En el relato de terror de Mary Shelley Frankenstein, publicado en 1818, un inventor guiado por una ambiciĆ³n prometeica crea un monstruo juntando partes de cuerpos traĆdas de una āsala de disecciones y un mataderoā, e incluso de un cementerio, para formar una criatura humanoide. Pero el investigador, Victor Frankenstein, pronto se arrepiente de ese intento demasiado ambicioso de construir un facsĆmil de su propia especie. El monstruo, envidioso de la felicidad de su creador y creyendo que estĆ” condenado a la soledad y el rechazo, se vuelve violentamente contra su inventor y su familia y destroza su mundo: los Ćŗnicos legados de ese experimento de autorreplicaciĆ³n son el remordimiento y la tristeza.
La sociĆ³loga estadounidense Kim Scheppele, sin llevar muy lejos la analogĆa, describe la HungrĆa actual (presidida por otro Viktor) como un āEstado Frankensteinā, es decir, un mutante iliberal compuesto por varias partes ingeniosamente pegadas de democracias occidentales liberales. Lo que demuestra es que el primer ministro Viktor OrbĆ”n ha conseguido con Ć©xito acabar con la democracia liberal realizando una inteligente e irregular imitaciĆ³n. Ha creado un rĆ©gimen que representa un matrimonio feliz entre la idea de la polĆtica de Carl Schmitt, basada en el enfrentamiento melodramĆ”tico entre amigo y enemigo, y una fachada institucional de democracia liberal. Cuando la UniĆ³n Europea critica el gobierno de OrbĆ”n por el carĆ”cter iliberal de sus reformas, el gobierno seƱala rĆ”pidamente que cada cambio legislativo, regla o instituciĆ³n ha sido copiada fielmente del sistema legal de uno de los Estados miembros de la ue. Por eso no debe sorprendernos que haya muchos liberales occidentales que ven los regĆmenes polĆticos de HungrĆa y Polonia con el mismo āhorror y repulsaā que llenaba el corazĆ³n de Victor Frankenstein cuando observaba a su criatura.
Para comprender los orĆgenes de la actual revoluciĆ³n iliberal en Europa Central y del Este no hay que fijarse en la ideologĆa ni en la economĆa sino en la hostilidad reprimida que surgiĆ³ como consecuencia de la mĆmesis en los procesos de reformas en el Este despuĆ©s de 1989. El giro iliberal de la regiĆ³n no puede entenderse sin tener en cuenta las expectativas polĆticas de ānormalidadā creadas por la revoluciĆ³n de 1989 y la polĆtica de imitaciĆ³n que legitimĆ³. DespuĆ©s de la caĆda del muro de BerlĆn, Europa dejĆ³ de estar dividida entre comunistas y demĆ³cratas. Se dividĆa entre imitadores e imitados. Las relaciones Este-Oeste pasaron de la Guerra FrĆa, un conflicto estancado entre dos sistemas hostiles, a una jerarquĆa moral dentro de un Ćŗnico sistema liberal occidental. Mientras que los imitadores admiran a sus modelos, los imitados los observan con suficiencia. Por tanto, la razĆ³n por la que la āimitaciĆ³n de Occidenteā que eligieron voluntariamente los europeos del Este hace tres dĆ©cadas desembocĆ³ en una reacciĆ³n polĆtica radical no resulta un completo misterio. Durante las dos dĆ©cadas posteriores a 1989, la filosofĆa polĆtica de los paĆses poscomunistas de Europa Central y del Este podĆa resumirse en un solo imperativo: Ā”Imita a Occidente! El proceso se denominaba de diversas maneras ādemocratizaciĆ³n, liberalizaciĆ³n, ampliaciĆ³n, convergencia, integraciĆ³n, europeizaciĆ³nā, pero el objetivo de los reformistas era simple. Deseaban que sus paĆses se volvieran ānormalesā, lo que querĆa decir como Occidente. Esto implicaba importar instituciones liberales y democrĆ”ticas, aplicar recetas polĆticas y econĆ³micas occidentales y adoptar pĆŗblicamente valores occidentales. Se pensaba que la imitaciĆ³n era el camino mĆ”s corto hacia la libertad y la prosperidad.
Perseguir la reforma econĆ³mica y polĆtica imitando un modelo extranjero, sin embargo, tenĆa importantes inconvenientes morales y psicolĆ³gicos que muchos no supieron prever. La vida del imitador inevitablemente provoca una sensaciĆ³n de insuficiencia, inferioridad, dependencia, identidad perdida y deshonestidad involuntaria. La lucha inĆŗtil por crear una copia creĆble de un modelo idealizado requiere un proceso eterno de autocrĆtica e incluso de autoodio.
Lo que hace que la imitaciĆ³n sea tan irritante no es solo la suposiciĆ³n implĆcita de que el imitador es de alguna manera moral y humanamente inferior al modelo. TambiĆ©n implica la suposiciĆ³n de que los paĆses imitadores de Europa Central y del Este aceptan el derecho de Occidente a evaluar su Ć©xito o fracaso a la hora de aplicar los estĆ”ndares occidentales. En este sentido, la imitaciĆ³n se siente como una pĆ©rdida de soberanĆa.
