Una ciudad en llamas

La lealtad de los caníbales

Diego Trelles Paz

Anagrama

Barcelona, 2024, 384 pp.

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Perú es un polvorín, pese al alto crecimiento económico de los últimos años, pese a la enormidad de recursos mineros y pesqueros con los que cuenta, pese a que viven una pax romana luego de que la guerrilla de Sendero Luminoso fuera eliminada; está al borde del estallido, con seis presidentes en el último lustro. Es en ese país, centrándose en una Lima convulsa, donde Diego Trelles Paz (Lima, 1977) pone su mirada con esta novela con la que cierra su trilogía sobre la violencia política.

La primera, Bioy (2012), es brutal y agresiva. Hay en ella un deseo por mostrar la realidad cruda y dura, sin miramientos, incluida una salvaje violación que, al principio del libro, será apenas el anticipo de la historia. La agresividad continúa, pero ha bajado varios grados, en la segunda novela, La procesión infinita (2017). La crueldad sigue estando presente, pero no percibimos esa necesidad de querer perturbar al lector. Sí vemos, en cambio, un dejo de autobiografía, ya que mientras Bioy estaba ambientada en la década de los ochenta, La procesión infinita sucede en los noventa, época en que el autor estudiaba en la universidad, como El Chato, uno de los personajes, quien parece ser un trasunto de Trelles. En esta tercera entrega, el Perú violento y bronco permanece, pero sus habitantes ya han aceptado vivir en esa vorágine. A fin de cuentas, son sobrevivientes disfrutando de los últimos días del fin del mundo.

Hay dos ejes para la cantidad de historias que contiene esta novela río; el primero y el más calmo es el bar del chino Tito, un sitio en el centro de Lima que alberga lo mismo a trabajadores inmigrantes que a policías criminales, amantes de la música salsa. Es un bar que se parece mucho a la mítica taberna Queirolo, frecuentada por gente común, escritores bohemios y, claro, políticos, y sede de diversos movimientos culturales limeños.

El otro eje es Alberto Fujimori, o Chinochet, como era conocido el dictador de origen japonés, a quien igualaban con su homólogo chileno, Augusto Pinochet. Fujimori es un fantasma que nunca se hace presente, pero está todo el tiempo en boca de los personajes ya que es él, con sus políticas o su ausencia, quien dirige o lleva las vidas de los peruanos, pese a que su gobierno terminó hace años. Lo mismo es culpado de todos los males del país, según algunos, que amado por otros con devoción religiosa.

Trelles Paz hace una radiografía de la Lima contemporánea, mostrándonos diferentes estratos de esta sociedad apaleada y dolida. No se queda solo con personajes que sirvan para demostrar un punto, sino que los crea y los deja vivir, permitiéndoles hablar y desear un futuro mejor, que no se ve por ningún lado. Nos encontramos lo mismo a la migrante colombiana que huye de su país buscando alejarse de la violencia, para enfrentarse a una distinta; al padre católico, que goza de total impunidad cuando decide saciar sus más bajos deseos; a la joven guapa que busca sobresalir por méritos propios en la sociedad machista; al ingenuo y por ende soñador dueño del bar que entrega libros a sus empleados para que intenten mejorar su vida y así alejarse de los celulares.

Pero la figura mejor construida es Arroyo, el policía corrupto y secuestrador, tocayo del salsero colombiano Edulfamid Molina, alias Piper Pimienta. Cruel, sin ningún tipo de redención, es uno de los más acabados hijos del fujimorismo y será el personaje que lleve la trama, de una u otra manera, a su conclusión. Contraparte perfecta del chino Tito, pues mientras uno busca aprovecharse de su placa, el otro ayuda a los empleados y visitantes. Dos vertientes de esta Lima posfujimorista.

Arrabal –otro de los personajes, un conflictivo narrador que intenta escribir la novela del bicentenario peruano– nos aclara quiénes son los caníbales a los que alude el título: “son todos aquellos que traicionan sus principios de vida y están dispuestos a llevar a cabo el horror antropófago de ‘comerse’ unos a otros para obtener un poder sobre el resto. El acto no tiene que ver con la supervivencia […] Comerse es imponerse a los demás. El ideal humanista de la solidaridad comunitaria se pone bajo sospecha hasta suprimirse. De la metáfora a la realidad de la novela: los personajes intentarán devorarse si aquello es posible en una ficción protagonizada por monstruos”.

De este modo, vamos y venimos de las vidas cotidianas de gente que lucha día por día para sobrevivir, para no ser comida por los otros caníbales. Desde una chica que sabe leer “el culo” de las personas, una especie de ama de la culomancia, hasta la madre que idolatra a Fujimori y que ve en la cocina una forma de salir de la pobreza: “La cocina […] es un don que te va a servir para darles felicidad a los demás. No es arte ni ciencia, hijita, es disciplina y talento. Todo, absolutamente todo, puede conseguirse en el Perú si logras conquistar un estómago, porque el estómago es el segundo corazón del cuerpo.”

Trelles Paz va hilando esta compleja trama, con diferentes registros narrativos, por un lado una adscripción al guion cinematográfico, pero también a las notas del periódico, agregando largos monólogos, hasta conformar un profuso crisol de historias y formas de contar. Al avanzar en sus páginas encontramos una Lima descompuesta y carcomida que –como dice otro de los personajes– “cambia con violencia […] crece sin control, hacia arriba, se lo tumban todo para levantar edificios horrendos y baratos que se derrumbarán con el primer terremoto […] Es una desgracia”.

Los personajes de Trelles Paz saben que todo está mal, tienen esa certeza, pero no les queda más que la resignación de no poder escapar. Si bien no pueden huir, hay visitantes que van a atestiguar la caída, como sucede con un estudioso alemán, que decide ir hasta allá: “Helmut aprendió rápidamente que las reglas de convivencia en esa sociedad habían sido mutiladas por un individualismo feroz. No era entonces sorprendente que la llegada de una nueva dictadura –esta vez civil– tuviera el apoyo de una población sedienta de orden autoritario, pensó Helmut. Exigían pena de muerte para enderezar todo aquello que muchos de ellos ejercían cuando paradójicamente clamaban por orden.” El novelista nos lleva de la mano en una obra que a ratos trata con ternura a sus criaturas y a ratos las deja en el más absoluto desamparo. Cada tanto, leemos que un sismo se acerca, que está a la vuelta de la esquina, como un aviso bíblico, como si se tratase de un fuego purificador que vendrá a limpiar todo lo que está mal.

Esa Lima que, más que estar cerca de la brisa marina, está cerca del calor del infierno. Pocos de los personajes tienen redención, porque tampoco la buscan, porque saben que la única manera de sobrevivir es dando la primera dentellada al otro. Como el padre que se niega a pagar rescate por su hijo, y que incluso ve el asunto como algo benéfico. Tal vez Diego Trelles no lo sabía, pero el cierre de esta trilogía tiene un ligero sabor bíblico, órfico, descenso a lo más oscuro del alma humana, aunque en este caso se trate de un país. ~


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