Ilustraciรณn: Manuel Monroy

Deseos, necesidades y el valor de enfrentarse a la comunidad

Los ganadores del Nobel de Economรญa de 2019 proponen una nueva manera de estudiar la economรญa del comportamiento para acabar con la pobreza.
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La cada vez mรกs abierta expresiรณn de franca antipatรญa por gente de distinta raza, religiรณn, etnia o incluso gรฉnero se ha convertido en el sello de identidad de los lรญderes populistas en todo el mundo. De Estados Unidos a Hungrรญa, de Italia a India, lรญderes que ofrecen poco mรกs que racismo o fanatismo como programa de gobierno se estรกn convirtiendo en un rasgo definitorio del panorama polรญtico; un ejรฉrcito de tierra que determina las elecciones y las medidas polรญticas. En Estados Unidos, en 2016, el grado en el que una persona se identificaba profundamente como blanco fue uno de los predictores mรกs potentes de apoyo a Donald Trump entre los republicanos, mucho mรกs que, por ejemplo, la preocupaciรณn econรณmica.

El lenguaje agresivo que nuestros lรญderes emplean a diario legitima la expresiรณn pรบblica de opiniones que probablemente algunas personas ya tenรญan, pero de las que rara vez se hablaba o de acuerdo con las cuales se actuaba. En un caso de racismo cotidiano, en un supermercado estadounidense una mujer blanca llamรณ a la policรญa porque sospechaba que una mujer negra, a juzgar por la conversaciรณn telefรณnica que estaba manteniendo, intentaba vender vales de comida; mientras hablaba, exclamรณ de manera bastante reveladora: โ€œVamos a construir ese muro.โ€ Aparentemente, el comentario no tenรญa sentido: la acusada era una ciudadana estadounidense cuyo origen estaba en el mismo lado del hipotรฉtico muro que el de su denunciante blanca.

Pero, por supuesto, todos sabemos lo que querรญa decir. Estaba expresando su preferencia por una sociedad en la que no hubiera gente distinta a ella, en la que el metonรญmico muro del presidente Trump separara las razas. Esta es la razรณn por la que el muro se ha convertido en un foco de tensiรณn en la polรญtica estadounidense, la imagen de lo que un lado sueรฑa y el otro teme.

Las preferencias, hasta cierto punto, son las que son. Los economistas establecen una tajante distinciรณn entre preferencias y creencias. Las preferencias reflejan si preferimos pastel o galletas, la playa o la montaรฑa, la gente marrรณn o blanca. No se refieren a las ocasiones en que ignoramos los mรฉritos de cada opciรณn y en las que la informaciรณn pudiera hacernos cambiar de opiniรณn, sino a las ocasiones en las que sabemos todo lo que necesitamos saber. Las personas pueden tener creencias equivocadas, pero no pueden tener preferencias equivocadas: la mujer del supermercado puede insistir en que no tiene ninguna obligaciรณn de ser lรณgica. Pero antes de hundirnos mรกs en la ciรฉnaga del racismo vale la pena entender por quรฉ la gente tiene esas opiniones, sobre todo porque es imposible pensar acerca de las medidas polรญticas que abordamos en este libro sin hacerse una idea de quรฉ representan estas preferencias y de dรณnde proceden. Cuando hablamos de los lรญmites del crecimiento econรณmico, del dolor de la desigualdad o de los costes y beneficios de proteger el medio ambiente, no hay manera de evitar la distinciรณn entre lo que los individuos necesitan y lo que quieren, y cรณmo la sociedad en general deberรญa valorar esos deseos.

Por desgracia, la economรญa tradicional no estรก preparada para ayudarnos en esto. La actitud de la economรญa convencional ha sido, en gran medida, la de tolerar las ideas y opiniones de la gente; puede que no las compartamos, pero ยฟquiรฉnes somos nosotros para juzgar?

