A estas alturas, es raro que alguien no haya escuchado el nombre Byung-Chul Han (Seúl, 1959). La reputación de este filósofo se ha desbordado de los círculos académicos para encontrar reconocimiento y seguidores en lectores casuales e incluso ajenos a la filosofía. Foros de internet, canales de YouTube y librerías en todas partes del mundo presentan y discuten sus ideas. Es innegable que se ha colocado como una de las figuras más relevantes del pensamiento contemporáneo.
Originario de Corea del Sur, Han emigró a Alemania a sus veintidós años para estudiar filosofía. Ahí, se decantó por la tradición continental e hizo su tesis doctoral acerca del pensamiento de Heidegger. De este último retoma elementos de su ontología para construir una base con la cual desarrollar las críticas sociales que le valieron reconocimiento internacional. Si bien la estética, la metafísica y la psicología no le son ajenas, es preciso señalar que toda su empresa intelectual está motivada por una fuerte conciencia política.
Ante todo, Byung-Chul Han ha sobresalido por las voraces tesis expresadas en el libro La sociedad del cansancio, en donde expone con claridad los mecanismos que emplea el capitalismo actual para sostener las lógicas de poder que lo mantienen operando con eficacia. Aquí resalta el hecho de que nuestra sociedad ha dejado de ser disciplinaria y se ha tornado, más bien, en una sociedad de rendimiento. Para Han no se requiere que los individuos sean sometidos para producir, sino que ellos libremente deciden hacerlo al perseguir un ideal. Los sujetos se autoexplotan y de esta manera la totalidad de su existencia se ve secuestrada por el capitalismo, acentuando la alienación y “degradando” la vida a una fría consideración mecánica.
En este contexto Vida contemplativa. Elogio de la inactividad –una de sus publicaciones más recientes– tiene el objetivo de plantearnos un horizonte con el cual podamos imaginar una realidad alternativa a la impuesta por la sociedad de rendimiento. Como solución a este destino fatal, el autor propone una reivindicación de la inactividad, con el fin de poder desarrollar una ética de la contemplación que nos emancipe del régimen de la productividad. De este modo promete no solo la liberación del humano, sino también el cese de la destrucción ambiental.
La propuesta de Byung-Chul Han es atractiva, sin embargo, el poder de su proyecto se limita a la descripción de la contracubierta –“Un poderoso llamamiento a abandonar la vida hiperactiva para recuperar el sentido, el equilibrio y la riqueza interior”–, pues el desarrollo argumentativo deja mucho que desear. Desde el primer capítulo Han explica: “Allí donde solo reina el esquema de estímulo y reacción, necesidad y satisfacción, problema y solución, propósito y acción, la vida degenera en supervivencia, en desnuda vida animal. La vida solo recibe su resplandor de la inactividad. Si se nos pierde la inactividad en cuanto capacidad, nos pareceremos a una máquina que solo tiene que funcionar.”
El argumento es muy claro: solo los humanos son capaces de vidas plenas en tanto que son libres gracias a que tienen la aptitud de la inactividad; el resto de los entes –con énfasis en los animales– solo pueden aspirar a la mera supervivencia debido a su absoluta determinación. Este tipo de ontología no debe pasar inadvertido aun para aquellos que se suscriben plenamente al humanismo, pues estructuralmente no hay nada que impida que se cambien los actores: Han toma como víctima al mundo no humano, pero bien podría aplicar a las minorías.
Es cierto que en el último capítulo –“La sociedad que vendrá”– pretende criticar el antropocentrismo. Aquí Han rescata el pensamiento de los románticos y afirma que una contemplación desinteresada puede emanciparnos de la tiranía del yo. Al hacer esto, nuestra percepción cambia radicalmente en tanto no reconoce una diferencia entre el sujeto que percibe y el objeto percibido. La naturaleza y el humano se reconcilian en un todo infinito y en esa unión la naturaleza es salvada de su condición existencial que le permite ser explotada.
Sin embargo, no se trata de ninguna solución. La debilidad más significativa de este argumento es que sigue haciendo a la naturaleza dependiente del ser humano. No es una reivindicación de la naturaleza misma, sino una de la naturaleza para nosotros. En otras palabras: somos incapaces de amar este mundo, a menos que se nos presente como algo totalmente distinto. Triste e ingenuo a la vez, pues si precisamos de una experiencia mística de niveles globales para respetar al planeta, estamos condenados.
