FotografĆ­a: Attila Volgyi

Explicando Europa del este: la imitaciĆ³n y sus descontentos

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En el relato de terror de Mary Shelley Frankenstein, publicado en 1818, un inventor guiado por una ambiciĆ³n prometeica crea un monstruo juntando partes de cuerpos traĆ­das de una ā€œsala de disecciones y un mataderoā€, e incluso de un cementerio, para formar una criatura humanoide. Pero el investigador, Victor Frankenstein, pronto se arrepiente de ese intento demasiado ambicioso de construir un facsĆ­mil de su propia especie. El monstruo, envidioso de la felicidad de su creador y creyendo que estĆ” condenado a la soledad y el rechazo, se vuelve violentamente contra su inventor y su familia y destroza su mundo: los Ćŗnicos legados de ese experimento de autorreplicaciĆ³n son el remordimiento y la tristeza.

La sociĆ³loga estadounidense Kim Scheppele, sin llevar muy lejos la analogĆ­a, describe la HungrĆ­a actual (presidida por otro Viktor) como un ā€œEstado Frankensteinā€, es decir, un mutante iliberal compuesto por varias partes ingeniosamente pegadas de democracias occidentales liberales. Lo que demuestra es que el primer ministro Viktor OrbĆ”n ha conseguido con Ć©xito acabar con la democracia liberal realizando una inteligente e irregular imitaciĆ³n. Ha creado un rĆ©gimen que representa un matrimonio feliz entre la idea de la polĆ­tica de Carl Schmitt, basada en el enfrentamiento melodramĆ”tico entre amigo y enemigo, y una fachada institucional de democracia liberal. Cuando la UniĆ³n Europea critica el gobierno de OrbĆ”n por el carĆ”cter iliberal de sus reformas, el gobierno seƱala rĆ”pidamente que cada cambio legislativo, regla o instituciĆ³n ha sido copiada fielmente del sistema legal de uno de los Estados miembros de la ue. Por eso no debe sorprendernos que haya muchos liberales occidentales que ven los regĆ­menes polĆ­ticos de HungrĆ­a y Polonia con el mismo ā€œhorror y repulsaā€ que llenaba el corazĆ³n de Victor Frankenstein cuando observaba a su criatura.

Para comprender los orĆ­genes de la actual revoluciĆ³n iliberal en Europa Central y del Este no hay que fijarse en la ideologĆ­a ni en la economĆ­a sino en la hostilidad reprimida que surgiĆ³ como consecuencia de la mĆ­mesis en los procesos de reformas en el Este despuĆ©s de 1989. El giro iliberal de la regiĆ³n no puede entenderse sin tener en cuenta las expectativas polĆ­ticas de ā€œnormalidadā€ creadas por la revoluciĆ³n de 1989 y la polĆ­tica de imitaciĆ³n que legitimĆ³. DespuĆ©s de la caĆ­da del muro de BerlĆ­n, Europa dejĆ³ de estar dividida entre comunistas y demĆ³cratas. Se dividĆ­a entre imitadores e imitados. Las relaciones Este-Oeste pasaron de la Guerra FrĆ­a, un conflicto estancado entre dos sistemas hostiles, a una jerarquĆ­a moral dentro de un Ćŗnico sistema liberal occidental. Mientras que los imitadores admiran a sus modelos, los imitados los observan con suficiencia. Por tanto, la razĆ³n por la que la ā€œimitaciĆ³n de Occidenteā€ que eligieron voluntariamente los europeos del Este hace tres dĆ©cadas desembocĆ³ en una reacciĆ³n polĆ­tica radical no resulta un completo misterio. Durante las dos dĆ©cadas posteriores a 1989, la filosofĆ­a polĆ­tica de los paĆ­ses poscomunistas de Europa Central y del Este podĆ­a resumirse en un solo imperativo: Ā”Imita a Occidente! El proceso se denominaba de diversas maneras ā€“democratizaciĆ³n, liberalizaciĆ³n, ampliaciĆ³n, convergencia, integraciĆ³n, europeizaciĆ³nā€“, pero el objetivo de los reformistas era simple. Deseaban que sus paĆ­ses se volvieran ā€œnormalesā€, lo que querĆ­a decir como Occidente. Esto implicaba importar instituciones liberales y democrĆ”ticas, aplicar recetas polĆ­ticas y econĆ³micas occidentales y adoptar pĆŗblicamente valores occidentales. Se pensaba que la imitaciĆ³n era el camino mĆ”s corto hacia la libertad y la prosperidad.

Perseguir la reforma econĆ³mica y polĆ­tica imitando un modelo extranjero, sin embargo, tenĆ­a importantes inconvenientes morales y psicolĆ³gicos que muchos no supieron prever. La vida del imitador inevitablemente provoca una sensaciĆ³n de insuficiencia, inferioridad, dependencia, identidad perdida y deshonestidad involuntaria. La lucha inĆŗtil por crear una copia creĆ­ble de un modelo idealizado requiere un proceso eterno de autocrĆ­tica e incluso de autoodio.

Lo que hace que la imitaciĆ³n sea tan irritante no es solo la suposiciĆ³n implĆ­cita de que el imitador es de alguna manera moral y humanamente inferior al modelo. TambiĆ©n implica la suposiciĆ³n de que los paĆ­ses imitadores de Europa Central y del Este aceptan el derecho de Occidente a evaluar su Ć©xito o fracaso a la hora de aplicar los estĆ”ndares occidentales. En este sentido, la imitaciĆ³n se siente como una pĆ©rdida de soberanĆ­a.