Podemos anunciar a gritos los hechos para asegurarnos de que la gente tiene la informaciรณn adecuada, pero solo ella puede decidir quรฉ le gusta. Ademรกs, con frecuencia existe la esperanza de que el mercado se ocupe del problema del fanatismo. Las personas que tienen preferencias mezquinas y son estrechas de miras no deberรญan sobrevivir en el mercado, puesto que ser tolerante es una buena prรกctica empresarial. Imaginemos, por ejemplo, a un pastelero que no quiere hacer tartas para bodas entre personas del mismo sexo. Perderรก las ventas de todas las bodas entre homosexuales, que recurrirรกn a otros pasteleros. Los otros ganarรกn dinero, no รฉl. Con la salvedad de que no siempre sucede asรญ. Los pasteleros que no quieren hacer pasteles para bodas de personas del mismo sexo no van a la bancarrota, en parte porque se ganan el apoyo de la gente que piensa de manera parecida. El fanatismo puede ser un buen negocio, al menos para algunos, y parece que tambiรฉn es bueno para la polรญtica. En consecuencia, en los รบltimos aรฑos la economรญa se ha visto obligada a tener en cuenta las preferencias, y hemos obtenido algunas ideas รบtiles sobre cรณmo podrรญamos salir de este lรญo.

 

ยฟDe gustibus non est disputandum?

En 1977, en un artรญculo famoso e influyente titulado โ€œDe gustibus non est disputandumโ€ (normalmente traducido como โ€œSobre gustos no hay nada escritoโ€), Gary Becker y George Stigler, ganadores del Premio Nobel y fundadores de la escuela de economรญa de Chicago, defendieron por quรฉ los economistas debรญan evitar involucrarse en la ardua tarea de intentar comprender quรฉ hay detrรกs de las preferencias.

Las preferencias son inherentes a nosotros, sostenรญan Becker y Stigler. Si despuรฉs de repasar toda la informaciรณn que tenemos, nosotros dos seguimos discrepando sobre si la vainilla es mejor que el chocolate o si vale la pena salvar a los osos polares, deberรญa presumirse que esto es algo intrรญnseco a quienes somos cada uno. No se trata de un capricho, un error o una respuesta a presiones sociales, sino de un juicio reposado que refleja aquello que valoramos. Aunque reconocรญan que, sin duda, esto no siempre era verdad, sostenรญan que seguรญa siendo el mejor punto de partida cuando pretendemos comprender por quรฉ la gente hace lo que hace.

Tenemos cierta simpatรญa por la idea de que las elecciones de la gente son coherentes, en el sentido de que son pensadas, y no una serie de actos azarosos motivados por el capricho. En nuestra opiniรณn, dar por sentado que las personas meten la pata solo porque nosotros nos habrรญamos comportado de una manera distinta es una actitud paternalista y equivocada. Y, sin embargo, la sociedad rechaza de manera rutinaria las decisiones de la gente, sobre todo si es pobre, en teorรญa por su propio bien, por ejemplo cuando les damos comida o vales de comida en lugar de dinero. Justificamos esto aduciendo que nosotros sabemos mejor lo que necesitan. Para combatir en parte esta actitud โ€œยญยญsolo en parte, porque no negamos que en el mundo hay muchos errores de juicioโ€, en nuestro libro Repensar la pobreza sostenemos que con frecuencia las decisiones de los pobres tienen mรกs sentido de lo que estamos dispuestos a reconocer. Por ejemplo, contรกbamos la historia de un hombre en Marruecos. Despuรฉs de que argumentara de manera convincente que su familia y รฉl realmente no tenรญan suficiente para comer, nos mostrรณ su televisor, mรกs bien grande, con conexiรณn vรญa satรฉlite.

Podrรญamos haber sospechado que la televisiรณn era una compra impulsiva que despuรฉs habรญa lamentado. Pero eso no fue ni mucho menos lo que dijo. โ€œLa televisiรณn es mรกs importante que la comidaโ€, nos dijo. Su insistencia hizo que preguntรกramos cรณmo podรญa eso tener sentido, y una vez tiramos del hilo no resultรณ muy difรญcil entender lo que habรญa detrรกs de esa preferencia. En la aldea no habรญa mucho que hacer, y dado que no tenรญa planeado emigrar, no estaba claro que con una mejor nutriciรณn lograra algo mรกs que un estรณmago mรกs lleno; ya tenรญa la fuerza necesaria para hacer el poco trabajo que habรญa disponible. Lo que la televisiรณn conseguรญa era aliviar el problema endรฉmico del aburrimiento en esas aldeas remotas en las que muchas veces no habรญa siquiera un tenderete en el que tomar un tรฉ para mitigar la monotonรญa de la vida cotidiana.

