El sistema Gavroche

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Je ne suis pas notaire,

Cโ€™est la faute ร  Voltaire,

Je suis petit oiseau,

Cโ€™est la faute ร  Rousseau.

Victor Hugo, Los miserables

1.

El tema del niรฑo rebelde o del rebelde niรฑo llegรณ a la historia de la literatura con Gavroche, de Los miserables, que se convirtiรณ en uno de los mitos de la identidad republicana francesa. Una identidad de la que el barbado Victor Hugo es algo asรญ como una mezcla entre Moisรฉs y el profeta Elรญas.

En la novela, de la que tanto los chalecos amarillos como los estudiantes de Mayo del 68 se impregnaron, el niรฑo Gavroche Thรฉnardier juega delante de la barrica, recogiendo cartuchos.

Gavroche se levantรณ โ€“nos cuenta Victor Hugoโ€“, con los cabellos al viento, las manos en jarra, la vista fija en los que le disparaban, y se puso a cantar. Enseguida cogiรณ la cesta, recogiรณ, sin perder ni uno, los cartuchos que habรญan caรญdo al suelo, y, sin miedo a los disparos, fue a desocupar otra cartuchera. La cuarta bala no le acertรณ tampoco. La quinta bala no produjo mรกs efecto que el de inspirarle otra canciรณn:

La alegrรญa es mi ser;

por culpa de Voltaire;

si tan pobre soy yo,

la culpa es de Rousseau.

Asรญ continuรณ por algรบn tiempo.

El espectรกculo era a la vez espantoso y fascinante.

Gavroche, blanco de las balas, se burlaba de los fusileros. Parecรญa divertirse mucho. Era el gorriรณn picoteando a los cazadores. A cada descarga respondรญa con una copla. Le apuntaban sin cesar, y no acertaban nunca.

Victor Hugo narra una revoluciรณn plenamente republicana y completamente fracasada, la de junio de 1832 contra la monarquรญa constitucional de Luis Felipe de Orleans, para acentuar el lado romรกntico de sus personajes, lanzados a una guerra sin cuartel pero tambiรฉn sin salida. La revoluciรณn de 1830 puso a Luis Felipe en el trono, y la de 1848 lo derrocรณ, y de ambas Victor Hugo sabรญa demasiado como para retratarlas con la inocencia que necesitaba la novela. A fin de cuentas habรญa terminado en la primera de Par de Francia, y era diputado conservador, monรกrquico cada vez mรกs rebelde pero monรกrquico al fin y al cabo.

En la revoluciรณn de 1848 intentรณ maniobrar y fue un entusiasta de Luis Napoleรณn Bonaparte, que despuรฉs de un autogolpe terminรณ exiliรกndole. En 1832, cuando los personajes de sus novelas rodean Parรญs formando barricadas, Victor Hugo goza del รฉxito de Notre Dame de Parรญs, una obra que glorifica cierta idea fantas- mal de la Edad Media y resucita, contra cualquier prejuicio racionalista, las gรกrgolas, las campanadas, los cantos gitanos y el amor mรกs allรก de la muerte. Esa es su revoluciรณn de entonces, la de una estรฉtica que da la espalda a la modernidad y la razรณn de las luces para cantar la historia de otros excluidos de la tierra, no los pobres sino los jorobados y los gitanos, presos de los escrรบpulos de una Edad Media completamente imaginaria.