Por eso el aumento del chovinismo autoritario y la xenofobia en Europa Central y del Este tiene sus raĆ­ces no en la teorĆ­a polĆ­tica sino en la psicologĆ­a polĆ­tica. Refleja una aversiĆ³n arraigada en el ā€œimperativo de imitaciĆ³nā€ posterior a 1989, con sus implicaciones humillantes y degradantes.

Los orĆ­genes del actual iliberalismo en la regiĆ³n son emocionales y preideolĆ³gicos, se basan en la rebeliĆ³n ante las humillaciones que deben acompaƱar a un proyecto que requiere que una poblaciĆ³n acepte que hay una cultura extranjera superior a la suya. El iliberalismo, en un sentido estrictamente teĆ³rico, es entonces una coartada. Da una pĆ”tina de respetabilidad intelectual al deseo, ampliamente compartido en un nivel visceral, de deshacerse de la dependencia colonial implĆ­cita en el propio proyecto de occidentalizaciĆ³n.

La contrarrevoluciĆ³n antiliberal

Cuando el lĆ­der polaco Jarosław Kaczyński acusa al ā€œliberalismoā€ de ā€œir en contra de la propia idea de naciĆ³nā€,

(( Citado en Adam Leszczyński, ā€œPolandā€™s leading daily feels full force of Jarosław Kazcyńskiā€™s angerā€, The Guardian, 23 de febrero de 2016.
))

 y cuando la lugarteniente de OrbĆ”n MĆ”ria Schmidt dice que ā€œnosotros somos hĆŗngaros, y queremos preservar nuestra culturaā€,

((Citado en Philip Oltermann, ā€œCan Europeā€™s new xenophobes reshape the continent?ā€, The Guardian, 3 de febrero de 2018.
))

 su nativismo encendido lleva consigo un rechazo a ser juzgado por extranjeros segĆŗn estĆ”ndares extranjeros. De hecho, estĆ”n diciendo ā€œno estamos intentando copiaros, y por lo tanto no tiene sentido que nos considerĆ©is copias chapuceras y de mala calidad de vosotrosā€. Por repetir, la supuesta ā€œideologĆ­aā€ del iliberalismo estĆ” muy por debajo en el rĆ”nking de prioridades de sus proponentes; por encima estĆ” el deseo emocional de reconstruir el autoestima nacional negĆ”ndose a aceptar que el liberalismo tenga que ser el modelo que deben seguir todas las sociedades. El rechazo a la imitaciĆ³n obligatoria es primario, la crĆ­tica intelectual del modelo es simplemente secundaria y colateral.

A decir verdad, este rechazo a las ideas e instituciones liberales guiado por la humillaciĆ³n no ha surgido en un vacĆ­o. Numerosos e importantes cambios en la polĆ­tica global han preparado el terreno para una contrarrevoluciĆ³n iliberal. El ascenso de una China autoritaria como gigante econĆ³mico ha disuelto lo que en una ocasiĆ³n se vio como el vĆ­nculo intrĆ­nseco entre la democracia liberal y la prosperidad material. Mientras que en 1989 el liberalismo se asociaba con los atractivos ideales de libertad individual, justicia legal y transparencia gubernamental, en 2010 estaba manchado tras dos dĆ©cadas de asociaciĆ³n con gobiernos poscomunistas realmente existentes e inevitablemente llenos de errores. Las desastrosas consecuencias de la Guerra de Irak, que comenzĆ³ en 2003, desacreditaron la idea de la promociĆ³n de la democracia. La crisis econĆ³mica de 2008 promoviĆ³ la desconfianza hacia las Ć©lites empresariales y hacia el ā€œcapitalismo de casinoā€ que casi destruyĆ³ el orden financiero global. Los europeos del Este se rebelaron contra el liberalismo no tanto porque estuviera fracasando en casa sino porque veĆ­an que estaba fracasando en Occidente. Es como si les hubieran dicho que imitaran a Occidente justo cuando Occidente estaba perdiendo su dominio. Ese contexto difĆ­cilmente podrĆ­a haber favorecido las polĆ­ticas de imitaciĆ³n.

Las contrarrevoluciones que surgieron en HungrĆ­a en 2010 y en Polonia en 2015 representaban un retorno de lo reprimido perfectamente predecible. Los intentos de los europeos centrales y del Este de imitar el modo en que la Alemania posterior a la Segunda Guerra Mundial trajeron problemas insuperables. La democracia alemana se basa en la idea de que el nacionalismo conduce inevitablemente al nazismo. El proyecto transnacional de la ue surgiĆ³ en parte como una estrategia geopolĆ­tica para bloquear una recuperaciĆ³n potencialmente peligrosa de la soberanĆ­a alemana, integrando econĆ³micamente al paĆ­s en el resto de Europa y dando a la RepĆŗblica Federal una identidad ā€œposnacionalā€. En Alemania, como resultado, el etnonacionalismo se volviĆ³ casi un crimen. Por su parte, a habitantes de Europa Central y del Este les cuesta compartir esa visiĆ³n tan negativa del nacionalismo. Primero porque sus Estados son hijos de la era del nacionalismo que acompaĆ±Ć³ a la ruptura de los imperios multinacionales. Segundo, porque el nacionalismo jugĆ³ un papel esencial en las revoluciones (generalmente pacĆ­ficas) anticomunistas que comenzaron en 1989.

