Dios no es tema de la ciencia

Los argumentos ā€œcientĆ­ficosā€ sobre la existencia de Dios son argumentos filosĆ³ficos sin valor de prueba. Que algunos los encuentren persuasivos dice mĆ”s de sus fuerzas retĆ³ricas que de su solidez lĆ³gica.
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No deja de sorprender que un tema tan trillado como el de la ciencia y Dios vuelva cada cierto tiempo a la palestra, como si hubiera novedades que contar. Esta vez ha sido por la apariciĆ³n de un libro que ha tenido un gran Ć©xito en Francia y que tambiĆ©n estĆ” creando revuelo en su traducciĆ³n al espaƱol. Me refiero a Dios, la ciencia, las pruebas. El albor de una revoluciĆ³n (Funambulista), de Michel-Yves BollorĆ© y Olivier Bonnassies. El tema es rescatado en Ć©l no para sostener la incompatibilidad de la ciencia y la religiĆ³n, como sido la tĆ³nica casi general desde los clĆ”sicos de John William Draper y de Andrew D. White a finales del XIX, sino todo lo contrario, para defender que la ciencia actual puede proporcionar pruebas convincentes de la existencia de Dios. No voy a hacer una reseƱa crĆ­tica del libro en lo que sigue, entre otras razones porque no lo he leĆ­do en su totalidad. Lo tomo solo como excusa para intentar clarificar algunos puntos sobre este asunto, aun cuando ingenuamente pensaba que ya no daba mucho mĆ”s de sĆ­.

Desde una perspectiva epistemolĆ³gica y metodolĆ³gica, la ciencia no sirve para demostrar que Dios existe, ni para demostrar que Dios no existe. Dejemos de lado la cuestiĆ³n de si tiene sentido emplear el tĆ©rmino ā€œdemostraciĆ³nā€ en ciencias empĆ­ricas. No es desde luego un tĆ©rmino que se emplee en filosofĆ­a de la ciencia como sinĆ³nimo de confirmaciĆ³n, o de argumentaciĆ³n a favor, o de mero apoyo o indicio, como parece usarse muchas veces en este contexto. La cuestiĆ³n principal es otra. Sencillamente, desde sus orĆ­genes mismos, la ciencia moderna se intenta construir como un conocimiento empĆ­rico que deja fuera todo lo que vaya mĆ”s allĆ” de la experiencia controlable. Es verdad que Newton todavĆ­a recurre a Dios para explicar algĆŗn fenĆ³meno natural, como que todos los planetas del Sistema Solar se muevan en el mismo sentido, y que antes de Darwin en biologĆ­a tambiĆ©n se hacĆ­a. Pero desde entonces, tanto la fĆ­sica como la biologĆ­a tomaron un rumbo epistemolĆ³gico y metodolĆ³gico distinto, que es el que hoy sigue presentando la ciencia.

Ese rumbo, que se convierte ya en el siglo XIX en una caracterĆ­stica definitoria de la ciencia, viene marcado por el naturalismo metodolĆ³gico, segĆŗn el cual, en la ciencia hemos de proceder como si solo hubiese entidades y causas naturales. Solo las causas naturales y las regularidades que las gobiernan tienen autĆ©ntica capacidad explicativa. Aclaremos que un cientĆ­fico no tiene por quĆ© ser obligatoriamente un naturalista ontolĆ³gico, que es una posiciĆ³n filosĆ³fica discutible, como todas, pero sĆ­ tiene que ser necesariamente un naturalista metodolĆ³gico, porque si deja de serlo, deja de hacer ciencia. AsĆ­ pues, por su propia naturaleza, la ciencia no puede decir nada acerca de Dios, porque entonces estarĆ­a asumiendo la existencia de lo sobrenatural, lo que queda excluido por su modo caracterĆ­stico de explicar la realidad. Dedico un capĆ­tulo a todo esto en mi libro La ciencia en cuestiĆ³n (Herder, 2024) y remito al lector interesado a las justificaciones filosĆ³ficas e histĆ³ricas que allĆ­ detallo. Nadie encontrarĆ” jamĆ”s como consecuencia de los principios y leyes de una teorĆ­a cientĆ­fica el enunciado ā€œDios existeā€ o el enunciado ā€œDios no existeā€. Y cualquier salto desde una hipĆ³tesis o una teorĆ­a cientĆ­fica a alguna cuestiĆ³n relacionada con lo sobrenatural, se hace ya solo con base en la creencia personal del cientĆ­fico, no en lo que la ciencia autoriza.

