Soy un ratรณn de biblioteca. Desde los once aรฑos he leรญdo y leรญdo y disfrutado casi cada momento de ello. Sin embargo, tardรฉ mucho en aprender a leer y odiaba el colegio; lo evitaba siempre que podรญa, sin llegar a abandonarlo del todo. Estรก claro que no aprendรญ a leer o a escribir en las varias escuelas a las que asistรญ a regaรฑadientes. De hecho, mis desesperados padres tuvieron que contratar a un tutor para ayudarme a comenzar. Tampoco fueron felices mis primeros encuentros con la literatura, a pesar de que provocaron en mรญ una honda impresiรณn. El primer libro que leรญ por mรญ misma fue una traducciรณn alemana de David Copperfield. Lo leรญ una y otra vez y todavรญa me encanta. El segundo libro que leรญ era una novela infantil sobre dos niรฑos durante la Guerra de los Treinta Aรฑos, que me motivรณ a revisar una fabulosa historia global ilustrada en muchos volรบmenes que estaba en la biblioteca de mis padres. Me enganchรฉ de por vida a la ficciรณn y la historia. Sin embargo, no todo era placentero. Un dรญa cogรญ el primer volumen de Shakespeare de la traducciรณn de Schlegel-Tieck. La primera obra era Tito Andrรณnico, y me la leรญ entera. Todavรญa recuerdo el miedo y el horror que me inspirรณ. Me asustรณ y confundiรณ tanto que era incapaz de decirle a nadie quรฉ es lo que me preocupaba. Finalmente conseguรญ revelรกrselo a mi hermana mayor. Nada mรกs decรญrselo, por supuesto, sentรญ un inmenso alivio, especialmente porque ella me asegurรณ que esas cosas no pasan en la realidad. El problema era que tanto ella como yo sabรญamos que a nuestro alrededor ocurrรญan cosas mucho peores. Ya en 1939 era capaz de comprender que los libros, incluso los que dan miedo, serรญan mi mejor refugio frente a un mundo mucho mรกs terrible que cualquier cosa que pudieran enseรฑarme. Asรญ me volvรญ un ratรณn de biblioteca. Esto tambiรฉn significรณ el fin de mi infancia.
Las biografรญas, las novelas y las obras de teatro son una delicia para los lectores jรณvenes, y desde luego lo eran para mรญ. Pero tambiรฉn comencรฉ muy temprano a leer sobre actualidad e historia polรญtica. La razรณn de este gusto precoz era demasiado obvia, del mismo modo que mis intereses polรญticos no son nada aleatorios. La polรญtica dominaba completamente nuestras vidas. A mis padres les costรณ salir de Rusia, donde quedaron varados por culpa de la Primera Guerra Mundial, pero consiguieron volver a casa, a Riga, que ya era una ciudad letona. Al principio les fue bien, pero pronto el lugar se volviรณ muy hostil. รramos bรกsicamente judรญos alemanes, lo que significaba que casi todo el mundo a nuestro alrededor querรญa en el mejor de los casos que nos marchรกramos a otro sitio y en el peor matarnos.
Mis padres eran gente con buena educaciรณn, pudientes y liberales, y de una manera muy modesta eran completamente atรญpicos. Tenรญan una confianza total en las habilidades morales e intelectuales de sus hijos y nos trataban en consecuencia, algo que volviรณ inevitable el enorme contraste que existรญa entre estos elevados estรกndares personales y un mundo externo totalmente depravado. Y esto indujo en nosotros una especie de recelo, si no directamente cinismo. Mi padre querรญa dejar Europa desde hacรญa aรฑos, pero tenรญamos demasiados vรญnculos familiares que nos ataban a Riga, y mi madre, que era pediatra, dirigรญa una clรญnica en una zona marginal y no podรญa abandonarla fรกcilmente. Justo antes de que llegaran los rusos, mi tรญo nos metiรณ en un aviรณn a Suecia, donde estuvimos demasiado tiempo, hasta mucho despuรฉs de la invasiรณn alemana de Noruega. Por entonces solo habรญa una ruta para salir de Europa, la ruta del tren transiberiano, que nos llevรณ lentamente hasta Japรณn. No fue un viaje fรกcil, pero milagrosamente escapamos. En Japรณn pudimos comprar un visado para Canadรก, que tenรญa, como es bien sabido, una polรญtica migratoria de todo menos generosa. Poco antes de Pearl Harbor nos subimos a un barco que nos llevรณ a Seattle, donde estuvimos encerrados durante unas semanas surrealistas en una cรกrcel de detenciรณn para inmigrantes ilegales de Oriente. Si tuviera que decir quรฉ efecto tuvieron estas aventuras en mi carรกcter, dirรญa que me dejaron con un pertinaz gusto por el humor negro.
Cuando mi padre finalmente fue capaz de resolver sus problemas financieros, nos mudamos a Montreal. No es una ciudad fรกcil de querer. Polรญticamente estaba sostenida por un equilibrio de resentimientos y desconfianzas รฉtnicas y religiosas. Y, retrospectivamente, no me sorprende que este edificio polรญtico acabara colapsando a una velocidad extraordinaria. La escuela femenina a la que acudรญ durante tres aรฑos era terrible. En todo ese tiempo me enseรฑaron tanto latรญn como lo que habrรญa aprendido en solo un trimestre de universidad. Aprendรญ algo de geometrรญa, y un profesor de lengua nos enseรฑรณ a componer sinopsis, que es algo muy รบtil. El resto de profesores simplemente se plantaba frente a nosotros y nos leรญa en voz alta el libro de texto. Lo que realmente aprendรญ es el significado del aburrimiento, y lo aprendรญ tan bien que desde entonces no me he vuelto a aburrir. He de decir que este colegio era supuestamente excelente. Me atrevo a comentar que habรญa algunos mejores en otros sitios, pero no me convencen los que responden con nostalgia a las deficiencias manifiestas de la educaciรณn secundaria actual.
No recuerdo con cariรฑo mis dรญas en la Universidad McGill. Esto quizรก tenรญa que ver con sus reglas de admisiรณn: se exigรญan 750 puntos a los judรญos y 600 a los demรกs. Y tampoco era una instituciรณn intelectualmente emocionante, pero al menos cuando yo lleguรฉ, justo antes de mi decimosรฉptimo cumpleaรฑos, tuve la suerte de estar en la misma clase que muchos exsoldados, cuya presencia creaba un cuerpo estudiantil inusualmente maduro y serio. Y en comparaciรณn con el colegio era el paraรญso. Ademรกs, para mi sorpresa, todo me saliรณ bien. Conocรญ a mi futuro esposo y me casรฉ al final de mi tercer aรฑo, y es lo mรกs inteligente que he hecho con diferencia. Y encontrรฉ mi vocaciรณn.