Por eso el aumento del chovinismo autoritario y la xenofobia en Europa Central y del Este tiene sus raĆces no en la teorĆa polĆtica sino en la psicologĆa polĆtica. Refleja una aversiĆ³n arraigada en el āimperativo de imitaciĆ³nā posterior a 1989, con sus implicaciones humillantes y degradantes.
Los orĆgenes del actual iliberalismo en la regiĆ³n son emocionales y preideolĆ³gicos, se basan en la rebeliĆ³n ante las humillaciones que deben acompaƱar a un proyecto que requiere que una poblaciĆ³n acepte que hay una cultura extranjera superior a la suya. El iliberalismo, en un sentido estrictamente teĆ³rico, es entonces una coartada. Da una pĆ”tina de respetabilidad intelectual al deseo, ampliamente compartido en un nivel visceral, de deshacerse de la dependencia colonial implĆcita en el propio proyecto de occidentalizaciĆ³n.
La contrarrevoluciĆ³n antiliberal
Cuando el lĆder polaco JarosÅaw KaczyÅski acusa al āliberalismoā de āir en contra de la propia idea de naciĆ³nā,
(( Citado en Adam LeszczyÅski, āPolandās leading daily feels full force of JarosÅaw KazcyÅskiās angerā, The Guardian, 23 de febrero de 2016.
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y cuando la lugarteniente de OrbĆ”n MĆ”ria Schmidt dice que ānosotros somos hĆŗngaros, y queremos preservar nuestra culturaā,
((Citado en Philip Oltermann, āCan Europeās new xenophobes reshape the continent?ā, The Guardian, 3 de febrero de 2018.
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su nativismo encendido lleva consigo un rechazo a ser juzgado por extranjeros segĆŗn estĆ”ndares extranjeros. De hecho, estĆ”n diciendo āno estamos intentando copiaros, y por lo tanto no tiene sentido que nos considerĆ©is copias chapuceras y de mala calidad de vosotrosā. Por repetir, la supuesta āideologĆaā del iliberalismo estĆ” muy por debajo en el rĆ”nking de prioridades de sus proponentes; por encima estĆ” el deseo emocional de reconstruir el autoestima nacional negĆ”ndose a aceptar que el liberalismo tenga que ser el modelo que deben seguir todas las sociedades. El rechazo a la imitaciĆ³n obligatoria es primario, la crĆtica intelectual del modelo es simplemente secundaria y colateral.
A decir verdad, este rechazo a las ideas e instituciones liberales guiado por la humillaciĆ³n no ha surgido en un vacĆo. Numerosos e importantes cambios en la polĆtica global han preparado el terreno para una contrarrevoluciĆ³n iliberal. El ascenso de una China autoritaria como gigante econĆ³mico ha disuelto lo que en una ocasiĆ³n se vio como el vĆnculo intrĆnseco entre la democracia liberal y la prosperidad material. Mientras que en 1989 el liberalismo se asociaba con los atractivos ideales de libertad individual, justicia legal y transparencia gubernamental, en 2010 estaba manchado tras dos dĆ©cadas de asociaciĆ³n con gobiernos poscomunistas realmente existentes e inevitablemente llenos de errores. Las desastrosas consecuencias de la Guerra de Irak, que comenzĆ³ en 2003, desacreditaron la idea de la promociĆ³n de la democracia. La crisis econĆ³mica de 2008 promoviĆ³ la desconfianza hacia las Ć©lites empresariales y hacia el ācapitalismo de casinoā que casi destruyĆ³ el orden financiero global. Los europeos del Este se rebelaron contra el liberalismo no tanto porque estuviera fracasando en casa sino porque veĆan que estaba fracasando en Occidente. Es como si les hubieran dicho que imitaran a Occidente justo cuando Occidente estaba perdiendo su dominio. Ese contexto difĆcilmente podrĆa haber favorecido las polĆticas de imitaciĆ³n.
Las contrarrevoluciones que surgieron en HungrĆa en 2010 y en Polonia en 2015 representaban un retorno de lo reprimido perfectamente predecible. Los intentos de los europeos centrales y del Este de imitar el modo en que la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial trajeron problemas insuperables. La democracia alemana se basa en la idea de que el nacionalismo conduce inevitablemente al nazismo. El proyecto transnacional de la ue surgiĆ³ en parte como una estrategia geopolĆtica para bloquear una recuperaciĆ³n potencialmente peligrosa de la soberanĆa alemana, integrando econĆ³micamente al paĆs en el resto de Europa y dando a la RepĆŗblica Federal una identidad āposnacionalā. En Alemania, como resultado, el etnonacionalismo se volviĆ³ casi un crimen. Por su parte, a habitantes de Europa Central y del Este les cuesta compartir esa visiĆ³n tan negativa del nacionalismo. Primero porque sus Estados son hijos de la era del nacionalismo que acompaĆ±Ć³ a la ruptura de los imperios multinacionales. Segundo, porque el nacionalismo jugĆ³ un papel esencial en las revoluciones (generalmente pacĆficas) anticomunistas que comenzaron en 1989.
