Ciencia política ficción

La libertad ha destruido la libertad, la supresión de la autoridad ha traído el fin de la responsabilidad; la disolución de la familia, más adocenamiento que autonomía; el hedonismo, una vida pobretona.
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Tenemos lo que queremos, ni dios ni padre ni patrón, solo libre intercambio entre individuos coordinados por un misterioso algoritmo. Pero la libertad ha destruido la libertad, la supresión de la autoridad ha traído el fin de la responsabilidad y de la seguridad en nuestros derechos; la disolución de la familia, más adocenamiento que autonomía; el hedonismo, una vida pobretona. Quienes han conservado una fe de catacumbas, los inservibles y los que insisten en amar, especialmente a sus hijos, son la disidencia. Sus verdugos son, como todos, voluntarios. Inmanencia, primera novela de Víctor Lapuente, cuenta una historia sobre cómo esto sucede, sobre cómo se hace y deshace el carácter, y sobre sus frenos naturales, el amor y la trascendencia o, con menos caracteres, Dios.

La novela discurre por tres caminos que confluyen. Se distinguen las voces. En tercera persona se cuentan las andanzas de tres adolescentes de los años noventa en Chalamera, en el Bajo Cinca, pueblo despoblado que ya ha sido la cuna de dos novelistas, Ramón J. Sender y nuestro autor, Víctor Lapuente. En el tiempo presente Martín, uno de ellos, es un ingeniero informático emigrado a Suecia, donde trabaja como profesor e investigador de ciberdemocracia, de ideas radicales y con una encantadora novia gallega, a la prudente distancia de Barcelona. Cuenta, o piensa, en primera persona cómo llega a sumarse a una conspiración de salvaplanetas convencidos de sus buenas intenciones, pero despiadados. En el futuro distópico (2085), Anna es una joven sueca que nos pasea por la pesadilla del autogobierno organizado por el algoritmo Frida, del que Martín ha sido en parte responsable. Narrada en segunda persona, por la voz de una conciencia que no es la de Anna, produce el efecto de una historia oral, un diálogo entre vivos y muertos, o una larga parábola. Pero es un relato de ciencia ficción.

La idea es estupenda y la novela muy ágil y descarada: dice lo que quiere decir usando recursos de género (aventura juvenil, policiaco, ficción científica) e inventando diálogos y disquisiciones sobre el buen vivir, sobre el amor y la amistad, sobre la familia, sobre la política y sobre Dios, pero sin perder el ritmo. Para su autor, profesor de ciencia política en Gotemburgo, esta novela es la continuación de un ensayo por otros medios. Pero tal vez el ensayo era un monólogo escapado de la novela. El papa Francisco había leído su Decálogo del buen ciudadano (2021) y le había enviado a su casa un tarjetón de agradecimiento, que descansó temporalmente en la papelera de la publicidad indeseada; Víctor Lapuente ha contado que desde esa papelera le llegó el ánimo para escribir este libro. Si no les parece recomendación bastante, consideren la mía, aunque yo esté más sesgado.

Una historia construye carácter y otra lo destruye. Las empresas de Martín y sus amigos en Chalamera tienen algo de Los Cinco, pero ya con porros, no vayamos a hacernos una idea demasiado romántica de la vida de pueblo, aunque los chicos anden buscando el paradero del Santo Grial en un castillo templario. Martín adulto se ha vuelto racional y observador, muy seguro de sí, pero está algo aislado y tiene rasgos tardoadolescentes. Se inmuniza contra la sensatez de su novia, piensa dejarla porque le propone tener un hijo y se enreda en la revolución de unos tarados narcisistas.

La tercera veta recorre, para su reducción al absurdo, las consecuencias a las que podría llevar el narcisismo moralista en un mundo de ególatras indefensos. Un dispositivo de inteligencia artificial coordina toda la actividad humana a través de incentivos que responden a la deseabilidad social de cada interacción. Desde echar un polvo a ejecutar a un disidente, pasando por barrer la calle, todo tiene un valor. Si quieres, lo haces; si no, lo hará otro o tu pulsera ofrecerá más “votos”, la unidad de intercambio de la República Occidental. Curiosamente –para mí–, los primeros en percatarse de la pesadilla no son los misántropos, sino los cristianos.

La ciencia ficción clásica a menudo es política. Sus lectores saben que coloca a los personajes en mundos con una organización social y política alternativa, mejor o peor, como consecuencia de asombrosas tecnologías, convulsiones o guerras por venir. Lo segundo procura el color de lo fantástico, lo primero el sabor de lo verosímil, incluso de lo inevitable, dadas las premisas de la invención. Tampoco es Víctor Lapuente el primer politólogo que incurre en el género. Que yo sepa, es el segundo. Paul Linebarger, profesor en Duke y Johns Hopkins, escribió bajo el pseudónimo de Cordwainer Smith una exitosa serie de relatos sobre la humanidad futura gobernada por la Instrumentalidad. En algo se parece a Frida, pero, como siempre en estas ficciones, la dirigen unos Señores, capaces de benevolencia y brutalidad. Creo que nadie antes había imaginado un mecanismo que pudiese coordinar a los humanos para que hiciéramos nosotros mismos el trabajo sin necesidad de jerarquías, pero con toda su calculada crueldad. La puerta queda abierta para una segunda parte. ~


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