Al principio habรญa pensado hacer una carrera que mezclara filosofรญa y economรญa: me atraรญa su rigor. Pero cuando me exigieron dar un curso sobre dinero y banca me pareciรณ obvio que no iba a convertirme en una economista profesional. Filosofรญa, ademรกs, la solรญa impartir un caballero gris que si estaba ahรญ era porque habรญa perdido su fe religiosa. He encontrado a mucha gente confusa a lo largo de mi vida despuรฉs de conocer a este pobre hombre, pero ninguno tan incapaz de dar clase sobre Platรณn o Descartes. Afortunadamente para mรญ, tambiรฉn estaba obligada a participar en un curso sobre historia de las teorรญas polรญticas que impartรญa un estadounidense, Frederick Watkins. Tras dos semanas escuchando dar clase a este excelente profesor, me di cuenta de lo que querรญa hacer el resto de mi vida. Si existรญa una manera de darle sentido a mis experiencias y a mi particular mundo, era esa.
Watkins era un hombre extraordinario, como pueden atestiguar los innumerables alumnos a los que dio clase en Yale. Era un hombre excepcionalmente versรกtil y cultivado y un profesor mรกs que talentoso. No solo era capaz de hacer fascinante la historia de las ideas en sus clases, sino que tambiรฉn transmitรญa la sensaciรณn de que no podรญa haber nada mรกs importante. Tambiรฉn lo consideraba muy reconfortante. De muchas maneras, directas e indirectas, me dio a entender que las cosas que me habรญan enseรฑado a respetar, como la mรบsica clรกsica, los cuadros o la literatura, merecรญan de verdad la pena, y no eran mis excentricidades personales. Su ejemplo, mรกs que cualquier otra cosa que dijera abiertamente, me proporcionรณ una enorme confianza en mรญ misma, y lo habrรญa recordado con agradecimiento, aunque no me hubiera animado a hacer un posgrado, a solicitar una plaza en Harvard y aunque no se hubiera seguido interesando amistosamente por mi educaciรณn y carrera. Es una verdadera suerte descubrir tu propia vocaciรณn al final de la adolescencia, y no todo el mundo tiene la fortuna de coincidir con el profesor adecuado en el momento oportuno de su vida, pero asรญ fue en mi caso, y siempre me he sentido agradecida por la educaciรณn que me dio hace muchos aรฑos.
Una estudiante en Harvard
El dรญa en que lleguรฉ me enamorรฉ de Harvard, y todavรญa sigo enamorada. Con esto no quiero decir que fuera perfecto. Para nada. De hecho, creo que hoy es una universidad mucho mejor de lo que era cuando lleguรฉ. Pero mรกs allรก de sus fallos, encontrรฉ ahรญ la educaciรณn a la que siempre habรญa aspirado. El departamento de gobierno era entonces, como ahora, muy eclรฉctico, y eso encajaba conmigo, y aprendรญ mucha ciencia polรญtica, especialmente de los profesores jรณvenes. Mi mentor era una figura acadรฉmica famosa, Carl Joachim Friedrich. Y me enseรฑรณ cรณmo comportarme, cรณmo ser una profesional, cรณmo dar y preparar charlas, cรณmo tratar a los compaรฑeros y cรณmo actuar en pรบblico, al igual que una idea general sobre lo que tenรญa que saber. Y aunque no era dado a las alabanzas, no parecรญa tener ninguna duda de que conseguirรญa de alguna manera hacerme un hueco. De hecho solo recuerdo un comentario suyo amable de verdad hacia mรญ. Despuรฉs de la defensa de mi tesis, dijo: โBueno, no es una tesis convencional, pero tampoco esperaba que lo fuera.โ Mรกs adelante me di cuenta de que รฉl esperaba que yo me convirtiera en su sucesora, como al final hice, despuรฉs de muchos altibajos. Retrospectivamente me parece que lo mejor que hizo fue permitirme seguir mi propio camino como estudiante y luego como joven profesora. Como mucha gente joven con ambiciรณn, me preocupaba lo que otros pensaran de mรญ, pero despuรฉs de haber visto a bastantes otros estudiantes desde entonces, me di cuenta de que me sentรญa relativamente segura de mรญ misma, algo que debo agradecerle a Carl Friedrich.
Hay siempre muchos estudiantes brillantes en Harvard y me gustaban mucho mis compaรฑeros de la universidad, algunos de ellos ahora buenos amigos. Los seminarios eran animados y habรญa bastantes buenas conversaciones que se desarrollaban en torno a un cafรฉ. Habรญa tambiรฉn conferenciantes excelentes, que yo encontraba apasionantes. Y sobre todo me encantaba y todavรญa me encanta la Biblioteca Widener.
En muchos aspectos el Harvard en el que entrรฉ en 1951 estaba muy lejos de ser la sociedad acadรฉmica abierta que es ahora. Los efectos del macartismo eran menos crudos e inmediatos que sutiles y latentes. El general acoso a los โrojosโ suponรญa, por supuesto, una colosal pรฉrdida de energรญa y tiempo, pero no puedo decir que afectara profundamente el dรญa a dรญa de la universidad. Lo que sรญ hizo fue afianzar una amplia variedad de comportamientos que habรญan estado ahรญ siempre. Los jรณvenes acadรฉmicos presumรญan de no ser intelectuales. Entre muchos estudiantes no se toleraba ningรบn tipo de conversaciรณn que fuera mรกs allรก de los deportes o el cotilleo esnob. Se alardeaba de una especie de charla de vestuario y una masculinidad falsa y ostentosa. Pero tambiรฉn habรญa una extraรฑa elegancia: nadie decรญa palabrotas y vestir de forma adecuada, en trajes discretos de un gris Oxford de la marca Brooks Brothers, era algo sumamente importante. Mรกs daรฑino era que mucha gente menospreciaba a los pobres, a los estudiosos, a los alumnos menos convencionales, los listillos, la gente que no encajaba en el modelo vulgar y extravagante del verdadero macho estadounidense de clase alta que habรญan construido en su imaginaciรณn. Para cualquier mujer con cierto grado de refinamiento o intelectualidad, suponรญan una compaรฑรญa poco atrayente.
A esta groserรญa afectada se le aรฑadรญa una admiraciรณn servil por los estudiantes menos inteligentes, pero atractivos, ricos y con buenos contactos. Se promovรญa una cultura, en muchos aspectos, de delincuencia juvenil protegida. A los estudiantes de Harvard se les perdonaban fรกcilmente las miserias que causaban en la ciudad de Cambridge. Las travesuras consistรญan en romper las farolas y descarrilar los tranvรญas. Los fines de semana era comรบn que sus borracheras llamaran la atenciรณn. Una de las manifestaciones mรกs desagradables que vi, mucho antes de las sentadas radicales, fue un alboroto de estudiantes descontentos con la decisiรณn de tener diplomas en inglรฉs en vez de en latรญn. Varios tutores fueron golpeados y heridos. Esto se atribuรญa al clima de euforia y se admiraba en secreto. Tampoco estos productos de las escuelas privadas estaban muy bien preparados. Pocos eran capaces de construir una frase gramaticalmente correcta en inglรฉs, y si conocรญan alguna lengua extranjera lo ocultaban muy bien.