Victor Hugo habรญa decidido de adolescente ser โ€œChateaubriand o nada mรกsโ€ y de alguna forma su novela era una ilustraciรณn colorida de El genio del cristianismo, el libro que le enseรฑรณ a la Europa de las luces la grandeza de las catedrales gรณticas, esos bosques de piedra donde los viejos druidas habรญan reconciliado su fe pagana con la de Cristo. Notre Dame, que se habรญa convertido durante la Revoluciรณn francesa en un establo y que todos parecรญan haber olvidado โ€“los catรณlicos porque representaba una fe demasiado arcaica, los ateos por lo mismoโ€“ resucitaba del olvido gracias a que Victor Hugo rescataba de ella no los santos o las vรญrgenes sino las gรกrgolas, y ahรญ escenificaba un drama cristiano โ€“un drama de redenciรณn y amorโ€“ que se oponรญa sin embargo a la incomprensiรณn de la Iglesia y su intolerancia. A la Francia posrevolucionaria que se habรญa educado con Voltaire y Rousseau en el desprecio de la Iglesia no le ofrecรญa un retorno a la fe, pero de alguna forma recuperaba de esa fe moribunda el esplendor irracional de su catedral intentando atravesar el secreto mismo del cielo con su aguja.

El Victor Hugo de 1832 es un antimoderno, un amante mรญstico del amor tormentoso, que se diferencia polรญticamente de la mayor parte de sus compaรฑeros de generaciรณn, los romรกnticos franceses, por incorporar a su mรญstica a su padre general del imperio. Los aรฑos y las polรฉmicas lo conducirรกn inesperadamente desde el monarquismo moderado con el que entrรณ a la Cรกmara hasta las filas de la izquierda republicana. Pero seguirรก siendo un romรกntico feroz. Los miserables es su forma de reconciliar los dos Victor Hugo, el joven reaccionario romรกntico y el viejo republicano filosocialista que terminรณ por ser. Es la novela del poeta que cantรณ la pasiรณn contrahecha del jorobado de Notre Dame, aunque la joroba fuese en este caso la condena social de la que Jean Valjean, por haber robado un pan, no podrรก librarse ni por el ingenio, la caridad o el amor. Los personajes con que se encuentra en el recorrido que hace por todas las clases y ambientes de la Francia de los aรฑos veinte y treinta del siglo xix estรกn llenos de pasiรณn gรณtica, de caricatura y grandeza, de leyenda y locura, y monstruos, muchos monstruos, que eran la marca de fรกbrica del poeta oceรกnico.

Baste comparar el mismo retrato en Balzac o en Stendhal para ver hasta quรฉ punto Victor Hugo vuelve a escribir, en un escenario social contemporรกneo, Nuestra seรฑora de Parรญs o El hombre que rรญe, siendo esta vez el protagonista un deforme que no puede quitar de su cara una sonrisa permanente que lo involucra en toda suerte de terribles aventuras. Gavroche, el niรฑo de la calle siempre alegre, siempre pobre, siempre vivaz, es uno de esos personajes mรกs mรญticos que documentales, mรกs poรฉticos que representativos, que solo Victor Hugo sabรญa crear. Su adhesiรณn a una revoluciรณn es completa y festiva.

Hijo de un monstruo de la avaricia, el seรฑor Thรฉnardier, Gavroche es por contraste pura y santa y simple generosidad. Asรญ, se entrega por entero a la causa cantando.

Jugaba una especie de terrible juego al escondite con la muerte; y cada vez que el espectro acercaba su faz lรญvida, el pilluelo le daba un papirotazo.

Sin embargo, una bala, mejor dirigida o mรกs traidora que las demรกs, acabรณ por alcanzar al pilluelo. Lo vieron vacilar, y luego caer. Toda la barricada lanzรณ un grito. Pero se incorporรณ y se sentรณ; una larga lรญnea de sangre le rayaba la cara.

Alzรณ los brazos al aire, mirรณ hacia el punto de donde habรญa salido el tiro y se puso a cantar:

Si acabo de caer,

la culpa es de Voltaire;

si una bala me dio,

la culpa esโ€ฆ

No pudo acabar.

Otra bala del mismo tirador cortรณ la frase en su garganta.

Esta vez cayรณ con el rostro contra el suelo, y no se moviรณ mรกs.

Esa pequeรฑa gran alma acababa de echarse a volar.

