El mito cultivado
La victoria de Andrés Manuel López Obrador en México en 2018 pareció iniciar un nuevo ciclo de gobiernos de izquierda en la región, dentro del cual podríamos incorporar la elección de Pedro Castillo en Perú y Gabriel Boric en Chile en 2021, y la reciente de Gustavo Petro en Colombia. Su trayectoria, desde décadas de militancia priista hasta su conversión en líder populista de un movimiento con banderas de izquierda y valores nacionalistas, ha sido también parte de la historia de la transición mexicana a la democracia. Con una mentalidad que fusiona elementos de la vieja cultura política del priismo con legados de la izquierda local,
{{Carlos Illades, Vuelta a la izquierda. La cuarta transformación en México: del despotismo oligárquico a la tiranía de la mayoría, Ciudad de México, Océano, 2020.}}
el mito de Cuba es compartido por Andrés Manuel López Obrador.
Las posturas públicas de AMLO sobre Cuba tienen una narrativa muy clara y rígida. La denuncia del embargo (resignificado como bloqueo) norteamericano y el homenaje al difunto Fidel Castro, unidos a la celebración del pueblo cubano como símbolo de resistencia y dignidad. En el mejor estilo populista, este discurso fusiona lo cubano en la trinidad líder-gobierno-pueblo y ha sido acompañado con mitos reiterados como la imagen de médicos cubanos ayudando en la batalla contra la covid-19. Además, el uso selectivo de la Doctrina Estrada –ignorada a conveniencia para apoyar a Evo Morales en la crisis boliviana de 2019– ayuda a evadir posicionamientos sobre la situación de los derechos humanos en Cuba, especialmente tras la represión de las protestas del 11 y 12 de julio de 2021.
Los nexos políticos
En el último año, tras los eventos que sacudieron a la isla, el acercamiento entre México y Cuba ha alcanzado nuevos niveles. Cuando mayores cuestionamientos se hacían al régimen cubano, López Obrador extendió la alfombra roja al mandatario isleño, invitándolo a las festividades de la independencia mexicana. Miguel Díaz-Canel tuvo el privilegio de hablarle al mundo desde el zócalo capitalino, acompañado de un AMLO que aprovechó la ocasión para exigir al gobierno norteamericano el cese del bloqueo; permitiéndose incluso cuestionar el exilio cubano.
Una delegación de Morena arribó a La Habana en marzo de este año. Encabezada por su secretaria general Citlalli Hernández, la visita transcurrió entre alabanzas y sonrisas, en un momento que coincidió con las condenas a decenas de manifestantes del 11j. Según la narrativa oficial de La Habana, dichas manifestaciones fueron disturbios, obra de mercenarios, instigados por Estados Unidos. El tour oficial incluyó visitas a los barrios donde se realizan acciones de beneficio social y encuentros con dirigentes y con el presidente cubano. La otrora dirigente opositora mexicana les recordó a los cubanos lo afortunados que son por vivir en Cuba, un país en donde, recordemos, no está permitida la oposición. Señaló que la experiencia cubana es una fuente de motivación y aprendizaje para la Cuarta Transformación emprendida en México.
Semanas después, diputados y senadores de todas las fuerzas políticas representadas en el legislativo mexicano también visitaron la capital cubana. Lo hicieron en el contexto de una reunión interparlamentaria, para compartir experiencias con diputados de un “parlamento” que representa a una sola fuerza política, sin fisuras ni disensos. Una Asamblea Nacional que no debate, que se reúne contadas veces en el año solo para aprobar unánimemente leyes previamente redactadas por el máximo liderazgo del Estado y Partido. Con ese “legislativo” fueron a reunirse, emocionados, representantes de Morena, PRI, PAN y Movimiento Ciudadano.
