Igual que Usted, soy un éxito de la ciencia. Esta revista cumple 40 años, cuarenta años y, al igual que Ella y Usted, sigo vivo, aunque en otro formato. El nombre lo dice todo. Letras Libres. El nombre ya lleva inscrita la eternidad.
En 2021 un grupo de billonarios contrataron a los científicos más reputados para retrasar el envejecimiento y prolongar la vida: fruto de ese proyecto altruista/egoísta somos Usted y yo. Estamos aquí, aunque no todos en el mismo formato. Trasteando con las células estos genios bien pagados y con todos los medios del mundo han conseguido, como sabemos y disfrutamos, que acariciemos la eternidad. Ahora los problemas son otros, pero hay tiempo para resolverlos; incluso, según algunos cenizos, demasiado tiempo. Claro que existe la eutanasia, la hibernación y la muerte temporal, de manera que la eternidad (entre comillas, todo lo humano es entre comillas) no es, ni mucho menos, obligatoria. Es más, en su versión premium sale bastante cara. Aquellos billonarios (algunos no pudieron soportar la espera, otros desistieron, todos tienen sus panteones, que son otra forma de eternidad) consiguieron sus propósitos, pero el procedimiento es inalcanzable para el común, que abarrota los pudrideros de los mundos residuales, que son casi todos. Leves reductos blindados, algunos en el espacio (plataformas) resguardan a esta élite filantrópica de la furia de los diez mil millones de desheredados, etc.
En todo caso en Letras Libres hemos de agradecer a los anunciantes su apoyo a la revista durante esta epopeya darwiniana: ¡gracias por sus anuncios! La libertad sigue igual de perseguida, aunque sea con otras fórmulas (entre las cuales destaca la neoesclavitud por contrato). La libertad es otro lujo ocasional. Igual que las letras, que durante mucho tiempo estuvieron proscritas y fueron relegadas para dar prioridad a los números. Todo es heroico siempre, pero a fuerza de insistir hemos mantenido las letras, su poderío cabalístico y su energía mística: sin letras no hay vida: en esto han coincidido y congeniado los poetas con los genetistas de manera que los segundos –mucho mejor pagados– no hubieran podido desvelar los enigmas que prolongan la vida sin la insistencia y el entusiasmo –¡y las frases!– de los segundos. El éxito ha sido de ciencias y letras, de manera que el Nobel de Medicina y de Literatura se unificaron hacia 2031, cuando Letras Libres cumplió sus treinta años. A veces siempre hay que recordar lo obvio.
El caso es que la solución premium solo está al alcance de los fundadores de la empresa, y ni siquiera todos han podido pagarse el tratamiento completo, de manera que incluso en este segmento privilegiado hay clases. Los primeros entre ellos y algunos de sus familiares mayores sucumbieron a la ansiedad: se les acababa el tiempo natural de vida clásica y no dudaron en someterse a los experimentos de los albores de la nueva era: sus nombres se aprenden en las escuelas, aunque esto es una expresión arqueológica porque ya no hay escuelas. Todos tienen monumentos, no tanto al valor cuanto a la desesperación. rip forever amén.
Mi caso, como tantos otros, es sencillo: nos presentamos como cobayas voluntarias por un módico precio enorme para la época (aunque luego todo lo devoraron las inflaciones y otros cataclismos, climáticos y siquiátricos, ya lo saben). Por eso, igual que les pasó a los pioneros de pago, pero sin derecho a indemnización, sufrimos todas las calamidades de la evolución forzada que la primera generación de científicos pirados practicó sin miramientos bajo la presión inmisericorde de los mecenas que les contrataron. Algunos de esos científicos, de torva faz, han pasado al imaginario memético como auténticos monstruos, al menos entre aquellas multitudes que no consiguieron el tratamiento que anhelaban y que perecieron al asaltar (turbamulta borbollorum) las fortalezas donde se modificaban los arcanos de la vida hasta hacerla tan indefinida como trivial. La Iglesia, hasta que el papa de la época contrató para sí el pack de luxe, se opuso bioéticamente a estos manejos; no así los otros credos, que en seguida se apuntaron a la lista de espera, arguyendo que la eternidad, de conseguirse, requerirá más pastores y cuidados espirituales que las brevísimas vidas normales hasta la fecha. Así, la longevidad de los patriarcas bíblicos que vivieron casi mil años –Matusalén, abuelo de Noé, llegó a los 969 años y pereció el año del diluvio–, dejó de ser un símbolo o una creencia para convertirse en un antecedente tan inexplicable (de momento) como valioso.
Los voluntarios contratados en la primera época nos quedamos en el umbral de la longevidad física: los errores, la impericia y la urgencia desembocaron en esta chapuza que todavía nos mantiene en cierto modo vivos, si bien tuvimos que conformarnos con existir en otro formato, lo cual, tal como está el mundo, no es poco. Conservar el cerebro digitalizado (algo se pierde en el tránsito) es un privilegio que nos coloca en una zona tan envidiada como precaria. En efecto, mientras la industria pugna por abaratar la longevidad/eternidad y la ciudadanía forcejea por obtener recursos para pagarse el kit premium, esta modalidad de cerebro digital sin cuerpo es una vía intermedia a extinguir –nos llaman neandertales por pura envidia–, que tiene más demanda que oferta. Por ello, como en la era anterior, cada día tememos que sea el último. Es posible que, una vez demostrada la viabilidad del parche y ante la necesidad de memoria y recursos, nos vayan apagando, tal como permite el contrato que en su día rubricamos. Entretanto, damos gracias por seguir más o menos aquí, y confiamos en que cualquier avance inesperado –así es la ciencia– nos prolongue el itinerario y nos provea de cuerpos para que podamos leer y celebrar próximos números de Letras Libres ya en el anhelado rango Matusalén. ~
(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).