Guillermo Sheridan
Paseos por la calle de la amargura
Ciudad de México, Debate, 2018, 550 pp.
Paseos por la calle de la amargura es un libro político. Su materia prima son los políticos y los ciudadanos. Respecto a los primeros la postura de Guillermo Sheridan es muy clara: “Aborrezco a los políticos mexicanos: todos los días demuestran que el crimen sí paga, que la inmoralidad es impune y que la imbecilidad tiene fuero.” Respecto a los ciudadanos, Sheridan no habla en plural. No habla por los ciudadanos ni por nadie. Habla en primera persona. Dice: “Creo en la democracia y en la libertad. Siempre imperfectas, siempre frágiles y limitadas […], siempre mejorables.”
Los artículos, ensayos e investigaciones que conforman este libro abordan asuntos políticos y sociales desde la literatura. Primero, desde un estilo irónico, paródico, siempre crítico, abundante en sentencias durísimas y adjetivos latigueantes. En segundo lugar, desde el eje que los recorre: la relación del escritor con el poder. Ya sea de escritores mexicanos (la correspondencia entre Paz y Fuentes a propósito de 1968 y el sexenio de Echeverría, el apoyo entusiasta de Carlos Fuentes a Echeverría y como este lo hace embajador en Francia, el encarcelamiento de José Revueltas, la redituable relación de Jaime Sabines con el priismo, los congresos literarios, el apoyo de la cia a revistas literarias y a escritores) o del mismo Sheridan y su particular relación con el poder, que no es de amor-odio sino de puro odio. Mención aparte merecen sus artículos sobre el caso Ayotzinapa. Sheridan defiende un punto: ¿por qué no se investiga a los que en la trágica noche de Iguala mandaron a los estudiantes a una encomienda tan riesgosa? Una pregunta sin respuesta hasta hoy.
Guillermo Sheridan (Ciudad de México, 1950) ha escrito una “dizque novela”, ensayos, crónicas, artículos. Sinópticamente: le apasionan la poesía y la historia. Autor de extraordinarias exégesis de la poesía de Octavio Paz, Ramón López Velarde, José Gorostiza, José Juan Tablada y Gilberto Owen, es autor también de cientos de artículos vitriólicos y exaltados en contra del poder, la política y los políticos; de una novela satírica que gira en torno a uno de los tótems sagrados de la cultura política mexicana: el dedo de oro, el dedo elector; y varios libros que abordan la compleja relación entre los escritores y el poder (Malas palabras: Jorge Cuesta y la revista Examen y México 1932: la polémica nacionalista; editó también Aurora roja. Crónicas juveniles en tiempos de Lázaro Cárdenas, de Efraín Huerta). Historia y poesía. El arco y la lira. El tiempo y el ser. Hermanas enemigas.
El libro consta de siete apartados: en el primero (“Mirando muros de la patria mía”) expone temas políticos cotidianos desde el mirador nada privilegiado del ciudadano de a pie. En el segundo (“Las cartas de Octavio Paz y Carlos Fuentes: de Tlatelolco a Echeverría”) pasa revista a una gran amistad, con altibajos, frente al 68 y al extraño fenómeno que consiste en que el escritor que estuvo cerca de Echeverría y fue premiado con una embajada en París terminó siendo “una presencia crítica irreductible”, mientras que el escritor que sufrió en carne propia el embate del poder es considerado “reaccionario”.
En el tercero (“Cinco derivas”) da cuenta de cómo José Revueltas se convirtió en preso político en 1968, de la preocupación de Octavio Paz, su amigo de juventud, y de cierto noviazgo del compañero Revueltas en Cuba que derivó dialécticamente en el nacimiento de una pequeña camarada; de los congresos literarios, fatigosos, inútiles y misteriosamente financiados; de “Algunas aventuras de la cia en México”, que involucran a Ramón Xirau, la revista Diálogos y a Juan Rulfo; de los trabajos y los días de la Fundación Rockefeller en nuestro país, que en esos tiempos era como Conaculta en Nueva York.
En el cuarto apartado (“Dos episodios de espionaje a la mexicana”) expone las fallidas incursiones del espionaje en México: la primera tiene que ver con un caótico intento por liberar al asesino de Trotski de Lecumberri y la segunda es acerca de un patético personaje que espiaba para la kgb en México –un episodio más digno del Superagente 86 que de Le Carré–, hoy importante cuadro de la izquierda morenista.
En la quinta parte (“Fantásticas escorias eminentes”) reúne sus artículos sobre personajes variopintos de nuestra corrupta escena política: los líderes sindicales, los diputados, los gobernadores. En la siguiente (“Los años con amlo”) recoge sus escritos sobre el presidente electo de México, una pesadilla vuelta realidad. Es en el séptimo (“Ayotzinapa: la pregunta de don Epifanio”) donde expone su investigación-denuncia y arroja algo de luz sobre el tenebroso mundo de las federaciones de estudiantes, ligadas al porrismo, al narcotráfico, y que viven parapetadas detrás de una fachada ideológica.
Dicen, y tienen razón, que el “hubiera” no existe, salvo cuando lo escribimos. Así, a mí me gustaría que en vez de uno este libro hubiera sido dos: el que reúne los textos sobre escritores y literatura, y el dedicado a la política. Capítulos que ofrecen una gran información sobre los usos y costumbres de la cultura mexicana de los años sesenta y setenta –como los relacionados con el papel de la cia en México, así como su apoyo a revistas y escritores, y sobre la Fundación Rockefeller como gran mecenas de la cultura mexicana en tiempos de la Guerra Fría– no encuentran claramente su lugar al lado de las diatribas contra López Obrador como eterno candidato y de las magníficas sátiras contra Elba Esther Gordillo. Podría decirse que los capítulos sobre la cultura en las décadas de los sesenta y setenta iluminan de algún modo lo que sucede en estos días en el ámbito político, pero pienso que sería una conexión muy forzada.
Paseos por la calle de la amargura no es una arqueología de la cultura y la política mexicanas (y sí lo es). No propone “soluciones” ni salidas. Expone, disecciona, critica, investiga, con tenacidad y coraje. De su crítica política puede decirse que es la de un demócrata liberal aterrado por el surgimiento y ascenso de la razón populista, la de un ciudadano indignado que quiere encontrar buenas razones para vivir y padecer en México.
El ciudadano Sheridan asiste al mitin con matracas y a la tertulia literaria. Al archivo hemerográfico y al mercado. A la plaza y a la alcoba. A la historia y a la política. De pronto tuerce el rumbo y se mete donde no. A la calle de la amargura que es México. Empedrada. Con baches. Grafitis y pendones políticos en las paredes. Es horrible, pero tiene su encanto. ~