En Europa Central y del Este, al contrario que en Alemania, el nacionalismo y el liberalismo se ven como valores que se potencian mutuamente mĆ”s que como ideas enfrentadas. A los polacos les parecerĆ­a absurdo dejar de honrar a los lĆ­deres nacionalistas que perdieron la vida defendiendo Polonia contra Hitler o Stalin. La regiĆ³n tambiĆ©n se vio forzada a sufrir durante dĆ©cadas una propaganda comunista que de manera premeditada y soporĆ­fera denunciaba el nacionalismo. AquĆ­ estĆ” quizĆ” otra de las razones por las que a los europeos del Este les resulta extraƱo el deseo obsesivo de Alemania de separar la ciudadanĆ­a de la herencia en una comunidad nacional. Durante un tiempo, en los noventa, las guerras en Yugoslavia provocaron que toda Europa (incluida la porciĆ³n poscomunista) percibiera (o pretendiera percibir) el nacionalismo como la raĆ­z de todos los males. A largo plazo, sin embargo, la identificaciĆ³n del liberalismo con el antinacionalismo no solo hizo que la gente se distanciara de los partidos liberales en los paĆ­ses poscomunistas. TambiĆ©n provocĆ³ que el liberalismo, incluido el llamado patriotismo constitucional, se viera como una nueva ā€œideologĆ­a alemanaā€ diseƱada para gobernar Europa siguiendo los intereses de BerlĆ­n.

El doble significado de normalidad

Las revoluciones de 1989 parecĆ­an emocionantes en su momento, pero vistas en retrospectiva resultan ser revoluciones sin colores. ā€œNo ha surgido ni una nueva idea de Europa del Este en 1989ā€, declarĆ³ el historiador de la RevoluciĆ³n francesa FranƧois Furet.

(( Citado en Ralf Dahrendorf, Reflections on the Revolution in Europe, New Brunswick, N.J., Transaction, 2005, p. 27.
))

 El filĆ³sofo alemĆ”n mĆ”s famoso, JĆ¼rgen Habermas, estaba de acuerdo. No se escandalizaba por ā€œla falta de ideas que sean o bien innovadoras u orientadas hacia el futuroā€, ya que para Ć©l las revoluciones de Europa del Este eran ā€œrevoluciones rectificadorasā€

((JĆ¼rgen Habermas, ā€œWhat does socialism mean today? The rectifying revolution and the need for new thinking on the leftā€, New Left Review 183, septiembreā€“octubre de 1990, pp. 5, 7.
))

 o ā€œrevoluciones para ponerse al dĆ­aā€.

(( JĆ¼rgen Habermas, Die Nachholende Revolution, FrĆ”ncfort, Suhrkamp, 1990.
))

 Su objetivo era traer de nuevo a las sociedades de Europa del Este hacia la normalidad de la modernidad occidental, lo que permitirĆ­a a los europeos del Este obtener lo que los europeos occidentales tenĆ­an desde hacĆ­a tiempo.

En 1989 los europeos centrales y del Este no soƱaban con un mundo perfecto que nunca existiĆ³. Aspiraban a una ā€œvida normalā€ en un ā€œpaĆ­s normalā€. Como dijo mĆ”s adelante el polaco Adam Michnik, ā€œMi obsesiĆ³n ha sido que tenemos que hacer una revoluciĆ³n que no se parezca a la francesa o rusa sino a la estadounidense, en el sentido de que sea a favor de algo y no en contra de algo. Una revoluciĆ³n para una constituciĆ³n, no un paraĆ­so. Una revoluciĆ³n antiutĆ³pica. Porque las utopĆ­as conducen a la guillotina y el gulag.ā€ Su eslogan era ā€œLibertad, Fraternidad, Normalidadā€.

((Roger Cohen, ā€œThe accommodations of Adam Michnikā€, The New York Times Magazine, 7 de noviembre de 1999.
))

 Cuando los polacos de su generaciĆ³n hablaban de ā€œnormalidadā€, ha de decirse, no se referĆ­an a un periodo precomunista de la historia polaca al que podrĆ­an volver felizmente una vez el parĆ©ntesis de la ocupaciĆ³n soviĆ©tica estuviera cerrado. Lo que querĆ­an decir con ā€œnormalidadā€ era Occidente.

El checo VĆ”clav Havel describiĆ³ la lucha de su paĆ­s por escapar de la dominaciĆ³n comunista como, ā€œsimplemente, el intento de acabar con su propia anormalidad, normalizarseā€.

(( Citado en Benjamin Herman, ā€œThe debate that wonā€™t die: Havel and Kundera on whether protest is worthwhileā€, rfe/rl, 11 de enero de 2012.
))

 DespuĆ©s de dĆ©cadas viviendo con la mirada en un supuesto futuro radiante, la principal idea ahora era vivir en el presente y disfrutar los placeres del dĆ­a a dĆ­a.

Esta consideraciĆ³n de la ā€œnormalidadā€ occidental como principal objetivo de una revoluciĆ³n polĆ­tica tenĆ­a dos efectos perversos. Planteaba la pregunta de cĆ³mo reconciliar lo ā€œnormalā€ en el sentido de ā€œlo que es comĆŗn en tu propio paĆ­sā€ con lo ā€œnormalā€ en el sentido de ā€œalgo que es Occidente que el Este no esā€. TambiĆ©n hizo que la migraciĆ³n se convirtiera en la opciĆ³n natural para los revolucionarios de Europa Central y del Este.

