Fotografía: Julián Villar.

Entrevista a Sergio Ramírez. “En Centroamérica hoy estamos más allá de las ideologías”

"Un régimen que se basa solo en la represión y en la violencia bruta no tiene futuro", asegura el escritor nicaragüense a propósito de la dictadura de Daniel Ortega.
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Sergio Ramírez Mercado (Masatepe, Nicaragua, 1942) comienza su más reciente libro de cuentos, Ese día cayó en domingo (Alfaguara, 2022), resolviendo un crucigrama. Si Sergio Ramírez fuera el personaje oculto de un crucigrama (seis y siete letras, respectivamente), habría que lanzar todas estas palabras sobre la mesa para poder definirlo: escritor, editor, periodista, político, abogado, vicepresidente de Nicaragua (1985-1990), candidato presidencial en 1996, presidente del Consejo Nacional de Educación de Nicaragua, Premio Cervantes 2017, académico de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua, profesor visitante en Harvard, en la Universidad de California en Los Ángeles, en la Universidad de Maryland y, recientemente, en el otoño de 2022, en la Universidad de Princeton.

Ese día cayó en domingo, su último libro de cuentos, es un claro ejemplo de lo que habla Sergio Ramírez. Es una colección de diez relatos. En dos, regresa a la situación de 2018 en Nicaragua. En otro habla de la represión de los indígenas en Guatemala. Los otros nada tienen que ver con la política: los hay humorísticos, de crónica deportiva, relacionados con la soledad del ser humano.

Sergio Ramírez no descarta volver a enseñar en Princeton en un futuro no muy lejano. Sin embargo, su oficio es, sobre todo, la escritura. Para él la escritura es constancia, escribir todas las mañanas, comenzando después del desayuno y hasta la hora de comer. Ordenar palabras en oraciones, párrafos e historias. Para que todo encaje. Como si de un crucigrama se tratara.

¿Qué tal ha sido la experiencia en Princeton?

Estuve el semestre de otoño, invitado como profesor visitante, con dos seminarios: uno para estudiantes graduados sobre modernismo hispanoamericano y otro, para estudiantes de pregrado, sobre literatura y política. Disfruté mucho la estancia en Princeton. Es un lugar muy agradable, muy recoleto, una universidad pequeña, muy hermosa, en un pueblo tranquilo. Y el clima nos fue benigno.

¿Cómo ha sentido la situación de la lengua española en Estados Unidos?

Estados Unidos es un país cada vez más bilingüe. Cada vez hay un mayor número de hispanohablantes y esto se nota en los programas académicos, donde el español tiene un sitio privilegiado. Yo diría que más allá de cualquier otro idioma. Todo viene determinado por la cantidad de inmigrantes, aun en lugares tan al norte como Princeton. En el estado de Nueva Jersey hay muchos inmigrantes dominicanos, venezolanos… de manera que el idioma va permeando en el tejido de la sociedad estadounidense, tanto a nivel del habla de allí como a nivel académico en las universidades.

La literatura escrita por hispanohablantes que escriben en inglés todavía viste un cierto aire de rareza. Hay una manía en Estados Unidos de clasificar las literaturas por minorías: literatura negra, femenina, chicana, hispana, de frontera, indígena… Eso le da un sentido muy antropológico a la literatura y la literatura es una sola. Creo que escribir desde la perspectiva de la cultura hispanoamericana en inglés tiene la desventaja de ser encasillado en uno de estos compartimentos. Aun con todo, algunos han conseguido ya mucha valía como escritores hispanos escribiendo en inglés: Junot Díaz, Valeria Luiselli, Francisco Goldman…

En cuanto a la literatura en español traducida al inglés, ahí la situación es más difícil porque, otra vez, la cultura editorial en Estados Unidos es bastante centrista. La cantidad de libros que se traducen al inglés de otros idiomas es mínima, incluyendo el español. Es una cultura bastante autosuficiente.

¿Cuándo sintió la pulsión para dedicarse a la literatura?

Cuando se es escritor, se siente de muy temprano esta necesidad de contar historias, que empieza a dominar la vida diaria. Yo publiqué mi primer cuento en el año 1956. Tenía catorce años. Envié el cuento a La Prensa, el único periódico importante que había en Managua. Dirigía la sección literaria Pablo Antonio Cuadra, que era un poeta muy reconocido. Tenía un criterio muy estricto para seleccionar los trabajos que le enviaban y publicó este cuento pensando tal vez que era de un adulto y no de un niño de catorce años. Era un cuento vernáculo y lo publicó con mucho despliegue en el periódico. Quizá fue ese mi bautizo como escritor. Luego, en la universidad, me fui a estudiar derecho a los diecisiete años. Los estudiantes fundamos una revista cultural, literaria, que se llamaba Ventana. Allí publiqué mis primeros cuentos, que después fueron reunidos en mi primer libro, en el año 1963. Ese fue el inicio de mi carrera, en el cuento, sobre todo, más que en la novela. A la novela entré diez años después. Yo veía el oficio de cuentista como algo independiente de los demás géneros literarios. Entonces el cuento tenía mucho prestigio. Era un género muy favorecido y muy leído.

