Hace unos meses un amigo contrajo una enfermedad de transmisión sexual. Llamó a sus últimas parejas sexuales para contarles que tenía una enfermedad curable pero incómoda. Al otro lado recibió respuestas secas desentendiéndose de aquello. Ninguna palabra de agradecimiento. Esta experiencia le ha hecho apartarse de las apps para encontrar pareja (sexual o sentimental), porque se ha sentido “como una cosa”. Yo misma me he retirado porque me he sentido, literalmente, como un retrete en una estación de autobuses. El lugar secreto y socialmente aceptado en el que unos desconocidos descargan sus problemas sin atender a ningún tipo de regla ética elemental. Y no es por ser yo, no es por mí y no es por mi amigo, ni es por ti ni por tus amigos. Es porque son las reglas del juego tal y como nos las han enseñado y tal como jugamos con ellas.
Del pueblo donde siempre he veraneado es un exministro de Vivienda. Su padre lleva o llevaba la cara marcada, de arriba abajo, con un corte de cuchillo. En su juventud tuvo una pareja sexual que se quedó embarazada. Hablamos de los años cincuenta, en el interior de la España ahora vaciada. Una mujer se quedó encinta y un hombre no se responsabilizó. La culpa fue a parar íntegramente en ella (los niños como culpa; otro cantar), y el hombre, padre de este ministro, no quiso saber nada. Siguió con su vida. Ella le salió un día al paso con un cuchillo y le rajó la cara “para que sepas cómo es ir marcado”. Ella tuvo una hija que hoy es media hermana de aquel ministro. Él no se quitó nunca la barba porque la verdadera culpa estaba debajo.
La artista Marina Abramović realizó un performance en 1974 con un nefasto resultado. Rhythm 0 tuvo lugar en una galería de arte de Nápoles. “En la mesa hay setenta y dos utensilios que pueden usarse sobre mí como se quiera. Yo soy el objeto.” Durante unas horas el público asistente hizo lo que quiso con su cuerpo mientras ella permanecía inmóvil. Hubo gestos de cariño, pero la gran mayoría consistieron en vejaciones.
Puedo referir también otra historia grande en su mezquindad. Hace muchos años, cuando empezaban estas redes, un entonces amigo me habló de una chica con la que hablaba por Meetic. Le pidió fotos y en un momento dado se dio cuenta de que en todas aparecía sentada. “¿Por qué no me mandas una foto de pie?” “Es que soy paralítica.” Mi entonces amigo cerró la conversación, desentendiéndose así de aquella chica. Era paralítica y era una desconocida.
Todas estas cosas tienen la misma raíz: la impunidad. El mismo mecanismo social hace que consumamos pura explotación y que este ser dejase colgada a una chica porque era paralítica.
En la experiencia de todas las mujeres con las que he hablado sucede lo mismo: un hombre está muy interesado en conocerte. Pero mucho. Todo lo que dices le parece muy interesante. Todos los planes le parecen bien. Cuando quedas, si es que quedas, y hay sexo, si es que hay sexo, el cambio es radical sin importar la calidad del sexo. Ya no tiene interés. Entonces empieza un enfriamiento muy rápido en el que se le pregunta el porqué de su proceder. La ausencia de respuesta es invariable, pero nunca hay un bloqueo telemático. Tu número sigue guardado en su agenda, porque si falla otra, volverá. Ninguna mujer que yo haya conocido acepta esta segunda vuelta, pero todas la hemos vivido. Para el autor no hay ningún problema ya no en utilizar a otro ser humano en su propio beneficio, sino en demostrar que lo está haciendo. Esto es casi exclusivo de las nuevas formas de relación social.