El marroquรญ insistiรณ mucho en que su preferencia era lรณgica. Ahora que tenรญa el televisor, cualquier dinero que entrara, nos dijo varias veces, se destinarรญa a comprar mรกs comida. Lo cual es totalmente coherente con su idea de que los televisores satisfacen una necesidad mayor que la comida. Pero contradice el instinto de la mayorรญa de la gente y de muchas de las formulaciones estรกndar de la economรญa. Como comprรณ un televisor cuando no habรญa suficiente comida en la casa, se podrรญa haber presumido que cualquier dinero extra del que dispusiera se lo gastarรญa a toda prisa en cualquier cosa, puesto que parecรญa evidente que era la clase de persona dada a impulsos irracionales. En esto se basa el argumento que estรก en contra de dar dinero a la gente pobre. Y, sin embargo, un buen nรบmero de estudios recientes de todo el mundo, publicados despuรฉs de que en Repensar la pobreza elaborรกramos la idea de que el hombre sabรญa lo que estaba haciendo, han descubierto que cuando gente muy pobre escogida al azar recibe algo de dinero adicional procedente de programas gubernamentales, se gasta una parte muy grande de ese dinero extra en comida. Quizรก despuรฉs de comprarse esa tele, exactamente como habรญa prometido el hombre marroquรญ.

De modo que aprendimos algo porque estuvimos dispuestos a creer algo inverosรญmil y confiamos en que la gente sabe lo que quiere. Becker y Stigler, con todo, quieren que demos un paso mรกs: que asumamos que las preferencias son estables, en el sentido de que no estรกn influidas por lo que pasa a nuestro alrededor. Ni las escuelas, ni las exhortaciones de padres o predicadores, ni lo que leemos en los carteles publicitarios o en nuestras numerosas pantallas, de acuerdo con esta opiniรณn, cambian nuestras verdaderas preferencias. Esto descartarรญa la adaptaciรณn a las normas sociales y la influencia de los pares, como hacerse un tatuaje porque el resto tiene uno, llevar un paรฑuelo en la cabeza porque es lo que se espera de alguien, comprarse un coche llamativo porque los vecinos tienen uno, etcรฉtera.

Becker y Stigler eran unos cientรญficos sociales demasiado buenos como para no darse cuenta de que esto no siempre es asรญ. Pero creรญan que era mรกs รบtil ponderar por quรฉ una elecciรณn particular que parece irracional puede en realidad tener sentido, en lugar de cerrar nuestra mente a su lรณgica potencial y atribuirla a alguna forma de histeria colectiva. Esta nociรณn fue enormemente influyente; muchos economistas, quizรก la mayorรญa, aceptaron esta idea de atenerse a lo que se acabarรญa conociendo como โ€œpreferencias estรกndarโ€, es decir, preferencias que son coherentes y estables. Por ejemplo, hace muchos aรฑos Abhijit vivรญa en Manhattan y daba clases en Princeton, por lo que tomaba el tren a menudo. Se dio cuenta de que la gente solรญa formar colas frecuentemente en lugares especรญficos del andรฉn para esperar el tren, pero la mayorรญa de las veces la parte delantera de la cola no quedaba cerca de una puerta del tren. Era una tendencia.

Se podrรญa haber llegado a la conclusiรณn natural de que la gente seguรญa esa tendencia porque preferรญa hacer lo mismo que los demรกs. Esto habrรญa transgredido la idea de que las preferencias son estables, porque su preferencia por un lugar del andรฉn frente a otro dependรญa de cuรกnta gente estuviera ahรญ. Para explicar por quรฉ la gente sigue una tendencia sin asumir, simplemente, que les gusta comportarse como los demรกs, Abhijit elaborรณ el siguiente argumento. Supongamos que la gente sospecha que los demรกs saben algo (que tal vez la puerta del tren se abre en un lugar particular). Entonces se unirรญa al grupo (quizรก a costa de ignorar su propia informaciรณn de que es probable que el tren se pare en otra parte). Eso harรญa que el grupo fuera mรกs grande, de modo que la siguiente persona que llegara verรญa una multitud aรบn mayor y serรญa aรบn mรกs probable que pensara que eso transmitรญa una informaciรณn รบtil. Podrรญa tambiรฉn unirse al grupo, por la misma razรณn. En otras palabras, lo que parece conformidad puede ser el resultado de la toma racional de decisiones de muchos individuos cuyo interรฉs no es amoldarse, sino que creen que los demรกs pueden contar con una informaciรณn mejor que la suya. Abhijit lo llamรณ un โ€œmodelo simple de comportamiento gregarioโ€.