¿Recuerda cuándo despertó su conciencia social?

Desde esa misma época. Cuando llegué, la universidad era un hervidero político: era el año en que había triunfado la Revolución cubana, eran los años de la descolonización en África, la guerra de Vietnam, la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos. La década de los sesenta fue una década muy encendida: el 68 en París, el 68 en México… la perspectiva de que la revolución iba a tener un espacio para cambiar la realidad en América Latina y en el mundo. Todo eso determinaba que la literatura fuera atraída a ese compromiso político, hacia el compromiso social, y nosotros nacimos, como generación literaria, con una declaración muy explícita de compromiso. El primer manifiesto que publicamos en la revista colocaba a la literatura al servicio de y comprometida con el cambio social. No era nada extraño entonces en América Latina ese tipo de juntura entre literatura y compromiso social.

¿La literatura puede cambiar el mundo?

La literatura siempre ejerce un papel de conciencia crítica cuando realmente toca temas que conmueven al lector o cuando al lector le pueda parecer que están aludiendo a asuntos que son de su propio interés o que lo llaman a la reflexión. La literatura como un instrumento de cambio per se no creo que tenga ninguna efectividad. Decir que un libro sea capaz de cambiar el mundo sería muy pretencioso hoy en día. Hay escritores que han tenido un papel muy determinante, ya vistos en perspectiva. Dostoievski, como un gran profeta del totalitarismo; Tolstói como un profeta de la paz. Una literatura que asuma deliberadamente un propósito didáctico de cambio político me parece que no tiene mucha efectividad como propuesta. Yo veo la literatura más bien como una consecuencia.

¿La educación puede ser más efectiva para conseguir el cambio?

Creo que es la única forma de cambio en el mundo de hoy en día. Es un área, por decirlo de algún modo, donde se ha avanzado quizá demasiado poco. En América Latina, el atraso educativo, tan conectado con el atraso económico-social, es una rémora no solo del bienestar de la gente sino de la democracia como entidad real, más que como una proclama retórica de las leyes y de la política. Es un gran déficit pendiente. A medida que la población se multiplica, el efecto reducido que tiene la educación es cada vez más visible. Me refiero más a una pobreza educativa estructural, de falta de maestros bien preparados, de ausencia de planes de estudios realmente efectivos, con deserciones escolares masivas. Esto es algo muy habitual en Centroamérica. Y ya no se diga del desastre que es la educación superior, sujeta, como está hoy en día en Nicaragua, a la politización absoluta en sacrificio de la calidad académica. El problema central de la democracia es esa pobreza educativa.

En Adiós muchachos, cuenta su experiencia dentro de la Revolución sandinista. Han pasado veinticuatro años desde su primera publicación. ¿Le gustaría retocar el texto original?

Cada libro es un testimonio de la época en que se escribió. Quizá podría escribir otro libro de reflexiones que completaran aquellas, pero revisar lo que ya está dicho… Creo que la letra impresa es una barrera para quedarse con lo que uno ya tiene.

En 2021 publicó su última novela, Tongolele no sabía bailar.

Este libro busca cómo poner sobre la mesa las ocurrencias del año 2018 en Nicaragua. Fue un annus horribilis para el país: la represión, la masacre de los jóvenes, la brutalidad policial, la consolidación de un sistema dictatorial bajo un hombre pseudorrevolucionario. La novela, yo no usaría la palabra denuncia, busca fijar los momentos claves de este año a través de la ficción. Intenta fijar la realidad de lo que pasó y hacer que el lector pueda reflexionar sobre esos hechos. Y para lograrlo, yo busqué el procedimiento de la novela policial que a mí me parece que es un procedimiento indirecto para que las circunstancias directamente políticas, de la denuncia política o de la retórica política, no se impongan en el libro. Al meterlo en un género determinado, se obliga uno a ser esencialmente literario, a trabajar con personajes de ficción que van caminando por la vereda de la novela. Mientras los hechos se van desarrollando por un lado, los personajes van acompañando a la novela sin que esta sea una novela protagonizada por las víctimas, aunque sí por el victimario.

