La izquierda obradorista: primero como promesa, después como farsa

Dos libros publicados recientemente dan cuenta de que la “revolución de las conciencias”, promovida por el obradorismo, solo sucedió en la imaginación de sus simpatizantes. La crítica de Carlos Illades y las memorias de Paco Ignacio Taibo II muestran un panorama oscuro y, en algunos grados, hasta risible en el porvenir de la izquierda.
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El futuro de la izquierda, por Roger Bartra

La revolución que no fue, por Fernando García Ramírez


El futuro de la izquierda

Roger Bartra

Carlos Illades es el mejor historiador de la izquierda en México. Ha trazado las huellas del socialismo desde el siglo XIX, ha documentado las peripecias del marxismo, ha estudiado las revistas de izquierda y en los años recientes ha explorado la naturaleza del obradorismo. Hace cuatro años creía que López Obrador era populista y de izquierda, pero era de una “izquierda desprovista de progresismo”, como dijo. Supongo que la falta de progresismo radicaba en que el presidente, como escribió, era nacionalista en lo económico, con ideas románticas y utópicas, conservador en temas morales y providencialista cristiano. Pero le reconocía que había incrementado sustancialmente los salarios mínimos, que había impulsado una reforma laboral que permitió la libre afiliación sindical y que había instaurado programas sociales que favorecieron a la población pobre.

En su nuevo libro, La revolución imaginaria, sigue definiendo al presidente como conservador, nacionalista, romántico y cristiano en materia social y parece seguir creyendo que en 2018 ganó la izquierda. Pero ahora, aparece en distintos momentos una serie de atributos que hacen dudar de que el presidente sea de izquierda. Afirma que no busca la emancipación social, es autoritario y unipersonal, avanza hacia la putrefacción, tiene expresiones desarrollistas y neoliberales, ha fomentado la desinstitucionalización, es redistributivo y asistencialista, aspira a una sociedad homogénea, no plural, ha concentrado el poder en sus manos, exalta las instituciones premodernas como la familia, el Ejército y la Iglesia, es bonapartista, su política tiene componentes regresivos, es admirador del presidente López Mateos y refuerza el gobierno autoritario.

El libro es una de las más ácidas críticas al obradorismo que se hayan publicado. Al leerlo, no podemos más que concluir que el obradorismo es claramente de derecha. Pero Illades no está de acuerdo en mi caracterización de López Obrador como populista de derecha con el argumento de que no me doy cuenta de que el populismo es un discurso, un estilo y un régimen, y que lo reduzco a una cultura política. Debo decir que el discurso y el estilo son parte constitutiva de la cultura política que he estudiado y que el populismo no es un régimen sino una forma de gobernar. No existen los regímenes populistas; lo que hay son gobiernos populistas. El populismo no se puede institucionalizar. Cuando el nacionalismo revolucionario de Lázaro Cárdenas lo intentó, dejó de ser populista. Sobre este tema volveré más adelante. Sin embargo, Illades admite ahora que el obradorismo se diluyó como proyecto de izquierda. Fuera de esta discrepancia, debo decir que estoy esencialmente de acuerdo con las ideas que sostiene en este libro. Hay que reconocer y elogiar la elevación del salario mínimo y podemos comprobar que la libertad sindical fue aceptada, pero también tendríamos que reconocer que obedeció a las presiones de los demócratas de Estados Unidos cuando se aprobó el tratado de libre comercio.

Es muy importante la idea de que la tan publicitada “revolución de las conciencias” es una revolución imaginaria. Una mera revolución declarativa que reprodujo los viejos vicios políticos, no revirtió las tendencias neoliberales, expandió la presencia de las fuerzas militares a espacios muy alejados de su competencia, fortaleció el poder ejecutivo y dejó que el crimen organizado consolidase su poder en la sombra. El conservadurismo medular y la imaginación providencialista de la historia del presidente, sumados al oportunismo de sus huestes, han evaporado las pretensiones izquierdistas que proclamó el obradorismo. La revolución ha ocurrido en el terreno de lo imaginario: la ruptura con el antiguo régimen fue una ilusión que atrajo a muchos, el impulso por la soberanía se desvaneció con la postura incondicional ante la agresiva política migratoria de Donald Trump, la solidaridad del presidente con los pobres se volvió una política clientelar y todo giró en torno de una “genuina empatía con las clases populares” al estar el presidente en campaña permanente ante el México olvidado y pobre, lo que genera esperanza en amplios sectores de la población. Una cadena de ilusiones, esperanzas, desvanecimientos y espejismos funciona con eficacia en la imaginería popular.