El verdadero ideal de muchos profesores de Harvard en los cincuenta eran los caballeros que aprobaban gracias a sus contactos. Era gente que, decรญan, nos gobernaba y alimentaba, y tenรญamos que apreciarla, mรกs que al joven estudioso que no llegarรญa a ser nadie socialmente importante. Habรญa, por supuesto, un alto grado de autoodio, que yo era incapaz de comprender entonces por ser demasiado inmadura. Porque estas peticiones de conformidad explรญcita eran bastante represivas. Harvard en los aรฑos cincuenta estaba lleno de gente que se avergonzaba de la posiciรณn social de sus padres, y tambiรฉn de su propia condiciรณn. Habรญa muchos judรญos y homosexuales que no salรญan del armario, y provincianos que estaban obsesionados con su inferioridad con respecto a โlos verdaderosโ, los mรญticos aristรณcratas de Harvard, una clase sin un buen propรณsito. Lo mรกs terrible es que todo esto era innecesario, y estaba muy alejado del propรณsito de mantener viva la filosofรญa pรบblica estadounidense. Habรญa tambiรฉn una extraรฑa reticencia a pensar sobre el verdadero significado de la Segunda Guerra Mundial.
En Harvard asistรญ a conversaciones que parecรญan surrealistas. Yo sabรญa lo que habรญa ocurrido en Europa entre 1940 y 1945, y asumรญa que la mayorรญa de gente de Harvard tambiรฉn era consciente de la calamidad fรญsica, polรญtica y moral que se produjo, pero nunca se discutรญa. Por entonces cualquier estadounidense debรญa saber todo lo que hacรญa falta saber sobre los aรฑos de la guerra. The New York Times y los noticiarios habรญan informado sobre ello, pero si estas cuestiones llegaban al aula solo se daban como parte del estudio del totalitarismo, y luego el tema estaba muy esterilizado e integrado en el contexto de la Guerra Frรญa. Era algo que me aislรณ mucho y que se puede ver en mis รบltimos trabajos. Sin embargo, de una manera muy sutil intelectualmente, se produjo un cambio en la conciencia local. Un vistazo al famoso โLibro rojoโ, que era el plan de estudios general de Harvard, revela muchas cosas. Sus autores estaban comprometidos con la inmunizaciรณn del joven estudiante contra el fascismo y sus tentaciones para que โesoโ no volviera a ocurrir. Habรญa que reforzar La tradiciรณn occidental, y habรญa que presentarla de tal manera que demostrara que el fascismo era una aberraciรณn que no debรญa repetirse jamรกs. Imagino que en la Depresiรณn de antes de la guerra algunos de los jรณvenes que desarrollaron esta ideologรญa pedagรณgica se sintieron atraรญdos por las actitudes que finalmente desembocaron en el fascismo, y ahora estaban reculando para revertir lo que ayudaron a tejer. Querรญan un pasado diferente, un Occidente โbuenoโ, un Occidente โrealโ, no el verdadero que marchรณ hacia la Primera Guerra Mundial y mรกs allรก. Querรญan un pasado que encajara con un mejor desenlace. Nada de esto me parecรญa convincente.
La revoluciรณn de los sesenta
Harvard en los aรฑos cincuenta parecรญa pasar por un momento conservador, pero, de hecho, estaba cambiando progresivamente y se estaba volviendo mรกs liberal e interesante. Sin embargo, los sesenta como periodo y como fenรณmeno no ayudaron a acelerar este progreso, sino todo lo contrario. No tengo buenos recuerdos de los sesenta. Lo que ocurriรณ fue una brutalidad y una estupidez, y el espectรกculo de hombres de mediana edad admitiendo como bobos que estaban aprendiendo mucho de los jรณvenes, y elogiando a sus alumnos mรกs vulgares, a los que consideraban modelos de pureza moral e intelectual, habrรญa sido algo asqueroso si no hubiera sido tan ridรญculo. El รบnico legado duradero de esa รฉpoca es un abandono general del aula. Muchos alumnos simplemente renunciaron y dejaron sus estudios cuando se enfrentaron con ese abuso. Ademรกs, toda una nueva generaciรณn ha crecido sin preparaciรณn e incapaz de enseรฑar. Si no te fรญas de nadie de mรกs de treinta aรฑos cuando eres adolescente, no te gustarรก la gente joven cuando cumplas cuarenta. En su lugar tenemos ahora un circuito de conferencias e institutos que no producen un buen trabajo acadรฉmico, suficiente para justificar el tiempo y el esfuerzo que se ha invertido en ellos. Sin embargo, a pesar de todo, no me quejo. Cuando miro a mis compaรฑeros mรกs jรณvenes, me infunden รกnimo su inteligencia, competencia, apertura y falta de falsos prejuicios. Y el cuerpo estudiantil de Harvard estรก claramente mรกs alerta, es mรกs versรกtil, autodisciplinado y, sobre todo, es mรกs diverso y es mรกs divertido darle clase, mรกs que nunca.
ยฟCรณmo era ser una mujer en Harvard cuando lleguรฉ? Serรญa ingenuo por mi parte asumir que no me dieron la oportunidad de impartir esta charla porque soy una mujer. Hay un interรฉs considerable en este momento en las carreras de mujeres como yo, y casi serรญa incumplir el contrato irme sin decir nada sobre el tema. Pero antes de comenzar esta parte de mi historia, he de decir que en el momento en que empecรฉ mi vida profesional no pensรฉ en mis posibilidades ni en mis circunstancias en tรฉrminos de gรฉnero. Habรญa muchas otras cosas sobre mรญ que me parecรญan mucho mรกs importantes, y ser una mujer simplemente no me causaba mucho perjuicio acadรฉmic0. Desde el principio hubo profesores, y despuรฉs editores, que hicieron mucho mรกs de lo que estaban obligados para ayudarme, no por condescendencia sino por una cuestiรณn de equidad. Eran a menudo hijos de viejas sufragistas y resquicios de la Era Progresista. Me caรญan bien y los admiraba, aunque habรญan sufrido y les habรญan maltratado mucho. Aun asรญ eran una ventana al mejor liberalismo estadounidense. Por otra parte, no estaba tan sola. Habรญa otras pocas mujeres en mis clases, y todas las que perseveraron tuvieron carreras notables.