En Europa Central y del Este, al contrario que en Alemania, el nacionalismo y el liberalismo se ven como valores que se potencian mutuamente mĆ”s que como ideas enfrentadas. A los polacos les parecerĆa absurdo dejar de honrar a los lĆderes nacionalistas que perdieron la vida defendiendo Polonia contra Hitler o Stalin. La regiĆ³n tambiĆ©n se vio forzada a sufrir durante dĆ©cadas una propaganda comunista que de manera premeditada y soporĆfera denunciaba el nacionalismo. AquĆ estĆ” quizĆ” otra de las razones por las que a los europeos del Este les resulta extraƱo el deseo obsesivo de Alemania de separar la ciudadanĆa de la herencia en una comunidad nacional. Durante un tiempo, en los noventa, las guerras en Yugoslavia provocaron que toda Europa (incluida la porciĆ³n poscomunista) percibiera (o pretendiera percibir) el nacionalismo como la raĆz de todos los males. A largo plazo, sin embargo, la identificaciĆ³n del liberalismo con el antinacionalismo no solo hizo que la gente se distanciara de los partidos liberales en los paĆses poscomunistas. TambiĆ©n provocĆ³ que el liberalismo, incluido el llamado patriotismo constitucional, se viera como una nueva āideologĆa alemanaā diseƱada para gobernar Europa siguiendo los intereses de BerlĆn.
El doble significado de normalidad
Las revoluciones de 1989 parecĆan emocionantes en su momento, pero vistas en retrospectiva resultan ser revoluciones sin colores. āNo ha surgido ni una nueva idea de Europa del Este en 1989ā, declarĆ³ el historiador de la RevoluciĆ³n francesa FranƧois Furet.
(( Citado en Ralf Dahrendorf, Reflections on the Revolution in Europe, New Brunswick, N.J., Transaction, 2005, p. 27.
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El filĆ³sofo alemĆ”n mĆ”s famoso, JĆ¼rgen Habermas, estaba de acuerdo. No se escandalizaba por āla falta de ideas que sean o bien innovadoras u orientadas hacia el futuroā, ya que para Ć©l las revoluciones de Europa del Este eran ārevoluciones rectificadorasā
((JĆ¼rgen Habermas, āWhat does socialism mean today? The rectifying revolution and the need for new thinking on the leftā, New Left Review 183, septiembreāoctubre de 1990, pp. 5, 7.
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o ārevoluciones para ponerse al dĆaā.
(( JĆ¼rgen Habermas, Die Nachholende Revolution, FrĆ”ncfort, Suhrkamp, 1990.
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Su objetivo era traer de nuevo a las sociedades de Europa del Este hacia la normalidad de la modernidad occidental, lo que permitirĆa a los europeos del Este obtener lo que los europeos occidentales tenĆan desde hacĆa tiempo.
En 1989 los europeos centrales y del Este no soƱaban con un mundo perfecto que nunca existiĆ³. Aspiraban a una āvida normalā en un āpaĆs normalā. Como dijo mĆ”s adelante el polaco Adam Michnik, āMi obsesiĆ³n ha sido que tenemos que hacer una revoluciĆ³n que no se parezca a la francesa o rusa sino a la estadounidense, en el sentido de que sea a favor de algo y no en contra de algo. Una revoluciĆ³n para una constituciĆ³n, no un paraĆso. Una revoluciĆ³n antiutĆ³pica. Porque las utopĆas conducen a la guillotina y el gulag.ā Su eslogan era āLibertad, Fraternidad, Normalidadā.
((Roger Cohen, āThe accommodations of Adam Michnikā, The New York Times Magazine, 7 de noviembre de 1999.
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Cuando los polacos de su generaciĆ³n hablaban de ānormalidadā, ha de decirse, no se referĆan a un periodo precomunista de la historia polaca al que podrĆan volver felizmente una vez el parĆ©ntesis de la ocupaciĆ³n soviĆ©tica estuviera cerrado. Lo que querĆan decir con ānormalidadā era Occidente.
El checo VĆ”clav Havel describiĆ³ la lucha de su paĆs por escapar de la dominaciĆ³n comunista como, āsimplemente, el intento de acabar con su propia anormalidad, normalizarseā.
(( Citado en Benjamin Herman, āThe debate that wonāt die: Havel and Kundera on whether protest is worthwhileā, rfe/rl, 11 de enero de 2012.
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DespuĆ©s de dĆ©cadas viviendo con la mirada en un supuesto futuro radiante, la principal idea ahora era vivir en el presente y disfrutar los placeres del dĆa a dĆa.
Esta consideraciĆ³n de la ānormalidadā occidental como principal objetivo de una revoluciĆ³n polĆtica tenĆa dos efectos perversos. Planteaba la pregunta de cĆ³mo reconciliar lo ānormalā en el sentido de ālo que es comĆŗn en tu propio paĆsā con lo ānormalā en el sentido de āalgo que es Occidente que el Este no esā. TambiĆ©n hizo que la migraciĆ³n se convirtiera en la opciĆ³n natural para los revolucionarios de Europa Central y del Este.