La falsabilidad, por cierto, no tiene nada que ver con esto. La clave ā€“insistoā€“ es el naturalismo metodolĆ³gico, no la falsabilidad. La falsabilidad es la posibilidad de refutar una hipĆ³tesis o teorĆ­a a partir de la experiencia. Fuera de la ciencia hay cosas falsables (como la idea pseudocientĆ­fica de que el agua tiene memoria o que los seres humanos convivieron con los dinosaurios) y dentro de la ciencia pueden aceptarse cosas infalsables (el segundo principio de la termodinĆ”mica lo es en la prĆ”ctica, la teorĆ­a de cuerdas lo es por el momento, los multiversos tambiĆ©n lo son). Por eso, la falsabilidad propuesta por Popper no es aceptada en la filosofĆ­a de la ciencia actual como una caracterĆ­stica definitoria de la ciencia, aunque pueda ser ciertamente un rasgo muy deseable y buscado en las hipĆ³tesis cientĆ­ficas.

Lo que suele ocurrir cuando se dice que la ciencia apoya o demuestra la existencia de Dios (o todo lo contrario, que demuestra su no existencia) es que se utilizan argumentos filosĆ³ficos, cuando no claramente teolĆ³gicos, que introducen en las premisas algĆŗn dato o hipĆ³tesis tomado de la ciencia, y todo ello para obtener conclusiones filosĆ³ficas o teolĆ³gicas. Pero el hecho de que utilicen contenido cientĆ­fico en las premisas no los convierte en argumentos pertenecientes a la ciencia. Es claro que no es la ciencia la que establece las conclusiones, sino las interpretaciones filosĆ³ficas que algunos hacen de ella y que casi siempre han recibido cumplidas respuestas en el seno de la filosofĆ­a.

Al biĆ³logo ateo John B. S. Haldane le preguntaron una vez quĆ© podĆ­a decir la biologĆ­a acerca de Dios, y este contestĆ³ que, dado que hay unas 9.000 especies reconocidas de aves y mĆ”s de 300.000 especies de escarabajos, lo que la biologĆ­a puede decir es que, si Dios existe, tiene una aficiĆ³n desmedida por los escarabajos. Interpreto la boutade de Haldane como una manifestaciĆ³n clara de que la pregunta misma carece de sentido en la ciencia.

Eso no significa que no haya determinadas creencias religiosas que sean incompatibles con la ciencia. Claro que las hay, y muchas. Por ejemplo, si uno acepta la teorĆ­a de la evoluciĆ³n, no puede aceptar que las especies biolĆ³gicas, incluyendo la humana, fueron creadas por Dios tal y como son ahora, o no puede aceptar que la distribuciĆ³n del registro fĆ³sil en los diferentes estratos se debe al lugar en el que estaban los organismos durante el diluvio universal. No estoy defendiendo, por tanto, la tesis de Stephen Jay Gould del no solapamiento de los magisterios, porque creo que sĆ­ hay solapamientos entre las conclusiones de la ciencia y muchas creencias religiosas que tienen implicaciones sobre el mundo natural, como la del ejemplo evolutivo que acabo de poner.

El Gran DiseƱador no es necesario para explicar la evoluciĆ³n de los seres humanos

Uno de los argumentos mĆ”s esgrimidos para sustentar en la ciencia la existencia de Dios es que el ser humano presenta rasgos (la consciencia, las capacidades cognitivas fiables, los ojos, el lenguaje, la cultura, etc.) que no pueden proceder de la evoluciĆ³n por selecciĆ³n natural y que, por tanto, tienen que ser obra de un Gran DiseƱador. El asunto de la singularidad humana frente al resto de los animales es complejo, no lo vamos a negar, y la discusiĆ³n estĆ” presente ya en Darwin y en sus contemporĆ”neos. Y, por supuesto, es un tema en el que las creencias religiosas han jugado un papel fundamental, aunque las aguas parecen ahora mejor encauzadas que hace 150 aƱos.