El caso de un hombre fingiendo un interés humano para lograr un encuentro sexual no es algo nuevo. Pero son las redes sociales las que permiten deshumanizar al otro, si es que deshumanizar está en tu naturaleza. No ven –o no nos ven– como seres humanos de plena condición, sino como semovientes difíciles de burlar. Esto, dentro de un grupo de amigos, sería confrontado casi de inmediato. En un grupo universitario sería objeto de advertencias ya fuera por compañerismo o por chismorreo, pero en un entorno digital, con una arquitectura variable multipunto (se llama así, no es invento mío), nadie es responsable de nadie. Hemos aprendido a mirar por nosotros mismos y la diferencia entre el egoísmo y el protegerse de los demás se ha vuelto confusa para mucha gente; en concreto para la gente que era egoísta de antes y que ahora lee frases de motivación para asentarse aún más en lo suyo.
El siglo XXI se está perfilando (por ahora) como un terreno de formaciones frágiles, cambiantes y engañosas, algo parecido a los bordes de los riachuelos en la montaña. Si pisas mal, hundes el pie en el barro. Si llueve, la tierra se deshace. La deslocalización absoluta nos devuelve al rito y todo lo que hemos construido durante dos mil años se diluye hasta quedar en una frase fuera de contexto que se repite no en forma de texto, sino en forma de imagen. Carpe diem es una de las expresiones más repetidas en los perfiles de redes para encontrar pareja. ¿Pero qué quiere decir carpe diem? ¿Aprovechar el tiempo para qué, con qué fin? La historia interminable se divide en dos partes, y en la segunda hay un solo mandato: “Haz lo que quieras.” Bastian se convierte en un completo gilipollas –como pasa, por otro lado, en no pocas novelas juveniles una vez el héroe comienza a asumir su destino–, porque la frase “Haz lo que quieras” tiene mucha más profundidad de lo que él cree en un primer momento. Es el espíritu de la arquitectura variable multipunto, que no es sino una ramificación más de esa atención difusa que se nos está quedando. ¿Qué quieres hacer en este momento? ¿Qué es lo que realmente quieres hacer? Sabemos que queremos leer, o pasear, o darnos una ducha. En realidad miramos el móvil variando de dirección una y otra vez, convirtiéndonos en criaturas incapaces de hacerse responsables de su propio tiempo. Más solos que nunca. Somos más que nunca una turba manejable, hirviente y prescindible.
¿Quién volverá la vista atrás para ver a quién ha dejado malherido en el camino? ¿Quién vigilará a quien no lo haga?
Pero hay también una facilidad de convertirse en el foco de atención de los demás. Es ahí cuando dejamos de ser turba para ser individuos solitarios. Solo estamos fuera de la turba cuando se nos señala como culpables de algo. Hagamos un breve repaso de algunos linchamientos recientes. Advierto que voy a mezclar culpables con inocentes, buenos con malos, malentendidos con exposición deliberada. Solo es una lista de linchamientos. Intentad no sacarla de contexto, a ver si esto es posible: Leticia Dolera, Laura Escanes, Camilo de Ory, Verónica (Iveco), Izal, Carla de La Lá. ¿Quién no ha participado alguna vez con un tuit, un meme, un reenvío, una opinión? Estos han sido casos que han prendido (he elegido todos los que no tienen ningún impacto en nuestra vida), pero por el camino se quedan un montón de historias que ya a nadie le importarán. Es posible que recuerde alguien el caso de dj Sito. Algunos años después de su exitoso cover lo busqué en YouTube y encontré un video en el que ataba a un mendigo con cinta aislante y le pintaba insultos con rotulador en la cara mientras se reía de él junto con otros salvajes. El video no tenía demasiadas visualizaciones y antes de pasárselo a nadie lo denuncié a YouTube, y fue retirado de la plataforma. Así que al final, además de los rumanos de su pueblo, le caía mal mucha más gente. Si ese video lo hubiera reenviado tal vez habría corrido la misma suerte que ReSet y, pensándolo bien, quizá debería haberlo reenviado para que tuviera que pagarle aquel dineral al pobre hombre.