Uno de los principales problemas del comunismo era que su ideal era una sociedad inexistente y que ademĆ”s todo el mundo pensaba que nunca podrĆ­a existir. Uno de los principales problemas de las revoluciones ā€œoccidentalizadorasā€, por otra parte, es que el modelo que aspiran a imitar estĆ” constantemente metarmofoseĆ”ndose a la vista de todos. La utopĆ­a socialista podĆ­a ser inalcanzable, pero al menos su condiciĆ³n inamovible resultaba reconfortante. La democracia liberal occidental, en cambio, ha demostrado ser excesivamente cambiante y proteica. Puesto que la normalidad occidental se define no como un ideal sino como una realidad existente, cualquier cambio en las sociedades occidentales trae una nueva imagen de lo que es normal. Del mismo modo que las empresas tecnolĆ³gicas insisten en que compres su Ćŗltimo modelo y hacen que sea difĆ­cil seguir con el anterior, Occidente insistĆ­a en que solo el Ćŗltimo modelo polĆ­tico posnacional que ofrecĆ­a Europa merecĆ­a la pena.

El efecto perturbador de una ā€œnormalidadā€ cambiante se ejemplifica con la manera en la que los europeos del Este han reaccionado a las normas culturales cambiantes en las sociedades occidentales en las Ćŗltimas dos dĆ©cadas. Para los polacos conservadores, durante la Guerra FrĆ­a las sociedades occidentales eran normales porque, al contrario que en los sistemas comunistas, se apreciaba la tradiciĆ³n y se creĆ­a en Dios. De pronto los polacos descubrieron que la ā€œnormalidadā€ occidental significa hoy laicismo, multiculturalismo y matrimonio homosexual. ĀæDeberĆ­a sorprendernos que los polacos y sus vecinos se sintieran ā€œengaƱadosā€ cuando descubrieron que la sociedad que querĆ­an imitar habĆ­a desaparecido, arrastrada por las rĆ”pidas corrientes de la modernizaciĆ³n?

Si justo despuĆ©s de 1989 la ā€œnormalidadā€ se entendĆ­a generalmente en tĆ©rminos polĆ­ticos (elecciones libres, separaciĆ³n de poderes, propiedad privada y el derecho a viajar), durante la Ćŗltima dĆ©cada la normalidad ha comenzado a interpretarse en tĆ©rminos culturales. Como consecuencia, los europeos del Este se han vuelto resentidos y desconfĆ­an de los valores que llegan de Occidente. ParadĆ³jicamente, como veremos mĆ”s abajo, Europa del Este empieza a verse a sĆ­ misma como el Ćŗltimo bastiĆ³n de los valores europeos de verdad.

Para reconciliar la idea de ā€œnormalā€ (lo que es comĆŗn en su paĆ­s) con lo que es normativamente obligatorio en los paĆ­ses a los que quieren imitar, los europeos del Este, consciente o inconscientemente, han empezado a ā€œnormalizarā€ a sus paĆ­ses modelo, alegando que lo que es comĆŗn en el Este lo es tambiĆ©n en Occidente, a pesar de que los occidentales pretendan hacernos creer, de manera hipĆ³crita, que sus sociedades son diferentes. Los europeos del Este suelen calmar su disonancia normativa ā€“entre, por ejemplo, pagar sobornos para sobrevivir en el Este y luchar contra la corrupciĆ³n en Occidenteā€“ llegando a la conclusiĆ³n de que Occidente es igual de corrupto que el Este, pero los occidentales simplemente se niegan a aceptarlo y ocultan la verdad.

La revoluciĆ³n liberal en pos de la normalidad no se planeĆ³ como un salto en el tiempo desde un pasado oscuro a un futuro brillante. Se imaginĆ³ como un movimiento a travĆ©s del espacio fĆ­sico, como si toda Europa del Este se realojara en la Casa de Occidente, solo vista antes en fotografĆ­as y pelĆ­culas. Se hicieron analogĆ­as explĆ­citas entre la unificaciĆ³n de Alemania tras la caĆ­da del muro y la idea de una Europa unificada. A principios de los noventa, de hecho, muchos europeos del Este se morĆ­an de envidia al ver a los afortunados alemanes orientales, que de un dĆ­a para otro habĆ­an inmigrado a Occidente y se habĆ­an despertado milagrosamente con pasaportes de Alemania Occidental y la cartera llena de marcos ā€“o eso pensaban algunosā€“. Si la revoluciĆ³n de 1989 fue una migraciĆ³n a escala regional hacia el Oeste, la pregunta era quĆ© paĆ­ses de Europa del Este llegarĆ­an primero a su destino compartido.

Salida, imitaciĆ³n y deslealtad

El 13 de diciembre de 1981, el general Wojciech Jaruzelski declarĆ³ el estado de emergencia en Polonia y decenas de miles de participantes en el movimiento anticomunista Solidaridad fueron arrestados. Un aƱo despuĆ©s, el gobierno polaco propuso liberar a aquellos que estuvieran dispuestos a firmar un juramento de lealtad y a aquellos dispuestos a emigrar. En respuesta a estas dos ofertas, Adam Michnik escribiĆ³ dos cartas desde su celda. Una se titulaba ā€œPor quĆ© no firmasā€ y otra ā€œPor quĆ© no emigrasā€.