El punto en el que, en efecto, puede radicar la discrepancia mayor entre muchos creyentes (de diversas religiones) y lo que mantiene una visiĆ³n naturalista evolutiva es la mente humana. Como afirmĆ³ el papa Juan Pablo II en su ā€œMensaje a los miembros de la Academia Pontificia de Cienciasā€ el 22 de octubre de 1996, aunque el creyente puede aceptar que el cuerpo humano es producto de la evoluciĆ³n biolĆ³gica, ha de asumir la existencia de un ā€œalmaā€ que no es producto de la evoluciĆ³n, ni surge de la materia, sino que es creaciĆ³n de Dios. Y entonces, importarĆ” lo que entendamos por ā€œalmaā€. Si se trata de un principio espiritual, indestructible por la muerte, y en el que reside lo que de especial y valioso hay en el ser humano, incluyendo la autoconsciencia y la razĆ³n, entonces el creyente asume una idea que, por respetable que sea, no pertenece a la ciencia, puesto que presupone la existencia de lo sobrenatural y de Dios, y, en consecuencia, no puede utilizar esa misma idea como base para intentar demostrar desde la ciencia que Dios existe. No tiene sentido decir que lo singular del ser humano reside en un alma espiritual e inmaterial y concluir de ahĆ­ que la singularidad del ser humano prueba la existencia de Dios, puesto que lo que estĆ” en cuestiĆ³n es si se da tal singularidad y, en caso de darse alguna, si esta es explicable sin recurrir a lo sobrenatural. De hecho, si por ā€œalmaā€ entendemos lo que la ciencia llama mente, o, de forma menos comprometida ontolĆ³gicamente, procesos mentales, entonces no hay mĆ”s remedio que discrepar de la posiciĆ³n que mantiene que no puede ser el resultado de la evoluciĆ³n por selecciĆ³n natural. Los estudios actuales sobre cogniciĆ³n animal, etologĆ­a cognitiva, primatologĆ­a y paleonantropologĆ­a muestran de una forma muy convincente que la mente humana, igual que la mente de los animales, es producto de una historia evolutiva en buena parte compartida. EstĆ” bien documentado al respecto en la literatura cientĆ­fica la existencia en los grandes simios de un grado bastante alto de autoconsciencia, de metacogniciĆ³n (es decir, de acceso a sus propios estados cognitivos) y de capacidad para realizar inferencias causales y de otros tipos. Se discute incluso, con evidencias cada vez mĆ”s favorables, si poseen una TeorĆ­a de la Mente, es decir, si saben interpretar a los otros como agentes intencionales, agentes cuya conducta obedece a estados mentales.

Ha de admitirse, sin embargo, que no todos los que aceptan una visiĆ³n naturalista de la mente estĆ”n dispuestos a asumir que es el producto de la selecciĆ³n natural. Hay quien piensa que es un subproducto de la evoluciĆ³n (una exaptaciĆ³n), o quien piensa que es mĆ”s bien una lenta construcciĆ³n social. Hay hasta quien piensa que no tiene sentido hablar de mente desde un punto de vista cientĆ­fico. En mi opiniĆ³n, estas explicaciones no adaptacionistas son mucho menos parsimoniosas y plausibles que la explicaciĆ³n adaptacionista, pero, en todo caso, el tema de la evoluciĆ³n de las capacidades cognitivas humanas estĆ” en auge.

La percepciĆ³n del abismo ontolĆ³gico entre seres humanos y animales (que cuando se refiere a las capacidades cognitivas quizĆ”s serĆ­a mejor llamarlo ā€œabismo epistemolĆ³gicoā€) puede ser debida a que han desaparecido todas las especies de homĆ­nidos descendientes del ancestro comĆŗn que tenemos con los chimpancĆ©s, y que existiĆ³ hace algo mĆ”s de 6 millones de aƱos.

Este aparente abismo en lo que a las capacidades cognitivas se refiere ha llevado a algunos, como al filĆ³sofo creyente norteamericano Alvin Plantinga, a sostener que solo la acciĆ³n de Dios puede explicar la fiabilidad de las mismas. Una fiabilidad tal que nos permite conocer el mundo con la precisiĆ³n con la que la ciencia lo hace. SegĆŗn Plantinga, la probabilidad de que la presiĆ³n selectiva conduzca por sĆ­ sola a la posesiĆ³n de capacidades cognitivas tan fiables es ā€“segĆŗn su tesisā€“ baja o inescrutable y, por tanto, tenemos buenas razones para aceptar la intervenciĆ³n sobrenatural en la apariciĆ³n de las mismas. Este razonamiento se basa en la idea de que, incluso si asumimos el adaptacionismo evolucionista, la selecciĆ³n natural no puede explicar la fiabilidad de dichas capacidades, puesto que para la supervivencia y reproducciĆ³n bastan capacidades cognitivas efectivas en la consecuciĆ³n de esos fines, aunque no sean fiables en su representaciĆ³n del mundo. Nuestras capacidades cognitivas tienen un grado de fiabilidad que va mucho mĆ”s allĆ” de lo que necesitamos para la lucha por la supervivencia y el Ć©xito reproductivo. La debilidad del argumento es que no es en absoluto evidente que la fiabilidad de las capacidades cognitivas humanas no pueda ser explicada de una forma naturalista. De hecho, la epistemologĆ­a evolucionista, una corriente de pensamiento fundada por Quine, sostiene justo lo contrario. Sin esas capacidades cognitivas fiables los primates y, entre ellos, los seres humanos no habrĆ­an podido, por ejemplo, adaptarse al ambiente social complejo en el que viven. En un ambiente social complejo el Ć©xito reproductivo depende en gran medida de lo correctas que sean, por ejemplo, las creencias sobre las relaciones dentro del grupo.

