Cuando se cumplen cien años de su primer número, ninguna revista española tiene un estatus simbólico comparable al de Revista de Occidente. No es solo que su ambición intelectual y la calidad de sus contenidos haya convertido aquel proyecto de José Ortega y Gasset en una referencia ineludible de la cultura española del siglo XX. También es vista como el producto más acabado de varios procesos: la formación de élites intelectuales en los años veinte y treinta, el proyecto de “europeizar” España a través de la cultura, la irrupción de las vanguardias y de las innovaciones filosóficas o científicas en la etapa de entreguerras, o la propia importancia de las revistas literarias y de pensamiento en el primer tercio del siglo XX. Además, el cierre de la publicación a causa de la Guerra Civil española fomentó que, con el paso del tiempo, se convirtiera en un icono de ese momento cultural especialmente brillante –lo que José-Carlos Mainer denominó edad de plata– que se perdió con la guerra y el franquismo. Una identificación que no se vio afectada por el regreso de la revista a partir de los años sesenta, ni por el hecho de que su etapa actual –iniciada en 1980– lleve publicados más del triple de números que la primera. Aunque la Revista de Occidente haya seguido actuando como una notable plataforma de ideas y de cultura, para comprender su estatus en nuestra memoria cultural hay que volver sobre esa etapa de 1923 a 1936.
Panorama del siglo XX
La Revista de Occidente fue una de las muchas iniciativas culturales de Ortega y Gasset. A la altura de 1923, el filósofo madrileño ya había puesto en marcha varios proyectos junto con el empresario Nicolás María de Urgoiti (figura fascinante en sí misma, como mostró Mercedes Cabrera en la biografía que le dedicó). Entre esos proyectos se encontraba la editorial Calpe, cuya “Biblioteca de ideas del siglo XX” Ortega dirigió. Según la investigadora Sofía González Gómez, esta iniciativa es un antecedente fundamental de la Revista de Occidente: el filósofo declaró entonces su objetivo de difundir en España ese “organismo de ideas peculiares” que él percibía en la cultura europea del siglo XX, y que resultaba tan distinto del de la centuria anterior.
Aquel proyecto, sin embargo, no se agotaba con una colección editorial; también era necesaria una revista. Como ha explicado nuestro mayor experto en Ortega, Javier Zamora Bonilla, el filósofo embarcó en aquella iniciativa al ensayista Fernando Vela –quien ocuparía el cargo de secretario de redacción– y a otros colaboradores como Manuel García Morente y Dolores Castilla. El primer número apareció en julio de 1923, con el propósito declarado de “ir presentando a sus lectores el panorama esencial de la vida europea y americana”. Ese panorama aunaría lo literario, lo filosófico y lo científico: sus páginas estaban abiertas a “la colaboración de todos los hombres de Occidente cuya palabra ejemplar signifique una pulsación interesante del alma contemporánea”. Muy sintomática de aquel momento cultural era también la declaración de que la revista nacía “de espaldas a toda política, ya que la política no aspira nunca a entender las cosas”.
El listado de autores del primer número –Pío Baroja, Georg Simmel, Adolf Schulten, Alfonso Reyes, Corpus Barga y Antonio Espina, entre otros– anticipaba una de las nóminas más deslumbrantes de cualquier publicación periódica del siglo XX. A lo largo de los trece años que siguieron, la nueva empresa orteguiana publicó –ya fuera en la revista o en la editorial propia que empezó a funcionar en 1924– textos de Franz Kafka, William Faulkner, Paul Valéry, Rainer Maria Rilke, Virginia Woolf, Thomas Mann, Jean Cocteau, Stefan Zweig y Joseph Conrad; de Ramón Gómez de la Serna, Rosa Chacel, Juan Ramón Jiménez, Azorín, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, Miguel Hernández y Vicente Aleixandre; de Pablo Neruda, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges y Guillermo Sucre; de Albert Einstein, Werner Heisenberg y Erwin Schrödinger; de Bertrand Russell, Edmund Husserl, Max Scheler, Max Weber, Werner Sombart, Ludwig von Mises y Sigmund Freud; de María Zambrano, Gregorio Marañón, Xavier Zubiri, José Gaos y el propio Ortega… Pocas veces, en fin, habrá hecho una publicación tanta justicia a su nombre como aquella Revista de Occidente.
Clausura y resurrección
Al cerrar aquella primera etapa, sin embargo, no habría sido fácil predecir que la revista se terminaría convirtiendo en un icono. La victoria del bando sublevado en 1939 incluso animaba a pensar que Revista de Occidente no sería muy bien recordada. Es cierto que no suscitó en las nuevas autoridades el mismo grado de animadversión que sentían hacia la Institución Libre de Enseñanza; y también es cierto que Fernando Vela y el propio Ortega vivieron y trabajaron en la España franquista. Pero la cultura nacionalcatólica rechazaba tanto el cosmopolitismo intelectual que había representado la Revista de Occidente como su proyecto europeizante –en el particular sentido que tenía entonces ese término: no se refería, por ejemplo, a la influencia de proyectos tan indudablemente europeos como la Action française de Maurras–. La propia figura de Ortega fue objeto de importantes tensiones para el universo cultural del franquismo, como quedaría patente desde finales de los años cuarenta a propósito de la polémica entre “comprensivos” y “excluyentes”.
El caso es que la marea empezó a cambiar poco después. Como explicó Juan Pablo Fusi en Espacios de libertad. La cultura española y la recuperación de la democracia, desde los años cincuenta se fue fraguando una rehabilitación de la cultura europeizante y cosmopolita de preguerra. No se trató de un proceso ajeno a la situación política, sino más bien al revés: aquello formaba parte de la configuración de actitudes críticas con el franquismo. Unas actitudes que fueron conquistando espacios culturales y educativos. José Luis López Aranguren llegó a asegurar que, a la altura de 1970, el verdadero establishment cultural en España ya no eran los representantes del franquismo, sino los continuadores del espíritu de la Institución Libre de Enseñanza, del orteguismo y de Revista de Occidente. El regreso de la propia revista en 1963, en un contexto de eclosión de publicaciones como Ínsula, Papeles de Son Armadans, Cuadernos para el Diálogo, Triunfo o El Ciervo, fue una buena demostración de aquellos cambios.
Es muy significativo, en fin, que en el año de la muerte de Franco se publicara también La edad de plata, el influyente ensayo de Mainer sobre la cultura española entre 1901 y 1931. En aquel trabajo se consagraba la valoración positiva de la primera etapa de Revista de Occidente, que habría supuesto“la incorporación activa de la joven intelectualidad española a los rumbos del pensamiento internacional de entreguerras” y habría sido homologable a “otras publicaciones europeas del mismo cariz intelectual y parecida exigencia de calidad” como la inglesa The Criterion, la francesa Nouvelle Revue Française, las alemanas Neue Rundschau y Europäische Revue o las italianas 900 y Nuova Antologia. Si el proyecto europeizante de la revista había chocado con la autarquía cultural del primer franquismo, ahora encajaba perfectamente con el proyecto de “normalizar” España homologando su sistema político con las democracias occidentales y accediendo a la Comunidad Económica Europea. Revista de Occidente entró a formar parte, así, de la genealogía cultural de la nueva democracia española, afianzando un estatus como la gran revista literaria e intelectual de la España del siglo XX. ~
es escritor y profesor de historia contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. En 2022 ha publicado El mal dormir (Libros del Asteroide)