En la práctica política cotidiana, López Obrador ha desfondado el Estado, afirma Illades. Ciertamente, yo creo que lo ha desmadrado. Sin ideas y oponiéndose a institucionalizar el proceso de combate a la corrupción, se ha acabado mutilando el sistema de administración, manteniendo la relación espuria con las esferas de la política. Como podía esperarse de una revolución imaginaria, las “instituciones creadas por la 4T son escasas, frágiles, de calidad dudosa y opacas”, escribe Illades. Toda la atención del gobierno se ubica en el futuro (lleno de promesas) y en el pasado (donde están las causas de los males). El presente acaba siendo un inmenso vacío llenado por el discurso populista y los “magros resultados presidenciales”. “Un gobierno inoperante y una oposición desacreditada –dice Illades– copan el vacío.” Y concluye que estamos lejos de la “purificación de la vida política” prometida, y en cambio “avanza la putrefacción de un sistema caduco”. Varios sucesos imprevistos, dice Illades, provocaron “un vacío discursivo que [el presidente] no pudo llenar con palabras ni cubrir con imágenes”. La revolución imaginaria acaba siendo un vacío político.

Este libro contiene una devastadora crítica del obradorismo. Para comenzar, demuestra que es una variante muy pobre del populismo. No logró crear un nuevo régimen debido a que el populismo es, por su propia naturaleza, incapaz de hacerlo. Su expresión más antigua en América Latina, el peronismo, no fundó un régimen propio: lo que hizo fue cristalizar en un gobierno ilustrado por una política populista una cultura de larga duración que aún persiste en la Argentina de hoy. El cardenismo tuvo notables rasgos populistas, pero el régimen que fundó fue la dictadura nacionalista revolucionaria, dentro de la cual perduró marginalmente una cultura política populista que acabó desprendiéndose del partido oficial en 1987, cuando Cuauhtémoc Cárdenas salió del PRI. El chavismo en Venezuela también se transformó en una dictadura supuestamente socialista, mostrando que cuando un movimiento populista llega al poder puede mutar en un fuerte autoritarismo, dando lugar a un régimen que pierde sus peculiaridades populistas o las margina y minimiza. Esa es la paradoja fundamental del populismo. El populismo cardenista acabó generando dentro del PRD al obradorismo, heredero de esa tradición política. Me parece que el obradorismo es una excrecencia reaccionaria del populismo cardenista. La 4T no es la izquierda de la Revolución mexicana, como algunos creen.

La obra de Illades analiza la revolución imaginaria hasta diciembre del año pasado. Este año han ocurrido algunos hechos que podríamos interpretar a la luz de lo que expone. Lo más importante es que el presidente ha enviado al Congreso veinte propuestas, la mayoría de las cuales significan cambios en la Constitución. La candidata oficial las adoptó inmediatamente. No es un conjunto coherente de ideas, es una mezcla de propuestas aceptables y alguna incluso positivas que envuelven un núcleo francamente regresivo, autoritario y reaccionario. Ese peligroso núcleo implica suprimir las candidaturas plurinominales en el Congreso, eliminar todos los organismos autónomos, convertir a la Guardia Nacional en una dependencia de la Secretaría de la Defensa y elegir por voto directo de la ciudadanía a jueces, magistrados y ministros del poder judicial, lo mismo que a los consejeros y magistrados de los órganos electorales. Es evidentemente una propuesta que pretende crear un régimen autoritario que concentraría el poder en el Congreso en un solo partido, recortaría la representación política de minorías, convertiría a los puestos en el poder judicial en presas codiciadas por el partido mayoritario y militarizaría completamente las funciones policiales a nivel nacional. Estas propuestas son el programa de cambios constitucionales que la candidata del partido oficial ha decidido impulsar. Por ello en las elecciones de junio se pondrá en peligro el régimen democrático. Si ganara la candidata oficial y además su partido lograse la mayoría calificada en el Congreso, sí podría haber un cambio de régimen, cosa que no ha logrado López Obrador a mi parecer. Ahora quiere heredarle a su posible sucesora la tarea que él no fue capaz de realizar.