Sin embargo, no todo iba bien. Nada mรกs llegar, la mujer de uno de mis profesores me preguntรณ por quรฉ querรญa ir a la universidad, cuando deberรญa estar promoviendo la carrera de mi marido y teniendo bebรฉs. Y con una o dos excepciones, todas las mujeres del departamento seguรญan esa lรญnea. Eran de la opiniรณn de que deberรญa asistir a su club de costura, donde las mujeres de los profesores titulares acosaban terriblemente a las mujeres mรกs jรณvenes, que temblaban por miedo a perjudicar el futuro de sus maridos. No me gustaban estas mujeres, ninguna de ellas, y las ignoraba. Retrospectivamente me horroriza mi incapacidad para comprender su situaciรณn real. Solo veรญa su hostilidad, no sus autosacrificios.
La cultura creada por estas mujeres dependientes ha desaparecido casi por completo, pero algunos de sus hรกbitos menos agradables todavรญa sobreviven. Cualquier sociedad jerรกrquica y competitiva como Harvard normalmente genera mucho cotilleo sobre quiรฉn sube y quiรฉn baja. Coloca a las capas mรกs bajas en contacto con las que estรกn por encima de ellas, y el camino que hay que recorrer para pasar de abajo a arriba estรก lleno de malicia y envidia. Cuando alcancรฉ cierto รฉxito, suficiente como para llamar la atenciรณn, inevitablemente me volvรญ objeto de cotilleo, y es algo que me parece inaceptable. Detesto que las anfitrionas acadรฉmicas me sirvan verbalmente como cena, por asรญ decirlo, y me ofende especialmente cuando mi marido e hijos se convierten en objeto de una curiosidad invasiva y una fuente de entretenimiento.
Estas molestias son claramente triviales, y las menciono para no parecer demasiado leal a Harvard. Aunque quizรก lo soy, porque mi experiencia no me ha vuelto muy crรญtica. Es verdad que en clase y en los exรกmenes no me trataron de manera diferente a mis compaรฑeros hombres. Cuando empecรฉ a dar clase se produjo una pequeรฑa crisis. A todo el mundo le parecรญa estupendo que yo diera clase a chicas de Radcliffe, ยฟpero a hombres? ยกEso no se habรญa hecho nunca! No dije nada, ya que era demasiado orgullosa como para quejarme. Despuรฉs de un aรฑo titubeando, los ancianos decidieron que eso era absurdo y comencรฉ a dar clase en Harvard sin que nadie se diera cuenta.
Cuando me graduรฉ me ofrecieron, para mi sorpresa, un puesto en el departamento de gobierno. Cuando preguntรฉ a quรฉ se debรญa, me dijeron que lo merecรญa y que eso era todo. Sin embargo, no sabรญa si era lo que querรญa. Acababa de tener nuestro primer hijo y querรญa quedarme con รฉl el primer aรฑo. Les pareciรณ aceptable. Durante ese aรฑo, cuidรฉ de mi hijo y escribรญ mi primer libro.
Una carrera acadรฉmica
Si habรญa hecho algรบn plan para mi futuro profesional, era en el periodismo literario de calidad. Me hubiera gustado ser la editora literaria del Atlantic o de alguna revista asรญ. Era una ambiciรณn perfectamente realista y obviamente atractiva para una joven mujer que querรญa criar a su familia. Ademรกs, estaba segura de que seguirรญa estudiando y escribiendo sobre teorรญa polรญtica, que era mi verdadera vocaciรณn. Mi marido, sin embargo, pensaba que debรญa darle una oportunidad al trabajo en Harvard. Podรญa dimitir si no me gustaba, y quizรก no me arrepintiera simplemente probando. Asรญ que mรกs o menos me inclinรฉ hacia una carrera universitaria, y a medida que iba avanzando me fui encontrando con amigos hombres que me ayudaron y promovieron mis intereses. No me importรณ entonces y no me importa ahora, sobre todo porque pensar en el futuro no se me da bien ni suelo hacerlo.
Durante varios aรฑos todo fue mรกs o menos bien. Estaba casi siempre exhausta, pero al igual que mis padres tengo mucha energรญa. Alcancรฉ el lรญmite, como era de esperar, cuando surgiรณ la cuestiรณn de la titularidad. Mi departamento no era capaz de decirme ni sรญ ni no. Habรญa dicho lo mismo a muchos aspirantes hombres, que aguantaban durante aรฑos mientras ese juego del gato y el ratรณn se desarrollaba. Era una humillaciรณn que no podรญa aguantar, asรญ que fui al decano y le preguntรฉ si me podrรญan dar un cargo de media jornada que fuera en realidad como un profesor titular pero con nombre de asociado. No era exactamente lo que querรญa, pero era lo que habรญa decidido para no tener que esperar a que los demรกs me dijeran lo que valรญa.
Mis compaรฑeros aceptaron este acuerdo con enorme alivio, y les hizo la vida mucho mรกs fรกcil, igual que a mรญ. Tenรญa tres hijos entonces y mucho que escribir. Asรญ que no era para nada un desastre y salvรณ mi autoestima, algo sin duda de mucha importancia para mรญ. Tambiรฉn me salvรณ de aรฑos de trabajo de comitรฉ y demรกs cuestiones, aunque la media jornada nunca resultรณ ser justo lo que pensaba. ยฟCreo que mis compaรฑeros se comportaron correctamente? Es poco razonable, claro, ser la jueza de mi propio caso. Asรญ que responderรฉ la pregunta de manera indirecta. Hay muchos acadรฉmicos a los que considero mis superiores en todos los aspectos y a los que admiro sin reservas, pero nunca me he considerado, ni entonces ni ahora, menos competente que los otros miembros de mi departamento.
ยฟQuรฉ consecuencias tuvo esto en mรญ? No muchas. Con el tiempo todo se enderezรณ. ยฟCreo que las cosas han mejorado desde entonces? En algunos aspectos estoy segura de que sรญ. Ahora tratamos a nuestros compaรฑeros mรกs jรณvenes con mucho mรกs respeto y ecuanimidad. Ahora tienen mรกs responsabilidad y tambiรฉn una posiciรณn mรกs digna e independiente. Su ansiedad por la plaza de titular permanece, claro, pero al menos no nos sobrepasamos humillรกndolos. La atmรณsfera para las mujeres, sin embargo, estรก lejos de ser ideal. Hay claramente menos discriminaciรณn explรญcita en las admisiones, las contrataciones y las promociones, y eso es una mejora genuina. Sin embargo, hay un tipo de feminismo cรญnico que es muy daรฑino especialmente para las acadรฉmicas jรณvenes. El jefe de departamento que pide contratar mรกs mujeres, cualquier mujer, ya que al fin y al cabo cualquier falda servirรก para sus cifras, y para reforzar sus credenciales progresistas. El autoproclamado hombre feminista que elogia cualquier nueva mujer joven contratada, que siempre es โbrillante y esplรฉndidaโ, cuando realmente no es ni mejor ni peor que sus contemporรกneos hombres, algo que no le hace ningรบn favor. Esto solo sirve para expresar su propia incapacidad de aceptar el hecho de que una mujer razonable y capaz no es un milagro. El compaรฑero que no es capaz de discutir con una compaรฑera sin perder los nervios como un adolescente que grita a su madre y los muchos hombres que no son capaces de tener una conversaciรณn seria y profesional con una mujer son tan pesados como los que nos insultan directamente. Y es mรกs probable que permanezcan en sus puestos durante aรฑos, proclamando sus buenas intenciones sin cambiar lo que de verdad tiene que cambiar: ellos mismos.