Gavroche, el niรฑo revolucionario o el revolucionario niรฑo, muere culpando de su muerte a Voltaire y a Rousseau, los dos pensadores centrales de lo que se ha dado en llamar el siglo de las luces, enterrados juntos, a pesar de su mutuo odio y sus complejas diferencias, en el mismo panteรณn.

El refrรกn que canta era antiguo, lo habรญa escrito Jean-Franรงois Chaponniรจre para burlarse de la prohibiciรณn impuesta en 1785 por la jerarquรญa eclesiรกstica de no difundir de ninguna forma el pensamiento de Voltaire, Rousseau o cualquiera que tuviera algo que ver con la enciclopedia que editaban desde hacรญa dรฉcadas Diderot y Dโ€™Alembert.

Como descubre Borges, las mismas palabras en el mismo orden adoptan segรบn el momento y lu- gar en que son pronunciadas otro sentido. El pensamiento de los filรณsofos de las luces habรญa pasado de estar prohibido, cuando se escribieron los versos que canta Gavroche, a ser obligatorio en la Revoluciรณn francesa, y de nuevo prohibido, y permitido a medias cuando Gavroche, un niรฑo sin escuela que duerme en el elefante gigante que pusieron en lugar de la Bastilla, lo culpa de su muerte.

Victor Hugo logra entonces unir a dos enemigos en un solo disparo: por un lado, la reacciรณn que odia a los pobres, por otro, Voltaire y Rousseau, que no los entienden. Su guerra inconsciente contra la modernidad encuentra en el mรกs moderno de sus libros una perfecta metรกfora. Victor Hugo se vuelca a la causa del pueblo entregรกndole como regalos sus gรกrgolas y sus monstruos, su visiรณn fatal del mundo, su poesรญa alojada en el seno del mรกs reaccionario de los visionarios: Chateaubriand o nadie mรกs.

La revoluciรณn es entonces una pasiรณn que purifica porque no gobierna. La rebeliรณn de 1832 no tiene que dar cuenta de ningรบn dictador o mesรญas, no tiene en sus cargos muertos mรกs que sangre inocente. Es una revoluciรณn pura y por eso mismo destinada al fracaso. Un bello fracaso, nos muestra Victor Hugo, porque al final Jean Valjean salva al joven Marius de las barricadas y, transportรกndolo por las alcantarillas, es decir el subsuelo y el subconsciente, le restituye el amor y el honor perdido.

La revoluciรณn de 1832, que no cambiรณ ni Francia ni el mundo, dejรณ como sรญmbolo la novela que pone al niรฑo revolucionario, o el revolucionario niรฑo, como el centro del combate, como su redenciรณn, como su culminaciรณn. Porque muerto el niรฑo, el mรกs inocente de los inocentes, es tiempo de buscar un culpable. Y el culpable es, por cierto, la reacciรณn, el ejรฉrcito, el Estado, pero tambiรฉn es lo que denuncia el niรฑo: Voltaire y Rousseau.

En Victor Hugo, el Richard Wagner de la democracia francesa, estรก ya completamente viva esa ambigรผedad, una cabeza republicana con corazรณn romรกntico. Un hombre que ya no cree en los ritos que se celebran en Notre Dame pero celebra ahรญ los suyos propios: el del amor imposible, y por eso eterno, entre dos rechazados, dos herejes, dos abandonados, dos olvidados de la tierra. Ese serรก tambiรฉn el hilo conductor de sus miserables, el alma rota de los descastados, los escupidos, los desheredados, las vรญctimas totales y los monstruos tambiรฉn completos que conducen al lector no a travรฉs de la razรณn sino del estremecimiento, el temblor, el rubor y un amor mรกs grande que la vida misma. No es la epopeya de la libertad guiando al pueblo, sino del corazรณn guiando la razรณn. El corazรณn que estรก alojado en el lado izquierdo del cuerpo aunque el cerebro y los pulmones estรฉn justamente repartidos.