El creyente, si asĆ­ lo quiere, puede hacer compatible su aceptaciĆ³n de la evoluciĆ³n del ser humano, incluida la evoluciĆ³n de la mente humana, con su creencia en Dios. Hay creyentes evolucionistas que consideran que el proceso general de la evoluciĆ³n por selecciĆ³n natural estĆ” Ćŗltimamente regido de algĆŗn modo por la voluntad de Dios. Un ejemplo notable fue el biĆ³logo evolucionista Theodosius Dobzhanky, que era un creyente fervoroso. Lo que no puede hacer (y me parece que muchos creyentes estarĆ­an de acuerdo con esto) es basar una supuesta demostraciĆ³n de la existencia de Dios en que hay algo en el ser humano que escapa a una explicaciĆ³n cientĆ­fica evolucionista, porque, aunque por ahora lo hubiera, en nada probarĆ­a esa carencia la existencia de Dios. Digamos de pasada que la evoluciĆ³n biolĆ³gica es un hecho bien establecido por la ciencia, y que la supuesta crisis de la teorĆ­a de la evoluciĆ³n a la que algunos aluden cuando se discuten estos temas consiste Ćŗnicamente en ver si la versiĆ³n actual de la teorĆ­a de Darwin, la TeorĆ­a SintĆ©tica, necesita de una ampliaciĆ³n bajo los mismos supuestos fundamentales o debe introducir algunos supuestos nuevos que complementen la acciĆ³n de la selecciĆ³n natural en la explicaciĆ³n de la apariciĆ³n de ciertos rasgos novedosos.

El Gran DiseƱador no es necesario para explicar la evoluciĆ³n de rasgos complejos

Un planteamiento similar al que acabamos de exponer es el que encontramos en el llamado ā€œDiseƱo Inteligenteā€. Dentro del Ć”mbito protestante, en especial de las iglesias evangĆ©licas de los Estados Unidos, lleva tiempo arraigando esta corriente. SegĆŗn la doctrina del DiseƱo Inteligente, la biologĆ­a nos muestra la existencia de fenĆ³menos que presentan una ā€œcomplejidad irreductibleā€, es decir, que contienen mecanismos que solo pueden ser funcionales si estĆ”n completos, y no sirven de nada si falta alguno de sus elementos. Esos fenĆ³menos no podrĆ­an ser el resultado de un proceso de evoluciĆ³n por selecciĆ³n natural, puesto que la evoluciĆ³n darwiniana requiere que cualquier sistema complejo se haya ido formando gradualmente a partir de elementos mĆ”s simples. Tales fenĆ³menos de complejidad irreductible, como el que presentarĆ­a, segĆŗn los defensores de esta tesis, el flagelo bacteriano o la cascada quĆ­mica de coagulaciĆ³n de la sangre, serĆ­an, por tanto, pruebas de un ā€œdiseƱo inteligenteā€ en la naturaleza que debe ser obra de un DiseƱador.

No puede decirse que el argumento sea nuevo. Un antecedente claro lo encontramos en 1802, en la obra TeologĆ­a natural, de William Paley. Si encuentro un reloj en la playa ā€“decĆ­a Paley, al que Darwin admiraba muchoā€“, aunque no sepa lo que es, solo con ver su estructura compleja, puedo inferir que no estĆ” ahĆ­ de forma espontĆ”nea, como lo estĆ” cualquier guijarro, sino que es obra de un diseƱador que lo ha realizado para un fin determinado. SegĆŗn Paley, los seres vivos presentan signos de diseƱo comparables o mĆ”s sofisticados que los de un reloj y eso debe llevarnos a concluir que son criaturas diseƱadas por Dios. La analogĆ­a falla, puesto que, desde la perspectiva evolucionista, la selecciĆ³n natural, junto con algunos otros mecanismos evolutivos, es la que genera esa apariencia de diseƱo, sin necesidad de un diseƱador.

Desde que surgiera esta propuesta, han sido muchos los biĆ³logos y filĆ³sofos de la biologĆ­a que la han rebatido con buenos argumentos. El concepto de ā€œcomplejidad irreductibleā€ es confuso y carece de rigor cientĆ­fico. Es evidente que la mera complejidad no exige una intenciĆ³n (muchos sistemas complejos, en fĆ­sica, por ejemplo, tienen explicaciones no intencionales). Lo que parece exigir la existencia de un DiseƱador, segĆŗn los defensores del DiseƱo Inteligente, es la ā€œirreductibilidadā€ de dicha complejidad; pero esa ā€œirreductibilidadā€ lo Ćŗnico que significa es que ellos creen que nunca se podrĆ” mostrar que el sistema en cuestiĆ³n es el resultado de un proceso gradualista de selecciĆ³n natural. Ahora bien, el evolucionista no acepta dicha ā€œirreductibilidadā€ como un dato bruto.