El 7 de mayo AMLO llegó a La Habana como última parada de una gira que lo llevó a Guatemala, El Salvador, Honduras y Belice. Lo hizo en un contexto de tensas relaciones con Estados Unidos, a partir de las reformas en materia energética y la crisis migratoria regional. En la gira, López Obrador estuvo acompañado del canciller Marcelo Ebrard, así como de los secretarios de la Defensa y la Marina, Luis Cresencio Sandoval González y José Rafael Ojeda Durán. De la visita salieron referencias a un renovado nexo en materia de seguridad, posibles acuerdos migratorios y la polémica contratación por el gobierno mexicano de personal médico cubano, asunto que ha sido denunciado por organizaciones de derechos humanos, por el Parlamento Europeo y por las Relatorías de Trata de Personas y de Esclavitud de la onu por cumplir con los criterios de trabajo esclavo. Adicionalmente, los médicos cubanos han sido utilizados como vehículo de propaganda y penetración política en Venezuela, Bolivia y otros países de la región.
La postura cercana a La Habana continuó con la ofensiva regional de México para conseguir la presencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela en la Cumbre de las Américas. Tres regímenes que proscriben toda forma de pluralismo, alternancia y respeto a la autonomía cívica; cuya existencia y accionar atentan contra el (frágil pero real) consenso democrático interamericano vigente desde hace dos décadas. Tal postura se presentó, normativamente, como la única forma coherente de defender el latinoamericanismo, “ignorando” que en los años setenta otros gobiernos civiles (el mismo México, más Costa Rica, Colombia y Venezuela) repudiaron a las dictaduras militares de la derecha rompiendo relaciones diplomáticas y apoyando activamente a sus opositores. Un tratamiento selectivo que, como han reconocido algunos autores,
{{Homero Campa, La conexión México-La Habana-Washington. Una controvertida relación trilateral, Ciudad de México, Planeta, 2014.}}
abreva de antecedentes del régimen priista en su trato con Cuba.
La postura de López Obrador (que culminó con su ausencia en el foro) impulsó una tendencia regional proclive a la aceptación de Cuba, Venezuela y Nicaragua en la Cumbre de las Américas. Ciertamente, hubo otras posturas como la de Boric, quien asistió al cónclave defendiendo la opción de invitar a los gobernantes autoritarios y denunciar en simultáneo sus violaciones a los derechos humanos. Una alternativa al boicot del ejecutivo mexicano.
Empero, la propia experiencia niega el argumento “pragmático” de que invitar a las autocracias al convivio democrático modera sus comportamientos domésticos o regionales. Desde el portazo de La Habana al fin del veto a Cuba en la oea (2009), pasando por su sabotaje a la Cumbre de Panamá (2015), hasta sus bravuconadas en la última cumbre de la celac (2021), las acciones del eje bolivariano no han hecho otra cosa más que empeorar. Invitar a dictaduras con indicadores represivos al alza, como si viviesen un proceso de liberalización política y sin acompañar una agenda paralela y simétrica de solidaridad con los ciudadanos, es un error práctico y normativo. En el contexto actual (global y regional) el coqueteo con las autocracias solo favorece a sus agendas.
La cercanía simbólica
En octubre de 2021 una amplia delegación de artistas y funcionarios culturales llegó a México. Cuba fue el país invitado de honor al Festival Internacional Cervantino, celebrado en Guanajuato. Encabezó la delegación el ministro de Cultura cubano Alpidio Alonso, protagonista de actos de censura y represión contra la comunidad artística insular. La agenda no se limitó al festival. Los invitados realizaron giras por varios estados, especialmente los gobernados por Morena. En los actos se destacaba la unidad indestructible entre ambas naciones, así como las ideas y esperanzas compartidas.
En el marco de esa visita, se anunció en la Ciudad de México que México sería el país invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de La Habana. Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica, y Alejandra Frausto, secretaria de Cultura, acompañaron el anuncio, destacando el alto honor de ser el único país invitado dos veces a la cita del libro habanera. Desde entonces, y hasta la celebración de la feria, México se comprometió activamente a apoyar a Cuba. El envío de buques con más de veinte mil libros del fce, una amplia delegación y un intenso programa de actividades en los que se involucraron figuras destacadas del arte y la literatura, autoridades y también intelectuales y escritores. En fechas recientes, académicos y funcionarios cubanos han visitado instituciones como El Colegio de México y la unam, promoviendo el refuerzo de los vínculos bilaterales.