En realidad, no había manera de que el autor pudiera dar una respuesta satisfactoria. El corazón de su ontología se lo impide. “La acción trae consigo una falta de ser”, asegura. Esa tesis –que se repite a lo largo de Vida contemplativa– es un terrible error, debido a que elimina una de las pocas virtudes que pudo haber tenido el libro: pensar cada ente como algo en sí mismo, de forma tal que demostrara una genuina apertura filosófica al mundo. Por el contrario, el autor acoge el modelo de pensamiento más manoseado y caduco: el arbóreo. Así, reduce la realidad a una sola cosa que tiene genuina existencia, mientras que todo lo demás se explica como un derivado pobre y degradado de esa misma cosa.
Sigamos el razonamiento: el ser se identifica con la inactividad; la naturaleza, por el contrario, solo es capaz de la actividad; por lo tanto, la naturaleza representa una carencia de ser. El humano sí es capaz de la inactividad; por lo tanto, tiene realidad propiamente. De este modo, incluso resulta que sería preferible para la naturaleza que sea explotada a manos de humanos, en vez de que estos se extingan y la dejen en paz, debido a que solo los humanos serían capaces de brindarle existencia plena. Todo intento de erigir una ecología con estos fundamentos en mente está destinado a subestimar lo natural.
Por otro lado, el que Han sea incapaz de definir la actividad como algo en sí mismo hace que acciones claras como el juego, la fiesta y el pensar sean catalogadas como inactividades. En varias ocasiones el libro utiliza los términos de “actividad” y “productividad” como intercambiables, una decisión que, si bien puede ser un error de traducción, lleva a problemas serios en la lectura, pues no son lo mismo. Ahora bien, todo apunta a que es responsabilidad del filósofo, que en algún momento llega a afirmar que la naturaleza es inevitablemente capitalista.
De lo anterior resulta que, si eres alguien con preocupaciones socioambientales y que se toma en serio su reflexión, Vida contemplativa tiene poco que ofrecerte. En vez de proporcionar una óptica alternativa con la cual observar nuestra relación con el planeta, el autor se contenta con conservar las ya tan exploradas ontologías que subestiman a la naturaleza. Detrás de la revalorización de la inactividad se mantiene presente una consideración mecanicista del mundo no humano que, irónicamente, ha sido la que nos ha llevado a la crisis ecológica de nuestros días. Los incendios forestales, los huracanes y la pérdida de biodiversidad son gritos que claman para que tomemos acción, no para que nos abandonemos resueltamente a la inactividad.
Es cierto que la filosofía, en general, suele tener la mala fama de ser inaccesible y, por ello, intimidante. En consecuencia, muchos lectores optan por autores que simplifiquen el pensamiento. Gran parte de la popularidad de Han se explica por la claridad y sencillez con las que desarrolla sus ideas y que vuelven a su filosofía más fácilmente digerible y consumible, a costa –por desgracia– del rigor conceptual y la solidez argumentativa. Irónicamente, subestimar de este modo a los lectores va en contra de la naturaleza emancipadora que Byung-Chul Han identifica en la filosofía. En una entrevista, el autor declaró que “yo, que soy un romántico, pretendía estudiar literatura, pero leía demasiado despacio, de modo que no pude hacerlo. Me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”. La filosofía, nos dice el propio Han, se cuece a fuego lento, insiste en la demora y demanda paciencia.
No obstante, la experiencia de lectura que ofrece Vida contemplativa no se rebela contra la exigente producción del mundo actual. Todo lo contrario: se acopla a la perfección a los ritmos acelerados de la sociedad de rendimiento. Lo que nos presenta Han es un pensamiento no intrusivo para el business as usual. En su discurso pretende desafiar la autoexplotación, pero en la práctica la permite. Trabajar, ejercitarse, socializar, emprender y ser versado en filosofía: una demanda productiva más para la voracidad capitalista. ~
estudia filosofía en la Universidad Iberoamericana. Es fundador y editor del medio digital Krakatoa.