De hecho, ha habido estudios que han ofrecido una explicaciĆ³n evolutiva de los dos ejemplos favoritos del DiseƱo Inteligente que hemos mencionado. El flagelo bacteriano comparte una buena parte de la estructura de su rotor con los poros activos de la membrana celular de las bacterias conocidos como Sistema Secretorio Tipo III. A travĆ©s de este tipo de poros las bacterias inyectan proteĆ­nas en las cĆ©lulas del organismo infectado. De las 22 proteĆ­nas que componen el flagelo de Salmonella, por ejemplo, veinte son homĆ³logas de proteĆ­nas que forman parte de otros sistemas. Hay indicios sĆ³lidos obtenidos mediante anĆ”lisis filogenĆ©ticos de los genes de cuarenta y un especies de bacterias flageladas que apuntan la posibilidad de que el flagelo bacteriano surgiera por duplicaciĆ³n y modificaciĆ³n sucesiva de unos pocos genes, quizĆ” de uno solo. En cuanto a la cascada quĆ­mica de coagulaciĆ³n de la sangre, se ha comprobado que puede seguir funcionando en ciertos animales aun cuando falten algunas de sus partes.

El defensor del DiseƱo Inteligente quizĆ”s no acepte esa explicaciĆ³n, o busque nuevos ejemplos, pero lo importante es que su afirmaciĆ³n de que no hay explicaciĆ³n evolucionista posible de los ejemplos que pone de sistemas de ā€œcomplejidad irreductibleā€ no se sostiene y que, si por definiciĆ³n considera que la complejidad irreductible jamĆ”s podrĆ” tener una explicaciĆ³n naturalista, sea la que sea, asume una posiciĆ³n que se autoexcluye de la ciencia, a la que, por cierto, no ha hecho ninguna contribuciĆ³n.

HipĆ³tesis cientĆ­ficas acerca del origen de la vida

Otro de los argumentos que suelen aducirse para basar en la ciencia la existencia de Dios es el de la extremada improbabilidad del origen de la vida por causas puramente naturales. No solo no hemos sido capaces de crear vida en el laboratorio, y quizĆ”s nunca lo seamos, sino que la forma de vida mĆ”s simple, una bacteria, es de una complejidad enorme que ā€“segĆŗn el argumentoā€“ no puede surgir por mera combinaciĆ³n aleatoria de componentes materiales (abiĆ³ticos) mĆ”s simples. La informaciĆ³n contenida en el cĆ³digo genĆ©tico, que rige la estructura de cualquier ser vivo, serĆ­a una manifestaciĆ³n muy clara de esa complejidad irreductible al mero azar.

En el argumento se suele suponer que el surgimiento de la vida por causas naturales implica que ha tenido que ser por azar. No se considera en tal caso la posibilidad de una evoluciĆ³n prebiĆ³tica en la que actuaran factores selectivos adicionales, principios autoorganizativos y constricciones fĆ­sicas que facilitaran la formaciĆ³n de polĆ­meros necesarios para la vida, lo que, sin embargo, es una hipĆ³tesis bastante verosĆ­mil. No tenemos, ademĆ”s, seguridad de que la vida sea un acontecimiento tan improbable como establece el argumento. De hecho, es posible ā€“y esto es hoy doctrina comĆŗnā€“ que la vida hubiera surgido de forma independiente varias veces en nuestro planeta, aunque todos los seres vivos actuales son descendientes de un solo ancestro comĆŗn, al que se designa como luca (por Last Universal Common Ancestor).

Algunos crĆ­ticos han seƱalado que la nociĆ³n de improbabilidad carece de sentido en este contexto (Āæde quĆ© tipo de probabilidad se habla?). ĀæPodrĆ­amos preguntarnos igualmente por la probabilidad de que uno mismo haya nacido, en lugar de que no naciera o naciera otra persona? Si es asĆ­, esta probabilidad serĆ­a infinitesimal como quien dice, pues deberĆ­a incluir a su vez la (im)probabilidad de que hubiera nacido cada uno de nuestros ancestros en lugar de individuos con otras combinaciones genĆ©ticas procedentes de otros Ć³vulos y otros espermatozoides, asĆ­ como la (im)probabilidad de que se hubieran conocido y apareado cada uno de esos ancestros masculinos y femeninos. Sin embargo, tenemos una explicaciĆ³n natural para el hecho de haber nacido que nos satisface, y no consideramos necesario apelar a la intervenciĆ³n divina para ello.

