En 1976 Giovanni Sartori (1924-2017) publica en inglés Partidos y sistemas de partidos, Volumen 1, su libro más recordado. Poco después, alguien roba el coche en el que se encontraba el manuscrito del segundo volumen y la mayoría de las notas, fichas y borradores, que desaparecen para siempre. Concibe el plan de reescribirlo; después, el plan de resumir los dos volúmenes en uno solo; por último, lo abandona. Estaba bloqueado. Tampoco lo traduce al italiano: traducirse a sí mismo es superior a sus fuerzas, dice, y propone un nuevo texto que consiste en aplicar sus ideas al caso de Italia. Entretanto, aquel primer volumen se agotó en inglés y sobrevivió solo en español. Una vida autónoma y saludable, pues se hicieron al menos una docena de ediciones en los siguientes treinta años. La mía todavía decía Volumen 1, cosa que omiten las más recientes. Sartori educó a miles de aspirantes a la ciencia política en lengua española, para bien o para mal. Hasta 2005 no se volvió a publicar en inglés, como un clásico recuperado, año en el que sus admiradores también rescataron un manuscrito de 1967 que prefiguraba el volumen perdido. Año en que también aparece en chino.
Su texto más memorable, en opinión de muchos, había sido “Concept Misformation in Comparative Politics” (La malformación de conceptos en la política comparada), un artículo de 1970. Se trata de un ensayo profundo sobre el lenguaje de la ciencia política: el estudio comparado necesita, antes que nada, palabras. Y lo que Sartori encontraba era estiramiento conceptual y ocultamiento del problema bajo truculentas mediciones cuantitativas. Aquella fue una época en la que su capacidad lógica y su pericia analítica encontraron mucho terreno sobre el que trabajar ante una ciencia social más bien vacilante. Un año antes había escrito un artículo importante advirtiendo de la pobreza intelectual del reduccionismo sociológico en la política; otro año atrás, una exposición sistemática del concepto de ideología en cuanto distinto de un sistema de creencias. Todos muy bien escritos.
Pertenecía a la generación de los impulsores de la teoría empírica de la democracia y compartía mucho con ellos. Entre 1921 y 1926 nacieron el noruego Stein Rokkan, el estadounidense Seymour Martin Lipset, el español Juan Linz y Giovanni Sartori. Escribía, como ellos, en inglés, tenía su comunidad académica de referencia en Estados Unidos, era ideológicamente moderado y le interesaba, como a ellos, el logro de la democracia antes que el logro de cualquier alternativa. En su caso, era expresamente anticomunista. Pero fue el menos empírico de todos.
Sus discusiones conceptuales eran brillantes y sus soluciones taxonómicas continúan viviendo en los manuales. Pero le costó avanzar sobre sus prolegómenos. Fue coherente con su propuesta de investigar la política empleando tipologías, pero también fue víctima de ella. Aunque muchas de sus objeciones a la cuantificación de conceptos tenían sentido, remaba contra la corriente. En los años siguientes a Partidos y sistemas de partidos escribió sobre Italia más que sobre política comparada; y sobre teoría y métodos más que sobre casos. Posiblemente, no era esto lo que habría querido o planeado. Pero su “marco de análisis” (así se subtitulaba el libro) no dio frutos empíricos mayores. La hipótesis más importante, que los sistemas de partidos pluralistas polarizados conducen al adelgazamiento del centro y al colapso político (salvo cuando “fuerzas invisibles” operadas por las élites, que no temen a la circularidad, lo impiden) es poco fecunda. Tampoco consiguió ofrecer una visión genética de ese tipo de sistema de partidos. En opinión que hoy es central en ciencia política, esa tipología es más bien una forma intuitiva de resumir varios indicadores a la vez, que son comunes en el repertorio léxico del politólogo, tan cargante para el lego, como fragmentación, polarización, volatilidad y semejantes, y que se pueden cuantificar.
En 1994, después de casi veinte años, Sartori publicó en inglés Ingeniería constitucional comparada, una obra que, en su primera parte –lo sabemos por el manuscrito del 67– discute algunos asuntos del volumen perdido, pues se acerca al origen de los sistemas de partidos. Aunque muchas páginas se leen con interés, es un libro decepcionante y que nace anticuado. Algunos años antes habían aparecido obras sistemáticas –razonablemente matematizadas– sobre los sistemas electorales y sus consecuencias, y que comenzaban a responder a las preguntas que se hacía: cómo inciden las instituciones y las divisiones sociales en los partidos que observamos. Sartori emplea su ingenio para vaciar de sentido las medidas numéricas que usan sus rivales, pero no lo consigue. Patalea: “nos hemos convertido en una profesión adicta a los ordenadores”. El libro es más citado por sus polémicas e ingeniosas propuestas de diseño institucional, como el “presidencialismo alterno”. Una propuesta que habría dado a Mariano Rajoy los poderes de Enrique Peña Nieto tras negarse el parlamento a investirlo como jefe de gobierno: “cuando el motor parlamentario falla, se arranca el motor presidencial”. Son propuestas que suelen escucharse con respeto y después se olvidan.
Los últimos años escribió algunos libros populares, en los que discutía sobre teledemocracia o sobre multiculturalismo. Se convirtió en un intelectual público, cosa que no fueron sus coetáneos en otros países, y cargó con todas sus maldiciones.
Fue un polemista cortante y mordaz. Cuando dejó la universidad italiana por la estadounidense lo hizo harto de la “asnocracia” que la gobernaba –un sistema clientelar de ocupación de posiciones académicas que no es precisamente exclusivo de Italia–, a lo que sumaba el activismo “demagógico” de los estudiantes. Se burló de las desencaminadas reformas institucionales italianas creando motes para las leyes aprobadas, que hoy son su nombre común (Matarellum, Porcellum…). De Berlusconi lo menos malo que dijo fue que era analfabeto (él le correspondió con un “rompepelotas”), de Renzi lamentaba no poder decir nada mejor, y estuvo hostigando a Grillo hasta casi el último momento.
Pensaba que el liberalismo era la cima de cualquier inteligencia empírica, pero estaba seguro de que no triunfaría en la lucha ideológica. Para él esto ilustraba en qué consiste una ideología. Era abiertamente pesimista, pero vivía feliz. ~
es profesor de sociología en la Universidad de Salamanca. En 2016 publicó La reforma electoral perfecta (Libros de la Catarata), escrito junto a José Manuel Pavía.