Festín durante la peste

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(Una calle. Una mesa servida. Algunos hombres y mujeres en el banquete.)

EL JOVEN
Querido Presidente: Voy ahora
a recordar a un hombre conocido
por su gracia, sus chistes y ocurrencias,
sus respuestas agudas, sus mordaces
observaciones; él nos animaba
con su conversación las sobremesas,
ahuyentando las sombras que ahora esparce
la terrible epidemia, nuestro huésped,
sobre todos los ánimos. Tan solo
hace dos o tres días coreábamos
con nuestras risas todo lo que hablaba.
Y no es posible que en tan gran banquete
nos olvidemos del amigo Jackson.
Su sillón está aquí como esperando
al hombre alegre que se nos ha ido
a las frías moradas subterráneas.
Jamás bajo la tierra de una tumba
enmudeció una lengua tan brillante.
Pero somos aún muchos, todavía
vivimos, no debemos estar tristes.
Yo propongo beber en su recuerdo,
juntando alegremente nuestros vasos,
cantando igual que si estuviera vivo.

EL PRESIDENTE
Su ausencia es la primera de este grupo.
Bebamos en su honor, aunque en silencio.

EL JOVEN
Bebamos, sí.
(Todos beben.)

EL PRESIDENTE
Oh, Mary, tú que cantas
con perfección salvaje las canciones
de tu tierra natal, cántanos, Mary,
con tristeza, arrastrando los vocablos,
para entregarnos luego a la alegría
más locamente, como separados
de nuestra tierra por un vago ensueño.

MARY (Cantando.)
Era por Mayo glorioso
cuando el campo florecía
y un público fervoroso
en la iglesia se veía.
Las guadañas y las hoces
sobre la vega brillaban
y en la escuela resonaban
de nuestros hijos las voces.

Ya está la iglesia vacía
y la escuela está cerrada,
en el campo la sequía
la floresta abandonada.
El pueblo anegado en llanto
está callado y desierto,
tan solo hay vida en el muerto
bullicio del camposanto.

Y llegan constantemente
nuevos despojos mortales,
entre rezos funerales
de desesperada gente.
Y las tumbas aterradas
como en rebaño se aprietan
y entre sí más se sujetan
miedosas, amontonadas.

Si una muerte prematura
quebrase mi primavera,
oh, adorada criatura,
a quien amo con ceguera,
no te acerques, por favor,
a mi cuerpo abandonado
ni intentes darle tu amor
a mi pobre pecho helado.

Sigue detrás de mi entierro
distante, lejos de mí;
luego, márchate de aquí
a un voluntario destierro.
Llora en él tu desventura,
y cuando pase este duelo
te espere mi sepultura,
yo te esperaré en el cielo.

EL PRESIDENTE
Te agradecemos, pensativa Mary,
tu canción lastimera. Según dice,
una epidemia igual en otro tiempo
se esparció por tus valles y colinas
y lamentables llantos se escuchaban
por las tristes riberas de los ríos
que ahora corren en paz alegremente
por la feliz campiña de tu patria.
De aquel año sombrío en que murieron
tantas queridas víctimas, apenas
si ha quedado hasta aquí como recuerdo
esa triste balada que has cantado
que un pastor compusiera… ¡Poca cosa!
Nada entristece tanto una alegría
como una cancioncilla melancólica.

MARY
Oh, sí, tenéis razón. Yo nunca hubiera
cantado, sino en casa de mis padres.
Ellos sí se alegraban con mi canto.
Me recuerdo escuchándome a mí misma,
sentada en el dintel de la vivienda.
Mi voz era más débil, más tranquila,
era la dulce voz de la inocencia.

LUISA
Ahora tales canciones no se estilan,
aunque hay almas tan simples que disfrutan
al deshelarse el llanto femenino
y tienen fe en las lágrimas. Por eso
Mary cultiva su mirada triste,
así se cree invencible. Si supiera
que igual poder le diera su sonrisa,
sonreiría sin fin.

EL PRESIDENTE
De nuevo oigo las ruedas.

(Pasa un coche lleno de cadáveres, conducido por un negro.)

Luisa se ha desmayado. Yo creía
al escucharla hablar, por su lenguaje,
que un corazón viril tenía en el pecho,
pero siempre es igual, mucho más débil
es un alma cruel que un alma dulce,
y en un pecho poblado de pasiones
antes se aloja el miedo. Mary, echa
agua fresca en su rostro, que se anime.

MARY
Hermana de mi pena y mi ignominia,
ven a mis brazos.

LUISA (Recobrándose.)
En mi sueño he visto
un demonio terrible, todo negro
y sin ojos, llamándome a su coche.
A su coche repleto con los muertos
que hablaban un lenguaje misterioso.
Decidme, por favor, ¿fue todo un sueño
o ese coche pasó?

EL JOVEN
Cálmate, Luisa;
esta calle es refugio silencioso
contra la muerte, sin que nada pueda
ni nadie interrumpir nuestros festines.
Pero tú sabes que ese coche negro
puede pasar así por todas partes.
Balsingham, oye, para reanimarnos
y para interrumpir las discusiones
y los nuevos desmayos femeninos,
canta para nosotros unos versos
llenos de libertad, llenos de vida,
que no se inspiren en la triste Escocia.
Una canción a Baco, apasionada,
nacida al lado de una copa llena.