((Adam Michnik, ā€œWhy you are not signingā€¦: a letter from Białołeka Internment Camp 1982ā€ y ā€œWhy you are not emigratingā€¦: a letter from Białołeka 1982ā€, en Michnik, Letters from prison and other essays, Berkeley, University of California Press, 1985, pp. 13ā€“24.
))

 Sus argumentos para no firmar estaban muy claros. Los activistas de Solidaridad no debĆ­an firmar un juramento de lealtad al gobierno porque el gobierno habĆ­a perdido la fe en Polonia. No debĆ­an firmar porque firmar para salvarse a uno mismo implicarĆ­a humillaciĆ³n y pĆ©rdida de dignidad, pero tambiĆ©n porque firmando se colocarĆ­an junto a quienes habĆ­an traicionado a sus amigos y sus ideales.

En cuanto a por quĆ© los disidentes encarcelados debĆ­an rechazar la emigraciĆ³n, Michnik pensĆ³ que eso requerĆ­a una respuesta mĆ”s matizada. Doce aƱos antes, Michnik, polaco judĆ­o y uno de los lĆ­deres de las protestas estudiantiles de marzo de 1968, habĆ­a sufrido al ver que sus mejores amigos abandonaban el paĆ­s. TambiĆ©n vio cĆ³mo el rĆ©gimen comunista intentaba persuadir a la gente comĆŗn de que quienes se habĆ­an marchado lo habĆ­an hecho porque no les importaba nada Polonia: solo los judĆ­os emigran. El gobierno intentĆ³ asĆ­ enfrentar a los polacos.

En 1982 Michnik ya no estaba enfadado con los amigos que habĆ­an abandonado el paĆ­s catorce aƱos antes. AdemĆ”s habĆ­a reconocido la importante contribuciĆ³n de la comunidad emigrada en el nacimiento de Solidaridad. Pero aunque admitĆ­a que la emigraciĆ³n era una expresiĆ³n legĆ­tima de la libertad personal, pedĆ­a con firmeza a los activistas de Solidaridad que no se fueran al exilio, porque ā€œcada decisiĆ³n de emigrar es un regalo para Jaruzelskiā€. Es mĆ”s, los disidentes que escaparan hacia la libertad mĆ”s allĆ” de las fronteras de Polonia estarĆ­an traicionando a los que se quedaban atrĆ”s, especialmente a aquellos que trabajaban y rezaban por lograr una Polonia mejor. Dejar el paĆ­s tambiĆ©n debilitarĆ­a el movimiento democrĆ”tico y ayudarĆ­a a los comunistas, al permitir que la sociedad se volviera fĆ”cilmente pacĆ­fica y al asociar la causa de la oposiciĆ³n con el egoĆ­smo y la deslealtad a la naciĆ³n. La mejor manera de demostrar solidaridad con tus compatriotas que sufrĆ­an y resistir a los lĆ­deres comunistas era rechazar el regalo envenenado de la libertad personal en Occidente, porque ser capaz de emigrar y por lo tanto disfrutar esa libertad no era una opciĆ³n para la gran mayorĆ­a de polacos.

Al decidir no emigrar, sostenĆ­a Michnik, los activistas encarcelados daban sentido a aquellos que habĆ­an decidido emigrar antes y apoyaban la resistencia polaca desde el extranjero. La libertad significa que la gente tiene derecho a hacer lo que desea. Pero en las circunstancias de 1982, ā€œlos activistas de Solidaridad internados que eligen el exilio estĆ”n cometiendo un acto que es al mismo tiempo una deserciĆ³n y una capitulaciĆ³nā€. Michnik admitĆ­a que esta declaraciĆ³n sonaba demasiado dura e intolerante y que quizĆ” alguien pensara que entraba en conflicto con su idea de que ā€œla decisiĆ³n de emigrar es una decisiĆ³n muy personalā€. Pero en 1982, emigrar o no era el test de lealtad definitivo para los activistas de Solidaridad. Solo al elegir la permanencia en la cĆ”rcel en vez de seguir la oferta atractiva de la libertad personal en Occidente podrĆ­an ganarse el respeto de sus conciudadanos, piezas clave en el futuro de una sociedad polaca libre.

En 1982 la emigraciĆ³n era un acto de traiciĆ³n, pero no se veĆ­a asĆ­ en 1992. DespuĆ©s de 1989, el deseo de tener lo que Havel denominĆ³ ā€œuna vida polĆ­tica normalā€ desembocĆ³ en una emigraciĆ³n masiva. Si en Alemania del Este a la ā€œsalidaā€ le seguĆ­a la ā€œvozā€ (por usar los famosos tĆ©rminos de Albert O. Hirschman), en Europa del Este era al contrario: primero llegĆ³ la voz, luego la salida. Al principio, la euforia por el fin del comunismo alimentĆ³ las esperanzas de una mejora inmediata y radical. Los europeos del Este se levantarĆ­an de una pesadilla comunista y pasarĆ­an a ser paĆ­ses mĆ”s libres, prĆ³speros y, sobre todo, mĆ”s occidentales. Cuando la occidentalizaciĆ³n mĆ”gica e instantĆ”nea no llegĆ³, muchos se fueron con sus familias a Occidente. DespuĆ©s del sorprendente Ć©xito de una revoluciĆ³n que aspiraba a copiar la normalidad occidental, la afirmaciĆ³n tan dura de Michnik en 1982 de que la emigraciĆ³n al Oeste era una capitulaciĆ³n y una deserciĆ³n ya no tenĆ­a sentido. La elecciĆ³n personal de marcharse a Europa Occidental no podĆ­a ya estigmatizarse y considerarse como una traiciĆ³n. Una revoluciĆ³n que habĆ­a convertido la imitaciĆ³n de Occidente en su objetivo no tenĆ­a razones convincentes para estar en contra de la emigraciĆ³n a Occidente.

