Dice Luis Jorge Boone que “para el fotógrafo lo propio es invisible, mientras que lo ajeno abarrota el paisaje. Quien mira la fotografía ignora los arduos caminos que la luz recorre, y solo percibe el resultado de sus piruetas”. Hemos querido descifrar a lo largo de las décadas qué es lo que mira el ojo de un artista como Manuel Álvarez Bravo, ponerle nombre a ese fragmento indefinible de tiempo que hace únicas sus fotografías. Los más versados en la palabra pueden entender este algo como la poesía que habita la obra de don Manuel. Los elogios sobre esta innombrable característica de su trabajo son infinitos y acertados. La historia, la literatura, la poesía y la música hacen una amalgama sensorial para el artista que le ayuda a entender cada escena como un momento digno de su lente.
Me parece sorprendente la relación que tienen estos elementos junto al concepto de tiempo. Sus fotos, aun cuando corresponden a un momento preciso de la historia, también dan la impresión de quedar suspendidas en la eternidad. Esta atemporalidad y su poesía son las cosas que más me intrigan sobre su legado artístico. A prácticamente un siglo de sus primeras fotografías seguimos reflexionando y admirando su genialidad como la de casi ningún otro fotógrafo de su época, sobre todo comprendiendo el inalcanzable peso de esa poética en la fotografía contemporánea, pues a diferencia de otras disciplinas artísticas, como la literatura, la fotografía ha alcanzado una democratización importante imposible de ignorar en la que contradictoriamente pareciéramos alejarnos de ese momento poético que percibimos en las fotografías de don Manuel.
Claudia Perulles, investigadora y catalogadora del archivo Manuel Álvarez Bravo, me contaba que don Manuel comenzó su carrera con la pintura, pero el proceso le parecía muy lento para cubrir sus necesidades artísticas por lo que pronto se adentró en la inmediatez de la fotografía descubriendo rápidamente que era un mundo con otras complejidades.
A la vez que escucho esto, no puedo ignorar el conocido recordatorio que habitaba el estudio del fotógrafo con la frase “Hay tiempo”. No dudo de que los años sean los principales maestros de esta sabiduría. Sus fotografías no “capturan el momento”, como se dice comúnmente, sino que lo hacen evidente. Es decir que las apreciaciones del tiempo para Álvarez Bravo tenían tantos matices como sus fotografías. La inmediatez y la paciencia eran parámetros subjetivos y misteriosos que corrían al ritmo del fotógrafo. De la misma manera en la que alguna vez explicó que la fotografía en blanco y negro no era más artística que la fotografía a color, sino que eran dos artes distintas que no competían entre sí, me imagino que se habría conciliado de manera generosa con la inmediatez de los teléfonos inteligentes con los que hoy tomamos miles de fotografías sin mucha conciencia. Sin embargo, me sigue pareciendo un enigma que aun con la facilidad con la que tomamos fotografías en la actualidad no podamos alcanzar ese momento poético en nuestras imágenes. Las frases de Xavier Villaurrutia sobre el mérito de Álvarez Bravo de “convertir un instrumento en algo que piensa y siente” y ser un fotógrafo “a pesar de su cámara y no gracias a ella” explican de manera clara cómo la forma de mirar está viviendo en el artista antes de que esta se manifieste en su obra.
Don Manuel suscribía que siempre estaba vivo el placer por mirar y de hacer fotografías. Entre los años 1916 y 1943, en los que fue burócrata, ejercía la fotografía como una afición: retrataba a sus compañeros de trabajo y ganaba algo de dinero. Aunque, en sus propias palabras, “ganar un poco de dinero no significa ser profesional, ni dejar de tener un placer al hacerlo”. ¿Cuántas personas habrán sido retratadas por don Manuel sin que estas supieran su importancia en la obra del artista?
Dentro del archivo de don Manuel se han catalogado un gran número de fotografías sin referencias que se podrían fechar entre los años treinta y cincuenta del siglo pasado. Así nació Se buscan,una exposición que se presentó de febrero a julio de 2018 en el Museo Archivo de la Fotografía de la Ciudad de México con la intención de hallar el origen de esas fotografías con rostro pero sin nombre, gracias a la participación del público. Aunque se piense en los retratos icónicos de políticos y artistas que realizó Álvarez Bravo, también existieron estos años transitorios y definitivos en su formación donde vemos muchísimos rostros de personas desconocidas que quedaron inmortalizadas por el artista.
Actualmente el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo celebra el 120º aniversario del nacimiento del fotógrafo y recuerda el 20º aniversario de su partida con una muestra itinerante sobre tres décadas de producción fotográfica. Los años decisivos. Manuel Álvarez Bravo adopta el nombre de una exposición homónima que se realizó en 1992 bajo la curaduría de José Antonio Rodríguez, considerado uno de los investigadores más importantes de la obra de Álvarez Bravo, a quien con este gesto se le rinde homenaje póstumo tras su fallecimiento en 2021.
De los años veinte a los años cuarenta del siglo XX transcurrieron los años definitorios para el artista en la búsqueda de temas y en la definición de su propio estilo, la trascendencia del tiempo y su paciencia para encontrar el acto poético de comunicar a través de sus fotografías algo que no podría encasillarse solamente en lo abstracto ni en lo documental. El híbrido entre un género y otro que habita sobre todo el silencio de sus fotografías como una intención artística que jamás denuncia o exhibe sino que se revela ante el espectador como un sueño de forma universal.
Pensar que durante este periodo formativo el artista no se asume a sí mismo como tal demuestra que sus intenciones artísticas estaban lejos del protagonismo. Es hasta 1945 cuando la Sociedad de Arte Moderno, dirigida entonces por Fernando Gamboa, organiza una exposición retrospectiva de Álvarez Bravo reconociendo sin duda la vasta obra que hasta entonces había realizado a pesar de ser un artista muy joven.
En 1984, cuando le preguntaron sobre la fotografía de esa época, Álvarez Bravo respondió que aún no se gozaba de suficiente distancia para poderla definir. El tiempo, nuevamente, es indispensable para mirar. Hoy, en el siglo XXI, probablemente nos enfrentamos al mismo problema. No tenemos la suficiente distancia para comprender lo que pasa con la fotografía contemporánea. Sin embargo, un siglo después de las primeras fotografías de Manuel Álvarez Bravo, sí podemos pronunciar de manera colectiva la importancia y trascendencia de su obra. Podemos mirar esas fotografías y reconocer su definición atemporal del tiempo traducido en una imagen.
La desolación de los muros y paisajes, de los objetos y las sombras que cubren las cabezas de sus retratados, los cuerpos desnudos así como las casualidades poéticas de dos personas que se cruzan como en un montaje son tan solo una ventana que se abre cuestionando el mundo que ve y siente un artista que no deja de tener placer por mirar. ~
(Xalapa, 1991) es fotógrafo de retrato. En 2017 comenzó su proyecto
Cartografía íntima // Habitaciones literarias // que ha documentado a más de 150 escritores y artistas en México y otros países.