Uno de los principales problemas del comunismo era que su ideal era una sociedad inexistente y que ademĆ”s todo el mundo pensaba que nunca podrĆa existir. Uno de los principales problemas de las revoluciones āoccidentalizadorasā, por otra parte, es que el modelo que aspiran a imitar estĆ” constantemente metarmofoseĆ”ndose a la vista de todos. La utopĆa socialista podĆa ser inalcanzable, pero al menos su condiciĆ³n inamovible resultaba reconfortante. La democracia liberal occidental, en cambio, ha demostrado ser excesivamente cambiante y proteica. Puesto que la normalidad occidental se define no como un ideal sino como una realidad existente, cualquier cambio en las sociedades occidentales trae una nueva imagen de lo que es normal. Del mismo modo que las empresas tecnolĆ³gicas insisten en que compres su Ćŗltimo modelo y hacen que sea difĆcil seguir con el anterior, Occidente insistĆa en que solo el Ćŗltimo modelo polĆtico posnacional que ofrecĆa Europa merecĆa la pena.
El efecto perturbador de una ānormalidadā cambiante se ejemplifica con la manera en la que los europeos del Este han reaccionado a las normas culturales cambiantes en las sociedades occidentales en las Ćŗltimas dos dĆ©cadas. Para los polacos conservadores, durante la Guerra FrĆa las sociedades occidentales eran normales porque, al contrario que en los sistemas comunistas, se apreciaba la tradiciĆ³n y se creĆa en Dios. De pronto los polacos descubrieron que la ānormalidadā occidental significa hoy laicismo, multiculturalismo y matrimonio homosexual. ĀæDeberĆa sorprendernos que los polacos y sus vecinos se sintieran āengaƱadosā cuando descubrieron que la sociedad que querĆan imitar habĆa desaparecido, arrastrada por las rĆ”pidas corrientes de la modernizaciĆ³n?
Si justo despuĆ©s de 1989 la ānormalidadā se entendĆa generalmente en tĆ©rminos polĆticos (elecciones libres, separaciĆ³n de poderes, propiedad privada y el derecho a viajar), durante la Ćŗltima dĆ©cada la normalidad ha comenzado a interpretarse en tĆ©rminos culturales. Como consecuencia, los europeos del Este se han vuelto resentidos y desconfĆan de los valores que llegan de Occidente. ParadĆ³jicamente, como veremos mĆ”s abajo, Europa del Este empieza a verse a sĆ misma como el Ćŗltimo bastiĆ³n de los valores europeos de verdad.
Para reconciliar la idea de ānormalā (lo que es comĆŗn en su paĆs) con lo que es normativamente obligatorio en los paĆses a los que quieren imitar, los europeos del Este, consciente o inconscientemente, han empezado a ānormalizarā a sus paĆses modelo, alegando que lo que es comĆŗn en el Este lo es tambiĆ©n en Occidente, a pesar de que los occidentales pretendan hacernos creer, de manera hipĆ³crita, que sus sociedades son diferentes. Los europeos del Este suelen calmar su disonancia normativa āentre, por ejemplo, pagar sobornos para sobrevivir en el Este y luchar contra la corrupciĆ³n en Occidenteā llegando a la conclusiĆ³n de que Occidente es igual de corrupto que el Este, pero los occidentales simplemente se niegan a aceptarlo y ocultan la verdad.
La revoluciĆ³n liberal en pos de la normalidad no se planeĆ³ como un salto en el tiempo desde un pasado oscuro a un futuro brillante. Se imaginĆ³ como un movimiento a travĆ©s del espacio fĆsico, como si toda Europa del Este se realojara en la Casa de Occidente, solo vista antes en fotografĆas y pelĆculas. Se hicieron analogĆas explĆcitas entre la unificaciĆ³n de Alemania tras la caĆda del muro y la idea de una Europa unificada. A principios de los noventa, de hecho, muchos europeos del Este se morĆan de envidia al ver a los afortunados alemanes orientales, que de un dĆa para otro habĆan inmigrado a Occidente y se habĆan despertado milagrosamente con pasaportes de Alemania Occidental y la cartera llena de marcos āo eso pensaban algunosā. Si la revoluciĆ³n de 1989 fue una migraciĆ³n a escala regional hacia el Oeste, la pregunta era quĆ© paĆses de Europa del Este llegarĆan primero a su destino compartido.
Salida, imitaciĆ³n y deslealtad
El 13 de diciembre de 1981, el general Wojciech Jaruzelski declarĆ³ el estado de emergencia en Polonia y decenas de miles de participantes en el movimiento anticomunista Solidaridad fueron arrestados. Un aƱo despuĆ©s, el gobierno polaco propuso liberar a aquellos que estuvieran dispuestos a firmar un juramento de lealtad y a aquellos dispuestos a emigrar. En respuesta a estas dos ofertas, Adam Michnik escribiĆ³ dos cartas desde su celda. Una se titulaba āPor quĆ© no firmasā y otra āPor quĆ© no emigrasā.
((Adam Michnik, āWhy you are not signingā¦: a letter from BiaÅoÅeka Internment Camp 1982ā y āWhy you are not emigratingā¦: a letter from BiaÅoÅeka 1982ā, en Michnik, Letters from prison and other essays, Berkeley, University of California Press, 1985, pp. 13ā24.
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Sus argumentos para no firmar estaban muy claros. Los activistas de Solidaridad no debĆan firmar un juramento de lealtad al gobierno porque el gobierno habĆa perdido la fe en Polonia. No debĆan firmar porque firmar para salvarse a uno mismo implicarĆa humillaciĆ³n y pĆ©rdida de dignidad, pero tambiĆ©n porque firmando se colocarĆan junto a quienes habĆan traicionado a sus amigos y sus ideales.