Pero hay otra interpretación diferente que quiero mencionar. Jesús Silva-Herzog Márquez considera que el populismo ya se ha consolidado como un régimen y que ha dejado de ser un estilo y un relato, es decir una forma de cultura política (“El otro arroz”, Reforma, 25 de marzo de 2024). Yo creo que aquí hay que aplicar la paradoja que es característica del populismo: en el momento en que se vuelve un régimen deja de ser populista; cuando se institucionaliza como un nuevo orden político abandona su naturaleza como expresión populista. Y la dimensión populista queda al margen del sistema, tal como ocurrió cuando Cárdenas instituyó el nuevo régimen y, en lugar de elegir como sucesor a Francisco Múgica, prefirió a Manuel Ávila Camacho. Si Silva-Herzog tiene razón, y ya estamos en un nuevo orden, el resultado de las próximas elecciones no hará más que confirmarlo. En este caso algo muy parecido a una restauración habría ocurrido, sin que hubiera en realidad una verdadera regeneración del viejo régimen, sino más bien el advenimiento de un peligroso esperpento.

El futuro de la izquierda es una preocupación central en el libro de Illades. El último capítulo es enfático al proclamar que “la salida es a la izquierda”. ¿La salida de qué encierro? Supongo que es la salida de un “régimen corrupto y un orden social terriblemente injusto” que Illades denomina “despotismo oligárquico”. López Obrador, afirma, no lo desmanteló más allá de su discurso rijoso. “La malograda transformación prometida por la 4T –teme Illades–, la desilusión frente a sus componentes regresivos y las políticas fallidas”, ha decepcionado a muchos que ahora creen que el cambio es imposible. Illades no comparte esta idea. Cree que hay una salida a la izquierda.

Describe esa salida como la opción de una izquierda socialista que transfiera los poderes sociales y económicos a la comunidad. Esta transferencia ya no la haría un partido de estilo bolchevique ni una clase social como el proletariado. La haría un agregado social mayor y más diverso con múltiples identidades dotado de un proyecto común. Lo más parecido a esto creo que ha sido la socialdemocracia que en el siglo XX logró impulsar el llamado Estado de bienestar. No estoy seguro de que esa sea la opción de Illades, pero esa es la alternativa con la que yo me identifico. Afirma que el problema cardinal del país es la desigualdad. Yo creo, en cambio, que el problema principal es la pobreza generada por un capitalismo malformado y atrasado. La opción socialdemócrata implica modificar la operación del capitalismo. Un capitalismo de corte neoliberal sin controles pero potente y productivo puede bajar el nivel de pobreza y provocar que crezca la clase media, pero inevitablemente generará más desigualdad. Por eso es necesario reformarlo y controlarlo. Comprender la naturaleza de los capitalismos actuales es fundamental para abrir perspectivas de reformas de izquierda. Me temo que una gran parte de la izquierda en México ha abandonado el trabajo de entender el capitalismo. El concepto es usado por pocos y desde luego no existe en las esferas mentales de los obradoristas. Ha sido sustituido por la noción de neoliberalismo, que se esgrime más como un insulto estéril que como una herramienta para entender la realidad económica.

Tengo la impresión de que hay gente de izquierda que tiene la esperanza de que hay algo que salvar en el obradorismo. Que dentro de la llamada 4T hay fuerzas o movimientos que podrían impulsar una salida hacia la izquierda. Yo no encuentro dentro del partido Morena rastros de una izquierda más allá de algunos criptomaoístas, unos marxistas rancios y unos pocos cardenistas de viejo cuño, todos los cuales se encuentran marginados. Si la esperanza fue la candidata oficial, al ver su programa podemos comprender que mantiene las posiciones reaccionarias de la 4T.

Illades dirige la mirada a las izquierdas no partidistas, como el neozapatismo, la guerrilla rural, el neoanarquismo, el feminismo radical y las protestas sociales públicas. Yo he denominado a estas expresiones como la izquierda infrarrealista, sin ningún ánimo peyorativo, porque fluye por debajo de la vida política real, perforando túneles para derribar al gobierno y minar los cimientos de un sistema que consideran corrupto y represivo. Tomo la palabra infrarrealista de Roberto Bolaño, quien durante los años setenta del siglo pasado se propuso subvertir el orden literario que le parecía opresivo. Yo tengo simpatía por esas expresiones políticas tal vez porque me recuerdan mis experiencias de joven en los años sesenta cuando impulsaba actitudes contraculturales subterráneas y clandestinas. Y porque mantienen viva la idea de izquierda, aunque me temo que no ofrecen una salida.