Mientras esto sucedía, el régimen cubano procesaba a alrededor de mil detenidos por los sucesos del 11 de julio del año pasado, imponiendo condenas de hasta veintisiete años de privación de libertad. En las mismas semanas del Cervantino y del anuncio de la Feria del Libro de La Habana, artistas e intelectuales cubanos eran hostigados, perseguidos, amenazados y hasta forzados al exilio por su vínculo con la iniciativa Archipiélago y la convocatoria a una marcha pacífica por la libertad de los presos políticos y la posibilidad de construir una alternativa de cambio político en la isla.
Una mirada diferente
La habilidad para administrar la mitología revolucionaria, unida a su eficaz represión interna y a la influencia internacional, convierte a Cuba en un caso histórico, un modelo estatal y un agente geopolítico. Como caso, Cuba es otra nación periférica, con los mismos problemas de pobreza, desigualdad y subdesarrollo de muchos países latinoamericanos. Pero siendo la élite castrista, por décadas, la dueña absoluta del país, no hay modo de relevarle de su responsabilidad estructural en la múltiple crisis nacional. El caso cubano no es un destino para alojar utopías justicieras, sino una realidad para evaluar con los mismos raseros que analizamos cualquier otra nación. Así, cuando en la academia, la prensa y el activismo mexicanos se siguen repitiendo tópicos propagandísticos de Cuba como “la soberanía alimentaria”,
{{Guadalupe Ochoa Aranda, “Agroecología: alternativa para la soberanía alimentaria”, Cauce en Línea, 15 de junio de 2020.}}
el “modelo de salud pública”
{{Emma Domínguez-Alonso y Eduardo Zacca, “Sistema de salud de Cuba”, Salud Pública de México, 7 de marzo de 2011.}}
y la “democracia participativa”
{{Leonardo Frías, “En Cuba, cambio generacional y continuidad del proceso revolucionario”, Gaceta UNAM, 3 de mayo de 2018.}}
se invisibiliza la realidad del caso cubano.
Como modelo –basado en un partido único, con ideología y propaganda estatales y control policíaco de cualquier iniciativa y derecho ciudadanos–, Cuba ofrece una alternativa tentadora para movimientos populistas que, superado el momento electoral de su arribo al poder, avanzan hacia la autocratización. Para una coyuntura política como la mexicana, donde el régimen político democrático (liberal y republicano) se ve erosionado por dinámicas polarizadoras generadas por un liderazgo populista,
{{Jose Antonio Aguilar Rivera, “Dinámicas de la autocratización: México 2021”, Revista de Ciencia Política, 1 de julio de 2022.}}
la tentación de importar formas de propaganda, movilización o control social desarrolladas en la isla está siempre presente. La experiencia de los regímenes bolivarianos –que culminaron en dos décadas de tránsito autoritario apoyados en usos y costumbres castristas– señala un precedente en Latinoamérica.
Como agente, la proyección de Cuba es aún más ignorada. Como ha demostrado con datos recientes el equipo de Archivo Cuba, el país caribeño ha construido una notable presencia diplomática superior a la de muchas naciones.
{{ Para fines de comprensión, véase la colusión entre diplomacia, inteligencia e influencia en el servicio exterior de países bajo el modelo soviético; también su accionar sobre las élites y poblaciones del tercer mundo. Christopher Andrew y Vasili Mitrokhin, The world was going our way: The KGB and the battle for the third world, Nueva York, Basic Books, 2005.}}
Con ello ha penetrado diversas organizaciones internacionales y ha forjado pacientemente nutridas redes de agentes de influencia en las comunidades políticas, asociativas e intelectuales.