El hecho de que la decisiรณn de cada individuo sea racional no hace que el resultado sea deseable. El comportamiento gregario genera cascadas informativas: la informaciรณn que sirve a la primera persona para basar su decisiรณn tendrรก una influencia desproporcionada en lo que los demรกs creen. Un experimento reciente demuestra bien el poder de las primeras actuaciones azarosas para generar cascadas. Los investigadores trabajaron con una pรกgina web que agrega consejos sobre restaurantes y otros servicios. Algunos usuarios publican comentarios y otros aรฑaden votos a favor o en contra.

En su experimento, la web escogรญa al azar una pequeรฑa parte de comentarios y les daba un voto favorable falso en cuanto eran publicados. Tambiรฉn escogรญan al azar otro pequeรฑo grupo y les asignaban un voto negativo. El voto positivo aumentaba de manera significativa la probabilidad de que el siguiente usuario tambiรฉn le diera un voto positivo, un 32%. Al cabo de cinco meses, los comentarios que al principio habรญan recibido un รบnico voto positivo falso tenรญan muchas mรกs probabilidades de tener una puntuaciรณn alta que los que habรญan recibido un รบnico voto negativo. La influencia de ese empujoncito inicial persistรญa y crecรญa, a pesar de que los comentarios habรญan sido vistos un millรณn de veces. Las tendencias, pues, no son necesariamente incoherentes con el paradigma de las preferencias estรกndar. Incluso cuando nuestras preferencias no dependen directamente de lo que hacen los demรกs, el comportamiento de otros puede transmitir una seรฑal que altere nuestras creencias y nuestro comportamiento. En ausencia de una razรณn fuerte para creer otra cosa, puedo inferir por las acciones de los demรกs que un tatuaje queda bien, que beber zumo de plรกtano me harรก adelgazar y que en realidad ese hombre mexicano de aspecto inofensivo es, en el fondo, un violador.

Pero ยฟcรณmo podemos explicar que en ocasiones las personas hacen cosas que saben que no responden de manera inmediata a su propio interรฉs (por ejemplo, hacerse un tatuaje que les parece feo o linchar a un hombre musulmรกn a riesgo de ser detenidas) solo porque sus amigos las hacen?

 

Acciรณn colectiva

Resulta que, de la misma manera que las tendencias pueden ser explicadas por las preferencias estรกndar, tambiรฉn pueden adherirse a las normas sociales. La idea bรกsica es que quienes transgreden la norma serรกn castigados por el resto de la comunidad. Y tambiรฉn lo serรกn quienes no castiguen a los transgresores, y quienes no castiguen a aquellos que no castiguen, etcรฉtera. Uno de los grandes logros del campo de la teorรญa de juegos es el teorema de la tradiciรณn oral, una demostraciรณn formal de que este argumento puede desarrollarse de manera lรณgicamente coherente y, por lo tanto, puede ser candidato a explicar por quรฉ las normas son tan poderosas. La ganadora del Premio Nobel de Economรญa Elinor Ostrom dedicรณ su carrera a demostrar ejemplos de esta lรณgica. Muchos de ellos fueron extraรญdos de pequeรฑas comunidades โ€“productores de queso en Suiza, usuarios de bosques en Nepal o pescadores de la costa de Maine o de Sri Lankaโ€“ que viven de acuerdo con una norma que establece cรณmo se supone que deben comportarse los miembros de la comunidad y a la que todos se adhieren. En los Alpes, por ejemplo, durante siglos los productores de queso suizos dependieron de la propiedad comรบn de las praderas para que el ganado pastara. Si no hubiera existido ese acuerdo comunal, esto podrรญa haber llevado al desastre. La tierra podrรญa haber sido explotada en exceso hasta quedar arrasada, puesto que no pertenecรญa a nadie y todo el mundo tenรญa razones para dar de comer mรกs a sus vacas, potencialmente a expensas de los demรกs.