En cuanto a por quĆ© los disidentes encarcelados debĆan rechazar la emigraciĆ³n, Michnik pensĆ³ que eso requerĆa una respuesta mĆ”s matizada. Doce aƱos antes, Michnik, polaco judĆo y uno de los lĆderes de las protestas estudiantiles de marzo de 1968, habĆa sufrido al ver que sus mejores amigos abandonaban el paĆs. TambiĆ©n vio cĆ³mo el rĆ©gimen comunista intentaba persuadir a la gente comĆŗn de que quienes se habĆan marchado lo habĆan hecho porque no les importaba nada Polonia: solo los judĆos emigran. El gobierno intentĆ³ asĆ enfrentar a los polacos.
En 1982 Michnik ya no estaba enfadado con los amigos que habĆan abandonado el paĆs catorce aƱos antes. AdemĆ”s habĆa reconocido la importante contribuciĆ³n de la comunidad emigrada en el nacimiento de Solidaridad. Pero aunque admitĆa que la emigraciĆ³n era una expresiĆ³n legĆtima de la libertad personal, pedĆa con firmeza a los activistas de Solidaridad que no se fueran al exilio, porque ācada decisiĆ³n de emigrar es un regalo para Jaruzelskiā. Es mĆ”s, los disidentes que escaparan hacia la libertad mĆ”s allĆ” de las fronteras de Polonia estarĆan traicionando a los que se quedaban atrĆ”s, especialmente a aquellos que trabajaban y rezaban por lograr una Polonia mejor. Dejar el paĆs tambiĆ©n debilitarĆa el movimiento democrĆ”tico y ayudarĆa a los comunistas, al permitir que la sociedad se volviera fĆ”cilmente pacĆfica y al asociar la causa de la oposiciĆ³n con el egoĆsmo y la deslealtad a la naciĆ³n. La mejor manera de demostrar solidaridad con tus compatriotas que sufrĆan y resistir a los lĆderes comunistas era rechazar el regalo envenenado de la libertad personal en Occidente, porque ser capaz de emigrar y por lo tanto disfrutar esa libertad no era una opciĆ³n para la gran mayorĆa de polacos.
Al decidir no emigrar, sostenĆa Michnik, los activistas encarcelados daban sentido a aquellos que habĆan decidido emigrar antes y apoyaban la resistencia polaca desde el extranjero. La libertad significa que la gente tiene derecho a hacer lo que desea. Pero en las circunstancias de 1982, ālos activistas de Solidaridad internados que eligen el exilio estĆ”n cometiendo un acto que es al mismo tiempo una deserciĆ³n y una capitulaciĆ³nā. Michnik admitĆa que esta declaraciĆ³n sonaba demasiado dura e intolerante y que quizĆ” alguien pensara que entraba en conflicto con su idea de que āla decisiĆ³n de emigrar es una decisiĆ³n muy personalā. Pero en 1982, emigrar o no era el test de lealtad definitivo para los activistas de Solidaridad. Solo al elegir la permanencia en la cĆ”rcel en vez de seguir la oferta atractiva de la libertad personal en Occidente podrĆan ganarse el respeto de sus conciudadanos, piezas clave en el futuro de una sociedad polaca libre.
En 1982 la emigraciĆ³n era un acto de traiciĆ³n, pero no se veĆa asĆ en 1992. DespuĆ©s de 1989, el deseo de tener lo que Havel denominĆ³ āuna vida polĆtica normalā desembocĆ³ en una emigraciĆ³n masiva. Si en Alemania del Este a la āsalidaā le seguĆa la āvozā (por usar los famosos tĆ©rminos de Albert O. Hirschman), en Europa del Este era al contrario: primero llegĆ³ la voz, luego la salida. Al principio, la euforia por el fin del comunismo alimentĆ³ las esperanzas de una mejora inmediata y radical. Los europeos del Este se levantarĆan de una pesadilla comunista y pasarĆan a ser paĆses mĆ”s libres, prĆ³speros y, sobre todo, mĆ”s occidentales. Cuando la occidentalizaciĆ³n mĆ”gica e instantĆ”nea no llegĆ³, muchos se fueron con sus familias a Occidente. DespuĆ©s del sorprendente Ć©xito de una revoluciĆ³n que aspiraba a copiar la normalidad occidental, la afirmaciĆ³n tan dura de Michnik en 1982 de que la emigraciĆ³n al Oeste era una capitulaciĆ³n y una deserciĆ³n ya no tenĆa sentido. La elecciĆ³n personal de marcharse a Europa Occidental no podĆa ya estigmatizarse y considerarse como una traiciĆ³n. Una revoluciĆ³n que habĆa convertido la imitaciĆ³n de Occidente en su objetivo no tenĆa razones convincentes para estar en contra de la emigraciĆ³n a Occidente.