La revoluciรณn, como el amor del jorobado y la gitana, solo tiene sentido cuando fracasa. Asรญ, la Comuna de Parรญs, inspirada tanto por el aliento de Los miserables como por la oposiciรณn terminal contra Napoleรณn III de Victor Hugo, solo consiguiรณ la simpatรญa del poeta cuando estuvo seguro de su fracaso. Su casa se abriรณ de par en par a los derrotados, a los que intentรณ rehabilitar durante el resto de su vida polรญtica. La batalla la habรญa ganado, la repรบblica era un asunto tambiรฉn de corazรณn. Al lado de la libertad que guรญa al pueblo de Delacroix todos creyeron ver una prefiguraciรณn de Gavroche, el niรฑo revolucionario, o la revoluciรณn misma como un permanente niรฑo que saca justamente de su inmadurez el arrojo de no temer a las balas, que se levanta sobre la montaรฑa de muertos y tambiรฉn muere haciendo visible para todos la injusticia de la represiรณn causada por Voltaire y Rousseau.

2.

โ€œLa Ilustraciรณn es la salida del hombre de su minorรญa de edadโ€, escribiรณ Kant en 1784. Las revoluciones y contrarrevoluciones que siguieron a su afirmaciรณn confirmaron de modo certero, pero tambiรฉn doloroso, esta frase. La democracia sin rey que Francia y Estados Unidos establecieron como ideal de soberanรญa presuponรญa un ciudadano mayor de edad, responsable de sus actos y sus dichos, dueรฑo de sรญ y consciente del estado en razรณn de esa mayorรญa de edad.

Un adulto ya no puede culpar de sus actos a sus padres (o ese sustituto del padre que es Dios) ni puede abandonar a la nada a sus hijos. Un adulto โ€“lo supo Tocqueville antes que nadie, tambiรฉn solo y aislado, desnudo y muchas veces perdido entre corrientes y olas de opiniรณn contrariasโ€“ que aรฑora esa infancia perdida o, de modo adolescente, termina por odiar a esos libertadores que lo obligaron a dejar los cuentos por las cuentas, y los juguetes por las herramientas con que cumple un lugar cualquiera en la cadena de montaje de la fรกbrica.

Convertirse en adulto da miedo, explica Kant en el mismo texto en que saluda esa nueva madurez aportada por la Ilustraciรณn. Las luces nos permiten ser adulto, pero no nos preguntan si es lo que queremos. Eso es lo que nos pregunta la democracia, un invento de las luces. Ahรญ la paradoja de Gavroche: Voltaire y Rousseau lo convierten en rebelde, es decir, en adulto antes de tiempo. Es la rebeliรณn la que lo mata en la barricada antes de poder usar esa nueva adultez. Es Victor Hugo el que usa este ser cortado en dos como sรญmbolo del revolucionario ideal, el que muere cantando sin odio y sin venganza, sin poder tambiรฉn. Ante la razรณn impuesta sobre sus propios miedos, la infancia es un refugio seguro. Pero tambiรฉn es un mercado gigantesco que ha convertido al primer paรญs que por decreto saliรณ de la infancia, los Estados Unidos, en un paรญs en el que los estudios Disney dominan la industria audiovisual y el payaso de McDonaldโ€™s, con su comida altamente azucarada y colorida, alimenta cuerpos redondos y asexuados, vestidos con los mismos poleras y shorts que sus hijos.

La democracia liberal nos obliga a ser adultos, pero nos provee como ningรบn otro sistema de la posibilidad de ser niรฑos mรกs tiempo. Es lo que Tocqueville, de nuevo, entendiรณ antes que nadie, cuando dijo que la igualdad democrรกtica, al romper las cadenas, dejaba a los eslabones aislados sin saber a quรฉ pertenecen, quรฉ hay antes de ellos (padres, abuelos, tribu) y quรฉ viene despuรฉs, los hijos que en sociedades individualistas son cada vez mรกs escasos e invisibles. Lo mismo entendieron Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. Y tambiรฉn Gavroche acabarรญa entendiรฉndolo, cuando vio que su opresor no era el Estado o la industria sino Voltaire y Rousseau.