Las revoluciones, por definiciĆ³n, fuerzan a la gente a cruzar fronteras, tanto morales como territoriales. Cuando se produjo la RevoluciĆ³n francesa, muchos de sus enemigos escaparon. Cuando los bolcheviques establecieron su dictadura en Rusia, millones de rusos blancos dejaron el paĆ­s y sobrevivieron en el extranjero con las maletas siempre preparadas por si el bolchevismo caĆ­a. En esos casos, sin embargo, los enemigos derrotados de la revoluciĆ³n eran los que se marcharon. El contraste con 1989 es lo que convierte a esta revoluciĆ³n en una anomalĆ­a histĆ³rica. Tras las revoluciones de terciopelo, fueron los ganadores ā€“no los perdedoresā€“ los que se marcharon. Los mĆ”s impacientes por ver cambios en sus paĆ­ses fueron tambiĆ©n los mĆ”s ansiosos por meterse de lleno en lo que implica una ciudadanĆ­a libre. Fueron los primeros en irse al extranjero a estudiar, trabajar o vivir, y llevaban consigo sus posiciones prooccidentales.

Es difĆ­cil imaginarse a LeĆ³n Trotski, despuĆ©s de la victoria de sus bolcheviques, decidir que ya era hora de irse a estudiar a Oxford. Pero eso es lo que hicieron Viktor OrbĆ”n y otros muchos. Y tenĆ­an buenas razones para hacerlo. Al contrario que los revolucionarios franceses y rusos, que creĆ­an que estaban construyendo una nueva civilizaciĆ³n hostil con el antiguo orden del trono y el altar, y que ParĆ­s y MoscĆŗ eran los lugares donde ese futuro se estaba forjando, los revolucionarios de 1989 estaban profundamente motivados para viajar a Occidente y ver de cerca lo normal que era la sociedad que deseaban construir en casa. Todo revolucionario quiere vivir en el futuro, y si Alemania era el futuro de Polonia, entonces los revolucionarios mĆ”s convencidos debĆ­an hacer las maletas y mudarse a Alemania.

El sueƱo de un regreso colectivo a Europa hizo que esa elecciĆ³n fuera lĆ³gica y legĆ­tima. ĀæPor quĆ© deberĆ­a esperar un joven polaco o hĆŗngaro a que su paĆ­s se convierta algĆŗn dĆ­a en Alemania, cuando podrĆ­a comenzar a trabajar y crear una familia en FrĆ”ncfort o Hamburgo maƱana? DespuĆ©s de todo, es mĆ”s fĆ”cil cambiar de paĆ­s que cambiar tu paĆ­s. Cuando se abrieron las fronteras despuĆ©s de 1989, la salida prevaleciĆ³ sobre la voz porque las reformas polĆ­ticas requieren de la cooperaciĆ³n de muchos intereses sociales organizados, mientras que la emigraciĆ³n solo te necesita a ti y a los tuyos. La desconfianza hacia las lealtades nacionalistas y la perspectiva de una Europa polĆ­ticamente unida tambiĆ©n ayudaron a los europeos del Este a tomar su decisiĆ³n. Esto, junto a la desapariciĆ³n de los disidentes anticomunistas, acabĆ³ con el efecto moral y emocional de las tremendas palabras de Michnik contra la emigraciĆ³n. Lo que nos lleva a la crisis de refugiados que azotĆ³ Europa en 2015 y 2016.

DemografĆ­a es destino

El relato dominante de la contrarrevoluciĆ³n iliberal en el Este de Europa puede resumirse si invertimos el significado de la idea de ā€œsociedad abiertaā€. En 1989 una sociedad abierta significaba la promesa de libertad, sobre todo una libertad para hacer lo que anteriormente estaba prohibido, concretamente viajar a Occidente. Hoy, la apertura hacia el mundo, para grandes sectores del electorado de Europa Central y del Este, no se asocia a la libertad sino al peligro: invasiĆ³n inmigrante, despoblaciĆ³n y pĆ©rdida de soberanĆ­a nacional.

La crisis de refugiados de 2015 puso en primer plano la revuelta incipiente de la regiĆ³n contra el individualismo y el universalismo. Lo que descubrieron los europeos del Este durante la crisis de refugiados fue que, en nuestro mundo conectado pero desigual, la migraciĆ³n es la revoluciĆ³n mĆ”s revolucionaria de todas. La revuelta de las masas del siglo XX es cosa del pasado. Nos enfrentamos a una revuelta de los migrantes del siglo XXI. La realizan anĆ”rquicamente millones de individuos y familias desconectados, no partidos revolucionarios organizados, y es una revuelta sin problemas de acciĆ³n colectiva. EstĆ” inspirada no por imĆ”genes ideolĆ³gicamente coloreadas de un futuro imaginario radiante, sino por imĆ”genes brillantes de la vida al otro lado de la frontera.

La globalizaciĆ³n ha convertido el mundo en una aldea, pero esta aldea vive bajo un tipo de dictadura, la de las comparaciones globales. La gente ya no solo compara sus vidas con las de sus vecinos, tambiĆ©n se compara con los habitantes mĆ”s prĆ³speros del planeta. Por eso si buscas una vida econĆ³micamente segura para tus hijos, lo mejor que puedes hacer es asegurarte de que nazcan en Dinamarca, Alemania o Suecia, con RepĆŗblica Checa o Polonia quizĆ” como segunda opciĆ³n.