Para mรญ, personalmente, la nueva era de las mujeres ha sido un logro agridulce. No es algo muy halagador ser la โprimera mujerโ que ha hecho esto o lo otro, como si fuera un cerdo que recibe un premio en una feria de pueblo. La presiรณn implรญcita de ser mejor que nadie te debilita y erosiona cualquier autoestima que una haya podido ir construyendo con los aรฑos. Nada parece ser suficientemente bueno, por mucho que lo intentes. Sin embargo, a pesar de estos efectos secundarios tengo mucho que agradecer. Harvard es ahora un lugar mucho menos hostil de lo que era. De cualquier manera, nunca se me ha ocurrido la idea de convertir en una causa ideolรณgica las dificultades de mi propia carrera. Y esa es una de las razones por las que no soy una verdadera feminista. Pero no es la รบnica. La idea de unirme a un movimiento y de someterme a un sistema de creencias colectivo me resulta una traiciรณn a mis valores intelectuales. Y esa convicciรณn es una parte integral de lo que he intentado hacer como teรณrica polรญtica, que consiste en desenredar y separar la filosofรญa de la ideologรญa. Me veo en la obligaciรณn de seรฑalar que esta tarea es caracterรญsticamente liberal, lo que supone una paradoja, pero el liberalismo clรกsico puede al menos jactarse de que ha intentado elevarse por encima de sus raรญces partidistas, en vez de intentar racionalizarlas u ocultarlas.
El pensamiento polรญtico durante la Guerra Frรญa
Como dije al principio, me decantรฉ por la teorรญa polรญtica para comprender las experiencias del siglo XX. ยฟQuรฉ nos llevรณ hasta allรญ? De una manera u otra esa cuestiรณn ha estado siempre detrรกs de todo lo que he escrito, especialmente mi primer libro, After utopia [Sobre la utopรญa, Pรกgina Indรณmita, 2021], que comencรฉ a escribir a los veintidรณs aรฑos. En esa รฉpoca la propia idea de ese proyecto era dudosa. Habรญa alguna incertidumbre sobre si la teorรญa polรญtica en sรญ misma podrรญa sobrevivir. Durante 150 aรฑos el pensamiento polรญtico habรญa estado dominado por grandes โismosโ, y el resultado estaba a la vista. Nadie querรญa revivir los aรฑos treinta. Habรญamos sufrido demasiadas desgracias intelectuales. Las ideologรญas eran los motores del fanatismo y el delirio, y no deberรญamos volver a hablar asรญ nunca mรกs. En su lugar deberรญamos limitarnos a clarificar el significado del lenguaje polรญtico, resolver nuestros desรณrdenes intelectuales y analizar los conceptos dominantes. De esta manera podrรญamos ayudar a los planificadores polรญticos a identificar alternativas disponibles y a tomar decisiones razonadas. Debรญamos limpiar el lรญo ideolรณgico y adquirir un estilo austero y racional de exposiciรณn. No era una tarea intelectual para nada innoble. De hecho, ese esfuerzo apasionado por liberarnos de la afectaciรณn puede reconocerse no solo en la filosofรญa sino tambiรฉn en la estรฉtica de la รฉpoca. Yo estaba muy influida por estas aspiraciones intelectuales, que estaban obviamente conectadas con la aspiraciรณn de crear Estados de bienestar humanos y eficientes. El problema con esta manera de pensar era que no me ayudaba mucho con las cuestiones que yo querรญa responder. Asรญ que recurrรญ a la historia.
Lo que me sorprendiรณ cuando escribรญ Sobre la utopรญa es que ninguna de las explicaciones sobre la historia reciente de Europa tenรญa sentido. Y a medida que las investigaba, me parecรญa cada vez mรกs claro que se trataba de versiones actualizadas de las ideologรญas del siglo xix, romรกnticas, religiosas, liberal-conservadoras, y ninguna de ellas era adecuada para enfrentarse a las realidades que narraban. Desgraciadamente me sumergรญ tanto en la historia de estas ideas que nunca lleguรฉ a mi tema principal, pero al menos pude seรฑalar una cuestiรณn: que las grandes teorรญas polรญticas basadas en las ideologรญas estaban muertas y que el pensamiento polรญtico quizรก no se recupere de su obvia decadencia. En esto estaba tan equivocada como mucha otra gente importante. Cuando Leo Strauss dijo en un famoso ensayo que la teorรญa polรญtica era un โtostรณn lamentableโ, marginada por las ciencias sociales especializadas, estaba siendo relativamente optimista: al menos pensaba que algo permanecรญa.
Lo que habรญa desaparecido era la โgran tradiciรณnโ, que habรญa comenzado con Platรณn y terminado con Marx, Mill, o quizรก Nietzsche, un canon de una calidad imponente, un alcance amplio y mucho rigor filosรณfico. Nadie estaba escribiendo nada comparable con Leviatรกn, y nadie lo escribirรญa. Solo Isaiah Berlin, siempre optimista, sostenรญa que mientras haya gente que discuta sobre valores polรญticos fundamentales la teorรญa polรญtica vivirรก y estarรก sana. Eso es una tonterรญa, dije, solo habรญa chรกchara polรญtica y los vestigios de la ideologรญa. ยกNo habรญa un Contrato social, un Rousseau, ni teorรญa polรญtica! Muchos de nosotros pensรกbamos que en la รฉpoca de las dos guerras mundiales tanto la imaginaciรณn social-teรณrica como la utรณpica se habรญan agotado en mitad del desencanto y la confusiรณn. Solo sobrevivรญa la crรญtica como un gesto insรญpido y sin sustancia, y como el testimonio de una incapacidad general de comprender los desastres que habรญamos sufrido, o de elevarnos por encima de ellos. Lo que creรญa que era necesario era una adaptaciรณn realista a un eclecticismo escรฉptico e intelectualmente plural, pero eso era algo que es difรญcil que levante pasiones.