Sin embargo, habรญa una serie de reglas claras acerca de lo que los propietarios de ganado podรญan y no podรญan hacer en los pastos comunes, y esas reglas se cumplรญan, porque los transgresores eran excluidos de futuros derechos de pastoreo. Visto esto, sostenรญa Ostrom, en realidad la propiedad colectiva era mejor para todos que la propiedad privada. Dividir las tierras en pequeรฑas parcelas, cada una propiedad de una persona distinta, aumenta el riesgo, puesto que siempre existe la posibilidad de que algรบn desastre afecte a la hierba en determinada zona pequeรฑa.

Esta clase de lรณgica tambiรฉn explica por quรฉ, en muchos paรญses en desarrollo, una parte de la tierra (por ejemplo, el bosque colindante con la aldea) es propiedad comรบn. Siempre que se utilice con moderaciรณn, proporciona una opciรณn de รบltimo recurso a los aldeanos cuyos planes econรณmicos se han topado con algรบn desafortunado imprevisto; pastar en el bosque o vender hierba cortada en la tierra comรบn los ayuda a sobrevivir. La intromisiรณn de la propiedad privada en estos acuerdos, inspirada en general por economistas que no comprenden la lรณgica del contexto (y aman la propiedad privada), ha sido con frecuencia un desastre. Tambiรฉn sugiere una razรณn egoรญsta por la que a menudo en las aldeas la gente parece ayudarse mutuamente; en parte, es probable que sea en previsiรณn de recibir una ayuda parecida cuando la necesite. El castigo que sustenta la norma es que quienes se niegan a ayudar serรกn a su vez excluidos de la ayuda de la comunidad en el futuro. Los sistemas de ayuda mutua son vulnerables al colapso si algunos miembros de la comunidad tienen oportunidades fuera. Entonces, el riesgo de ser excluido ya no resulta tan aterrador, y hace que incumplir las obligaciones sea tentador. Previendo esto, los miembros de la comunidad pueden ser mรกs reacios a echar una mano, lo que aumenta la tentaciรณn de incumplimiento. Todo el sistema de apoyo mutuo puede venirse abajo por completo, dejando a todo el mundo en una situaciรณn peor. La comunidad, por lo tanto, se muestra muy alerta ante el comportamiento que parece amenazar las normas comunales y se protege de รฉl.

 

Reacciรณn colectiva

Los economistas, por lo general, han puesto รฉnfasis en el papel positivo que desempeรฑan las comunidades. Pero el hecho de que las normas puedan autoimponerse no las hace necesariamente buenas. La disciplina que imponen podrรญa encaminarse hacia alguna causa reaccionaria, violenta o destructiva. Un artรญculo, que ahora se considera un clรกsico, mostrรณ que tanto la discriminaciรณn racial como el tristemente cรฉlebre sistema de castas indio pueden sostenerse por la misma lรณgica, aunque a nadie le preocupe realmente la raza o la casta. Supongamos que realmente a nadie le importa un pimiento la casta, pero que cualquiera que cruce las fronteras de la casta en su actividad sexual o en el matrimonio sea acusado de mestizaje y tratado como un paria, lo que significa que nadie se casarรก con un miembro de su familia y nadie se convertirรก en su amigo o su socio. Y supongamos, por รบltimo, que cualquiera que desafรญe esta norma y se case con un paria tambiรฉn se convierte en uno. Entonces, en la medida en que la gente sea lo suficientemente previsora, y quiera casarse, eso serรก suficiente para impedir que todo el mundo quebrante la regla, por mucho que consideren que es arbitraria. Por supuesto, esto podrรญa cambiar si un nรบmero suficiente de personas empieza a desafiar la norma. Pero no hay ninguna garantรญa de que esto suceda. Esta es, en buena medida, la historia central de Samskara, una maravillosa pelรญcula india de 1970 dirigida por Pattabhirama Reddy, en la que un brahmรญn (por lo tanto, un miembro de la casta mรกs elevada) se โ€œcontaminaโ€ por acostarse con una prostituta de casta baja. Cuando de repente muere, ningรบn otro brahmรญn estรก dispuesto a incinerarlo por miedo a contaminarse al entrar en contacto con รฉl. Se deja que su cuerpo se pudra en pรบblico. La norma se convierte en una perversiรณn de las reglas de la comunidad precisamente porque la comunidad estรก atrapada en la imposiciรณn de sus propios estรกndares.