La iglesia aparece tanto en Adiós muchachos como en Tongolele

En Nicaragua sigue siendo determinante el papel de la iglesia. Lo fue en la Revolución, con los sacerdotes y las religiosas que estaban comprometidos con la Teología de la Liberación, y curiosamente lo es hoy en día con sacerdotes comprometidos con la lucha contra la dictadura. Más que una lucha ideológica, es una lucha política por restablecer en Nicaragua la democracia y la libertad. Eso hace que hoy haya un obispo de una diócesis preso, monseñor Álvarez; otro obispo, el obispo auxiliar de Managua, exiliado en Miami; más de quince sacerdotes presos, en la cárcel; las iglesias, como represión, cerradas; las procesiones, prohibidas… Los personajes que aparecen en mi novela son arquetípicos de esta situación: son curas valientes que denuncian a la dictadura desde el púlpito. En la novela, relato lo que ocurrió en la iglesia de la Divina Misericordia: la masacre y la balacera contra la iglesia. Los personajes de mi novela, monseñor Ortez y el padre Pancho, que es el cura vasco jesuita de la Divina Misericordia, no existieron realmente, pero sí que hay curas como ellos en Nicaragua.

¿Ve esperanza de cambio en Nicaragua?

Un régimen que se basa solo en la represión y en la violencia bruta no tiene futuro. Un régimen, aunque sea un régimen autoritario, necesita consensos mínimos. En Nicaragua no existen esos consensos mínimos. Ahora la policía tiene 25,000 miembros; antes tenía 10,000 efectivos. El ejército está políticamente al servicio del régimen. La represión está articulada entre ejército y policía. Los paramilitares están ahí detrás para salir cuando sea necesario. La red de soplones, la red de silencio que cae sobre el país por el miedo. La inmensa cantidad de exiliados: el año pasado salieron 170,000, solo para los Estados Unidos. Hablamos de un país tan pequeño como Nicaragua, con apenas seis millones de habitantes. Todo esto, para mí, vuelve la situación, a un plazo indeterminado, insostenible. ¿Cuándo se puede dar un cambio? Eso ya es otra cosa porque tiene que haber una alternativa. La alternativa política está desarticulada porque todos los dirigentes están presos o en el exilio, pero eso no quiere decir que no exista. Una alternativa política se articula rápidamente apenas tiene la oportunidad. Eso necesariamente tiene que ocurrir. Por el bien de Nicaragua y porque el peso de la realidad así lo determina.

Tantos males caen sobre Centroamérica.

Hoy estamos más allá de las ideologías. El gobierno pseudoizquierdista de Nicaragua, que tienen Ortega y su mujer, presenta conductas fascistas. El presidente de El Salvador es un autoritario de derechas con discurso demagógico.

El narcotráfico golpea al oasis que suponía hasta ahora Costa Rica.

Costa Rica todavía tiene unos resortes institucionales fuertes, bien establecidos. No ocurre lo mismo en Guatemala, en El Salvador o en Honduras, donde la influencia del narcopoder es inmensa. El último presidente de Honduras se halla preso en Estados Unidos por tráfico de drogas.

¿Aspiraría entonces Nicaragua a tener un modelo costarricense?

El modelo costarricense es ideal en muchos sentidos: en Costa Rica, por lo menos desde el año 1948, cuando se dio la última revolución armada, se establecieron bases institucionales que todavía perduran. Cualesquiera que sean los movimientos políticos que soplen, esas bases institucionales están ahí, como ariete de soporte de un sistema que funciona. Nicaragua no tendría por qué copiar una institucionalidad a la imagen y semejanza de Costa Rica, siempre y cuando fuera una institucionalidad democrática: empezando por la separación de poderes, el respeto a las sentencias de los jueces, la imparcialidad real de los jueces, la desaparición de la corrupción…

Al hablar del mundo editorial estadounidense, ha mencionado los encasillamientos literarios. ¿Ha podido navegar con su literatura lejos de esas clasificaciones establecidas?

Para mí la escritura presupone una libertad de experimentación y de búsqueda de caminos. No sentirse dominado, en primer lugar, por matrícula política o ideológica alguna, o creer que la literatura es una tribuna de la que puedes abusar. La literatura es invención, creación y, sobre todo, gozo del oficio. Gozar la escritura como tal. Y eso presupone una libertad de escogencia de los temas. Yo puedo elegir una novela como Tongolele no sabía bailar porque me lo dicta la necesidad, pero puedo apartarme de ese tema e irme a otro muy distinto que no tenga nada que ver con Nicaragua. Uso mi misma libertad para hacerlo. No voy a sentirme decepcionado conmigo mismo porque no le estoy poniendo atención a lo que está ocurriendo en Nicaragua y no estoy usando la literatura para tener el dedo puesto en esa llaga. ~




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(Zaragoza, 1968) es escritor. Es autor de los libros Carabinieri (2012) y Hamburguesas (2004), ambos editados por Xordica.


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