Habรญa por supuesto otras explicaciones de la supuesta parรกlisis. Se ha sugerido que la teorรญa estaba ahogada en un orden polรญtico burocrรกtico, donde solo se fomentaba el pensamiento funcional, como en Bizancio, por ejemplo, donde tampoco habรญa pensamiento especulativo, sino simplemente pequeรฑas disciplinas bien protegidas y apropiadas por un maestro poco original y su tropa. No me convencรญa esta lรญnea de pensamiento, porque sabรญa algo de historia bizantina, y no podรญa ver nada en comรบn. La analogรญa medieval me convencรญa mรกs. Habรญa un enorme talento e imaginaciรณn filosรณfica, pero estaba concentrada en la teologรญa y no en la polรญtica. En nuestro caso eran las ciencias naturales. Una tesis completamente diferente sostenรญa que la teorizaciรณn especulativa desapareciรณ. Hubo entonces una gran cantidad de ideas y debates pรบblicos diversos y muy ricos, pero ya no se podรญa continuar asรญ. Podrรญamos y deberรญamos mejorar la calidad de la historia intelectual. Esto apelaba tanto a los impulsos democrรกticos como aristocrรกticos, y es algo difรญcil de recuperar ahora. Para los aristrรณcratas el gran canon era un tesoro cultural que debรญa preservarse en beneficio de los pocos que quisieran y pudieran apreciarlo. Pero para otros, y yo estaba entre ellos, existรญa la esperanza de que hacer accesibles estos textos e ideas a tanta gente como fuera posible provocarรญa una profundizaciรณn general de la comprensiรณn de nosotros mismos que obtenemos al enfrentarnos a lo remoto y lo extraรฑo. La idea era hacer que el pasado fuera relevante para todos.
Lo que ahora se llama โgiro lingรผรญsticoโ tenรญa aspiraciones muy similares. Su esperanza era ser รบtil a los ciudadanos clarificando todo el vocabulario de la polรญtica y tambiรฉn iluminar las alternativas posibles para aquellos que tenรญan que tomar decisiones polรญticas. Ademรกs podรญa ayudar a las ciencias sociales aportando un lenguaje estable, sin emociones y fiable. Yo me inclinaba, claramente, a pensar que el futuro de las ciencias sociales como un conocimiento predictivo y prรกctico era algo bueno, y que la teorรญa podrรญa hacer mucho para sostener eso. Los teรณricos analizarรญan los conceptos predominantes en el discurso polรญtico y verรญan cรณmo funcionaban en diferentes contextos. Esto ayudarรญa al pรบblico a liberarse de las distorsiones ideolรณgicas e impulsos inconsistentes, y dotarรญa a las ciencias sociales de un vocabulario asรฉptico. Creo que es justo decir que no era una persona atรญpica al preocuparme por ser sincera a la hora de buscar la verdad, algo que inquietaba a los crรญticos tradicionales y radicales en los mรกrgenes del mapa intelectual.
Los que crecieron en mitad de los fuertes debates sobre Teorรญa de la justicia de John Rawls, y las obras que inspirรณ, ya no pueden imaginarse ese estado mental. Cuando pienso en esta รฉpoca me parece que siempre ha habido remolinos de creatividad bajo la superficie, y que las inhibiciones y dudas de la era posideolรณgica no fueron ni inรบtiles ni estรบpidas. Fueron una pausa, y no una pausa sin valor. Nos ayudaron a superar la desgracia del pasado inmediato.
Volvamos a mi yo mรกs joven. La atenciรณn que recibiรณ Sobre la utopรญa tuvo un resultado curioso. Mis editores, y no yo, estรกn detrรกs de la idea del tรญtulo, y mucha gente pensรณ que habรญa escrito un libro sobre utopรญas. Era un tema de moda, y pronto comenzaron a invitarme a congresos acadรฉmicos. No estaba en posiciรณn de rechazar nada tan pronto en mi carrera, asรญ que me puse al dรญa con las utopรญas. Ningรบn tema podรญa haber encajado menos con mi temperamento o intereses, pero me sumergรญ en รฉl e incluso comencรฉ a apreciar bastante las obras sobre utopรญas y finalmente me convertรญ en una experta, mรกs o menos.
Las fantasรญas utรณpicas, sin embargo, no me liberaron de la historia ni de sus cargas. Me di cuenta, a pesar de mi visiรณn lรบgubre de la disciplina en general, de que la interpretaciรณn histรณrica todavรญa estaba de moda, y no era tan irrelevante como habรญa temido al principio. Se podรญa hacer mรกs que simplemente debatir quiรฉn dijo quรฉ y cuรกndo. Asรญ que volvรญ pronto a estudiar los sucesos de la Segunda Guerra Mundial. Habรญa dado un curso sobre la historia de la teorรญa legal moderna durante varios aรฑos y habรญa estado leyendo sobre el tema. Aunque no tenรญa nada que ver con el curso en sรญ, pensรฉ que serรญa interesante echar un ojo a los juicios polรญticos en general y a los tribunales internacionales en Nรบremberg y Tokio en particular. Para hacer eso de manera sistemรกtica me di cuenta de que tenรญa que estudiar por mรญ misma el problema clรกsico de las relaciones entre el derecho, la polรญtica y la moral. Al hacer esto, me atasquรฉ en la diferencia entre pensamiento legal y polรญtico y en las restricciones profesionales del pensamiento jurรญdico, especialmente cuando se extendรญa mรกs allรก de los lรญmites del trabajo normal de tribunales. Sin embargo, mi intenciรณn no era para nada atacar a los profesores de derecho, a los abogados ni a la integridad de nuestro sistema legal, pero la mayorรญa de revistas de derecho se sintieron ofendidas ante la simple nociรณn de que la polรญtica estructuraba el derecho de manera muy significativa. Y tampoco les gustรณ mucho leer que uno podรญa justificar los juicios de Nรบremberg solo en tรฉrminos polรญticos, pero los de Tokio no. Me dijeron, de manera muy directa, que solo los abogados podรญan entender realmente la perfecciรณn del razonamiento legal. Ahora me rio con este episodio, porque mi indagaciรณn escรฉptica en las ortodoxias tradicionales del pensamiento legal era muy suave y matizada, comparada con los asaltos que los estudios crรญticos de derecho organizaron contra los supuestos bรกsicos del establishment legal de entonces. Por eso me sorprende que hoy se me considere una persona que ha propuesto ideas estรกndar, conocidas y aceptadas por todos, incluso por los abogados acadรฉmicos mรกs conservadores. Reconocer que las profesiones tienen sus propias ideologรญas autรณnomas no es nada nuevo hoy, pero lo era en 1964. Por eso Legalism, que es mi libro favorito, pasรณ rรกpidamente de considerarse una atrocidad radical a convertirse en un lugar comรบn y convencional.
Revisar todos los documentos publicados y sin publicar sobre los juicios de guerra en la Treasure Room de la biblioteca de derecho de Harvard tuvo un efecto muy liberador en mรญ. Fue como si hubiera hecho todo lo que estaba en mi mano para responder a la pregunta: โยฟCรณmo debemos pensar la era nazi?โ Sabรญa que habรญa mucho que nunca comprenderรญa, pero quizรก sabรญa suficiente sobre lo esencial. En cualquier caso, estaba preparada para hacer otras cosas.
