de Praga había muerto en un sanatorio cercano a Viena cuando la intelectualidad de la época recibió el mazazo, debido a la pluma de un tal “Franz Kafka” y bajo el título –mucho después polémico– de La metamorfosis, de aquella famosa primera frase: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto.” Pero, ¿de quién era esta versión sin firma? La cuestión no solo interesa por la prioridad cronológica de una traducción que se adelantó a otras lenguas de primer orden en Europa –el francés, el inglés, el italiano–, sino también por el hecho de tratarse de la versión más difundida en lengua española. Y es que no es otra –alterada únicamente con leves retoques y actualizaciones– que la que siguen publicando, a ambos lados del Atlántico, dos editoriales de amplia distribución: la argentina Losada, atribuyéndola a Jorge Luis Borges, y la española Alianza, manteniéndola anónima.

La metamorfosis abrió en 1938 la colección de Losada La Pajarita de Papel, dirigida por Guillermo de Torre, cuñado de Borges y figura relevante en la difusión hispánica de Kafka tanto en España como en América. El volumen, cuya traducción se atribuía a Borges, incluía, junto con otras piezas breves inéditas en España, las tres narraciones de Kafka publicadas previamente por Revista de Occidente: no solo la más extensa, que daba título al libro, sino también “Un artista del hambre” y “Un artista del trapecio” (en traducción alterada del original “Erstes Leid”). El problema es que estas versiones eran prácticamente idénticas a las aparecidas en la revista de Ortega y Gasset, respectivamente, en 1925, 1927 y 1932. Y si alguien, a lo largo de las largas décadas en las que Losada ha seguido atribuyendo a Borges la traducción completa, reparaba en esta identidad, concluía en perfecta lógica que Borges, que había residido una temporada en España, había traducido los textos para la publicación española. Sin embargo, esta teoría choca con la evidente diferencia de estilo entre las traducciones publicadas inicialmente en España y el resto, así como con las explícitas declaraciones del propio Borges, que reconoció abiertamente en más de una ocasión haber traducido únicamente las otras prosas de la edición de Losada. Eso sí, solo lo hacía al ser interpelado directamente sobre el tema, como ocurrió en conversación con el argentino Fernando Sorrentino –incansable divulgador de este asunto– y, posteriormente, con el uruguayo Juan Fló. Aun así, hay quien se aferra a la idea de que la autoría de Borges no está descartada e incluso quien la sigue dando por cierta, empezando por la propia editorial Losada, que continúa haciendo alarde de la autoría borgiana de la traducción de La metamorfosis desde la cubierta de sus ediciones. Por tanto, no es extraño que se perpetúe una atribución reproducida durante décadas.

Lo más probable es que tradujese Die Verwandlung otra persona cercana al círculo de Revista de Occidente con conocimientos de alemán y en esta línea han ido las propuestas de la bibliografía especializada. Entre ellas destaca, por haberse dado por cierta, la atribución a Ramón María Tenreiro, escritor y político gallego, autor de la primera reseña española de Kafka en la misma revista –nada positiva, por cierto–, cuyas pretendidas coincidencias estilísticas con La metamorfosis no son sino rasgos propios de la escritura de la época en España. Todo apunta, en cambio, a que la autora silenciada de esta traducción fue Margarita Nelken, crítica de arte, escritora y traductora, recordada ante todo por su labor política durante la Segunda República y la Guerra Civil. Se trata del nombre propuesto por José Ortega Spottorno, responsable de los dos primeros libros de Kafka editados en España, consistentes en la reunión de las tres narraciones de la Revista de Occidente bajo el título La metamorfosis: el primero fue publicado por la propia editorial de la revista en 1945 y el segundo apareció en la recién inaugurada editorial Alianza en 1966. El testimonio de Spottorno fue referido en un artículo de 1999 por la germanista Cristina Pestaña. Según esta, el editor habría justificado la ausencia de la atribución a Nelken en esas ediciones por haberse destruido la prueba documental de esa autoría durante la guerra. Esta pista, un tanto vaga tal y como la transmite Pestaña, queda sin embargo confirmada por un testimonio tardío de la propia Nelken que no es suficientemente conocido. En una carta de 1964 conservada en el Archivo Histórico Nacional de España, en respuesta a una estudiante que le había preguntado por su trayectoria, Nelken resumía su currículum y decía haber realizado “traducciones varias”, entre ellas, la “primera publicación de Kafka en la Revista de Occidente”. Por otro lado, precisamente en torno a 1925, año de la aparición de La metamorfosis, se concentró la publicación del mayor número de libros traducidos por Nelken, tres de ellos por la propia editorial Revista de Occidente. Por lo tanto, la tesis de Nelken –que ya se presenta como un hecho desde algunos ámbitos, a menudo sin dar más explicaciones– es, como mínimo, la más verosímil.