Al leer la aguda crítica al obradorismo que hace Illades llego a la conclusión de que hoy podemos poner la esperanza en detener las tendencias autoritarias derechistas del partido oficial. La única alternativa parece ser la coalición de los tres partidos que negociaron en el siglo pasado la transición democrática y que han postulado a una candidata a la presidencia, Xóchitl Gálvez, que sorprendentemente se encuentra a la izquierda de la candidata oficial. Tengo la esperanza de que, si se detiene la erosión al régimen democrático, la izquierda podrá encontrar nuevos caminos para reformar la maquinaria explotadora del capitalismo. ~

Carlos Illades
La revolución imaginaria. El obradorismo y el futuro de la izquierda en México
Ciudad de México, Océano, 2024, 152 pp.


La revolución que no fue

Fernando García Ramírez

¿Es la izquierda democrática? Como las cabras al monte, la izquierda tira siempre que puede a la solución revolucionaria, es decir, a la toma del poder por la fuerza, a la perpetuación en el gobierno, al secuestro de la voluntad popular a manos de una camarilla que dice representarla. Se valen de la democracia para instalarse en el poder y una vez ahí intentan deshacerse de las formalidades democráticas para que nadie pueda disputárselo.

Por supuesto, no se puede hablar de la izquierda como si fuera una sola. Para referirse a esta corriente ideológica en México, Jorge G. Castañeda y Joel Ortega Juárez hablan en un libro reciente de “las dos izquierdas”. Una es la izquierda que se asume como heredera de la Revolución mexicana (la tendencia nacionalista revolucionaria) mientras que la otra es “la izquierda independiente”. Aclaran los autores que no es la única clasificación posible. Está también la izquierda revolucionaria, la reformista, la comunista, la socialdemócrata, la institucional y la extraparlamentaria. Puede decirse, sin embargo, que en términos generales la izquierda piensa en la democracia como el gobierno de la mayoría y muestra su desdén por la democracia electoral, pluralista, tolerante y representativa.

Tomemos como ejemplo a Paco Ignacio Taibo II, quien afirma que desde niño era de izquierda, incluso desde antes: “Lo bueno de haber sido niño de izquierda es que traes en los genes la fraternidad.” Lo cual no obsta para que ahora abrace a Manuel Bartlett, artífice del mayor fraude electoral cometido contra la izquierda mexicana: “un cuate que regresó a posiciones éticas después de ser instrumento pinche del sistema”. ¿Regresó a posiciones éticas? ¿No sabe Taibo que Bartlett antes de realizar ese fraude participó en las operaciones de la guerra sucia en México?

Para Taibo la democracia electoral es solamente “otra forma de lucha”, no por cierto la más importante. La lucha electoral “en ciertos momentos se vuelve el gran cauce de la expresión popular”. Pero solo “en ciertos momentos”. Lo importante, para él, es “la búsqueda de las mayorías”. Por eso mismo se niega a “satanizar” la violencia revolucionaria, por eso mismo la democracia electoral le parece un recurso de la pequeña burguesía, un mero formalismo.

Desde Morena, donde ahora milita, Taibo Junior llama a no “sumarnos a la tradición perredista que ha hecho de lo electoral […] una obsesión”. Para este hijo de la izquierda revolucionaria (no olvidemos que es el autor de una hagiografía del Che, “el carnicero de La Cabaña”) la democracia es solo un fetiche, un instrumento para acceder al poder. Por eso la disculpa de su “cuate” Bartlett, por eso su anuencia a los modos en que ahora Morena intenta aferrarse al poder, valiéndose para ello del clientelismo más vulgar (que antes criticaba en el PRI), así como el intento de desaparecer el INE para que de nuevo sea el gobierno el que cuente los votos, por ello su entusiasmo fervoroso por las acciones caudillescas y poco democráticas de López Obrador. Y sí, aunque la mona revolucionaria se vista de seda democrática, mona revolucionaria seguirá siendo.