En Dialรฉctica de la Ilustraciรณn, Horkheimer y Adorno, que huรญan del nazismo hacia Estados Unidos, explicaron que una razรณn obligada desde el Estado iba creando en la cultura de masas una adoraciรณn por lo irracional, lo instintivo, lo sentimental. Esa pasiรณn que estรก entera, aunque reconciliada con la repรบblica, en el mismo Victor Hugo, quizรกs โ€“junto a su compaรฑero de labores y amigo Alejandro Dumasโ€“ el escritor francรฉs con mรกs repercusiรณn y eco en los medios de cultura de masas, cuyas novelas y obras de teatro han sido transformadas en comedias musicales, dibujos animados, pelรญculas, radioteatro. Hijo de la locomotora y la Revoluciรณn francesa, Victor Hugo estaba destinado a redescubrir Notre Dame y buscar allรญ al hรฉroe deforme que ama tanto que asusta. Los miserables serรก comedia musical, como Rigoletto fue รณpera. El jorobado se encarnarรก en toda suerte de actores y dibujos en Hollywood. Poca gente fuera de Francia lee aรบn la poesรญa de Victor Hugo, poca gente estรก libre de la figura de su bullente imaginaciรณn, quizรก las mรกs rica de un siglo en que la imaginaciรณn no faltรณ a la cita.

Los chalecos amarillos en la Francia de 2019 recogen quizรกs mejor que nadie la paradoja de la modernidad. Reclaman el derecho a ser tratados como adultos a los que no se les impone desde el poder de los cargos electos quรฉ y cรณmo vivir. Pero sus chalecos se parecen curiosamente a los delantales que usaban los niรฑos en las escuelas de ayer. Unos chalecos amarillos que les permiten, a pesar de sus diferencias de raza, clase o tamaรฑo, reconocerse como hermanos, dรกndoles el uniforme que les ha devuelto el hecho de tener un auto y una casa en los suburbios, es decir, obedecer la orden no tan silenciosa de comprar su pedazo de mundo, vivir su propia vida, en su propia casa con su propio jardรญn, lejos del centro de la ciudad donde los autos son inรบtiles.

La mayor parte de los chalecos amarillos se presentan a sรญ mismos como pequeรฑos empresarios que son culpados por tener iniciativas, por tener su propio negocio, por querer distinguirse de la media y por eso pagar impuestos desproporcionados. Unos impuestos que los ricos, piensan ellos, con no poca razรณn, consiguen no pagar. Son distintos y ese es su motor, pero al mismo tiempo no quieren romper con la igualdad que han redescubierto en el poder simbรณlico de su nuevo uniforme. No les parece ni por asomo contradictorio pedir menos impuestos y mรกs prestaciones sociales porque sospechan que son los polรญticos profesionales, esos adultos que toman por ellos las decisiones, quienes se llevan el dinero que falta a la seguridad social o a la sanidad.

Sobre todo rechazan toda representaciรณn, lรญder o vocero, consideran una traiciรณn cualquier mediaciรณn polรญtica. Abogan por un contrato social sin plazos o con plazos permanentes de control. Un contrato social basado en una desconfianza bรกsica y central entre las partes. De algo parecido se vanagloria el nuevo feminismo de la cuarta ola, de su negaciรณn a tener representantes porque el feminismo son todas, aunque las diferencias son profundas. Pero les une un mismo sentimiento y sensaciรณn: el haber adquirido, gracias a las nuevas tecnologรญas, una capacidad de asustar y movilizar a la vieja democracia representativa, falocรฉntrica y heteronormativa, y ponerla en jaque sin obligarla a transformarse del todo, porque el reemplazo propuesto suele ser brumoso y general.

