Cómo hacerse una camisa de once varas

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La estandarización de las medidas es una convención sobre la que se basa la convivencia. Casi todas las cosas de uso cotidiano pueden medirse en comparación con un modelo fijo, al que podríamos recurrir si siguiésemos toda la cadena de comparaciones. Imaginemos, por ejemplo, que todos los metros –todas las reglas de un metro– se hubiesen fabricado comparándolos con una regla anterior cuyo modelo hubiese sido otra y a su vez otra, y otra, así hasta llegar concéntricamente al prototipo que se conserva en el Museo de Pesos y Medidas de París. Un metro se definió durante mucho tiempo, desde mitad del siglo XIX y hasta el año 1960, como la línea que ocupaba el espacio comprendido entre dos marcas dibujadas en el metro de platino iridiado que se conserva en el Museo de Pesos y Medidas de París, y por tal precisión territorial la definición parece haber sido escrita a medias entre Arsène Lupin –por los robos parisinos– y Lewis Carroll –por la tautología–. Carroll, por cierto, es autor de una serie de cuentos y fantasías sobre la torsión hasta el absurdo de los estándares matemáticos que compiló Leopoldo María Panero en un libro publicado en los Cuadernos Marginales de Tusquets bajo el título de Matemática demente.

La definición que se usa ahora es “la distancia que recorre la luz en el vacío en un intervalo de 1/299 792 458 segundos”, y antes hubo otra que hablaba de “la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre”. En comparación, la definición de París queda un poco demasiado holgada teniendo en cuenta que estamos ante un caso de estándares. La barra se hizo de platino porque ese material aguanta enormes cambios de temperatura sin dilatarse o contraerse, pero el mencionar su ubicación emborrona un poco la definición, porque implica que el modelo deja de tener validez en el caso de ser recolocado. Bien podría esa barra, estando en un museo, haber sido sustraída igual que lo fue la Gioconda del Louvre quizá por Guillaume Apollinaire, al que aquí habría que concederle el mérito no solo de ser bisagra entre la poesía vieja y la nueva, sino también de serlo entre la ciencia decimonónica y la del siglo XX, al señalar las inconsistencias de la definición antigua. ¡Un poeta debe ser preciso! En el caso de un eventual robo de la barra, los desavisados vendedores de telas de todas las sastrerías del continente –aunque no los de Savile Row, que como eran ingleses usaban otras varas de medir– estarían de repente midiendo mal, quién sabe si en su beneficio o en su perjuicio, al haberse perdido el referente solamente válido mientras estuviese dentro del Museo de Pesos y Medidas. Las palabras determinan el mundo aunque el mapa no sea el territorio.

A veces lo más atinado es utilizar sistemas propios de medición. Revisemos algunos.

El carro es una unidad de medida de superficie que se utiliza en distintas comarcas de Cantabria. Mide el área de un terreno en función de la cantidad de carros que se llenan cada vez que se siega, pero la medida puede sufrir variantes de un pueblo a otro. Leo en la web de una inmobiliaria que por ejemplo en Torrelavega, Cabezón de la Sal y otros pueblos de la zona oriental un carro corresponde a 179 m², mientras que en Selaya, a la entrada del Valle del Pas, cada carro equivale a 201 m², o sea, que se saca menos yerba por metro cuadrado, lo que es paradójico teniendo en cuenta la fama de su mantequilla.

Nuestro metro equivale a tres pies anglosajones, lo que arroja una media de 33,3 centímetros para cada pie de inglés. Por eso aquella famosa serie que se llamaba Six feet under se conoció en España como A dos metros bajo tierra. Consulto en una tabla las equivalencias con el número de calzado y me quedo asombrada, porque la tabla solo llega hasta el número 47, que son los zapatos para alguien a quien los pies le midan 30,4 centímetros. Hay que conocer el propio cuerpo, recomiendan, y es un consejo que no debería caer en saco roto, porque no siempre se lleva encima una cinta métrica; en el caso de que quieras saber si la mesa te va a caber en casa lo puedes hacer midiendo palmo a palmo, siempre que sepas cuánto te mide. Para distancias más largas, y si no quieres tirarte al suelo, debes tener calibrada la zancada de un metro. Normalmente es un paso algo más forzado que el del habitual de paseo, como si alguien nos pidiera que le enseñásemos cómo nos sienta un vestido. Pero bueno, cada cual puede buscar su truco. Yo, que tengo suerte porque vivo en una casa de casi medio carro, acabo de probar a recorrer el pasillo a zancadas. Me han salido doce metros y lo he recorrido en un metesaca, que es una unidad de tiempo basada en la duración de un coito veloz.

Para hilar lo anterior con la siguiente parte de este artículo he buscado en internet la duración media de las relaciones sexuales por países. En España es de 3’22”, mientras que en Italia es de 2’40”. Ahí quería yo llegar, a Italia, donde es natural que se siga el patrón pasta. En Nápoles, para hervirla, tradicionalmente se han rezado tres avemarías desde que se meten los macarrones en el agua hirviendo, y no hace falta seguir las recomendaciones de cocción que vienen en los paquetes, porque son para extranjeros. En cuanto a las cantidades, depende de la zona, pero en el Véneto se sigue el perímetro del pene para el cálculo de espaguetis por comensal. En fin, pueden parecer maneras un poco obsoletas, pero no dejan de ser útiles. Al final debemos fiarnos de haber acostumbrado el ojo a lo que manejamos a diario, como el verdugo de Berlanga, que sabía a simple vista la talla de camisa de cualquiera. ~

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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