La combinaciĆ³n de una poblaciĆ³n envejecida, tasas de natalidad bajas y una inmigraciĆ³n hacia el extranjero constante explica el pĆ”nico demogrĆ”fico en Europa Central y del Este, a pesar de que se expresa polĆ­ticamente en la afirmaciĆ³n absurda de que los migrantes invasores de Ɓfrica y Oriente Medio suponen una amenaza existencial para los paĆ­ses de la regiĆ³n. La ansiedad por la inmigraciĆ³n estĆ” fomentada por el miedo de que extranjeros incapaces de asimilarse entren al paĆ­s, diluyan la identidad nacional y debiliten la cohesiĆ³n nacional. Este miedo refleja una preocupaciĆ³n latente por un colapso demogrĆ”fico. Entre 1989 y 2017, Letonia ha perdido un 27% de su poblaciĆ³n; Lituania, un 22,5%; Bulgaria casi un 21%. Dos millones de alemanes del Este, o casi un 14% de la poblaciĆ³n del paĆ­s antes de 1989, se marcharon a Alemania Occidental en busca de trabajo y una vida mejor.

(( Estos datos, y las cifras sobre demografĆ­a en Europa Central y del Este, provienen de Eurostat y de los cĆ”lculos de los autores, basados en la variable ā€œPoblaciĆ³n a uno de enero por edad y sexoā€.
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El nĆŗmero de europeos del Este que abandonaron su regiĆ³n natal (mayoritariamente para irse a Europa Occidental) tras la crisis econĆ³mica de 2008 supera el nĆŗmero total de refugiados que llegaron a Europa Occidental desde fuera de Europa, incluidos los refugiados de Siria. Alrededor de 3,4 millones de rumanos dejaron su paĆ­s en la dĆ©cada posterior a 2007, cifras asociadas normalmente a una guerra o a alguna catĆ”strofe. Tres cuartas partes de estos rumanos, ademĆ”s, tenĆ­an 35 aƱos o menos cuando se marcharon. La amenaza a la que se enfrentan Europa Central y del Este hoy se asemeja a la perspectiva de despoblaciĆ³n a la que se enfrentĆ³ Alemania del Este antes de que los comunistas levantaran el muro de BerlĆ­n: el peligro de que los ciudadanos en edad de trabajar dejen el Este para marcharse al Oeste.

El pĆ”nico ante una inexistente invasiĆ³n de inmigrantes

(( ā€œTenemos que enfrentarnos a una riada de gente entrando de [ā€¦] Oriente Medio, y mientras el Ɓfrica profundo se ha puesto en marcha.

Millones de personas se estĆ”n preparando para venir. Globalmente, el deseo, la necesidad y la presiĆ³n que tiene la gente por continuar sus vidas en otro lugar distinto al suyo estĆ” aumentando. Esta es una de las oleadas de gente mĆ”s grandes de la historia, y trae consigo un peligro de consecuencias trĆ”gicas. Es una migraciĆ³n masiva global que no parece tener fin: los migrantes econĆ³micos en busca de una vida mejor, los refugiados y demĆ”s masas nĆ³madas todos juntos. Es un proceso descontrolado y desregulado, y ā€“ya que estoy hablando frente a la comunidad cientĆ­ficaā€“ la definiciĆ³n mĆ”s precisa para esto es ā€˜invasiĆ³nā€™ā€, Viktor OrbĆ”n, Discurso de apertura del Foro CientĆ­fico Mundial, 7 de noviembre de 2015.
 
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 deberĆ­a entenderse como un eco distorsionado del miedo, mĆ”s realista, de que una parte considerable de la poblaciĆ³n, incluidos los ciudadanos mĆ”s jĆ³venes y dinĆ”micos, deje el paĆ­s y se establezca en el extranjero de manera permanente. La magnitud de la migraciĆ³n de europeos del Este posterior a la caĆ­da del muro explica por quĆ© se ha producido una reacciĆ³n tan profundamente hostil a la crisis de refugiados en la regiĆ³n, a pesar de que no ha habido apenas refugiados que se hayan trasladado allĆ­ (aunque sĆ­ han transitado a travĆ©s de ella).

El miedo a la diversidad estĆ” en el nĆŗcleo del triunfo del iliberalismo europeo, pero tiene un significado diferente en el Este que en el Oeste. En Europa occidental, el iliberalismo surge del miedo a que las sociedades liberales sean incapaces de aguantar la diversidad. En el Este, la cuestiĆ³n es cĆ³mo prevenir que surja diversidad en primer lugar. Si hace un siglo Europa del Este era la regiĆ³n del continente mĆ”s Ć©tnicamente diversa, hoy es increĆ­blemente homogĆ©nea. Solo un 1,6% de los polacos ha nacido fuera de Polonia y la proporciĆ³n de musulmanes es inferior a un 0,1%.