Rousseau, Hegel y Montaigne
Desde mis aรฑos de estudiante habรญa estado completamente fascinada por Rousseau. Watkins me impartiรณ clases brillantes y me animรณ a escribir artรญculos breves y largos sobre รฉl. No fui la primera lectora en descubrir que Rousseau es adictivo. Sus debates no solo parecรญan tocar las cuestiones mรกs vitales y duraderas de la polรญtica, sino que cuando lo leรญa, sabรญa que estaba en presencia de una inteligencia sin igual, tan penetrante que nada parecรญa escapar a ella. Leer a Rousseau implica adquirir una imaginaciรณn polรญtica y una segunda educaciรณn. Para alguien como yo, tan natural y desprejuiciadamente escรฉptica, supone, ademรกs, una constante revelaciรณn seguir los esfuerzos de una mente que consideraba el escepticismo como algo inevitable y a la vez insoportable. Sobre todo, Rousseau me fascinรณ porque sus escritos son perfectos y lรบcidos, y sin embargo resultan completamente ajenos a la mentalidad liberal. Es el โotroโ absoluto e inevitable. Al mismo tiempo es parte integral del mundo moderno que tanto execrรณ, mรกs incluso que quienes lo aceptaron en sus propios tรฉrminos. Es difรญcil de apreciar al autor de las Confesiones, pero es una obra fascinante, e incluso si no estรกs de acuerdo con El contrato social, ยฟcรณmo negar la brillantez de sus argumentos, o cรณmo no sentirse forzado a repensar la cuestiรณn del consentimiento polรญtico? Leo a Rousseau como si fuera un psicรณlogo โcomo dijo de sรญ mismo, era el โhistoriador del corazรณn humanoโโ y un pensador muy pesimista, lo que lo convierte en alguien รบnico entre los defensores de la democracia y la igualdad. Es, creo, su mayor fortaleza. Como pensador crรญtico no tiene rival, aparte de Platรณn.
No estoy, sin embargo, tan enamorada de Rousseau como para no admirar a los grandes escritores de la Ilustraciรณn a los que despreciรณ tanto. Al contrario. Como reacciรณn a รฉl, me sentรญ especialmente atraรญda por ellos, y estoy convencida de que esos vรญnculos intelectuales que definen a ese grupo tan diverso (el escepticismo, la autonomรญa y la seguridad legal para el individuo, la libertad y la disciplina de la indagaciรณn cientรญfica) son nuestra mejor esperanza para un mundo menos brutal e irracional. Mi favorito es Montesquieu, la voz mรกs autรฉntica de la Ilustraciรณn francesa, su puente a Amรฉrica, y un fino cientรญfico social.
Cualquiera que se dedique a la historia intelectual reconoce la deuda que tiene con Hegel, que desplegรณ los principios filosรณficos de la disciplina: que la historia, considerada como el conflicto entre epistemologรญas incompletas, se resuelve cuando reconocemos este proceso como la totalidad de nuestro desarrollo espiritual colectivo. El estudio de esa experiencia se convierte en la ciencia maestra. No es posible imaginar una defensa mรกs poderosa de esta empresa, y en una versiรณn mรกs modesta, los historiadores del pensamiento se adhieren a ella. Los pilares de la tesis de Hegel se encuentran en su Fenomenologรญa. Asรญ que me pasรฉ unos cinco aรฑos desentraรฑando sus interminables alusiones y atando los hilos de su teorรญa polรญtica. Mi รฉxito no fue total, pero todavรญa considero que Hegel es el รบltimo de los grandes pensadores de la Ilustraciรณn. Tambiรฉn deberรญa, por una cuestiรณn de honestidad, confesar que no entiendo la Lรณgica de Hegel y que los comentarios crรญticos que he leรญdo no me han ayudado. Y ya que estamos, tambiรฉn debo admitir que hay un gran nรบmero de pรกrrafos de Heidegger que no significan nada para mรญ. Simplemente no entiendo lo que dice. No me enorgullecen estas lagunas, y no puedo culpar a nadie mรกs que a mรญ misma, pero es mejor admitirlo que ocultarlo, sobre todo ante mis alumnos.
Aunque a veces tengo en mente a mis alumnos cuando escribo, intento separar mi escritura de mi docencia. Tengo muchos amigos que escriben sus libros a medida que dan clase, pero por alguna razรณn yo no soy capaz, aunque me encantarรญa. Creo que son dos cuestiones complementarias, pero diferentes. En clase tengo que pensar en lo que los estudiantes deben aprender, cuando escribo solo tengo que complacerme a mรญ misma. Ni siquiera creo que las dos disciplinas compitan por mi tiempo sino que misteriosamente y de manera casi inconsciente interactรบan. He tenido la enorme suerte de haber dado clase a jรณvenes maravillosos. Algunos de los estudiantes de Harvard de รบltimo aรฑo a los que he dirigido sus tesis son las personas mรกs inteligentes, estimulantes y encantadoras que he conocido, y prepararme para sus tutorรญas ha contribuido mucho a mi propia educaciรณn tambiรฉn.
Los estudiantes de mรกster no son fรกciles de tratar al principio, porque estรกn en una posiciรณn muy difรญcil, despuรฉs de haber pasado de estar en la cumbre de su clase de licenciatura a caer al fondo del todo a travรฉs de una barra grasienta. Realmente prefiero a los alumnos francos e independientes que a los aduladores y zalameros, y me fรญo sobre todo de los que se encargan de su propia educaciรณn. Al final siempre son las personas mรกs agradecidas. Los estudiantes de mรกster que se profesionalizan rรกpidamente y desarrollan una verdadera pasiรณn por sus estudios quizรก se conviertan en amigos, y su รฉxito es en buena medida tambiรฉn el tuyo, y a menudo son los mejores compaรฑeros de debates, estรฉs de acuerdo con ellos o no.
La razรณn por la que enseรฑo teorรญa polรญtica no es que me guste la compaรฑรญa de los jรณvenes, sino que me encanta el tema de manera incondicional y estoy completamente convencida de su importancia y quiero que los demรกs tambiรฉn la reconozcan. Ha sido por lo tanto muy fรกcil para mรญ evitar convertirme en una gurรบ o en un padre sustituto. Solo quiero ser la madre de mis tres hijos, y no quiero discรญpulos. Y temo que los estudiantes que se pegan demasiado a sus รญdolos pierden por el camino su formaciรณn y su independencia.
Aunque he disfrutado mucho dando clase, me inclino a pensar que habrรญa escrito mรกs o menos los mismos libros si no hubiera aceptado ese inesperado trabajo en Harvard. La cuestiรณn que quizรก no habrรญa estudiado es la teorรญa polรญtica estadounidense. Al principio empecรฉ leyendo la historia intelectual estadounidense para prepararme para un curso de licenciatura, pero pronto se convirtiรณ en un pasatiempo y he reflexionado y escrito sobre el tema con mucho placer e interรฉs. No lo considero un fenรณmeno solo local, โpoca cosa pero nuestraโ, sino intrรญnsecamente significativo. Mรกs allรก del establecimiento temprano de la democracia representativa y la persistencia del esclavismo, que le dan un carรกcter especial, el pensamiento polรญtico estadounidense es una parte integral de la historia moderna global.
