Pablo Soler Frost
Grietas. Acerca de las murallas
Ciudad de México, Turner, 2019, 180 pp.
Las murallas dividen a los hombres. Pero también: las murallas protegen a los hombres. Las murallas son inhumanas, pero también representan lo más humano. Son, dice David Frye, “sucesos civilizatorios”. Dice mucho sobre quiénes somos que la mayor obra humana sea una muralla. Pero estas obras sólidas que se piensan infranqueables y eternas son finalmente vencidas por esa ola invisible llamada tiempo. “La primera muralla construida por manos humanas –dice Pablo Soler Frost– es hoy una ruina.”
La imponente muralla y la grieta insignificante. Todos sabemos quién gana en esta confrontación. Una pequeña flor –la flor saxífraga– rompe el pavimento y se abre paso hacia la luz. La grieta resquebraja el muro y lo vence. Algo empuja y algo resiste. Unos quieren entrar y otros dejarlos fuera. “La muralla es símbolo de la división entre dos entidades” y al mismo tiempo “símbolo de cohesión para, por lo menos, una de esas entidades, y tal vez para ambas”. Fueron erigidas, originalmente, para dejar fuera a los bárbaros, sin embargo, para el de fuera “el constructor de murallas es el bárbaro”. Toda muralla es una reacción, una defensa que busca conseguir “la absoluta exclusión del otro”.
Las obras literarias más antiguas que conocemos (aquellas que son el origen de nuestra civilización) hablan de murallas. Gilgamesh era “el constructor de murallas”: edificó la legendaria zona amurallada de Uruk. Los griegos tardaron diez años en franquear las murallas de Troya, mediante un caballo de madera. En el Antiguo Testamento abundan las murallas: “Edificamos el muro y toda la muralla” (Nehemías 4:6). Aparecen asimismo en el pensamiento presocrático: “Menester es que el pueblo luche por la ley como por sus murallas” (Heráclito).
No hay tema más actual y al mismo tiempo más intemporal. Miles de fanáticos le gritan a Trump en sus mítines en pos de la reelección: “Build a wall! We need a wall!” Trump ofreció a sus votantes que construiría una muralla y que México la pagaría. Así ocurrió. No fue necesario edificarla. El gobierno de México cedió y ahora somos (con 27.000 miembros de la Guardia Nacional custodiando nuestra frontera sur) el muro de Trump. No somos la excepción. Comenta Soler Frost que hoy existen “más de veinte murallas fronterizas en uso, desde el sistema de murallas israelíes a la franja de la muerte que divide Corea”. Y, sin embargo; no hay nada más íntimo que esa delgadísima muralla que llamamos piel, esa fina membrana que nos protege del exterior y que impide que nuestro interior se desborde. “La piel es a nosotros como la atmósfera a la tierra”, señala.
Las murallas “son parte de nuestra existencia”. Hay murallas físicas (muros, bardas, barricadas, cercas, trincheras) y murallas invisibles pero poderosas: “las ideológicas, económicas, sociales, educativas, académicas y, por supuesto, las murallas del privilegio”. Las hay virtuales (firewalls) y políticas: “el dominio patriarcal y colonialista”. Las hay amorosas (“el muro de tu carne”) y mitológicas: la primera muralla, la que nos impide regresar al Edén. Hay ciudades y naciones con muros de agua: Creta, Venecia, Inglaterra, Japón. El autor de este libro las ha construido: “Lo que he hecho, miles de veces, es construir murallas mentales, espirituales, sensibles: murallas de las que me arrepiento.” Las ha erigido y otros se encargarán de edificar murallas para cerrarle el paso: “ciertos muros se interpondrán en mi camino y otros me cerrarán el paso”. ¿Cuál es la muralla más abominable? La violencia, “la muralla más temible”.
Un texto ilegible es una muralla de palabras, opacidad verbal. La literatura busca (¿busca?) abolir los muros de la insignificancia. Intenta dar sentido al caos. Las murallas también, a su modo, se erigen para vencer al caos de los bárbaros que amenazan con su otredad, con acabar con el orden establecido. La literatura es la grieta por la que nos asomamos para ver el otro lado de la realidad, para asomarnos más allá de la seguridad del lenguaje adocenado. Un poeta del periodo Qin dedicó una oda a la obra más vasta del mundo: “a la larga muralla la sostienen esqueletos”. Siglos después, en el corazón de Europa, un escritor insomne narraría cómo la muralla consumía inexorablemente generaciones y generaciones de constructores que, “pese a todos sus esfuerzos, no verían acabada en toda su vida, por larga que fuera”, la colosal empresa (Kafka, “Durante la construcción de la muralla china”). Del otro lado del océano, un escritor argentino creyó haber encontrado el motivo secreto por el que fue erigida esa obra monstruosa: la muralla fue una barrera mágica destinada a “detener la muerte” (Borges, “La muralla y los libros”). Pablo Soler Frost, en su viaje a China, visitó inevitablemente la colosal construcción. Como acababa de sufrir una decepción amorosa, pateó con fuerza la gran muralla: “Patear una muralla, por la razón que sea, me pareció un gesto muy humano, por fútil, tal vez.”
