El nuevo Cretácico

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Cada vez que el año pasado vivíamos momentos de clima extremo, circulaba la misma pregunta: “¿Es esta la nueva normalidad?” Y la respuesta debe ser: es peor que eso, nos dirigimos a casos más frecuentes, más extremos que los que hemos visto este año.

Sabemos desde los años ochenta lo que se avecina. Si hubiéramos reaccionado entonces y hubiéramos reducido un 20% las emisiones en 2005 podríamos haber contenido un aumento de la temperatura global de 1,5˚c. Pero no hicimos nada y la acumulación de un maremágnum de datos sobre el clima desde entonces solo confirma las predicciones originales. ¿Dónde estamos hoy?

El pasado noviembre, la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU, COP23, celebrada en Bonn, señaló que un calentamiento global de tres grados es una posibilidad realista. Sin un control de las emisiones, nos dirigimos a una situación en la que los niveles preindustriales de CO2 se dupliquen (de 280 a 560 PPM, o partes por millón) en 2050, y de nuevo en 2100. En resumen, estaremos creando unas condiciones climáticas que solo experimentamos durante el periodo Cretácico (hace entre 145 y 65,95 millones de años), cuando los niveles de CO2 superaron los 1.000 PPM. ¿Qué significa eso, teniendo en cuenta que ya hemos alcanzado esos niveles de CO2 en habitaciones por la noche y en lugares poco ventilados y llenos de gente, y que sabemos que, bajo tales condiciones de concentración sostenida de dióxido de carbono la gente sufre graves problemas cognitivos?

El Cretácico es uno de mis periodos geológicos favoritos. Nos dio las grandes colinas y los acantilados de piedra caliza que están repartidos por Europa. Nos dio las higueras, los plátanos de sombra y las magnolias. Ayudó al desarrollo de pequeños mamíferos, que de pronto surgieron tras la extinción al final de ese periodo de los por entonces dueños de la creación –los triceratops, tiranosaurios y sus primos–. Era una etapa muy cálida, con temperaturas globales entre tres y diez grados superiores a niveles preindustriales.

Cualquier nueva era con un clima parecido al Cretácico no reflejaría con precisión la original. Para empezar, los continentes estaban en posiciones muy distintas: India era una isla a miles de kilómetros al sur de su unión con Asia; un amplio océano separaba África (con Sudamérica todavía unida) de Eurasia. Pero en una repetición del Cretácico sería muy probable que no hubiera hielo en los polos de nuevo, y los niveles del mar estarían unos 66 metros por encima de los niveles actuales. También veríamos la creación de grandes mares poco profundos con depósitos minerales similares a los que producían estratos de piedra caliza de cuatrocientos metros en el viejo Cretácico; mientras, en lugar de los mamíferos más grandes que se extinguirían, los reptiles podrían expandirse a lo largo de la Tierra y aumentar de tamaño… ¿una merecida venganza de los dinosaurios?

Si tuviera que imaginar a los humanos viviendo en una nueva era cretácica los vería como un grupo de científicos y técnicos que trabajan en refugios artificiales, como los habitantes de la ciudad invisible de Baucis, del novelista Italo Calvino, donde la gente vive sobre zancos entre las nubes, “contemplando con fascinación su propia ausencia”.

Hace poco hemos descubierto una línea roja que vamos a cruzar mucho antes de acercarnos a las condiciones cretácicas. Unos investigadores mostraron en 2010 que nuestra especie no puede sobrevivir más de seis horas en lo que se llama temperatura de bulbo húmedo de 35˚C. Bulbo húmedo significa un 100% de humedad, así que no son los 35˚C que conocemos. Pero en los grandes cinturones agrícolas del Indo y el Ganges la combinación de temperaturas bastante superiores a los 40˚y un 50% de humedad (que equivale a esa temperatura de bulbo húmedo de 35˚c) prevalecerá en las próximas décadas.