 

El doctor y el santo

Por supuesto, esta tensiรณn entre la comunidad que vincula y la comunidad que acosa es vieja y universal. Y se traduce en la tensiรณn entre el Estado que protege al individuo y el Estado que debilita a la comunidad, lo cual estรก en el centro de la batalla que tiene lugar en paรญses tan diversos como Pakistรกn y Estados Unidos. La lucha es, en parte, contra la burocratizaciรณn y la impersonalidad que implican las intervenciones del Estado, y, en parte, para preservar el derecho de la comunidad a perseguir sus propios objetivos; incluso si esos objetivos incluyen, como con frecuencia hacen, discriminaciones contra gente de diferentes etnias o con preferencias sexuales distintas, asรญ como la imposiciรณn de dictados religiosos por encima de los del Estado (por ejemplo, la enseรฑanza del creacionismo). En el movimiento nacional indio, es bien sabido que Gandhi representรณ la idea de que la nueva naciรณn india debรญa basarse en aldeas descentralizadas y autosuficientes, remansos de paz y comprensiรณn mutua. โ€œEl futuro de India estรก en sus aldeasโ€, escribiรณ. Su rival mรกs notable en el movimiento fue el doctor B. R. Ambedkar, el hombre que con el tiempo redactarรญa la Constituciรณn de India. Ambedkar naciรณ en la casta mรกs baja de todas y no se le habรญa permitido entrar en el aula de la escuela local, pero era tan brillante que a pesar de todo acabรณ con dos doctorados y una licenciatura en derecho. Como se sabe, describiรณ la aldea india como โ€œun pozo de localismo, una madriguera de ignorancia, de mentalidades estrechas y comunalismoโ€. Para รฉl, la ley, el Estado como encargado de que esta se cumpla y la Constituciรณn de la que deriva su fuerza eran los mejores garantes de los derechos de los desfavorecidos frente a la tiranรญa que los poderosos locales ejercรญan contra la comunidad.

La historia de la India independiente ha sido un รฉxito razonable en cuanto a la integraciรณn de las castas. Por ejemplo, la brecha salarial entre las castas tradicionalmente desfavorecidas (las castas registradas y las tribus registradas) y las otras cayรณ del 35% en 1983 al 29% en el 2004. No parece espectacular, pero es mรกs que la mejora de la brecha salarial entre negros y blancos en Estados Unidos en un periodo similar. En parte, es el resultado de las polรญticas de discriminaciรณn positiva que Ambedkar ideรณ, y que dieron a grupos histรณricamente discriminados acceso privilegiado a instituciones educativas, a empleos en la administraciรณn pรบblica y a las distintas cรกmaras legislativas. La transformaciรณn econรณmica tambiรฉn ayudรณ. La urbanizaciรณn, que hizo que la gente fuera mรกs anรณnima y menos dependiente de las redes de su aldea, ha permitido una mayor mezcla entre las castas. Los nuevos trabajos redujeron la importancia que tenรญa la red de la casta para encontrar oportunidades de empleo y aumentaron los incentivos para que los jรณvenes de las castas inferiores recibieran educaciรณn. En parte, tal vez la comunidad de la aldea era menos mala de lo que Ambedkar temรญa. Las aldeas han demostrado ser capaces de acciones colectivas que trascienden las lรญneas de las castas, por ejemplo, cuando adoptaron la educaciรณn primaria universal y las comidas escolares gratuitas para todos los niรฑos, independientemente de su casta.