Las revoluciones, por definiciĆ³n, fuerzan a la gente a cruzar fronteras, tanto morales como territoriales. Cuando se produjo la RevoluciĆ³n francesa, muchos de sus enemigos escaparon. Cuando los bolcheviques establecieron su dictadura en Rusia, millones de rusos blancos dejaron el paĆs y sobrevivieron en el extranjero con las maletas siempre preparadas por si el bolchevismo caĆa. En esos casos, sin embargo, los enemigos derrotados de la revoluciĆ³n eran los que se marcharon. El contraste con 1989 es lo que convierte a esta revoluciĆ³n en una anomalĆa histĆ³rica. Tras las revoluciones de terciopelo, fueron los ganadores āno los perdedoresā los que se marcharon. Los mĆ”s impacientes por ver cambios en sus paĆses fueron tambiĆ©n los mĆ”s ansiosos por meterse de lleno en lo que implica una ciudadanĆa libre. Fueron los primeros en irse al extranjero a estudiar, trabajar o vivir, y llevaban consigo sus posiciones prooccidentales.
Es difĆcil imaginarse a LeĆ³n Trotski, despuĆ©s de la victoria de sus bolcheviques, decidir que ya era hora de irse a estudiar a Oxford. Pero eso es lo que hicieron Viktor OrbĆ”n y otros muchos. Y tenĆan buenas razones para hacerlo. Al contrario que los revolucionarios franceses y rusos, que creĆan que estaban construyendo una nueva civilizaciĆ³n hostil con el antiguo orden del trono y el altar, y que ParĆs y MoscĆŗ eran los lugares donde ese futuro se estaba forjando, los revolucionarios de 1989 estaban profundamente motivados para viajar a Occidente y ver de cerca lo normal que era la sociedad que deseaban construir en casa. Todo revolucionario quiere vivir en el futuro, y si Alemania era el futuro de Polonia, entonces los revolucionarios mĆ”s convencidos debĆan hacer las maletas y mudarse a Alemania.
El sueƱo de un regreso colectivo a Europa hizo que esa elecciĆ³n fuera lĆ³gica y legĆtima. ĀæPor quĆ© deberĆa esperar un joven polaco o hĆŗngaro a que su paĆs se convierta algĆŗn dĆa en Alemania, cuando podrĆa comenzar a trabajar y crear una familia en FrĆ”ncfort o Hamburgo maƱana? DespuĆ©s de todo, es mĆ”s fĆ”cil cambiar de paĆs que cambiar tu paĆs. Cuando se abrieron las fronteras despuĆ©s de 1989, la salida prevaleciĆ³ sobre la voz porque las reformas polĆticas requieren de la cooperaciĆ³n de muchos intereses sociales organizados, mientras que la emigraciĆ³n solo te necesita a ti y a los tuyos. La desconfianza hacia las lealtades nacionalistas y la perspectiva de una Europa polĆticamente unida tambiĆ©n ayudaron a los europeos del Este a tomar su decisiĆ³n. Esto, junto a la desapariciĆ³n de los disidentes anticomunistas, acabĆ³ con el efecto moral y emocional de las tremendas palabras de Michnik contra la emigraciĆ³n. Lo que nos lleva a la crisis de refugiados que azotĆ³ Europa en 2015 y 2016.
DemografĆa es destino
El relato dominante de la contrarrevoluciĆ³n iliberal en el Este de Europa puede resumirse si invertimos el significado de la idea de āsociedad abiertaā. En 1989 una sociedad abierta significaba la promesa de libertad, sobre todo una libertad para hacer lo que anteriormente estaba prohibido, concretamente viajar a Occidente. Hoy, la apertura hacia el mundo, para grandes sectores del electorado de Europa Central y del Este, no se asocia a la libertad sino al peligro: invasiĆ³n inmigrante, despoblaciĆ³n y pĆ©rdida de soberanĆa nacional.
La crisis de refugiados de 2015 puso en primer plano la revuelta incipiente de la regiĆ³n contra el individualismo y el universalismo. Lo que descubrieron los europeos del Este durante la crisis de refugiados fue que, en nuestro mundo conectado pero desigual, la migraciĆ³n es la revoluciĆ³n mĆ”s revolucionaria de todas. La revuelta de las masas del siglo XX es cosa del pasado. Nos enfrentamos a una revuelta de los migrantes del siglo XXI. La realizan anĆ”rquicamente millones de individuos y familias desconectados, no partidos revolucionarios organizados, y es una revuelta sin problemas de acciĆ³n colectiva. EstĆ” inspirada no por imĆ”genes ideolĆ³gicamente coloreadas de un futuro imaginario radiante, sino por imĆ”genes brillantes de la vida al otro lado de la frontera.
La globalizaciĆ³n ha convertido el mundo en una aldea, pero esta aldea vive bajo un tipo de dictadura, la de las comparaciones globales. La gente ya no solo compara sus vidas con las de sus vecinos, tambiĆ©n se compara con los habitantes mĆ”s prĆ³speros del planeta. Por eso si buscas una vida econĆ³micamente segura para tus hijos, lo mejor que puedes hacer es asegurarte de que nazcan en Dinamarca, Alemania o Suecia, con RepĆŗblica Checa o Polonia quizĆ” como segunda opciĆ³n.