El estudio del origen de la vida es un tema cientĆ­fico cada vez mĆ”s atendido, pero lo es desde hace no mucho. Es de rigor mencionar el experimento de Stanley Miller a comienzos de los cincuenta, en el que obtuvo aminoĆ”cidos y otras molĆ©culas orgĆ”nicas a partir de una mezcla quĆ­mica y unas condiciones que supuestamente simulaban las condiciones de la Tierra primitiva. Algo todavĆ­a muy alejado de la vida. En los Ćŗltimos aƱos se han formulado diversas hipĆ³tesis para explicar lo que pudo suceder en el comienzo de la vida, aunque son hipĆ³tesis que solo pueden contar con evidencias muy indirectas, pero no se olvide que hay disciplinas cientĆ­ficas muy sĆ³lidas, como la cosmologĆ­a o la paleontologĆ­a, en las que las evidencias indirectas juegan un papel fundamental.

La hipĆ³tesis que mĆ”s aceptaciĆ³n tiene por el momento es la del mundo del arn, a veces conocida como ā€œlos genes primeroā€. Sugiere que la vida surgiĆ³ como un polĆ­mero portador de informaciĆ³n (posiblemente arn) capaz de replicarse a sĆ­ mismo y de desempeƱar en el proceso una funciĆ³n catalĆ­tica, aunque sin capacidad de metabolizar. La hipĆ³tesis rival habla mĆ”s bien de vesĆ­culas aisladas del entorno por una membrana lipĆ­dica que encerraron reacciones quĆ­micas automantenidas. Se la conoce como ā€œel metabolismo primeroā€. No sabemos si alguna de las dos es correcta o si hay otra explicaciĆ³n mejor que aĆŗn ignoramos. QuizĆ”s ambas tengan su parte de verdad, como sugiriĆ³ el fĆ­sico Freeman Dyson, porque la vida, segĆŗn decĆ­a John von Neumann, no es una cosa, sino dos: replicaciĆ³n y metabolismo.

Por lo poco que sabemos, puede haber miles de planetas solo en nuestra galaxia, muchos millones segĆŗn los mĆ”s optimistas, que cumplan las condiciones necesarias para que se dĆ© la vida, lo cual no significa, por supuesto, que la vida haya tenido que surgir en ellos. De ahĆ­ la importancia de seguir buscando vida o restos de vida pasada (biofirmas) en esos otros planetas, a lo que se dedica la exobiologĆ­a. Entre las dificultades que encierra todo esto estĆ” el que, por no saber, tampoco sabemos quĆ© condiciones serĆ­an realmente imprescindibles para el surgimiento de la vida, si es que esta puede tomar formas muy diferentes a las que conocemos. Ni siquiera tenemos una definiciĆ³n consensuada de quĆ© es la vida. Puede que el tĆ©rmino ā€œvidaā€ no designe una categorĆ­a homogĆ©nea, no sea un ā€œgĆ©nero naturalā€. ĀæEs un virus informĆ”tico capaz de modificarse a sĆ­ mismo un ser vivo? ĀæLo es un virus natural o un priĆ³n? ĀæLo serĆ­an los robots de Asimov o un cĆ­borg como Robocop? ĀæLo es Gaia, toda la biosfera en su conjunto?

El argumento del ajuste fino

Sin lugar a dudas, el argumento que ha cobrado mĆ”s fama en los Ćŗltimos aƱos es del ajuste fino, y hay que reconocer que tiene fuerza. Se ha convertido en la principal pieza de convicciĆ³n de los que quieren resucitar la teologĆ­a natural. SegĆŗn dicho argumento, el universo parece tener un orden especialmente diseƱado para poder albergar vida en Ć©l. Variaciones muy pequeƱas en el valor de las constantes fĆ­sicas, en las condiciones iniciales del universo o en las leyes de la naturaleza habrĆ­an dado lugar a un universo en el que habrĆ­a sido imposible la vida, cuando no a un mero caos. Tomemos el caso de la constante de estructura fina, que se obtiene de dividir la carga elĆ©ctrica elemental elevada al cuadrado por el producto de la velocidad de la luz multiplicado por la constante de Planck, y cuyo valor es aproximadamente 1/137. Una variaciĆ³n de menos de un 1% de ese valor harĆ­a que en las estrellas no se produjese suficiente carbono como para que la vida hubiera podido surgir en algĆŗn planeta (al menos una vida basada en el carbono). Igualmente, si la fuerza fuerte, que mantiene unidos a los protones y neutrones dentro del nĆŗcleo atĆ³mico, hubiera tenido un valor ligeramente menor del que tiene, no se habrĆ­an formado las cantidades necesarias de carbono y oxĆ­geno que encontramos en el universo y que posibilitan la vida en nuestro planeta. A su vez, la fuerza fuerte ha de estar finamente ajustada con la fuerza electromagnĆ©tica para que la proporciĆ³n de carbono y oxĆ­geno producido en las estrellas sea la adecuada para la vida. Si la gravedad hubiera sido mĆ”s intensa esto habrĆ­a inhibido tambiĆ©n la apariciĆ³n de la vida. Y en la literatura sobre el tema pueden encontrarse mĆ”s ejemplos.