Son rebeldes que reivindican como centro de su rebeldรญa cierta inocencia gavrochesca, con que los adultos pierden al negociar. No quieren que los traten como niรฑos, pero eso no impide que se comporten como tales. O que, como Gavroche, jueguen en medio de las balas y las desafรญen y las purifiquen cantando que la culpa de lo que les ocurra, o no, la tienen Voltaire y Rousseau, que por lo demรกs no tenรญan nada mรกs en comรบn que querer emancipar a los hombres de la infancia que representaba la monarquรญa absoluta.

Los chalecos amarillos no salieron a la calle por hambre, o por alguna idea religiosa o mesiรกnica. Sus chalecos reflectantes, que los uniforman, simbolizan la contradicciรณn de una sociedad de consumo que los invita a comprar autos, es decir, tambiรฉn autonomรญa, es decir, tambiรฉn autoridad, y que los obliga a usar chalecos amarillos para que los vean de noche y a pagar impuestos ecolรณgicos sin consultarles. Buscan que se los trate como adultos que pagan impuestos, pero rechazan como una traiciรณn la mayor parte de los rasgos de la vida adulta, que no son otros que la renuncia, la negociaciรณn, la paciencia, la mentira piadosa con que solemos engaรฑar a los niรฑos por su bien. La madurez que se les exige les parece una trampa porque atenรบa la cรณlera, porque atempera la necesidad, porque desmoviliza. Y saben, como Gavroche y sus amigos, que su รบnico poder estรก en la movilizaciรณn. Una movilizaciรณn que no tiene, como la revuelta de 1832, ni plan ni escapatoria, que es bella porque termina en sรญ misma.

3.

Voltaire y Rousseau murieron los dos en 1778, a la orilla misma de la Revoluciรณn que terminรณ por unirlos para toda la eternidad en el mismo panteรณn. Una vecindad que no podrรญa mรกs que incomodarlos. Si pudieran resucitar para reclamar, de seguro que lo harรญan airadamente. Voltaire, quince aรฑos mayor que Rousseau, habรญa acogido a ese excรฉntrico mรบsico suizo con simpatรญa cuando este forjรณ sus primeras armas en el mundo literario parisino. El joven Rousseau no dejรณ de mostrar todas las marcas del respeto y admiraciรณn por el escritor mayor. La amistad se rompiรณ sin embargo de manera violenta y creciente cuando Rousseau publicรณ su Contrato social.

Voltaire no se privรณ ni en pรบblico ni en privado de hacer ver lo absurda que le parecรญa la pasiรณn de Rousseau por los salvajes y su encarnaciรณn mรกs cercana, el pueblo. Para Voltaire no habรญa nada de admirable en la sencillez y menos en el analfabetismo. Cualquier sistema de gobierno soรฑado debรญa, para Voltaire, estar cuidadosamente protegido de la influencia de los iletrados y mรกs aรบn de los pobres. Rousseau, de modo contradictorio, tambiรฉn imaginaba formas de protegerse contra las mayorรญas removidas por un lรญder carismรกtico, pero proponรญa para ello una asamblea permanente, un sistema de consulta continuo que permitiera revocar en cualquier momento las malas decisiones tomadas de modo sentimental u oportunista por lo que รฉl tambiรฉn llamaba โ€œel populachoโ€.

Todo eso le parecรญa a Voltaire infantil y hasta peligroso. El resto de su vida intentarรก de todas las maneras posibles demostrar su distancia con Rousseau, hasta el punto de intrigar para que el consejo de Ginebra lo exiliara o condenara a muerte, considerando que quemar sus libros era solo una manera de propagar mรกs sus ideas.

Esas ideas son justamente, si se pudieran resumir los contradictorios manifiestos y exabruptos de los chalecos amarillos, el centro de la protesta que asola Francia. El movimiento Cinco Estrellas en Italia, quizรกs porque no es vรญctima del espejismo de unir a Voltaire y Rousseau en la misma tumba, lo ha reconocido antes que nadie. Su plataforma de internet se llama asรญ: โ€œRousseauโ€.