La combinaciĆ³n de una poblaciĆ³n envejecida, tasas de natalidad bajas y una inmigraciĆ³n hacia el extranjero constante explica el pĆ”nico demogrĆ”fico en Europa Central y del Este, a pesar de que se expresa polĆticamente en la afirmaciĆ³n absurda de que los migrantes invasores de Ćfrica y Oriente Medio suponen una amenaza existencial para los paĆses de la regiĆ³n. La ansiedad por la inmigraciĆ³n estĆ” fomentada por el miedo de que extranjeros incapaces de asimilarse entren al paĆs, diluyan la identidad nacional y debiliten la cohesiĆ³n nacional. Este miedo refleja una preocupaciĆ³n latente por un colapso demogrĆ”fico. Entre 1989 y 2017, Letonia ha perdido un 27% de su poblaciĆ³n; Lituania, un 22,5%; Bulgaria casi un 21%. Dos millones de alemanes del Este, o casi un 14% de la poblaciĆ³n del paĆs antes de 1989, se marcharon a Alemania Occidental en busca de trabajo y una vida mejor.
(( Estos datos, y las cifras sobre demografĆa en Europa Central y del Este, provienen de Eurostat y de los cĆ”lculos de los autores, basados en la variable āPoblaciĆ³n a uno de enero por edad y sexoā.
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El nĆŗmero de europeos del Este que abandonaron su regiĆ³n natal (mayoritariamente para irse a Europa Occidental) tras la crisis econĆ³mica de 2008 supera el nĆŗmero total de refugiados que llegaron a Europa Occidental desde fuera de Europa, incluidos los refugiados de Siria. Alrededor de 3,4 millones de rumanos dejaron su paĆs en la dĆ©cada posterior a 2007, cifras asociadas normalmente a una guerra o a alguna catĆ”strofe. Tres cuartas partes de estos rumanos, ademĆ”s, tenĆan 35 aƱos o menos cuando se marcharon. La amenaza a la que se enfrentan Europa Central y del Este hoy se asemeja a la perspectiva de despoblaciĆ³n a la que se enfrentĆ³ Alemania del Este antes de que los comunistas levantaran el muro de BerlĆn: el peligro de que los ciudadanos en edad de trabajar dejen el Este para marcharse al Oeste.
El pĆ”nico ante una inexistente invasiĆ³n de inmigrantes
(( āTenemos que enfrentarnos a una riada de gente entrando de [ā¦] Oriente Medio, y mientras el Ćfrica profundo se ha puesto en marcha.
Millones de personas se estĆ”n preparando para venir. Globalmente, el deseo, la necesidad y la presiĆ³n que tiene la gente por continuar sus vidas en otro lugar distinto al suyo estĆ” aumentando. Esta es una de las oleadas de gente mĆ”s grandes de la historia, y trae consigo un peligro de consecuencias trĆ”gicas. Es una migraciĆ³n masiva global que no parece tener fin: los migrantes econĆ³micos en busca de una vida mejor, los refugiados y demĆ”s masas nĆ³madas todos juntos. Es un proceso descontrolado y desregulado, y āya que estoy hablando frente a la comunidad cientĆficaā la definiciĆ³n mĆ”s precisa para esto es āinvasiĆ³nāā, Viktor OrbĆ”n, Discurso de apertura del Foro CientĆfico Mundial, 7 de noviembre de 2015.
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deberĆa entenderse como un eco distorsionado del miedo, mĆ”s realista, de que una parte considerable de la poblaciĆ³n, incluidos los ciudadanos mĆ”s jĆ³venes y dinĆ”micos, deje el paĆs y se establezca en el extranjero de manera permanente. La magnitud de la migraciĆ³n de europeos del Este posterior a la caĆda del muro explica por quĆ© se ha producido una reacciĆ³n tan profundamente hostil a la crisis de refugiados en la regiĆ³n, a pesar de que no ha habido apenas refugiados que se hayan trasladado allĆ (aunque sĆ han transitado a travĆ©s de ella).
El miedo a la diversidad estĆ” en el nĆŗcleo del triunfo del iliberalismo europeo, pero tiene un significado diferente en el Este que en el Oeste. En Europa occidental, el iliberalismo surge del miedo a que las sociedades liberales sean incapaces de aguantar la diversidad. En el Este, la cuestiĆ³n es cĆ³mo prevenir que surja diversidad en primer lugar. Si hace un siglo Europa del Este era la regiĆ³n del continente mĆ”s Ć©tnicamente diversa, hoy es increĆblemente homogĆ©nea. Solo un 1,6% de los polacos ha nacido fuera de Polonia y la proporciĆ³n de musulmanes es inferior a un 0,1%.
La histeria antiinmigrante
El trauma que provoca observar cĆ³mo la gente escapa de tu regiĆ³n explica lo que de otra manera parecerĆa misterioso: el fuerte sentido de pĆ©rdida en paĆses que se han beneficiado de los cambios polĆticos y econĆ³micos desde 1989. En toda Europa, las regiones que han sufrido las mayores hemorragias de poblaciĆ³n en dĆ©cadas recientes han sido las mĆ”s proclives a votar a partidos de ultraderecha. Esto significa que el giro iliberal en Europa Central estĆ” tambiĆ©n profundamente enraizado en el Ć©xodo masivo de la regiĆ³n, especialmente de gente joven,
((āQuizĆ” vosotros [gente joven] sentĆs que el mundo os pertenece. [ā¦] Pero tambiĆ©n os llegarĆ” un momento en que os darĆ©is cuenta de que uno necesita un lugar, una lengua, un hogar donde estar con los suyos, y donde uno pueda vivir su vida con seguridad, rodeado de la buena voluntad de los otros. Un lugar al que poder volver, y donde la vida tiene sentido, y que al final no se caerĆ” en el olvido. [ā¦] JĆ³venes hĆŗngaros, ahora la patria os necesita. [ā¦] Venid y luchad con nosotros, para que cuando la necesitĆ©is, vuestra patria estĆ© todavĆa presente para vosotrosā, Viktor OrbĆ”n, Discurso ceremonial en el 170 aniversario de la RevoluciĆ³n hĆŗngara de 1848, 15 de marzo de 2018.