Grietas es el más reciente libro de Pablo Soler Frost, quizás el autor de la obra más fascinante y heterodoxa de la literatura mexicana contemporánea. Autor de novelas (Legión, La mano derecha, Edén, 1767, Yerba americana, Vampiros aztecas, entre otras), ensayos (Oriente de los insectos mexicanos, El enigma de los símbolos, Apuntes para una historia de la cabeza de Goya luego de su muerte), cuentos (El sitio de Bagdad, Birmania, El misterio de los tigres) y poemas (La doble águila), Pablo Soler Frost reunió en Grietas un conjunto de ensayos no sobre las “grietas” sino sobre aquello que las grietas terminan por vencer: las murallas. ¿Por qué su autor no tituló a su libro Murallas? Porque lo que le interesa a Soler Frost no es aquello que bloquea e impide el paso, lo que realmente le importa es que el muro más poderoso termina siempre convertido en un montón de piedras, como la construcción romana que el emperador Adriano mandó erigir para proteger al gran imperio. Lo que a Soler le importa no es la Historia y su fijeza sino la historia (el tiempo) y su capacidad de transformación. No lo cerrado, lo abierto.
Cada uno de los diez ensayos que componen este libro es un asedio al tema de la exclusión del otro, las múltiples formas que los hombres hemos creado para cerrarle el paso a lo diferente: cómo se erige una muralla, por qué, cómo puede vencerse esa construcción, los sitios y los saqueos históricos, lo que las murallas protegen (mujeres, caudales, tesoros), las murallas morales y las literarias, las murallas físicas y las metafísicas. Estos diez ensayos (“intentos de aproximarse a través del lenguaje a un objeto”) conforman la mitad del volumen. La otra mitad está compuesta por una breve antología de textos sobre el tema de su obsesión: Robert Graves y la historia del caballo de madera que penetró los infranqueables muros troyanos; Bertolt Brecht y los odiosos muros del privilegio; Quevedo y “los muros de la patria mía”; Nina Hagen y el muro que dividió Berlín; Cavafis y su poema sobre los bárbaros que no terminan de llegar. Incluye también una curiosa cronología y un extenso apartado compuesto de cientos de tuits de Donald Trump y su enfermiza obsesión por construir un muro con México. Todos los textos de este volumen son guiados por la misma convicción: “toda muralla tiene, al menos, una puerta”.
Toda gran muralla termina por ser vencida por una pequeña grieta. Todo muro es una proyección de nuestros miedos. El muro nos da seguridad, cobijo, protección. El muro establece un adentro y un afuera. Un espacio seguro y otro donde reina la incertidumbre. ¿Erigir muros es, pues, la única salida? Los muros son “la salida demagógica, la idea populista alimentada por el miedo al otro”. La sociedad humana parece avanzar sin freno hacia el ensanchamiento de las desigualdades. Dos mundos: los que tienen y se resguardan, y los que carecen de todo y harán cualquier cosa para conseguir algo. “Cada vez más personas –afirma Soler Frost– quedan afuera del extraño adentro en el que se ha convertido la civilización.” Los muros se multiplican a la par que aumenta la exclusión. “Cuando la sed, el hambre, la guerra, el agua, el hielo y el incendio muevan a la gente a buscar refugio tristemente se encontrará –nos encontraremos– con nuevos y más desnudos muros.” Los bárbaros (lo dicen Cavafis, Buzzati, Coetzee) no terminan por llegar. Los bárbaros no son los que acosarán las murallas. Los bárbaros son los que construyeron las murallas para aislarse de los otros. Los verdaderos bárbaros son los que están adentro. Los que se niegan a tender los brazos para hacer contacto solidario con los otros. “Toda muralla es símbolo de muerte”, sostiene Soler Frost. Por eso opta por las grietas, por lo que estas representan de vida, de esperanza en un mundo sin fronteras, sin barreras, sin muros ni murallas. La grieta que Pablo Soler Frost abre con su libro nos permite entrever que esto es todavía posible, aunque no sé por cuánto tiempo. ~