La histeria antiinmigrante

El trauma que provoca observar cĆ³mo la gente escapa de tu regiĆ³n explica lo que de otra manera parecerĆ­a misterioso: el fuerte sentido de pĆ©rdida en paĆ­ses que se han beneficiado de los cambios polĆ­ticos y econĆ³micos desde 1989. En toda Europa, las regiones que han sufrido las mayores hemorragias de poblaciĆ³n en dĆ©cadas recientes han sido las mĆ”s proclives a votar a partidos de ultraderecha. Esto significa que el giro iliberal en Europa Central estĆ” tambiĆ©n profundamente enraizado en el Ć©xodo masivo de la regiĆ³n, especialmente de gente joven,

((ā€œQuizĆ” vosotros [gente joven] sentĆ­s que el mundo os pertenece. [ā€¦] Pero tambiĆ©n os llegarĆ” un momento en que os darĆ©is cuenta de que uno necesita un lugar, una lengua, un hogar donde estar con los suyos, y donde uno pueda vivir su vida con seguridad, rodeado de la buena voluntad de los otros. Un lugar al que poder volver, y donde la vida tiene sentido, y que al final no se caerĆ” en el olvido. [ā€¦] JĆ³venes hĆŗngaros, ahora la patria os necesita. [ā€¦] Venid y luchad con nosotros, para que cuando la necesitĆ©is, vuestra patria estĆ© todavĆ­a presente para vosotrosā€, Viktor OrbĆ”n, Discurso ceremonial en el 170 aniversario de la RevoluciĆ³n hĆŗngara de 1848, 15 de marzo de 2018.
 
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 y en la ansiedad demogrĆ”fica que ha provocado la inmigraciĆ³n hacia el extranjero.

El segundo factor que explica la histeria antiinmigraciĆ³n sin inmigrantes nos devuelve a nuestro tema principal. Aunque no se ha producido una ā€œinvasiĆ³nā€ de inmigrantes africanos y de Oriente Medio, los europeos del Este han estado constantemente expuestos, a travĆ©s de un periodismo televisivo sensacionalista, a los problemas migratorios que abundan en Europa Occidental. La consecuencia es una nueva visiĆ³n en el Este de la divisoria esencial entre las dos mitades del continente: mientras el Este sigue siendo homogĆ©neo y monoĆ©tnico, el Oeste se ve heterogĆ©neo y multiĆ©tnico como resultado de unas polĆ­ticas inconscientes y suicidas que han permitido la inmigraciĆ³n fĆ”cil. Es extraordinaria la radical reevaluaciĆ³n de valores que se ha producido aquĆ­. Ya no se considera que los europeos occidentales estĆ©n en la vanguardia y los del Este atrasados, ahora los populistas xenĆ³fobos consideran que los europeos occidentales han perdido el rumbo. En las febriles imaginaciones de estos populistas Europa Occidental se ha convertido en la periferia de un Gran Ɓfrica o un Gran Oriente Medio.

Como resultado, Europa Occidental ya no representa el modelo de un Occidente culturalmente triunfante que los europeos del Este querĆ­an imitar desde hace tiempo. Al contrario, las sociedades abiertas de Europa Occidental, incapaces de defender sus fronteras frente a ā€œinvasoresā€ extranjeros (especialmente musulmanes), suponen un modelo bĆ”sicamente negativo, la viva imagen de un orden social que los europeos del Este quieren evitar a toda costa.

Para resucitar la desaprobaciĆ³n moral que habĆ­a antes asociada a la emigraciĆ³n, los populistas de Europa Central y del Este deben rechazar la idea de que HungrĆ­a, Polonia o los demĆ”s paĆ­ses de la regiĆ³n solo pueden tener Ć©xito polĆ­tico y econĆ³mico si imitan fielmente a Occidente. El surgimiento de la retĆ³rica nacionalista y el giro iliberal en el Este parecen un intento desesperado de construir un ā€œmuro de lealtadā€ que frene la hemorragia y evite que los jĆ³venes europeos del Este abandonen sus paĆ­ses.

Dicho de otra manera, los populistas de Varsovia y Budapest han convertido la crisis de refugiados en Occidente en una oportunidad para mejorar la imagen del Este. Solo si los paĆ­ses dejan de querer parecerse a Occidente sus ciudadanos dejarĆ”n de irse a Occidente. Para frenar la inmigraciĆ³n hacia el extranjero es necesario arruinar la reputaciĆ³n de Occidente como una tierra de oportunidades y acabar con la idea de que el liberalismo occidental es el patrĆ³n oro de un orden econĆ³mico y social avanzado. El sistema de inmigraciĆ³n libre de Europa occidental se debe rechazar no solo porque ha traĆ­do a africanos y refugiados de Oriente Medio sino porque ha servido como un imĆ”n irresistible para los propios europeos del Este.

Un fantasma recorre Europa, el fantasma de la imitaciĆ³n invertida. Los actores en el ā€œjuego de imitaciĆ³nā€ posterior a 1989 estĆ”n, al menos en algunos aspectos, cambiando de lugar. En algunos casos, los imitadores se han convertido en modelo y viceversa. La venganza definitiva de los populistas de Europa del Este contra el liberalismo occidental no se basa simplemente en rechazar el ā€œimperativo de la imitaciĆ³nā€, sino en invertirlo. Nosotros somos los verdaderos europeos, dicen OrbĆ”n y Kazcyński, y si Occidente quiere salvarse a sĆ­ mismo tiene que imitar al Este. Como dijo OrbĆ”n en un discurso muy revelador en julio de 2017, ā€œhace veintisiete aƱos aquĆ­ en Europa Central pensĆ”bamos que Europa era nuestro futuro, hoy pensamos que somos el futuro de Europaā€.

(( Discurso de Viktor OrbĆ”n en la Universidad Abierta de Verano BĆ”lvĆ”nyos, 22 de julio de 2017.
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TraducciĆ³n del inglĆ©s de Ricardo Dudda.

Publicado originalmente en Journal of Democracy, 3/201.

 

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(Lukovit, Bulgaria, 1965) e spolitĆ³logo. Dirige el Centro de Estrategias Liberales de SofĆ­a. En 2014 publicĆ³ Democracy disrupted (Penn University Press)


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