Si el argumento del ajuste fino se lleva de la improbabilidad de un universo ordenado que pueda albergar vida a la improbabilidad de un universo capaz de dar lugar a un ser inteligente y consciente como el ser humano, se convierte entonces en lo que se conoce como argumento antrĆ³pico fuerte, pero en lo esencial se trata de lo mismo.

El filĆ³sofo Richard Swinburne ha proporcionado una variante con lo que podrĆ­a decirse que es un ajuste fino especial. Swinburne se pregunta por las condiciones que tienen que darse para que un universo sea capaz de albergar seres humanos con libre albedrĆ­o, responsabilidad y comportamiento moral. Sostiene que solo la hipĆ³tesis teĆ­sta puede dar cuenta de algo asĆ­. Es dudoso, sin embargo, que esta variante aƱada algo sustancial. Si aceptĆ”ramos que hay una explicaciĆ³n naturalista para un universo con vida, no es un problema teĆ³rico insalvable proporcionar una explicaciĆ³n evolutiva del comportamiento moral, como mostrĆ³ el propio Darwin en su libro El origen del hombre y la selecciĆ³n en relaciĆ³n al sexo. PrimatĆ³logos como Tomasello o Frans de Waal lo vienen haciendo desde hace tiempo. En palabras de este Ćŗltimo, ā€œtoda la moralidad humana es un continuo con la socialidad de los primatesā€.

Pero volvamos a la versiĆ³n original del argumento del ajuste fino. ĀæDemuestra que Dios hizo el universo de forma que las constantes fĆ­sicas y las leyes fundamentales tuvieran exactamente ese valor y no otro? AsĆ­ lo creen, obviamente, sus defensores, que no ven una alternativa mejor. Sin embargo, el argumento no tiene la fuerza probatoria que ellos pretenden. Hay explicaciones naturalistas alternativas del ajuste fino, como la hipĆ³tesis de los multiversos, que sostiene que nuestro universo no es mĆ”s que uno entre una multitud de universos que tambiĆ©n existen, aunque no interactĆŗan. En esos otros universos las constantes fĆ­sicas tienen valores distintos y, por tanto, la gran mayorĆ­a o son caĆ³ticos o no son lo suficientemente ordenados para albergar vida. Los crĆ­ticos teĆ­stas seƱalan que la hipĆ³tesis de los multiversos es una explicaciĆ³n ad hoc del ajuste fino que carece de cualquier apoyo empĆ­rico independiente. Al parecer, no son capaces de ver el mismo problema, y bastante agravado, en su propia explicaciĆ³n. Aunque la hipĆ³tesis de los multiversos ha surgido en un debate filosĆ³fico, como este que describimos, y por ahora tiene un carĆ”cter ad hoc, hay que decir que, en principio, nada impide que forme parte de la ciencia, incluso aunque se considere que no es falsable y probablemente nunca lo sea, porque, como ya dijimos, el criterio de falsabilidad hace tiempo que fue abandonado como criterio de cientificidad.

Por otro lado, hasta donde sabemos, no podemos descartar la idea de que haya alguna o varias causas naturales para que las constantes fĆ­sicas tengan el valor que tienen, o que, simplemente, estemos enfocando mal el problema. Algunos fĆ­sicos, como Fred C. Adams, de la Universidad de Michigan, han defendido en diversos estudios que el rango de valores para estas constantes que habrĆ­an permitido la existencia de estrellas y de la vida es mayor de lo que se piensa, e incluso podrĆ­an haber existido combinaciones de valores mĆ”s propicias aĆŗn que las de nuestro universo.