El estudio de la historia de Estados Unidos no ha hecho realmente nada para disminuir mi conciencia de la opresiรณn y violencia que han marcado nuestro pasado y presente. Y tambiรฉn ha afilado mi escepticismo ya que soy consciente de las ilusiones, mitos e ideologรญas que se generaron para ocultar y justificar esa opresiรณn y violencia. Con esto en la mente es totalmente comprensible que comenzara a leer los Ensayos de Montaigne. Se ha ido convirtiendo en mi modelo de verdadero ensayista, el maestro del estilo experimental que teje y desteje un tema, en vez de golpear al lector en la cabeza. Al leer a Montaigne me di cuenta de que no hace gala de las virtudes, sino que reflexiona sobre nuestros vicios, especialmente la crueldad y la traiciรณn. ยฟCรณmo podrรญa ser, me preguntรฉ, un pensamiento polรญtico minucioso que considerara que la crueldad es lo mรกs importante? A partir de esto, desarrollรฉ la idea de que infligir daรฑo voluntariamente es un mal absoluto e intentรฉ construir una teorรญa liberal de la polรญtica con ello. Esa exploraciรณn me llevรณ a analizar un gran nรบmero de vicios, especialmente la traiciรณn, que conducen a la crueldad. El libro que escribรญ sobre estos conceptos, Vicios ordinarios, es muy tentativo, mรกs una exploraciรณn que un alegato, y buscaba preocupar mรกs que tranquilizar.
De la traiciรณn a la injusticia hay solo un pequeรฑo paso. Estoy ahora revisando un breve libro sobre la injusticia, y quiero que resulte inquietante. Quiero examinar las reclamaciones de las partes perjudicadas e intentar ver la injusticia desde el punto de vista de aquellos que la han sufrido, no siguiendo el modelo de un tribunal sino de una manera mucho menos basada en la ley. Es una perspectiva que hace muy difรญcil la distinciรณn entre la mala suerte y la injusticia, y claramente no es asรญ como trazan la lรญnea entre esos dos conceptos quienes nos gobiernan. Aspiro a cambiar un poco los paradigmas dominantes.
La evoluciรณn de las ideas
ยฟQuรฉ es lo que hace que un acadรฉmico elija un tema de investigaciรณn, y quรฉ le hace cambiar sus intereses con el tiempo? Como estoy muy ocupada como para ser autoconsciente, me cuesta responder a esa pregunta, y quizรก lo mejor sea comenzar observando a otros como yo. Mi teorรญa es que hay una mezcla de presiones externas e internas que llevan a los acadรฉmicos a trabajar en una disciplina como la teorรญa polรญtica. Creo que los aรฑos de la pasividad de posguerra no acabaron con las posibilidades del comentario textual, aunque los mรฉtodos de interpretaciรณn ahora se estรกn reformulando intensamente, como respuesta a demasiadas lecturas repetitivas. Los lรญmites prรกcticos del โgiro lingรผรญsticoโ surgieron tambiรฉn, como es debido, y aunque estรก claro que tendremos que seguir refinando y clarificando nuestros tรฉrminos del discurso, pocos de nosotros realmente pensamos que esto mejorarรก el mundo o incluso las ciencias sociales. A decir verdad, el pensamiento embrollado, emotivo e intuitivo solo empeorarรก las cosas. Despuรฉs de todo, los dos principales proyectos de posguerra no nos condujeron a un callejรณn sin salida. De hecho nos abrieron la puerta a nuevas perspectivas. La รฉtica prรกctica estรก hoy muy comprometida con las opciones polรญticas que imponen las nuevas tecnologรญas y las instituciones administrativas. El pensamiento analรญtico, originalmente centrado en sรญ mismo, ahora tiene una funciรณn. Estas empresas teรณricas estรกn, creo, inspiradas tanto por los eventos del mundo social como por la fatiga que produce el hecho de que el puro anรกlisis estรก muy alejado de la realidad. El estรญmulo del radicalismo polรญtico ha sido, en comparaciรณn, breve y menos distinguido, y ha dejado como legado un marxismo abstracto y disecado. La carrera de la crรญtica social tambiรฉn se ha estancado. A medida que perdรญan atractivo sus rituales, la hermenรฉutica sustituyรณ a la profecรญa, y comenzรณ a sugerirse un retorno a la caverna para interpretar en vez de juzgar la polรญtica. Los acadรฉmicos ahora analizan sus culturas del mismo modo que analizaban sus textos. Estas investigaciones no me resultan especialmente sorprendentes, y a menudo reflejan nada mรกs que un conservadurismo implรญcito. ยฟQuรฉ son los โsignificados compartidosโ y la articulaciรณn de insinuaciones profundas sino celebraciones de la tradiciรณn? Prefiero una defensa abierta y directa de la costumbre y lo habitual. Me resulta mucho mรกs emocionante la amplitud de la teorรญa polรญtica hoy, con la literatura y las artes integradas en las reflexiones sobre la naturaleza del gobierno y sus fines. Preserva el canon expandiรฉndolo.
Evidentemente tengo una idea de cรณmo se producen los cambios acadรฉmicos en general, pero cada uno de nosotros, por supuesto, es diferente y tiene motivos personales para tomar decisiones intelectuales especรญficas. Al observarme a mรญ misma, me doy cuenta de que a menudo me he opuesto a teorรญas que no solo me parecรญan incorrectas, sino que estaban demasiado de moda. No rechazo de plano, simplemente, los conceptos y doctrinas predominantes, pero la complacencia, las comodidades metafรญsicas y la protecciรณn de una desesperaciรณn resguardada o de un optimismo acogedor me mueven a la acciรณn intelectual. No me apetece acomodarme en una de las convenciones disponibles. Quizรก esto refleja la peculiaridad del tipo de refugiada que fui. No conocimos ni la pobreza ni la ignorancia. Mi hermana y yo hablรกbamos un elegante inglรฉs cuando llegamos. Eso nos ayudรณ mucho a adaptarnos rรกpidamente, pero no tuvimos que cambiar mucho. Y he participado con suficiente entusiasmo en lo que sucedรญa a mi alrededor, pero sin el deseo de involucrarme en profundidad. Es una situaciรณn muy satisfactoria para una acadรฉmica y un ratรณn de biblioteca. ~
Texto de la conferencia Charles Homer Haskins, American Council of Learned Societies, celebrada en abril de 1989.
Traducciรณn del inglรฉs de Ricardo Dudda.