El tono รกcido de Beppe Grillo y su papel mรกs bien montonero en la polรญtica italiana poco o nada tienen que ver con el tono pastoril en que Rousseau intentรณ imaginar un mundo de pequeรฑas comunidades autogestionadas y perfectamente pacรญficas. Un mundo ideal al que por cierto no dejan de aspirar a su manera los chalecos amarillos, las feministas de la cuarta ola, los ecologistas radicales, los socialistas del siglo xxi, la extrema derecha y la extrema izquierda unidas en pocas ideas todas contenidas en Rousseau: el desprecio por el arte como representaciรณn del vicio y la desigualdad, la desconfianza hacia la educaciรณn formal que deforma la voluntad siempre sana de los niรฑos dejados en libertad, la bรบsqueda de la democracia directa y el plebiscito permanente en que todas las leyes deben ser aprobadas por el pueblo.

Esta aspiraciรณn a una sociedad de perfectos iguales nace de una visiรณn del ser humano que fue justamente la que moviรณ a Voltaire a perder todo respeto intelectual por Rousseau. El ser humano era para Rousseau bueno de nacimiento. Serรญa la sociedad la que, al obligarlo a dejar su natural soledad y a integrarse a clanes y tribus, le irรญa haciendo descubrir la mentira, el engaรฑo, la traiciรณn y el vicio. Para el resto de pensadores de las luces esta idea era intolerable. Luchaban justamente por sacar a los hombres y a las sociedades de la ignorancia y la supersticiรณn primitiva. Se presentaban como fruto acabado de la civilizaciรณn y la cultura nueva, dispuestos a romper por primera vez con la cadena de la naturaleza para vivir la plena libertad de la edad de razรณn.

Esa nueva edad adulta que Kant predecรญa en el advenimiento de los siglos de las luces traรญa consigo una reinvenciรณn de la infancia. Ese periodo de la vida que Rousseau creรณ en el Emilio. El niรฑo serรก protagonista de la revoluciรณn, y su educaciรณn uno de sus intentos mรกs visibles. La niรฑez serรก una invenciรณn de esa nueva edad de la razรณn, porque en Rousseau ese niรฑo es una forma diminuta de ese salvaje, de ese pueblo, que siempre es bueno y no sabe todavรญa mentir. Esa sociedad de adultos que firman contratos y eligen gobernante se levantarรก sobre la imagen siempre vigilante del hombre y la mujer libres y autรฉnticos, verdaderos y sin engaรฑo.

Rousseau forma en ese coro la voz disonante porque admira en el salvaje que la razรณn no lo ha ensuciado, que es puro sentimiento, pura pasiรณn, puro corazรณn. Sus teorรญas educacionales, polรญticas y amorosas tienen por objeto conservar en el adulto este rasgo de infancia primera que instintivamente nos lleva al bien comรบn, que no puede desear mรกs que lo mejor.

Siglos de antropologรญa y de sociologรญa no han sacado nada con negar la pertinencia de la tesis de Rousseau. Es imposible que en el centro del siglo de las luces haya una divisiรณn que es la que aรบn parte en dos las sociedades que nacieron de sus libros. Los vecinos Voltaire y Rousseau no duermen en paz. Las calles que rodean su panteรณn estรกn tomadas por los hijos de Rousseau mientras los de Voltaire, policรญas uniformados, disparan balines de goma.

No es raro entonces que Gavroche suba a la barricada por culpa de Rousseau. Y no es raro que no vaya a misa ni escuche las รณrdenes de su padre, por la culpa de Voltaire. Piensa libremente como le enseรฑรณ este รบltimo y juega tambiรฉn libremente como le enseรฑรณ el suizo. El combate es ese juego. Su muerte es la reivindicaciรณn de la inocencia primera del pueblo que tiene derecho porque es niรฑo y no tiene deberes, porque es niรฑo, pero como es niรฑo tambiรฉn estรก condenado a tener la razรณn. ~

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