Lo esencial es el “poder de la mayoría”, sin importarle gran cosa lo que se tenga que hacer para mantenerse en el poder, ya que todo lo que ellos hacen es para “ayudar la causa de los pobres”.

Las citas del presente texto provienen de Los alegres muchachos de la lucha de clases, un libro “producto del más certero egoísmo”. Taibo bis (novelista, cuentista, activista) se desempeña como funcionario de gobierno, burócrata de la cultura. Al ser designado por López Obrador como director del Fondo de Cultura Económica, Taibo le advirtió al presidente electo que no iba a dejar de escribir, y lo ha cumplido. Como el joven gobernador Samuel García, Taibo es funcionario de 9 a 5 y el tiempo restante lo dedica a escribir y a promover sus libros con recursos del Estado. Muy lejos están aquellos días de 2012 cuando declaraba que no quería “que las instituciones públicas compraran sus libros”. Ahora, desde la dirección del FCE, ordenó que la institución adquiriera con sobreprecio el fondo editorial de un amigo suyo (que incluía libros del mismo Taibo). Esto, que parece un acto de corrupción, no solo lo parece: es un acto de corrupción. La izquierda en el poder, quién iba a decirlo, ha resultado más corrupta que el PRI. Todo sea por los pobres.

De eso se trata. López Obrador impuso a Taibo al frente del FCE (cambió la ley a fin de que pudiera tomar el cargo) para que este produjera libros baratos y así los más desfavorecidos pudieran leer. Porque para Taibo el problema del bajo nivel de lectura radica en los altos precios de los libros. Así, instalado a la mala en su cargo editorial, se dedicó a “luchar” para poder vender libros de veinte pesos. Resultado: en 2016 el 82% de los mexicanos leía de forma habitual (libros, revistas, internet), ahora –con datos oficiales de finales de 2023– esa cifra ha descendido hasta el 68%. Una caída del 14%. Eso sin mencionar el daño que Taibo ha producido en el sector editorial, con competencia desleal desde el Estado. ¡Bravo, Taibo! Ha conseguido que los mexicanos lean cada vez menos. Lo ha hecho, claro está, con las mejores intenciones. Para ello ha incurrido en varias de las peores prácticas de un editor. Publicar solo lo que a él le gusta, abrir las puertas de la editorial a sus amigos, autores mediocres y plagiarios (como Fabrizio Mejía Madrid), ahuyentar de la editorial a sus mejores autores por motivos ideológicos.

Los alegres muchachos es algo parecido a unas memorias ideológicas y sentimentales, un libro que narra el izquierdismo “genético”, la infancia roja, el paso por las aulas –nada favorecedor– y la juvenil inclinación sindicalista de Taibo II. El libro abunda en anécdotas que parecen exageradas y hasta falsas. Taibo mismo admite que algunas de esas historias “son fabulaciones y, aunque me he alejado bastante de la ficción o casi, esta tiene su espacio”. Un ejemplo. Cuenta Taibo la ocasión en que salvó su vida en medio de una feroz lucha sindical. “Socorro me salvó la vida soltándole un pancartazo al patrón de la fábrica, que me aventó un Mustang con intención de atropellarme porque tratábamos de liberar a las secuestradas obreras de Maquilas Popular.” La verdad sea dicha me cuesta un poco imaginar la escena. El patrón perverso intenta atropellar a Taibo Junior en su Mustang y una obrera lo impide con un golpe de pancarta (¿al carro, al patrón?). Finalmente caigo en cuenta de que muy probablemente esta escena marxista (propia de una comedia de los hermanos Marx) sea solo una de sus fabulaciones obreras. Escenas como la anterior abundan en el libro.