Una recapitulaciĆ³n

ObsĆ©rvese que estos argumentos que hemos presentado, y que son los mĆ”s socorridos, en realidad no utilizan un conocimiento cientĆ­fico para demostrar que Dios tiene que existir, sino que el esquema argumental parte mĆ”s bien de la tesis de que hay algo que la ciencia no puede explicar, supone que jamĆ”s podrĆ” hacerlo, y de ahĆ­ infiere que solo cabe explicarlo apelando a Dios. Son versiones distintas de lo que tradicionalmente se ha llamado ā€œel Dios tapa agujerosā€ o ā€œel Dios de los vacĆ­osā€. Un problema no menor de esta estrategia es que si la ciencia consigue tapar el agujero, como ha ocurrido con el ejemplo del flagelo bacteriano o la cascada quĆ­mica de la coagulaciĆ³n de la sangre, el que se ha basado en ella para probar la existencia de Dios queda en evidencia.

Por eso, para algunos teĆ³logos esta mezcla de la ciencia y lo divino es una estrategia equivocada. Lo expresa claramente el teĆ³logo de la Universidad de Georgetown John F. Haught en su libro crĆ­tico con el naturalismo Is nature enough? (Cambridge University Press, 2007, p. 72): ā€œAunque teolĆ³gicamente pueda resultar tentador seguir esta lĆ­nea de investigaciĆ³n, preferirĆ­a hacer caso a la advertencia de Paul Tillich de que hay que evitar que las explicaciones teolĆ³gicas parezcan hacer de la acciĆ³n divina parte de una serie causal cientĆ­ficamente comprensible.ā€

Desde un punto de vista lĆ³gico, se trata de inferencias abductivas, una forma de inferencia no demostrativa. Las premisas podrĆ­an, por tanto, ser verdaderas y la conclusiĆ³n falsa, al igual que sucede en la inducciĆ³n, y a diferencia de la deducciĆ³n, que sĆ­ es demostrativa. En las inferencias abductivas, se parte de un fenĆ³meno que necesita una explicaciĆ³n y se concluye aquella hipĆ³tesis que mejor explica dicho fenĆ³meno, entendiendo por tal aquella de las explicaciones disponibles que sea mĆ”s simple, mĆ”s coherente con otras hipĆ³tesis aceptadas, mĆ”s exacta, mĆ”s capaz de encajar todos los detalles, mĆ”s abarcadora, etc. El esquema argumental serĆ­a el siguiente: D es una colecciĆ³n de datos; la hipĆ³tesis H explica D; ninguna otra hipĆ³tesis puede explicar D tan bien como H; por lo tanto, H es probablemente verdadera. Es un tipo de argumento bastante comĆŗn en la vida cotidiana, y es, por ejemplo, el que utiliza Sherlock Holmes en las novelas de Conan Doyle.

Para que una inferencia abductiva funcione bien hay que tener bastante seguridad de que, en efecto, ninguna otra hipĆ³tesis puede explicar tan bien los datos como lo hace la hipĆ³tesis que se quiere concluir. Pero esto es precisamente lo que estĆ” en cuestiĆ³n en este caso. De hecho, se puede decir que en estos argumentos la hipĆ³tesis teĆ­sta no explica nada en realidad, puesto que no aporta ninguna informaciĆ³n nueva acerca de ningĆŗn fenĆ³meno natural decir que es asĆ­ justamente porque Dios lo ha querido. No se aƱade nada con lo que consigamos una mejor comprensiĆ³n del fenĆ³meno, no aprendemos nada nuevo acerca de Ć©l.

Aclaro para terminar que si he hecho referencia a todos estos supuestos argumentos ā€œcientĆ­ficosā€ en favor de la existencia de Dios no es para rebatirlos aquĆ­, lo que serĆ­a pretencioso en tan poco espacio, sino Ćŗnicamente para ilustrar lo que he tratado de decir, a saber, que son argumentos filosĆ³ficos que no tienen en absoluto el carĆ”cter de prueba en ningĆŗn sentido en que esta palabra puede usarse en la ciencia, y que su aparente fuerza consiste en saltar injustificadamente de hechos que parecen inexplicables por la ciencia a afirmar que solo pueden ser explicados por la existencia de Dios, obviando que esa explicaciĆ³n cientĆ­fica existe en muchos casos. No niego que para algunos creyentes estos argumentos puedan resultar persuasivos; seguro que lo son, y ahĆ­ no tengo nada que decir, pero esto no los convierte en buenos argumentos, solo muestra que tienen fuerza retĆ³rica. Lo que sĆ­ cabe negar es que permitan afirmar que la ciencia actual proporciona pruebas de la existencia de Dios, como algunos pretenden. ~

Antonio DiƩguez
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Antonio DiĆ©guez es catedrĆ”tico de lĆ³gica y filosofĆ­a de la ciencia en la Universidad de MĆ”laga. En 2021 publicĆ³ Cuerpos inadecuados: El desafĆ­o transhumanista a la filosofĆ­a (Herder).


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