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y en la ansiedad demogrĆ”fica que ha provocado la inmigraciĆ³n hacia el extranjero.
El segundo factor que explica la histeria antiinmigraciĆ³n sin inmigrantes nos devuelve a nuestro tema principal. Aunque no se ha producido una āinvasiĆ³nā de inmigrantes africanos y de Oriente Medio, los europeos del Este han estado constantemente expuestos, a travĆ©s de un periodismo televisivo sensacionalista, a los problemas migratorios que abundan en Europa Occidental. La consecuencia es una nueva visiĆ³n en el Este de la divisoria esencial entre las dos mitades del continente: mientras el Este sigue siendo homogĆ©neo y monoĆ©tnico, el Oeste se ve heterogĆ©neo y multiĆ©tnico como resultado de unas polĆticas inconscientes y suicidas que han permitido la inmigraciĆ³n fĆ”cil. Es extraordinaria la radical reevaluaciĆ³n de valores que se ha producido aquĆ. Ya no se considera que los europeos occidentales estĆ©n en la vanguardia y los del Este atrasados, ahora los populistas xenĆ³fobos consideran que los europeos occidentales han perdido el rumbo. En las febriles imaginaciones de estos populistas Europa Occidental se ha convertido en la periferia de un Gran Ćfrica o un Gran Oriente Medio.
Como resultado, Europa Occidental ya no representa el modelo de un Occidente culturalmente triunfante que los europeos del Este querĆan imitar desde hace tiempo. Al contrario, las sociedades abiertas de Europa Occidental, incapaces de defender sus fronteras frente a āinvasoresā extranjeros (especialmente musulmanes), suponen un modelo bĆ”sicamente negativo, la viva imagen de un orden social que los europeos del Este quieren evitar a toda costa.
Para resucitar la desaprobaciĆ³n moral que habĆa antes asociada a la emigraciĆ³n, los populistas de Europa Central y del Este deben rechazar la idea de que HungrĆa, Polonia o los demĆ”s paĆses de la regiĆ³n solo pueden tener Ć©xito polĆtico y econĆ³mico si imitan fielmente a Occidente. El surgimiento de la retĆ³rica nacionalista y el giro iliberal en el Este parecen un intento desesperado de construir un āmuro de lealtadā que frene la hemorragia y evite que los jĆ³venes europeos del Este abandonen sus paĆses.
Dicho de otra manera, los populistas de Varsovia y Budapest han convertido la crisis de refugiados en Occidente en una oportunidad para mejorar la imagen del Este. Solo si los paĆses dejan de querer parecerse a Occidente sus ciudadanos dejarĆ”n de irse a Occidente. Para frenar la inmigraciĆ³n hacia el extranjero es necesario arruinar la reputaciĆ³n de Occidente como una tierra de oportunidades y acabar con la idea de que el liberalismo occidental es el patrĆ³n oro de un orden econĆ³mico y social avanzado. El sistema de inmigraciĆ³n libre de Europa occidental se debe rechazar no solo porque ha traĆdo a africanos y refugiados de Oriente Medio sino porque ha servido como un imĆ”n irresistible para los propios europeos del Este.
Un fantasma recorre Europa, el fantasma de la imitaciĆ³n invertida. Los actores en el ājuego de imitaciĆ³nā posterior a 1989 estĆ”n, al menos en algunos aspectos, cambiando de lugar. En algunos casos, los imitadores se han convertido en modelo y viceversa. La venganza definitiva de los populistas de Europa del Este contra el liberalismo occidental no se basa simplemente en rechazar el āimperativo de la imitaciĆ³nā, sino en invertirlo. Nosotros somos los verdaderos europeos, dicen OrbĆ”n y KazcyÅski, y si Occidente quiere salvarse a sĆ mismo tiene que imitar al Este. Como dijo OrbĆ”n en un discurso muy revelador en julio de 2017, āhace veintisiete aƱos aquĆ en Europa Central pensĆ”bamos que Europa era nuestro futuro, hoy pensamos que somos el futuro de Europaā.
(( Discurso de Viktor OrbƔn en la Universidad Abierta de Verano BƔlvƔnyos, 22 de julio de 2017.
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TraducciĆ³n del inglĆ©s de Ricardo Dudda.
Publicado originalmente en Journal of Democracy, 3/201.
(Lukovit, Bulgaria, 1965) e spolitĆ³logo. Dirige el Centro de Estrategias Liberales de SofĆa. En 2014 publicĆ³ Democracy disrupted (Penn University Press)