Esto no significa que el problema de las castas se haya solventado. A escala local, el prejuicio vinculado a la casta estรก vivito y coleando. Un estudio realizado en 565 aldeas de once estados de India descubriรณ que, a pesar de las prohibiciones legales, se seguรญa practicando alguna forma de intocabilidad en casi el 80% de ellas. En casi la mitad de las aldeas, los dalits (los miembros de las castas inferiores) no podรญan vender leche. En alrededor de un tercio de ellas, no podรญan vender ningรบn producto en el mercado local, tenรญan que utilizar cubiertos separados en los restaurantes y tenรญan restringido el acceso al agua para regar sus campos. Ademรกs, si bien las formas de discriminaciรณn tradicionales se estรกn debilitando, las castas mรกs altas reaccionan con violencia cuando perciben la amenaza del progreso econรณmico de las castas inferiores. En marzo del 2018, un joven dalit del estado de Guyarat fue asesinado por tener un caballo y montarlo, algo que al parecer solo pueden hacer las castas superiores.

Para complicar las cosas, estรก apareciendo un nuevo patrรณn de conflicto: ahora las castas se ven mutuamente mรกs como iguales, pero tambiรฉn como rivales potenciales por el poder y los recursos. En polรญtica, existe una creciente polarizaciรณn de casta en el voto; una parte creciente de los votos de las castas superiores son para el Bharatiya Janata Party (bjp), el รบnico partido no comprometido con la discriminaciรณn positiva. Han surgido otros partidos para satisfacer las demandas especรญficas de las distintas castas. Esta polarizaciรณn tiene consecuencias. En Uttar Pradesh, el estado mรกs poblado de India, la naturaleza de la polรญtica cambiรณ de manera drรกstica entre 1980 y 1996. Las รกreas dominadas por las castas inferiores votaron cada vez mรกs por dos de los partidos identificados con las castas bajas, mientras que รกreas dominadas por las castas superiores siguieron votando a los partidos tradicionalmente asociados con ellas. Durante el mismo periodo, se disparรณ la corrupciรณn. Un nรบmero creciente de polรญticos tenรญa casos abiertos en su contra. Algunos incluso participaron en campaรฑas para su reelecciรณn, y las ganaron, desde la cรกrcel. Abhijit y Rohini Pande descubrieron que habรญa una conexiรณn: la corrupciรณn aumentaba mรกs en las zonas donde las castas superiores o las inferiores eran una gran mayorรญa. En esas zonas, como resultado del voto basado en la casta, el candidato de la casta dominante tenรญa prรกcticamente asegurada la victoria, incluso aunque fuera extremadamente corrupto y su oponente no lo fuera. Nada parecido sucedรญa en las zonas donde la poblaciรณn estaba equilibrada.

Al mismo tiempo, la importancia dada a la lealtad a la casta tambiรฉn permite que la comunidad ejerza control sobre sus miembros, con frecuencia transgrediendo de manera clara las leyes nacionales. Por ejemplo, los panchayats de casta (en esencia, asociaciones de castas locales) se han resistido enรฉrgicamente a la legislaciรณn del Estado sobre el sexo y el matrimonio en nombre de la tradiciรณn. En un aberrante incidente en el estado de Chhattisgarh, el pancharat de casta local recomendรณ a una chica de catorce aรฑos que habรญa sido violada por un viejo de 65 aรฑos que no acudiera a la policรญa. Cuando ella insistiรณ, algunos de los ancianos de la comunidad, tanto hombres como mujeres, le dieron una paliza. Una comunidad fuerte puede oprimir a sus miembros mรกs dรฉbiles (ayer, los dalits; hoy, la joven), y en buena medida el Estado es incapaz de impedirlo, en parte porque una mayorรญa de los miembros de la comunidad considera que les interesa mantener el control comunitario. El colectivo de la casta ofrece a sus miembros, siempre que se ajusten a la norma, acceso a una red de apoyo y consuelo en momentos de necesidad, y aunque su lado brutal puede importunarlos de vez en cuando, hace falta ser un hombre o una mujer muy valiente para enfrentarse a toda la comunidad. ~

Traducciรณn del inglรฉs de Ramรณn Gonzรกlez Fรฉrriz y Marta Valdivieso Rodrรญguez.

Este texto es un fragmento de Buena economรญa para tiempos difรญciles (Taurus), que llega este mes a las librerรญas.

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Economista en el MIT y ganadores del Premio Nobel de Economรญa 2019.


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