Mientras esto ocurre en regiones agrícolas cálidas, el mundo urbano afrontará una catástrofe todavía mayor. Según las predicciones de la ONU, un probable ascenso de 3˚C haría que en el Atlántico crecieran bosques, y entrañaría la pérdida de la mayoría de las ciudades costeras a través de un ascenso irreversible del nivel del mar a finales de siglo.

Ahora goza de una aceptación general, al menos entre los científicos, la idea de que los seres humanos se han convertido en agentes geológicos, de ahí que se haya descrito una nueva era geológica: el Antropoceno. Las aportaciones humanas al medioambiente, incluyendo los fertilizantes de nitrógeno artificial y el CO2, ahora superan los ciclos naturales. A veces la Tierra se ha movido muy rápido y eso desmiente la idea popular de que la geología y las preocupaciones humanas pertecen a dimensiones incomparables. Dos grandes acontecimeintos que incrementaron la temperatura –con un largo periodo de enfriamiento en medio– pusieron fin a la última glaciación hace 12.600 años. Ambos produjeron aumentos de diez grados en los núcleos de hielo de Groenlandia; el primero ocurrió en un periodo de solo tres años; el segundo, que surgió en las condiciones relativamente estables del Holoceno, ocurrió durante un periodo de unos sesenta años.

Una lección para hoy es que un cambio tan súbito y duradero del clima tiene consecuencias que pueden prolongarse durante miles de años. El primer calentamiento hizo que un lago enorme se extendiera por Norteamérica cuando se fundió la capa de hielo Laurentino. Finalmente se rompió, lo que produjo un aumento del nivel del mar a gran escala y terminó formando unos 2.500 años más tarde los Grandes Lagos y las cataratas del Niágara. Gran Bretaña se desgajó de Europa 3.500 años después del comienzo del Holoceno; y mientras se fundían las capas de hielo de los mares septentrionales, la tierra que había debajo de ellas se elevó. Esto sigue ocurriendo en Suecia a un ritmo de casi un centímetro al año.

Esta época, nuestra época, es técnicamente una época interglacial, y siempre iba a terminar. La tierra ha sido en general violentamente inestable, o establemente hostil, durante largos periodos, o demasiado cálida o demasiado fría para la civilización humana. Si no hubiéramos forzado que subieran las temperaturas con emisiones de CO2, es muy probable que ahora estuviéramos afrontando una nueva era glacial; tal como están las cosas, el Holoceno está terminando tan deprisa como empezó con un nuevo aumento de las temperaturas que está ocurriendo en lo que dura una vida humana normal.

Así que mientras hablamos del “nuevo normal” tenemos que reconocer que no había “normal” en el Holoceno. El análisis experto de cómo se desarrolla la civilización humana durante el benigno espacio de diez mil años del Holoceno empieza ahora a volverse conocimiento popular. El genetista David Reich encabeza el camino con el relato desmitificador que recoge en Who we are and how we got there (2018), utilizando investigaciones basadas en adn antiguo para unir el movimiento humano y el desarrollo del lenguaje. Ese profundo conocimiento del periodo sostiene que nuestro problema no queda confinado a las emisiones posindustriales de CO2 (el calentamiento global, en cualquier caso, probablemente empezó con la eliminación de bosques para la agricultura), pero insiste en que el Holoceno fue un extraño regalo a la humanidad que hemos explotado y dado por supuesto. Ahora estamos asistiendo a su funeral.

Si queremos evitar la desgracia de llegar a una nueva era Cretácica, esta conciencia necesita extenderse mucho más allá de los geólogos y biólogos que nos han enseñado de dónde veníamos y hacia dónde nos dirigimos si no cambiamos. ~

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Traducción del inglés de Ricardo Dudda y Daniel Gascón.

Publicado originalmente en Aeon.

Creative Commons.

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escribe sobre ciencia en publicaciones como New Scientist, The Guardian, The Times y Scientific American.


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