{{Gobierno y Análisis Político A. C., “Cuba en Latinoamérica: Presencia e influencia cubanas en espacios académicos y plataformas generadoras de pensamiento”, noviembre de 2021.}}
La unidad y verticalidad de mando, la sostenibilidad en el tiempo y la expansión en el espacio proveen a ese Estado de un poder de influencia muy superior a sus exiguos recursos financieros y humanos. En México, el régimen cubano posee su embajada más grande, con un personal numeroso que –además de atender objetivos en el territorio de Estados Unidos– ha cultivado densas y longevas relaciones con la clase política, intelectual y empresarial de nuestro país.
La incredulidad de cómo un país pequeño y pobre puede influir tanto –y no solo mediante “el ejemplo revolucionario”– alcanza a quienes descalifican como “paranoia anticomunista” cualquier alerta sobre el tema. Se obvia que, en un mundo crecientemente interconectado, los factores y parámetros de influencia política mutan; siendo diversos países pequeños capaces de operar de modo asimétrico y creativo, sin atarse a clásicos criterios demográficos, financieros o militares.
Al evaluar el tópico desde una perspectiva geopolítica, ¿alguien puede decir que la situación autoritaria de Cuba es una triste inevitabilidad, surgida hace 62 años, que solo afecta a los pobres cubanos? ¿No se trata de una realidad en expansión, que hoy articula a un ecosistema regional de tres regímenes afianzados –imperantes sobre 45 millones de personas–, más numerosos partidos, movimientos y simpatizantes en las naciones democráticas vecinas? ¿Existe hoy algún eje autoritario de derechas que justifique la agresividad del bloque bolivariano? ¿Abona a la libertad política la coexistencia de las izquierdas democráticas latinoamericanas (incluida la mexicana) con los partidos gobernantes de Cuba, Nicaragua y Venezuela, sea en esquemas organizados por estos –Foro de São Paulo– o en foros amables –Grupo de Puebla–, con sus agendas iliberales?
Fronteras adentro, piénsese en un escenario de salida del poder –por salud o por mandato constitucional– del actual liderazgo mexicano. Con un partido oficial surgido alrededor del líder carismático y no, como en el caso del PRI, para acotar posibles dictadores y establecer una hegemonía colectiva. Ante una disputa sucesoria oficialista sin clara preferencia, aumentada por el escenario de creciente desafección opositora, ¿no se verían los radicales de Morena tentados a invocar, en su ayuda, a los aparatos y recursos del castrismo para prevalecer ante los moderados propios y la oposición política y social ajena? A quienes digan que nada de eso pasará, recordémosles que hace apenas unos años parecía imposible que regímenes democráticos consolidados –Venezuela, Hungría, Estados Unidos– sucumbieran ante las dinámicas de erosión domésticas y los influjos de la ola autocrática global.
Vale la pena comprender las muy específicas influencias autoritarias, proyectadas desde La Habana, sobre diferentes actores políticos que buscan la hegemonía en el entorno latinoamericano. En ese caso especial, más que la improbable ocupación de un país grande y rico por otro más chico y pobre, la experiencia cubana –con Venezuela como caso de éxito– revela cómo la facción autoritaria de la élite política de una nación democrática puede abrazar la cooperación autocrática
{{ André Bank, Kurt Weyland, “Autocratic diffusion and cooperation: the impact of interests vs. ideology”, Democratization, vol. 24, núm. 7, diciembre de 2017, pp. 1235-1252.}}
con una élite autoritaria foránea, para imponerse en el escenario doméstico. Un tipo de colonización por invitación.
((Diego G. Maldonado, La invasión consentida, Ciudad de México, Debate, 2019.))
No se trata de ver una conspiración detrás de cada crisis política nacional en el entorno latinoamericano.