Las memorias de Taibo están pobladas de exageraciones y mentiras francas. Todo con el fin de bosquejar el retrato del autor como una persona fraternal, solidaria, amante de los pobres (sin ninguna idea para sacarlos de la pobreza), patriota, igualitario. Pese a la cantidad de autoelogios (“el riesgo del autohomenaje es peligroso”, nos advierte), las falsedades sobresalen. Señalo dos. Afirma Taibo que “Calderón pactó el inicio de esta guerra [contra el narco] con el presidente Bush”, a pesar de que no existe la más mínima evidencia documental de ese pacto. Sobre López Obrador sostiene que “su origen político es la corriente democrática del PRI, en los inicios con Cuauhtémoc Cárdenas”. Pero esto no fue así. López Obrador se afilió al PRI en 1976, luego de las matanzas de estudiantes de 1968 y 1971. Cuando Cárdenas se separa del PRI en 1987 López Obrador se mantiene en el partido y no existe ningún documento público en el que el tabasqueño haya manifestado su apoyo a esa corriente. Cuando en julio de 1988 el gobierno de Miguel de la Madrid hace fraude a favor de Carlos Salinas de Gortari (de la mano de Manuel Bartlett) López Obrador tampoco renuncia al entonces partido oficial. No será sino hasta finales de 1988, cuando Cárdenas le promete una candidatura, que López Obrador, por conveniencia, deja el PRI. Este tipo de falsedades son abundantes en las fabulosas (porque fabulan) memorias de Taibo segundo.

Quizá el punto más triste del libro es la forma en que se ha traicionado a sí mismo. Podría decir, como el célebre poema de José Emilio Pacheco, “ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años”.

Antes de engrosar las filas de la burocracia, Taibo comentaba que lo que más le molestaba de Televisa eran “los abusos cometidos contra la información y la verdad”. Pero ahora calla frente a las más de 110 mil mentiras documentadas (por la agencia Spin) de López Obrador en sus conferencias matutinas.

Antes, sobre el PRD criticaba: “han reproducido prácticas clientelares”. Pero ahora que Morena desde el gobierno utiliza los programas sociales para comprar votos no abre la boca para criticar esa vieja práctica que viene del PRI.

Antes, como hombre libre que era, a propósito de la guerra de Calderón contra el narco podía lamentar que “los mexicanos habíamos aportado a esta guerra más de 31 mil muertos”. Sin embargo, ahora que la estrategia de López Obrador ha conducido al país al periodo más violento de nuestra historia moderna (más de 183 mil muertos bajo su gobierno) es incapaz de elevar la más mínima crítica.

Taibo Jr., declarado pacifista, calla ante el militarismo rampante en México. Calla ante los más de 800 mil muertos por covid (pese a que la pandemia se llevó a varios de sus amigos). Calla ante la abierta corrupción del gobierno. Él, que se asumía como un izquierdista “heterodoxo”, no dice nada frente al talante autoritario de López Obrador.

Con todo, Los alegres muchachos se deja leer. Tiene caídas de estilo lamentables (“era la más valiente del mundo mundial”), pero también buenos momentos de humor –involuntario–. Hace treinta años, cuando el PRI dominaba la escena política nacional, la bancada de ese partido en el Congreso decidió incrementar el IVA, medida antipopular. Para celebrar este aumento, el líder del Congreso, el priista Roque Villanueva, realizó obscenos movimientos con los brazos para dar a entender que, a pesar de los intentos de la oposición, el PRI la había “sometido sexualmente”. A esos gestos la gente los bautizó como “la roqueseñal”. Tal gesticulación provocó un escándalo. Días después, Roque Villanueva apareció en televisión intentando justificar sus ademanes, afirmando que en realidad había tan solo levantado los brazos en señal de triunfo. Si la gesticulación fue obscena, la pretendida justificación lo fue doblemente por su intento deliberado de engañar a la ciudadanía. Traigo esto a cuento por lo siguiente. Poco después del triunfo electoral de Morena en 2018, Taibo Junior sentenció, refiriéndose a los votantes de la oposición: “se las metimos doblada”. Aquella obscenidad fue ampliamente criticada. Pues bien, ahora en este libro, como Roque Villanueva entonces, intenta grotescamente justificar su error. El fragmento es muy divertido: “Mi declaración, admitía múltiples interpretaciones, como por ejemplo que habíamos doblado en cuatro cuidadosamente la boleta electoral…”

Es una pena que un novelista irreverente termine como funcionario agachado ante el poder. Produce lástima ver cómo justifica Taibo las corruptelas evidentes en el Fondo de Cultura Económica y el estado calamitoso al que ha reducido la que fue no solo la editorial más importante del país sino la más grande de América Latina. Qué pena que Taibo se traicionó a sí mismo, a sus genes, a sus ideas, por un triste hueso burocrático. La izquierda revolucionaria devenida en triste parodia de sí misma. ~

Paco Ignacio Taibo II
Los alegres muchachos de la lucha de clases
Ciudad de México, Planeta, 2023, 336 pp.

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

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