Hacer pantallazos de Tinder es muchas veces más satisfactorio que conocer a alguien por Tinder. El pantallazo surge de la sorpresa, del asco, del horror o de la hilaridad. De sensaciones tan espontáneas como abundantes. Son el equivalente a respirar hondo. Oxigenan el cerebro y traen frescura al uso de la app. Sin embargo, no suelen ir unidos a la crueldad. Los pantallazos que veo compartidos tienen más que ver con el estupor que con ninguna otra cosa. Esa ingente masa de personas que ama estar con los amigos, viajar y tomar unas cerves (sic), ¿por qué no tiene pareja si son compatibles con prácticamente la totalidad de los seres humanos? ¿Por qué cuesta tanto hablar con ellos y extraer conversación? La respuesta, en el caso de Tinder, puede tener una explicación muy prosaica: la app está diseñada a la manera de un videojuego. Derecha, izquierda, match. Conversación. Funciona, WhatsApp. Ahí entra el juego real. Si no es satisfactorio o si lo es demasiado rápido, se vuelve a empezar. También en los videojuegos se muere más de una vez.
Hay gente prácticamente profesional de Tinder que colecciona contactos (y, según sus habilidades, sexo), añadiendo a su agenda de contactos un montón de personas apellidadas Tinder y que, a veces, tienen un segundo apellido. Y esto es invariable: no puedes apreciar a alguien que se apellida Tinder. Marisa Rockera Tinder, Elena Profe Tinder, Alicia Choni Tinder, Patricia Surfer Tinder, Pitufo Filósofo, Pitufo Bromista, Pitufo Gruñón. Personalidades compatibles con un test de la Nuevo Vale, de cuando las relaciones eran un juego de prueba y error. Entre medias, quince años de vida en los que, a tenor de esto, no has aprendido absolutamente nada.
Dentro del mundo de las apps de citas, las normas del juego definen lo que vas a poder encontrar. Por poner un caso opuesto, OkCupid se centra en la compatibilidad de las personas y tras un test moderadamente amplio te da un porcentaje que suele ser acertado, pero que no deriva necesariamente en una atracción real. The Inner Circle, por ejemplo, se basa en dar una imagen de distinción y cosmopolitismo cuyo único pie es gozar de una mayoría de usuarios practicando deportes de invierno (ni siquiera de agua). Entre OkCupid, The Inner Circle y Tinder hay diferencias de trato entre usuarios, aunque lo normal es que una misma persona sea usuaria en diferentes plataformas. Así que somos educados en tanto en cuanto la plataforma nos lo sugiere. Mi instagramera favorita (con diferencia) se llama HeyZulu y en uno de sus videos proponía una app que cortaba por ti cuando estabas harto de una relación recién comenzada. Sin culpa ni rencor, porque la app iría de eso. Esta chica sí que sabe. Espero que encuentre socio capitalista pronto.
¿Recuerdas 13, Rue del Percebe? Claro que sí, hombre. En el ático vivía un moroso que disfrutaba no pagando. Disfrutar no pagando. Qué concepto, ¿eh? Disfrutar por una nimia ventaja sobre otro. En los pisos inferiores sus vecinos se las veían negras para cubrir sus gastos y necesidades, aunque todos los que tenían una PYME casera lo hacían a base de estafas. En este crisol de trapisondistas el vecino del ático era el único que disfrutaba, a pesar de ser el que más difícil escapatoria tenía. Este personaje, como sabe cualquier aficionado al cómic, no era otro que Manuel Vázquez, el mejor dibujante que nos ha dado el tebeo español. Un tipo tan genial como vago, cuyo ingenio solía ir destinado a no trabajar. Muchas de sus grandiosas anécdotas están recogidas en el álbum Los profesionales, de Carlos Giménez, y son tan increíbles como ciertas. Porque lo son. Esta que voy a referir no viene en este tebeo, pero también es maravillosa: Vázquez se encuentra con uno de sus hijos en el bingo y la conversación viene a ser como sigue: “¿Tu madre sabe que estás aquí?” “No.” “Pues dame mil pesetas y no le digo nada.” En una entrevista en tve habla de cómo es su relación con las mujeres. La entrevista es graciosa como todo lo que él hacía, pero ¡ay! si lo miras del otro lado. Qué poca gracia tiene o tendría. Si tú o yo fuéramos las víctimas de sus estafas y engaños. Pero lo que quiera que llevemos dentro, ese confuso adn cultural, nos hace ponernos del lado del estafador. Mucho Quijote y mucho Cervantes pero somos mucho más el Lazarillo, que ni siquiera sabemos quién lo escribió.