EL PRESIDENTE
No sé ninguna, pero voy a deciros
un himno en alabanza de la peste,
escrito anoche. Al retirarme a casa,
sentí un extraño gusto por la rima
y compuse estos versos que yo creo
buenos para decirlos con voz ronca.

TODOS
¡Un himno en alabanza de la peste!
¡Vamos a oírle! Bravo, bravo, bravo.

EL PRESIDENTE (Cantando.)
¡Qué alegre es el calor de los festines
y el crepitar del fuego,
cuando el invierno poderoso guía
con belicosos fines
en contra de nosotros, como en juego,
sus tempestades y su nieve fría!
Otro invierno, la peste, reina airada,
avanza valerosa
de su rica cosecha envanecida
y con golpes de azada
da en la ventana como en una fosa.

¿Qué hacer, qué hacer para salvar la vida?
Encerrarse lo mismo que en invierno
en contra de la peste,
honrándola con luces y licores
y con olvido eterno,
entre baile y festín se manifieste
de su reino los vivos resplandores.

Produce embriaguez la dura guerra,
el borrascoso viento,
la tormenta en un mar embravecido,
el abismo que aterra
y de la peste el infeccioso aliento,
todo cuanto los hombres han temido.

Todo cuanto amenaza con la muerte
oculta una delicia,
prenda tal vez de la supervivencia.
Se nota uno más fuerte
al sentir del peligro la caricia;
no hay ventura mayor que esa conciencia.

Sin terror a las sombras sepulcrales,
sin horror al destino,
Gloria a ti, peste, te glorificamos.
Alcemos los cristales,
en tu honor escanciemos nuestro vino
y mejor si en la copa te encontramos.

(Entra un viejo sacerdote.)

SACERDOTE
Sacrílego festín, locos, impíos,
que turbáis con canciones bochornosas
la negra paz impuesta por la muerte.
Entre los tristes llantos funerarios,
entre las caras pálidas yo rezo,
junto a las sombras, en el cementerio,
pero vuestras odiosas alegrías
impiden que haya paz en los sepulcros
y hacéis temblar la tierra con sus muertos,
como si tantas oraciones
de ancianos y mujeres no sirvieran
para santificar el camposanto.
Ya podríais pensar que los demonios
atormentan el alma del ateo
y entre burlas la bajan encendida
a las negras moradas infernales.

ALGUNAS VOCES
¡Cómo un cura nos habla del infierno!
Lárgate, viejo, sigue tu camino.

SACERDOTE

Por la divina sangre derramada
de nuestro Redentor crucificado,
os conjuro ceséis en el banquete
si queréis encontraros en el cielo
con las almas benditas de los justos.
Volved a vuestras casas, retiraos.

EL PRESIDENTE
Nuestras casas son tristes, somos jóvenes,
la juventud merece la alegría.

SACERDOTE
¿Eres tú, Balsingham, el que hace solo
tres semanas hincado de rodillas
se abrazaba al cadáver de su madre
y se mortificaba ante su tumba?
¿No piensas que en el cielo al verte llora
amargamente, viéndote sentado
en festín tan inicuo y vergonzoso,
oyendo tus canciones libertinas
entre tantos suspiros y oraciones?
Sígueme, Balsingham, vente conmigo.

EL PRESIDENTE
¿Por qué has venido para atormentarme?
No debo, es imposible que te siga.
Me retiene un recuerdo que me llena
de desesperación y de vacío.
Me detiene el veneno de esta copa
y las caricias, Dios me las perdone,
de esa maravillosa criatura.
La sombra de mi madre no me llama.
Has llegado muy tarde, te agradezco
tu buena voluntad para salvarme.
Vete, déjame en paz, maldito sea
quien se atreva a seguirte. Vete.
Vete.

MUCHOS
Bravo, muy bien, querido presidente.
No más sermones, fuera, que se vaya.

SACERDOTE
El alma de Matilde te reclama.

EL PRESIDENTE (Se levanta, pálido.)
Júrame con la mano levantada
hasta el cielo dejar en una tumba
ese nombre callado para siempre.
Que nunca ante sus ojos inmortales
se presente ese cuadro; ella pensaba
que yo era puro, libre, conocía
la ternura feliz de mis abrazos.
¿En dónde estoy, a dónde he descendido?
Sagrada hija de la luz, te veo
desde mi bajo espíritu humillado,
alta, donde jamás podré alcanzarte.

VOZ DE MUJER
Está loco, delira por su esposa.

SACERDOTE
Sígueme. Vamos.

EL PRESIDENTE
Padre, padre mío.
Por Dios, no insista; déjeme, no insista.

SACERDOTE
Que te perdone Dios y tú perdóname.

(Se marcha. Continúa el banquete. El presidente queda largo rato pensativo.) ~

 

Versión del ruso de Manuel Altolaguirre y Ovadi Savich.

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