a Diego Fino
Se muere lentamente. En plena oscuridad.
Y brilla un poco el cuerpo
antes de despojarse de la orina. Se muere sin sentido
al elevar los ojos y vernos a su lado. Madre y padre
en el miedo de no encontrarse
a solas. De haber perdido aquella única fe
que levantaron juntos debajo de la casa. Los escombros
de Dios. Las esquinas barridas de la infancia
y en plena decadencia los marcos de las puertas. Ventanas
hasta el piso para mirar si Dios seguía enterrado.
Se nos muere un riñón
de un infarto cardiaco: sustituye
la bilis al corazón y deja su amarillenta faz
como el ámbar que cubre a los mosquitos. Con una gota
basta para reproducir al pterodáctilo emergente.
Una gota con forma de canica
como las del recuerdo del trabajo en la fábrica: tréboles
y bombochas (Chava Flores
de fondo). Para sobrevivir, Pichicuás
pinta su raya igual que los cimientos
en plena devoción del ágata en la boca. Encharca
dura como raíz de lo que fue
maleza, luego jungla y terminó
extinguiendo la fe de Cupertino en los dragones. Con esa luz
la piedra y luego el fuego. Un grito
que se niega a morir
delante de las hijas. Que guarda
en sus alvéolos todo el humo del miedo
y aparece de noche. Y parece dormido, sin
embargo, se muere. Comparte sus cenizas
de forma anticipada en un escalofrío. Un tono medular
parasimpático, como si fuera un chiste. Las gracias
que fueron de los nietos y sienten todavía
recorriendo su espalda al darnos
un abrazo. El ser que va
a morir (coral en los pulmones) ya no puede
hacer nada con esa luz vidriosa
que descubren sus labios. Los años de violencia
amor mal educado
van desapareciendo de sus costras. Sus dedos
son más duros bajo esta nueva luz. Un bisturí pequeño
abre sus pensamientos: madre y padre
lo ven. Baja un poco
la vista y busca atravesar una cortina de ámbar
llegar hasta el jardín de los brazos que se extienden afuera
y despedirse. No lo logra. Le estorban nuevas alas. No consigue
tocar otra mano en la suya. Le ha fallado el sentido
que mantuvo en secreto. Y esa falta de
tacto con la que dice el médico: “ha llegado la hora”
nos confunde con él. Se cimbra el piso.
Hay un temblor de Dios mientras se hace el silencio
desde una bocanada (chiras pelas) que detiene
el reloj, nuestra coraza. ~
(Ciudad de México, 1961) es poeta, ensayista y traductor. Actualmente es director de Mantis Editores. De próxima publicación es su libro Llámenme Ismael-premio Sor Juana Inés de la Cruz 2013 de poesía