Sin la gracia ni el talento de Vázquez, podemos recordar la surrealista entrevista de Ana Rosa Quintana con Pablo Iglesias en su excasa de su exbarrio. Pablo hablaba de su padre diciendo que era un ligón (sic) y que se llevó a su madre, que era la más guapa (sic). Nada que objetar porque, al fin y al cabo, cuando cortó con Tania Sánchez dijo que era “la mujer más valiente que he conocido nunca”, mientras que Pablo, para Tania, fue “el hombre que lo cambió todo”. Perdón por mi enfoque netamente femenino. Resulta que nunca he sido hombre y para esto somos bastante distintos porque la vida es así.
En términos de mayor igualdad, pero el mismo egoísmo, tenemos el malentendido mundo swinger. Esa gente que cambia de pareja sexual in situ (como diría Conchi Córdoba), en unos locales a precio de cotillón de Nochevieja. Una vez que el usuario ha soltado 35€ de media por entrar, decide no cambiar de preservativo de una mujer a otra porque son caros (esto por lo visto es lo normal) y porque mientras su polla esté protegida lo que pueda viajar de una entrepierna a otra le es indiferente. Difícilmente se puede encontrar una forma más física e inmediata de sacar un beneficio material de otra persona sin importar lo que venga después (para el otro, por supuesto). Otra costumbre que empieza a extenderse dentro y fuera del mundo swinger es retirar el preservativo a ver si la chica no se da cuenta. Esto, además de una canallada, es un poco del género tonto. Les deseo a todos los que lo hacen la gonorrea del primer párrafo.
Esto son las apps de citas: son nosotros. Son nosotros elevados a la n, son nuestra cultura concentrada en un solo hilo que une decepción con decepción. Puedo mencionar un perfil que vi una vez que casi me hace llorar. Un chico con una pequeña discapacidad decía: “No me importa si tienes traumas. Podemos superarlos juntos.” En tres años no he visto nunca una mano tendida de esa manera hacia el otro. Lo normal es no tener nada que ofrecer y pedir todo lo posible. En el otro extremo están los usuarios varones que no consiguen un solo match mientras lo usan. Por eso quizá los hombres suelen dar like a toda mujer, animal, ente u objeto que se encuentren, porque es un mercado y rigen unas leyes que traspasan las normas del juego. Y ahí es donde nos convertimos en los retretes de la estación de autobuses. Es cuando nos quedamos sucios, fríos, rotos y, por supuesto, llenos de mierda.
Sobre el performance citado al principio diré que pasadas algunas horas, cuando aquello llegó a su fin, Marina Abramović se movió hacia la mesa desnuda, ensangrentada, pintada y con la cara llena de lágrimas. El objeto desaparecía para que entrara la persona. Los asistentes se fueron evitando el contacto con ella. No puedo evitar pensar en un cuento de Elvira Navarro en el que, ante una violación, una niña en bicicleta le pregunta a su violador: “¿Por qué has hecho eso?” No recuerdo si, en el cuento, el violador respondía o no. No lo recuerdo. Pero de Rhythm 0 sí recuerdo haber leído que Marina Abramović descubrió esa noche que un mechón de su cabeza había encanecido. ~
es escritora y guionista. Este mes se publica su novela Las palmeras (Algaida)