“Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre,
y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre;
pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.”
Rebelión en la Granja, George Orwell
Hay obras que se tornan, por su lucidez y pertinencia, clásicos contemporáneos. A raíz de un suceso reciente recurro a una de estas: El ocaso de la democracia: La seducción del autoritarismo (Debate, 2021). En ese libro, la historiadora Anne Applebaum alerta sobre el avance en todo el orbe de una nueva derecha de talante iliberal. Una corriente que “desdeña a la democracia cristiana, que utilizó su base política eclesiástica para cimentar y crear la Unión Europea tras la pesadilla de la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos y Reino Unido, la nueva derecha ha roto con el obsoleto conservadurismo con minúscula –el conservadurismo burkeano–, sospechoso de cambiar rápidamente en todas sus formas. Aunque odia el término, la nueva derecha es más bolchevique que burkeana: son hombres y mujeres que quieren derrocar, sortear o socavar las instituciones existentes, destruir todo lo que existe”.
Imposible no recordar de inmediato a Applebaum al ver la foto de un grupo de senadores del Partido Acción Nacional (PAN) celebrando el encuentro con Santiago Abascal, líder del ultraderechista partido español Vox, y la firma de la llamada Carta de Madrid. Aunque uno puede entender los imperativos de la realpolitik –donde a veces el aliado no es quien uno quiere sino el que se ofrece–, semejante instantánea no parece otra cosa que un sinsentido. En lo práctico, porque, pese al crecimiento electoral de Vox, siguen existiendo en la centroderecha española fuerzas más leales a los valores multiculturales y pluralistas de la democracia liberal, incluidos el Partido Popular –que también sigue fortaleciéndose–, lo que queda de Ciudadanos y varios partidos regionales.
En lo ideológico es también un error, porque Vox tiene, discursivamente, posiciones radicales que le acercan más al antiguo Partido Demócrata Mexicano que al PAN de la transición democrática.1
Su líder, en particular, sostiene posturas políticas de nacionalismo extremo, a notable distancia de la democracia cristiana y el liberalismo, dos corrientes nutricias del PAN. La ultraderecha que hegemoniza Vox es, pues, más cercana al Frente Nacional francés, a Alternativa por Alemania o, en casa, a los viejos combatientes del Yunque o los nuevos activistas de FRENA.
Este acercamiento de un segmento del PAN con Vox pone en evidencia su incapacidad para renovarse programáticamente. Un déficit que le lleva a entramparse, torpemente, en la polarización que ha generado la autodenominada 4T. Desde hace tiempo hay una corriente iliberal dentro del PAN, que coquetea con el Frente por la Familia y organizaciones muy cuestionables por su posición frente a los derechos de los individuos, en particular las mujeres. Expresión local de un fenómeno global, surgido en la actual fase de crisis y disputas en el seno de la democracia liberal.2
En el plano de la narrativa, lo de ir “contra el comunismo” suena a retórica de la Guerra Fría, que tal vez beneficie a Vox en su posicionamiento dentro de la polarización española, pero no ayuda en nada a Acción Nacional. Así lo hicieron notar con alarma varias figuras del propio partido, luego de la infeliz sesión fotográfica. A fin de cuentas, el enemigo de mi enemigo… no siempre es mi amigo.
El problema en México es el populismo protoautoritario representado en Morena: no hay ningún modelo de dominación comunista realmente existente. Eso, en su forma de estalinismo zucheizado, existe hoy solo en la orwelliana Corea del Norte. Ni siquiera Cuba y China son otra cosa que capitalismos de estado autoritarios. Además, si Abascal es un clásico populista de derecha3
–con lenguaje combativo, polarizante y simplificador de la realidad–, ¿la apuesta por salvar la democracia va de la mano de azuzar a un populismo contra otro? No parece plausible ni deseable. Al menos si aspiramos a una disputa por –y desde– el ethos y convivencia democráticos.
En resumen: en lo práctico, lo programático y lo ético, creo que el grupo de legisladores panistas han cometido un error político. Y los enemigos del partido no han tardado en usarlo en su contra. A partir de ahora, cuando alguien diga que en el PAN abrazaron a un caudillo y partido de talantes iliberales –por cierto, como en Morena, el PT, el PRD y el PRI lo han hecho, en varios momentos, con otros personajes y movimientos autoritarios de la región y el orbe–, ese alguien tendrá razón. Empero, más allá del incidente, el asunto debería conducirnos a otra reflexión de mayor calado.
Hablemos claro: hoy la contradicción política más relevante dentro de las sociedades y regímenes latinoamericanos, por su impacto en la existencia misma de la vida pública, es la que nos lleva a tomar partido frente a dos formas opuestas de concebir y ejercer el poder. Dos modos respectivamente basados en el reconocimiento o negación de la soberanía popular, el pluralismo político y los derechos humanos: democracia versus autocracia. Una contradicción esencial, existencial, para el ejercicio de la política como forma eminente de la acción humana.
La contradicción política resulta, en el marco de nuestra época y región, preeminente frente a los clivages ideológicos. México no escapa a esas determinantes. A fin de cuenta, la distinción entre una izquierda y derecha democráticas, definida por sus respectivos sistemas de valores y prioridades de política pública, puede siempre procesarse de manera razonable en las diversas instituciones y formalidades de nuestras democracias imperfectas. Pero cuando estamos ante un actor de ideas, cultura y usos y costumbres autoritarios, los otros ismos quedan sobrando.
es politólogo e historiador, especializado en estudio de la democracia y los autoritarismos en Latinoamérica y Rusia.