El kafkiano caso de la Verwandlung que Borges jamás tradujo –empleando el título de un artículo de Sorrentino– no impide reconocer la relevancia de La metamorfosis de Losada ni de la figura de Jorge Luis Borges en la difusión hispánica de Kafka. El prólogo de aquella edición, con sus numerosísimas reediciones y reimpresiones, es, probablemente, el texto más divulgado sobre Kafka en lengua española. En ese y otros escritos, Borges se alejaba de la tendencia interpretativa dominante en la recepción argentina e internacional y dibujaba un Kafka laberíntico, infinito y fantástico, más valioso por sus narraciones breves que por sus novelas. De este modo, empleando el juego paradójico de su ensayo “Kafka y sus precursores”, se convirtió a sí mismo en precursor de Kafka y lo reivindicó como autor de ficciones que habían de ser leídas sin buscarles clave simbólica, “con puro goce trágico”. El impacto de la concepción borgiana de Kafka es innegable, el prestigio de Borges marcó la progresiva generalización de la consideración literaria y fantástica de la obra kafkiana y su huella puede encontrarse en autores de distintas latitudes como Augusto Monterroso, Ricardo Piglia o Vila-Matas.

Mientras Borges comenzaba a divulgar a Kafka, cuyo desarrollo editorial y crítico se desplegaba en el continente americano, el prometedor inicio pionero de la recepción de Kafka en España quedó interrumpido, y ello no solo es achacable a la tragedia histórica. El hecho de no haberse editado ningún libro de Kafka a mediados de los años treinta suponía un estancamiento con respecto a lo que estaba ocurriendo en otros países europeos, pues en 1933 habían aparecido ya dos ediciones inglesas (The castle y The great wall of China), así como las traducciones francesa e italiana de El proceso. En cualquier caso, la situación política impidió acusar conveniente recibo del boom Kafka, que eclosionó internacionalmente en los años cuarenta, cuando se sucedían las lecturas existencialistas y sociopolíticas, asociadas con frecuencia al mito del profetismo kafkiano. Por mucho que hoy parezca una obviedad, la consideración literaria de Kafka era algo poco usual en una época en la que primaban los enfoques interpretativos, lo que Eduardo Mallea denominó “proliferación casi monstruosa de exégesis e hipótesis” o Guillermo de Torre calificó de “delirio hermenéutico”. Da cuenta del dominio de estas perspectivas el hecho de que el cubano Virgilio Piñera considerase en 1945 que “El secreto de Kafka” era, simplemente, el de ser un literato. También defendió la condición literaria de Kafka el poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen en su artículo “¿Quién habla de quemar a Kafka?” (1947), en reacción a la polémica generada en Francia ante la pregunta lanzada por el semanario comunista Action sobre la pertinencia o no de convertir la obra de Kafka en cenizas.

Piñera imaginaba futuros lectores de Kafka liberados de “cargas de actualidad”, capaces de disfrutar de sus obras como puros “juguetes de la imaginación”. Pero lo cierto es que es imposible eludir el propio presente. Significativamente, hoy en día no hay país hispanoamericano donde no se considere que allí Kafka sería un escritor costumbrista. Las cargas de actualidad que sobrellevamos un siglo después de la muerte de Kafka no son exactamente las que él experimentó, como tampoco lo son las del resto del siglo XX, pero se derivan de aquellas. Últimamente se perciben dos fenómenos inquietantes con respecto a la recepción extraliteraria de Kafka, en tanto que manifiestan el retroceso que aparentamos vivir. Por un lado, se aprecia una tendencia que parecía superada: la apropiación parcial de su crítica a las estructuras de poder, como si Kafka hubiese tomado partido en luchas cainitas posteriores al tiempo en que vivió y su obra no fuese una puesta en evidencia de la alienación derivada de cualquier tipo de sistema abusivo. No es casualidad que la literatura kafkiana fuese históricamente repudiada por todo tipo de totalitarismos. Por otro lado, Kafka no ha permanecido inmune a la incultura de la cancelación. Ciertos aspectos de su vida sexual –como su visita a prostíbulos, común en su época y en la que hay quien parece reparar ahora– han sido criticados públicamente, convirtiendo al escritor Franz Kafka en encarnación de su personaje Josef K., como si su vergüenza le hubiera sobrevivido. En esto, como en tantos otros rasgos de nuestra época globalizada y tecnológica de redes sociales e inteligencia artificial, el mundo no solo sigue siendo kafkiano, sino que se kafkianiza cada vez más. Y es este, precisamente, un aspecto sobre el que se está insistiendo en el centenario de su muerte.

Al margen de estas cuestiones Piñera tenía, en parte, razón. Con el paso del tiempo las aproximaciones a Kafka encontraron cimientos más sólidos donde asentarse, gracias a un mayor rigor biográfico y textual. El mito del Kafka profeta, atormentado y solitario, que no ha desaparecido del todo y contiene parte de verdad, convive con una apreciación más ajustada de lo que fueron su vida y su obra, donde emerge su consideración humorística, en buena medida gracias a la labor investigadora y divulgativa del alemán Reiner Stach. Se intenta leerlo con nuevos ojos y acercarlo a nuevos públicos. Se trata de limpiar la pátina formada durante décadas de lecturas variopintas en torno a una obra que parecía importar menos que las interpretaciones a las que era sometida. Hoy estamos en condiciones de apreciar las prosas kafkianas “con puro goce trágico”, como “juguetes de la imaginación”. Pero también podemos sentirnos intensamente interpelados por una obra que aspira a despertar al lector de un puñetazo en la cara. Forma y trascendencia: ambas constituyen la inseparable médula de la obra kafkiana. No hay por qué renunciar a ninguna de las dos. ~

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es profesora del área de filología alemana en la Universidad de Zaragoza. Es coautora junto a Julieta Yelin de Kafka en las dos orillas (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2013).


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