{{Armando Chaguaceda, “Protestas y democracia”, Agenda Pública, El País, 14 de noviembre de 2019.}}
Las dinámicas de la democracia liberal, el populismo y el autoritarismo tienen, entre sí, claras diferencias y deslindes. El legado populista mexicano, en su hibridez constitutiva, abreva de una tradición jacobina
{{Alan Knight, Bandits and liberals, rebels and saints: Latin America since independence, Lincoln, University of Nebraska Press, 2022.}}
diferenciada del totalitarismo de matriz soviética, afín al modelo cubano. En su génesis histórica, el régimen priista confrontó la influencia comunista en los marcos de su relación con Estados Unidos. Hoy, sin embargo, la orientación internacional del gobierno mexicano –en esta nueva coyuntura global– parece menos clara.
Conclusiones
La cercanía (afectiva, ideológica, política) del actual gobierno mexicano con el régimen de Cuba es especialmente preocupante, al ser el régimen insular un eje de la autocratización continental. La particularidad del régimen cubano –autoritarismo de partido único con más de sesenta años de resiliencia– le da una habilidad especial para administrar la mitología revolucionaria latinoamericana, unida a su eficaz represión interna y la difusión regional de sus prácticas autoritarias. Solo comparables, aunque superiores, a las que gozó el régimen (también autoritario) del PRI para usufructuar el legado de la Revolución mexicana. En este nuevo siglo, eso convierte a Cuba, además de un caso histórico convenientemente ignorado, en un seductor modelo político para aspirantes a autócratas y un agente geopolítico de influencia autoritaria.
Su impacto es negativo en las dimensiones ética, normativa y práctica del compromiso democrático. Al desconocerlo como caso, celebrando sus supuestos éxitos, se pueden importar propuestas de política pública, económica y social, que han llevado al fracaso al país caribeño. Al alabarlo como modelo, se abraza un relativismo ideológico que fortalece a los actores con preferencias autoritarias en nuestra sociedad. Por último, al tolerar la influencia de los agentes,se abre la puerta a una influencia autoritaria capaz de inclinar balanzas locales en procesos aún abiertos a la competencia y el pluralismo democráticos. Muchos de quienes, desde las izquierdas alternativas de Venezuela o Nicaragua, celebraban el ejemplo y la influencia del régimen cubano, resultaron posteriormente perseguidos una vez que el autoritarismo se impuso en sus propios países.
En un país como México las izquierdas tienen todavía mucho por hacer con sus taras autoritarias, ideológicas o afectivas. Para conseguirlo, deberían asumir y defender –dentro y fuera del país– los derechos civiles, políticos, económicos y culturales que expanden la ciudadanía democrática. Justificar su supresión en el caso y modelo cubanos niega la democratización por la que tanto ha luchado la ciudadanía progresista mexicana. El elefante en la habitación, que sigue siendo Cuba dentro del debate público nacional, debe terminar.
Por suerte, en el seno de esas izquierdas emergen algunos cambios de enfoque hacia Cuba. Como ha señalado el veterano periodista Gerardo Arreola, “la sociedad cubana ha mostrado un vigoroso y creciente pluralismo, reflejo de la vida real, donde las expectativas de nuevos horizontes se han multiplicado”.
{{ Gerardo Arreola, Cuba. El futuro a debate. La era de Raúl Castro y los retos de la transición, Ciudad de México, Debate, 2021, p. 451.}}
Un reclamo al que el Estado cubano responde con una represión que –unida a los efectos de la crisis económica interminable– ha lanzado a decenas de miles de ciudadanos a una ola migratoria sin parangón. Por su parte, Homero Campa, otro experimentado conocedor de la relación bilateral, ha señalado que “a México le conviene que Cuba sea un país democrático, respetuoso de los derechos humanos y próspero” por cuanto debería fomentar “una política hacia la isla que pueda compaginar los intereses económicos y políticos con los valores de una nación democrática que ha incorporado de manera inevitable el respeto a los derechos humanos”.
{{Homero Campa, op. cit., p. 33.}}
Asumir los desafíos morales, ideológicos y pragmáticos de ese nuevo enfoque –capaz de combinar las obligaciones diplomáticas con la solidaridad democrática– es un imperativo ineludible. ~